Hoy es 27 de agosto. Faltan 61 días para las elecciones nacionales.
En modo optimista, puede pensarse que el sistema político uruguayo es una máquina de integrar elementos extraños a la vida democrática. El primer siglo de los partidos Blanco y Colorado es eso: la paulatina aceptación –a veces voluntaria, muchas veces forzada– de los mecanismos republicanos por parte de diversas facciones armadas. La inserción del MLN en el Frente Amplio podría verse como el capítulo más reciente en esa historia de asimilación de grupos violentos a la disputa política civilizada.
En las últimas elecciones aparecieron dos figuras novedosas en el sistema. Por un lado, un partido militar; por otro, un empresario exitoso sin antecedentes políticos. En contra de las voces que advertían sobre los peligros que encierra la naturalización de la extrema derecha, Cabildo Abierto pasó a formar parte del actual gobierno y, en el Parlamento, estableció alianzas circunstanciales con la oposición. Juan Sartori, por su parte, tras lograr el segundo lugar en la interna blanca durante el ciclo electoral de 2019, se convirtió en senador de la República por el Partido Nacional.
Desde que asumió su banca, además de un montón de episodios folclóricos (sus ausencias, su desinformación, su atención a las redes digitales), Sartori protagoniza una batalla contra la Junta de Transparencia y Ética Pública, un organismo que tiene entre sus cometidos “asesorar al Poder Judicial y a la Administración en la lucha contra la corrupción”, y fue sancionado por resistirse a entregar información completa sobre su patrimonio y el de su esposa.
Sus correligionarios se han abstenido de presionarlo para que cumpla con la ley, por no hablar de iniciar el proceso que le impediría volver a presentarse a un cargo electivo. Por el contrario: como podemos ver en esta edición, muchos de ellos se encaminan a formar una alianza sostenida con él, e incluso algunos promocionan su liderazgo con la mirada en 2029. Entre los que buscan el capital político y el capital a secas del senador-empresario se cuenta la lista 71, es decir, el sector que reivindica más claramente su vínculo con Luis Alberto de Herrera, el mayor caudillo blanco del siglo XX.
En el modo optimista que invocábamos al principio, los “integradores” consiguen asimilar a los “integrados”. En modo pesimista, ocurre al revés. Habrá que ver qué margen queda para el optimismo cuando lo que está en juego es el futuro de un partido y un gobierno que vienen siendo marcados por varios casos de corrupción.
Hasta mañana.