Hoy es 25 de setiembre. Faltan 32 días para las elecciones nacionales.

Mucha gente opina que en la campaña electoral no se están planteando cuestiones importantes, pero ahora comenzó una discusión nada menor sobre la posibilidad de que el fin del mundo llegue para Uruguay el 27 de octubre de este año, día de las elecciones nacionales, si se aprueba la propuesta de reforma constitucional sobre seguridad social impulsada por el PIT-CNT. Es, por supuesto, una expresión en sentido figurado, pero que se debata en estos términos dice mucho sobre algunas formas contemporáneas de hacer política.

El economista Gabriel Oddone fue uno de los firmantes del documento “Frenteamplistas por el No al plebiscito de la seguridad social”, que se dio a conocer a fines del mes pasado, y ya había expresado antes su opinión sobre la iniciativa. Sin embargo, negó que un triunfo de la papeleta blanca del Sí vaya a traer consigo una situación inmanejable. Lo dijo el lunes de esta semana, después de que Yamandú Orsi anunciara que si gana las elecciones lo designará como ministro de Economía. A continuación, varias figuras del actual oficialismo salieron a cuestionar muy duramente la afirmación de Oddone, y no pareció que hablaran en sentido figurado.

Entre los más extremistas estuvieron el colorado Pedro Bordaberry, al alegar que la aprobación de la reforma constitucional no sería el fin del mundo, pero sí “el comienzo del fin”; y el nacionalista Álvaro Delgado, quien sostuvo que efectivamente sería “el fin del mundo para la mayoría de los uruguayos”, porque causaría un “colapso económico” en el país.

Oddone dijo el lunes y reiteró ayer que mantiene todas sus críticas al proyecto que se someterá a plebiscito, pero que su responsabilidad como aspirante a la conducción económica no es sólo alertar sobre los problemas que puede causar la aprobación de la reforma, sino también trabajar desde ya para prever el modo de afrontar esos eventuales problemas, y hacer desde ya todo lo posible para evitar que si gana el Sí cunda el pánico, dentro y fuera de Uruguay, sobre el futuro de nuestra economía.

Esta manera de encarar la cuestión muestra que el posible ministro no es un tecnócrata, sino una persona con formación económica y visión política. También señala la diferencia entre hacer política y hacer terrorismo.

La convivencia democrática sana exige claridad y firmeza en los debates, de tal modo que la ciudadanía valore los argumentos a favor y en contra de cada posición. Otra cosa, violenta y embrutecedora, es presentar a los adversarios como seres empeñados en causar daños irreparables, tratando de que se les tema, se rechace incluso la idea de dialogar con ellos en busca de acuerdos y se desee su desaparición del escenario político.

Ni siquiera en el debate previo al plebiscito de 1980, sobre la propuesta de reforma constitucional que impuso la dictadura, los partidarios del No sostuvieron que la aprobación de ese proyecto podía impedir en forma definitiva la recuperación de la democracia. Habría sido un acto de gran irresponsabilidad, capaz de debilitar mucho la causa que defendían.

El título de nuestra sección de humor señala, desde 2006, que incluso en el final del mundo puede haber un faro que nos oriente.

Hasta mañana.