Hoy es 11 de julio. Faltan 108 días para las elecciones nacionales.

La campaña electoral ha entrado en un período de receso después de las internas, con escasas iniciativas y un paréntesis en las movilizaciones, pero falta poco para que retome impulso. Cuando eso suceda, habrá que ver en qué medida los mensajes apuntan a problemas relevantes del país y en qué medida se diseñan con la intención prioritaria de ganar votos.

Habrá quienes piensen que ambas cosas no son contradictorias, porque resolver grandes problemas implica beneficios para mucha gente y, por lo tanto, atrae a una gran cantidad de votantes, pero este razonamiento es un poco ingenuo. Las personas saben bien qué dificultades enfrentan, pero no siempre identifican sus causas de fondo ni las medidas necesarias para que vivan mejor.

Por otra parte, los partidos a menudo evitan plantear algunas propuestas convenientes para la mayoría de la población pero que afectan intereses poderosos, y también otras cuya explicación es difícil y pueden ser atacadas con argumentos equivocados pero impactantes.

Una de las preocupaciones notorias en la sociedad tiene que ver con el bajo nivel de ingresos. Es lógico, porque en la mayor parte del actual período de gobierno cayó el poder de compra de salarios, jubilaciones y pensiones, el porcentaje de la población activa que gana menos de 25.000 pesos por mes es preocupante, y gran parte de los nuevos empleos son de baja calidad.

En principio, cada persona con bajos ingresos desea ganar más, pero una de las tareas de la política es mostrar que hacen falta cambios colectivos para que las situaciones individuales puedan mejorar en una proporción significativa. Esto se ve con claridad cuando miramos más allá de los promedios, con información desagregada sobre el mercado laboral que aporta el Instituto Nacional de Estadística.

La población menor de 24 años tiene los peores indicadores de empleo y de remuneración. Dado que, además, persisten las desventajas laborales para las personas con menores niveles de educación y para las mujeres, resulta evidente la necesidad de revertir la creciente desigualdad, que afecta muy especialmente a núcleos familiares pobres, a cargo de mujeres, con mayor cantidad de jóvenes y peores trayectorias educativas.

Revertir la desigualdad significa poner a más personas en condiciones de desempeñar tareas más calificadas y recibir mejores remuneraciones. La población activa es escasa y tiende a disminuir: no podemos darnos el lujo de que además cargue las pesadas mochilas de la pobreza y la vulnerabilidad. Hacen falta, entre otras cosas, más equidad de género y un avance hacia la universalización del sistema nacional de cuidados, que aumente las posibilidades de educarse y realizar trabajos remunerados.

Los recursos para desarrollar políticas potentes en este terreno son inversiones para el desarrollo del país, que requieren financiamiento. Si no “aumentan los impuestos” en general, tendrán que aumentar en forma diferenciada los que gravan a las personas más ricas, con una distribución más justa de la carga. De esto también habría que hablar en la campaña.

Hasta mañana.