Hoy es 11 de noviembre. Faltan 13 días para el balotaje.
Los análisis y los comentarios acerca de la campaña en curso para el balotaje coinciden en señalar que las dos fórmulas que compiten por el voto de la ciudadanía tratan de presentarse como las más capaces de superar la dificultad planteada por la integración del próximo Parlamento, en el que el Senado tendrá mayoría del Frente Amplio (FA) y la Cámara de Representantes estará formada por 49 legisladores del actual oficialismo, 48 frenteamplistas y dos de Identidad Soberana, sin mayoría para ninguno de los grandes bloques.
En ambos bandos hay un esfuerzo por mostrar a los candidatos a la presidencia como personas moderadas y respetuosas, naturalmente inclinadas al diálogo para construir acuerdos, pero este mensaje, que luce consistente en la campaña de Yamandú Orsi, está atravesado por contradicciones ruidosas en la de Álvaro Delgado.
Ya sabemos, lamentablemente, que la senadora nacionalista Graciela Bianchi, reelecta para el próximo período de gobierno, carece de escrúpulos, pero el viernes de la semana pasada batió un nuevo récord de grosería en Florida, cuando se refirió al expresidente José Mujica como “un moribundo” a quien el FA utiliza para “dar lástima”.
También durante la campaña por Delgado en el interior, el excandidato presidencial colorado Andrés Ojeda insiste, como lo hizo hasta la primera vuelta, en que uno de los principales objetivos de esta elección es lograr que el FA “no vuelva nunca más” al gobierno nacional, y la semana pasada sacó a relucir en Tacuarembó el viejo espantapájaros de que una victoria de Orsi convertirá a Uruguay en otra Venezuela.
No son sólo los socios. En las piezas publicitarias más recientes de Delgado, realizadas con la significativa novedad de que lleva puesta una corbata colorada, el candidato habla de unidad nacional, de gobernabilidad y de ponerse de acuerdo para darles un ejemplo a las próximas generaciones. Sin embargo, también dice que el FA de hoy “se vació de moderados” y está “muy corrido a la izquierda”, de modo que la elección de presidente el 24 de este mes significa decidir si queremos “un país que avanza” o uno “que retrocede”, un país que “garantiza las libertades” o uno que “las restringe”.
Estas contradicciones no se deben a descuidos o torpezas publicitarias. Por un lado, los partidos que apoyan a Delgado afrontan un riesgo de pérdida de votantes en el balotaje mucho mayor que el del FA, y esto los lleva a mezclar los mensajes dialoguistas, dirigidos a conquistar indecisos, con otros que cortan grueso en el afán de crear temor y rechazo hacia el frenteamplismo en general y hacia Orsi en particular. Por otro lado, Delgado no es Luis Lacalle Pou: su capacidad de disciplinar a quienes lo apoyan e imponer los lineamientos de su propia campaña es considerablemente menor.
Esta diferencia no sirve para pronosticar quién ganará la segunda vuelta, pero dice mucho sobre las verdaderas posibilidades de Delgado y Orsi para dirigir las fuerzas propias con una orientación unificada, base indispensable de cualquier negociación con el otro bloque a fin de lograr acuerdos mayoritarios sobre los grandes problemas pendientes de nuestro país.
Hasta mañana.