Llueve. Es 24 de febrero, faltan ocho horas para que Mi Vieja Mula suba al escenario del Teatro de Verano, y llueve. La calle de tierra que conecta Giannattasio con el club City Park de Shangrilá se llenó de pozos donde el agua se acumula, y las orillas tienen barro sobre el pasto.

Esta murga sabe de suspensiones. En la primera rueda tuvieron tres reprogramaciones, recién a la cuarta fecha dejaron el desmaquillante guardado hasta después de la actuación.

A las 13.00 ya hay tres componentes en un espacio abierto, con techo de chapa, que sirve de base para la preparación. Es la primera franja horaria marcada para maquillarse. Empiezan a caer mensajes de gente que va a esperar un ratito antes de salir para el club.

—Se va a suspender —dicen ni bien llego, y Victoria Nogués, platillera de la murga, me ofrece papas fritas.

Pero, por las dudas, se tienen que empezar a maquillar, no sea cosa de andar contrarreloj.

Sobre una mesa cuadrada de madera, de las de patas plegables en cruz, hay un recipiente de plástico transparente lleno de cotonetes, fijador; brillantina verde, rosada, amarilla, blanca; brochas y brochitas, tarros aspersores con agua, pinturas en recipientes cuadrados unidos que parecen pastilleros, pinturas en tubos, esponjas, polvo blanco y las infaltables en cualquier murga que se jacte de serlo: toallitas húmedas para bebés.

Los componentes están en permanente contacto con Mariano Reperger, coordinador general de la murga, que a su vez está en permanente contacto con la Intendencia de Montevideo (IM) para saber si la etapa se suspende.

Pasan los minutos, caen las gotas, se arman charquitos en los bancos de material sobre los que nos sentamos, y no hay noticias.

—Es obvio que se va a suspender —dice alguien ni bien llega.

—Yo ya estoy mentalizada con que no subimos —contesta Micaela López, una de las sobreprimas, y se ríe.

Son las 13.15, siguen apareciendo componentes con la ropa y el pelo chorreando agua. Las cuatro maquilladoras crearon estaciones de trabajo: la base de color que simule piel quemada por el sol, colores en el contorno de la cara, toques de color más oscuro bajo los párpados y en la nariz, dos círculos sobre los ojos como si fuesen lentes blancos, flores de diversos colores y brillantina, mucha brillantina. Un trabajo en serie que tiene a la gente pasando de silla en silla, entre comentarios sobre la “casi segura suspensión” y la certeza resignada de que tienen que aprontarse igual.

En otro rincón Victoria le hace dos trenzas a Farala Estrugo, que además de ser parte del coro como sobreprima encarna un personaje protagónico en el espectáculo durante el cuplé del lavado de dinero.

De repente alguien pregunta:

—¿Se sabe algo?

—Nano todavía no mandó nada.

Y después:

—Nano está grabando un audio.

—¿Y?

—Dice que le metamos onda.

—Quiero papas fritas.

Y después:

—Mandaron el pronóstico del tiempo con soles dibujados arriba —mostraron dos personas a la vez, entre risas.

Y después:

—Nano dice que la IM está esperando el informe meteorológico.

El mensaje llega alrededor de las 14.00 y el ambiente queda en pausa, esperando, aunque la ronda de maquillaje nunca se detiene.

Hernán de Pazos, que integra la cuerda de segundos, cuenta que se pidió el día en el trabajo para ir temprano a aprontarse y que con otra suspensión “se me complica”.

Llueve.

Llega Camila Suárez, vestuarista y prima, con la ropa empapada. Deja la mochila, se cambia el buzo, se sacude el agua del pelo y se sienta con una computadora en la falda.

—¿Qué hacés? —le preguntan.

—Tengo que trabajar, tengo vida además de la murga —contesta con sorna.

Cuando llega la directora, Rosina Repetto, el tema de conversación es —por supuesto— la inminente suspensión. Entre chiste y chiste aparece la certeza de que no van a subir esta noche al Teatro de Verano.

—Basta de tirar mala onda, che —dice ella mientras le pasan la base de color por la cara.

Así continúa la tarde, entre risas y chequeos de celulares a ver si hay novedades. Mientras tanto, llueve. El pronóstico dice que el tiempo va a seguir así todo el día y toda la noche, y “se sabe desde hace una semana”, comentan, sin saber por qué todavía no hay una resolución.

Hernán se para en el borde del espacio techado, abre los brazos, mira hacia arriba y pide, un poco en broma —seguramente un poco en serio— que Pinocho Sosa ilumine la jornada y abra el cielo. Es que esta noche también suben los Zíngaros. Al rato prueba reproduciendo en el celular la música que suena cuando Álvaro Recoba presenta a los conjuntos en el Teatro de Verano. Por si funciona.

Micaela saluda con efusividad a todas las personas que llegan, con un juego en la voz que siempre es correspondido con risas y respuestas, uno de esos códigos colectivos que surgen en los grupos que comparten muchas horas, una muestra de complicidad.

Entre la lluvia y el maquillaje, charlan. De alguna manera surge el tema de la violencia de género en carnaval, que esta murga trata arriba del escenario de manera directa, profunda y contundente, y se le cuela en las conversaciones cotidianas.

El cuplé de Varones Carnaval de Mi Vieja Mula es, para la gente del ambiente y quienes comentan sobre la fiesta popular en distintos medios y redes sociales, el que más y mejor aborda el tema. Lo miran de frente, miran hacia adentro y señalan a la sociedad, a los políticos, al periodismo.

Sebastián Mederos, letrista del conjunto, cuenta que fue un trabajo colectivo, que lo pensaron, lo modificaron y lo escribieron en grupo. La parte en la que él y Rosina Repetto hacen un pequeño recitado tiene dos partes. Por un lado busca que los varones se hagan cargo, él asume machismos y micromachismos en los que incurrió. Luego, ella les habla a las otras generaciones, a quienes no son parte ahora del ambiente del carnaval o son mayores y no fueron escrachados en las placas; hombres de izquierda y de derecha que no fueron nombrados, pero no por eso son inocentes.

Mi Vieja Mula es una murga especial en este Concurso Oficial de Carnaval porque es la que integran más mujeres sobre el escenario —son siete— y participan en el coro, en la batería, como cupleteras y en la dirección escénica. También porque salen de Canelones y no de Montevideo, con todo lo que conlleva participar en la capital. Y además, porque cantan casi todo el espectáculo como si fuesen turistas extranjeros angloparlantes del primer mundo que llegan al país: “Hola, Uruguay, ciudad extraordinario, me encanta la chivito y el estadio Centenario”.

Son las 15.00, el cielo parece estar abriendo y no hay novedades de Nano. Persiste la incertidumbre mientras una maquilladora le pasa cascola en barra por las cejas a un componente. El ambiente está muy relajado, tal vez por la certeza de que la etapa se va a suspender, de que no van a tener que subir hoy al Teatro de Verano. Igual alguien canta un pedacito del espectáculo por lo bajo.

Empieza a picar el hambre en el City Park, club del que la Mula sale desde 2020. Eso significa que hay que pedirle al Ruso y a Verónica, que se encargan de la cantina, que hagan unas papas fritas. Rosina, su hija pequeña, corre entre el mostrador y el lugar en el que está la murga riéndose mientras salta por los charcos.

A las 15.31, mientras Micaela, una de las componentes del coro, filma videos para el Instagram de la murga, llega un mensaje de Nano: “Suspendido”.

—¡Suspendido, gurises!

—Se suspendió.

Algunas personas lo dicen con alivio, otras con congoja y otras con el tono de quien comunica algo que ya sabía que iba a pasar.

—Seba, ¿le avisás al iluminador? —pide Rosina.

Comienzan las gestiones de la suspensión: contactar a gente del equipo técnico, informar en las redes de la murga, contestarle a los familiares que desde hace rato preguntan qué va a pasar.

Se arrancan pestañas postizas plateadas, aparecen las toallitas húmedas, se desarman trenzas que aún no tenían gel. La murga deshace lo que empezó hace horas. Sabe que lo va a tener que volver a hacer el domingo 27, aunque el pronóstico anuncie lluvia.

Son las 16.00, cuatro horas y media antes de la —frustrada— subida de Mi Vieja Mula al Teatro de Verano. Hay gente que se va; la que se queda se sienta a conversar, hace chistes sobre la cantidad de reprogramaciones, planifica los tablados del fin de semana. Y entonces, finalmente, aparecen las papas fritas.

El domingo Mi Vieja Mula finalmente subió al Teatro de Verano. El espectáculo tuvo varias mechas divertidas y eficaces que al público, ya acostumbrado a la manera de cantar de los turistas, le dieron “muy emociones”. A la Mula le dicen que lo que hace “no es murga”, pero la respuesta al espectáculo en los escenarios parece decir que hay espacio para estilos nuevos en la categoría.