Se fue del país porque “la estaba pasando mal” y un amigo lo invitó a probar suerte en España. Actualmente instalado en La Coruña, una de las grandes figuras de la categoría de murgas en los últimos 30 años retorna al carnaval uruguayo después de un lustro inactivo.
Su última vez fue en 2019, con La Margarita. Después vino el viaje, la pandemia, la nueva vida. Claudio Rojo llegó a fines de noviembre para sumarse a La Nueva Milonga, un título que lo identifica por su yeito y tradición.
El conjunto sale del Cyssa Maroñas, lugar que fue reabierto especialmente para que la murga lo adopte como su búnker. Durante su estadía en Montevideo, Rojo vivirá en la sede del club. En su vieja cancha de básquetbol, hoy convertida en un predio de cascoteado cemento y precarias tribunas, la diaria habló con el popular Negro Claudio, quizás o sin quizás, el último cupletero de la vieja escuela.
¿Por qué decidiste irte a vivir a España en este último tiempo?
Sencillo. A mi edad acá en Uruguay no tengo posibilidades, y no iba a estar aguantando impertinencias de nadie. Allá tuve algunos problemas por no tener la documentación. Ahora sí lo pude solucionar, pero termina el carnaval y me voy de vuelta. Estoy bien, trabajando como lo hacía acá, pero con la chance de alquilar una casa, de tener un coche.
¿Cómo se dio tu regreso al carnaval? ¿Quién te contactó primero?
Para volver hablé directamente con el Rafa Antognazza (director escénico y arreglador de La Nueva Milonga), que me preguntó si tenía ganas de venir. Le avisé enseguida de que salieron los papeles y se hicieron todos los trámites para poder traerme. Estoy realmente contento, disfrutando el carnaval como hace tiempo no se me daba.
Por lo que se ve en uno de los cuplés, la murga quiere hacerte caer en la tentación de hacer un remate de tono fuerte, ¿por dónde va ese juego?
La murga no quiere entender que soy el nuevo Claudio Rojo. El coro hace que se enoja porque no logra hacerme rematar con alguna grosería, y ahí la vamos llevando. Con el público se da una conexión tremenda.
La figura del cupletero clásico ha ido desapareciendo en la categoría, se trabaja de otra manera. ¿Cómo ves ese cambio?
Lo que yo veo es que no es murga murga. Y no quiere decir que lo que yo estoy haciendo sea lo correcto, pero creo que el nivel ese se perdió. Para mí el camino de la murga es cantar, hacer reír cantando, y con un cuplé que salga una persona a hacerlo. Hoy es todo colectivo. Incluso hablan mucho y después salen las críticas de que estuvieron sin cantar cinco, diez minutos.
¿Cómo te llevás con los límites del humor, la corrección política y los contenidos de la actualidad?
Me estoy manejando bien porque no estoy diciendo ninguna grosería. Igual que toda la vida. Igual, no entiendo mucho, la verdad. No sé por qué ahora empezaron a saltar con determinadas cosas. Una mujer se puede disfrazar de hombre y hacer cualquier cosa, y un hombre si se viste de mujer ya lo critican, siendo que toda la vida fue así. Un hombre personificaba a una mujer, la gente se reía, no hubo nunca un problema. Pero ahora los tiempos han cambiado.
Justo en 2023 se cumplieron 30 años de un cuplé que marcó, y que fue de los más reideros de la historia, el padre Propóleo y el monaguillo, que interpretaban con Pablo Barrios. ¿Cómo era la mecánica ahí?
Era humor con doble intención, sin decir ninguna mala palabra. Y a la gente le encantaba. Por eso ganamos. Si lo hiciéramos hoy en día no funcionaría, por el respeto a la diversidad y demás.
Rojo recuerda que justo aquel carnaval de 1993, en el que obtuvo el primer premio con Los Arlequines, salieron del Cyssa Maroñas. Lo mismo en 1985, cuando con Jardineros de Harlem hizo su debut en el carnaval montevideano. Toda esa época de interminables noches de tablados en la Unión, la hinchada de Saltimbanquis, el tablado del Gigante de la Curva, el Molino del Galgo, el Rápido Sport generan en el artista una añoranza que es evidente.
¿Te gusta el carnaval de hoy?
Me gusta el carnaval, pero no me gusta tanto como antes. Es un trabajo.
Pero si un día no tenés tablados, ¿no vas a ver a otros conjuntos, lo seguís por la televisión?
No, para nada. No me llama. Me interesa lo mío. Si salgo décimo, bueno, y si gano, mejor. Nada más. Hoy, además, toda la gente se va enseguida del club. Antes nos quedábamos a tomar un vino, a conversar. Prender un fuego a la una de la mañana igual.
¿Qué pasó? ¿Qué cambió?
Ahora salimos con un tablado y terminamos cansados. Hay un cambio total en la forma de vida y también en el carnaval. El carnaval se dio vuelta. Antes salías con una bolsa de arpillera y la cara pintada con carbón. Hoy un componente, si no tiene brillantina, no sale a la calle. El desfile es un lujo total. Para mí tendríamos que llevarlo a los tiempos de antes, hay que empobrecerlo, entre comillas, un poco al carnaval. Pero, a su vez, enriquecerlo en las cosas que hacemos arriba del escenario.
Hace poco falleció Enrique Espert, ¿qué recuerdo tenés de él?
Cachete fue un fenómeno. Espero que en Daecpu sigan su ejemplo, si no se va todo al bombo, así nomás te lo digo. De tantas historias, de la que más me acuerdo fue un viaje a Salto, inauguraron una plaza con el nombre de Saltimbanquis. Eso para mí fue un honor y un gran orgullo. Y estaba presente Cachete.
Actualmente se da que una figura que surge en el carnaval y le va muy bien trasciende el ambiente y se instala en los medios. ¿Pensás que si eso pasaba en tu mejor momento hoy podrías estar trabajando en lugares así?
Yo estuve un tiempo con Omar Gutiérrez y después también en VTV (en Rumbo a la cancha). Pero sí, creo que hubiese sido un famoso más. Pero no está todo perdido, porque puede salir una oportunidad dentro de poco. Si sale algo de eso, regresaré a Uruguay.
Por último, ¿cómo pensás que La Nueva Milonga, por su estilo tradicional, convive con las distintas formas de hacer murga que existen hoy?
La murga compite nomás. Vamos a eso y estamos concursando con gente que tiene otra cabeza. Pero en realidad estamos haciendo el mismo tipo de murga que están haciendo otros, pero al estilo viejo.