Hoy es 17 de junio. Faltan 13 días para las elecciones internas y 132 para las nacionales.

Ayer hizo 40 años de que Wilson Ferreira Aldunate volvió a Uruguay desde el exilio en 1984, a fines de la dictadura cívico-militar, que lo detuvo y lo mantuvo preso hasta después de las elecciones de ese año. En plena campaña y a menos de dos semanas de las internas, era esperable que el Partido Nacional (PN) conmemorara la fecha con un homenaje, pero a esta altura no está muy claro qué lineamientos políticos se reivindican en nombre del “wilsonismo”, y el acto realizado en el puerto de Montevideo, con presencia de todos los precandidatos nacionalistas, no contribuyó a despejar las dudas.

Ferreira Aldunate representó varias actitudes a lo largo de su trayectoria. Entre las más constantes estuvieron una orientación de la política económica más progresista que la del resto de su partido y una severa denuncia de la corrupción, con recordadas interpelaciones durante el gobierno de Jorge Pacheco Areco. No parece viable que el PN como tal o alguno de sus sectores levante hoy aquellas banderas en forma creíble.

El caudillo nacionalista votó en 1972 la declaración de un estado de guerra interno con suspensión de las garantías individuales y luego la Ley de Seguridad del Estado, que consolidaron el avance político de las Fuerzas Armadas en el marco de la “lucha contra la subversión”, pero luego declaró que estaba arrepentido de aquellas decisiones; fue en el exilio un firme y eficaz enemigo de la dictadura, mediante la denuncia internacional de sus crímenes, y apostó sin éxito a que su regreso en 1984 precipitara la caída del régimen.

Sin embargo, en el último tramo de su trayectoria política, durante la primera presidencia de Julio María Sanguinetti, buscó recomponer su relación con los militares y desempeñó un papel muy importante en la elaboración, la aprobación y la defensa de la ley de caducidad. A partir de este arco narrativo es difícil sintetizar una orientación consistente que se pueda invocar en la actualidad.

En aquellos mismos años, Ferreira Aldunate decidió darle “gobernabilidad” a Sanguinetti. Probablemente se propusiera tomar distancia al final de aquel primer período de gobierno posterior a la dictadura, pero lo impidió la enfermedad que causó su muerte en marzo de 1988 y el saldo fue que inició la cooperación entre nacionalistas y colorados, que, en los años siguientes, dejó cada vez más espacio para el crecimiento del Frente Amplio.

Ayer los dirigentes del PN destacaron el valor de la unidad interna, que por cierto no fue una preocupación central de Ferreira Aldunate, habitualmente muy duro en la crítica de la minoría herrerista conservadora que, tras su fallecimiento, ha predominado casi siempre entre los nacionalistas.

El senador y precandidato Jorge Gandini, que es hoy quien más insiste en identificarse como “wilsonista”, optó por rescatar el valor presente en las derrotas de Ferreira Aldunate, pero quizá estaba defendiendo, ante todo, su propia posición actual, como minoría en un partido ampliamente dominado por dos ramas del tronco herrerista conservador y, aun así, procurando perfilarse con propuestas sobre seguridad que enfatizan el factor represivo.

Hasta mañana.