En un mundo donde todo tiene su precio, no sorprende que la Academia Sueca haya decidido ayer entregar el premio Nobel de Ciencias Económicas a dos economistas que, según consta en los comunicados de prensa, “han diseñado métodos para abordar las preguntas más básicas y apremiantes de nuestro tiempo sobre cómo creamos un crecimiento económico sustentable y sostenible al largo plazo”. El premio fue compartido en partes iguales –lo que implica casi medio millón de dólares para cada uno– entre William Nordhaus, de la Universidad de Yale, por “integrar el cambio climático al análisis macroeconómico de largo plazo”, y Paul Romer, de la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York, por “integrar las innovaciones tecnológicas” al mismo tipo de análisis.

Para fundamentar el premio, la academia nórdica explica que “en su corazón, la economía lidia con la administración de recursos finitos” así como que “la naturaleza dicta las restricciones más importantes para el crecimiento económico y nuestro conocimiento determina qué tan bien lidiamos con esas restricciones”. Por ello el premio fue para Romer y Nordhaus, ya que ambos “ampliaron significativamente la mira del análisis económico mediante la construcción de modelos que explican cómo la economía de mercado interactúa con la naturaleza y el conocimiento”, al tiempo que “han traído el conocimiento y la naturaleza al reino del análisis económico y los han llevado a ser parte integral de este”.

Las ideas valen

Paul Romer, nacido en 1955 en Estados Unidos, se dedicó a estudiar cómo el conocimiento puede funcionar como un impulsor para el crecimiento económico y a relacionar ese crecimiento con el bienestar de la población. Si bien para el marco conceptual previo a los trabajos de Romer “la innovación tecnológica era el principal impulsor del crecimiento económico”, ningún investigador había modelado “cómo las decisiones económicas y las condiciones del mercado determinaban la creación de nuevas tecnologías. Romer resolvió este problema demostrando cómo las fuerzas económicas gobiernan la disposición de las firmas a producir nuevas ideas e innovaciones”.

El profesor Paul Romer, de la Universidad de Nueva York.

El profesor Paul Romer, de la Universidad de Nueva York.

Foto: Spencer Platt

Como sucede con la mayoría de los premiados, el trabajo por el que se reconoce a Romer tiene más de dos décadas: “La solución de Romer se publicó en 1990 y sentó las bases para lo que hoy se llama ‘teoría del crecimiento endógeno’”, afirma el comunicado, que además sostiene que su teoría “es tanto conceptual como práctica, dado que explica cómo las ideas son diferentes a otros bienes y requieren condiciones específicas para sobrevivir en el mercado”. En el esquema de Romer, las ideas o innovaciones son bienes “no rivales”, es decir que el hecho de que una persona las use no excluye a que otras lo hagan. Sin embargo, pese a esta propiedad, pueden ser “excluyentables” o, en un mejor español, tener “capacidad de exclusión”, por lo que pese a que pueden ser aplicadas por dos firmas distintas, es probable que una excluya a la otra mediante “regulaciones, patentes o por protección técnica como la encriptación”. La investigación básica muchas veces no cae en esa categoría y, por tanto, es producida en las universidades. Sin embargo, cuando entra en juego esa capacidad de exclusión, la innovación tiende a aglomerarse en aquellas empresas con gran poder de mercado. Para la academia, “la teoría de Romer ha generado una gran cantidad de investigación, tanto sobre las regulaciones como sobre las políticas que propician las nuevas ideas y la prosperidad a largo plazo”. Tras enterarse de que había obtenido el premio, Romer dijo que “la tecnología no es como el clima, no es algo que simplemente nos pasa. Es una herramienta que está bajo nuestro control y que podemos usar para hacer bien en el mundo”. Detractores de la dinamita, por favor abstenerse del chiste cínico.

El calentamiento global como error del mercado

William Nordhaus, nacido también en Estados Unidos pero en 1941, comenzó a preocuparse en la década del 70 por el calentamiento global y ya entrados los años 90 fue, según la Academia Sueca, “la primera persona en crear un modelo integrado de evaluación (IAMs)”. El primero de esos modelos se conoce como DICE (Dynamic Integrated Climate Economy) y para los premiadores, los modelos de Nordhaus establecen “la relación global entre la economía y el clima” integrando “teorías y resultados empíricos de la física, la química y la economía”.

Según el comunicado oficial de los Premios Nobel, los aportes de Nordhaus “ahora están ampliamente extendidos y se usan para simular cómo la economía y el clima se correlacionan”, aplicándose, por ejemplo, para “examinar las consecuencias de las políticas de intervenciones climáticas”, y ponen como ejemplo concreto el caso de los bonos de carbón. Las ideas de Nordhaus al respecto de estos temas fueron resumidas con brillantez en una publicación del instituto Stern de 2007: “El cambio climático es el resultado del fracaso de los mercados más grande que el mundo haya visto”. Para el académico, las políticas de cambio climático están “ a millas, millas, millas detrás de la ciencia y de lo que precisa hacerse”.