Hoy es 18 de setiembre. Faltan 39 días para las elecciones nacionales.

En la campaña electoral de 2019, Juan Sartori irrumpió como una novedad absoluta y cargada de promesas, aunque varias de ellas fueran de muy improbable cumplimiento. Sin antecedentes políticos ni vínculos con los grandes sectores del Partido Nacional, un empresario de 38 años logró que se hablara muchísimo de él y superó en las internas a Jorge Larrañaga.

Cinco años después, Sartori decidió no competir en las internas, ha tenido escasa presencia en la campaña y a comienzos de este mes formó una alianza electoral con el viejo y muy tradicional herrerismo, para ser segundo candidato al Senado en una lista compartida con Luis Alberto Heber. Es todo un símbolo de lo que ha pasado con el nacionalismo, que en 2019 se presentaba como abanderado de las transformaciones y hoy apela al continuismo.

En términos generales, la gente quiere vivir mejor y este deseo determina en gran medida su voto cada cinco años. Ahí tenemos uno de los factores clave en la historia electoral uruguaya, que desde la salida de la dictadura muestra una voluntad de cambio persistente, aunque también cautelosa.

En 1984, Julio María Sanguinetti se presentó como garante de un anhelado “cambio en paz”. En 1989, Luis Alberto Lacalle Herrera y Jorge Batlle en el Partido Colorado convencieron a muchas personas de que lo que le faltaba a la democracia recuperada era una modernización liberal. En 1994, cuando se vio lo que significaba el liberalismo de Lacalle padre, Sanguinetti recobró crédito con la oferta de reformas moderadas y un barniz de socialdemocracia, aportado en gran medida por Hugo Batalla como compañero de fórmula.

En 1999, el crédito de Sanguinetti se había terminado y –balotaje mediante– le llegó la hora de triunfar a Jorge Batlle, en su quinta postulación desde 1966 y de nuevo con pregones de liberalismo. El descalabro de 2002 inclinó finalmente la balanza hacia el Frente Amplio (FA), que venía creciendo en forma ininterrumpida, y en 2004 Tabaré Vázquez arrasó en primera vuelta.

Hubo docenas de cambios importantes, pero no tantos como mucha gente esperaba desde hacía décadas, y en 2009 José Mujica llegó a la presidencia envuelto en la expectativa de un “giro a la izquierda” que él nunca había propuesto expresamente. Más cambios hubo, pero el intento de muchos otros quedó por el camino, en el contexto de una gestión estatal con tropiezos y forcejeos, y en 2014 se apostó de nuevo por Vázquez para poner la casa en orden.

Más orden hubo, pero no tantos avances. El desgaste de 15 años de gobierno le pasó factura al FA y en 2019 el ansia de cambiar para mejor volcó votantes hacia la “coalición multicolor” formada por la oposición, con muchas figuras nuevas que no habían tenido protagonismo en los gobiernos previos a 2004.

En el oficialismo, Guido Manini Ríos y Pablo Mieres reiteran sus candidaturas. Álvaro Delgado ofrece una presunta reelección, devaluada en carisma y potencia. Andrés Ojeda se quiere parecer al Lacalle Pou de hace cinco años, pero se queda corto y sólo lo logra en algunos aspectos superficiales. Desde 2019, sólo ha logrado vivir mejor una minoría y el lema “está bueno cambiar” se convierte en un bumerán.

Hasta mañana.