Pocas horas antes de finalizar su segundo período como decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, el virólogo Juan Cristina se hizo un tiempo para conversar con la diaria sobre sus logros, desafíos y la enseñanza de la ciencia. La tarea no es sencilla: sus ocho años al frente de la casa de estudios fueron cualquier cosa menos tranquilos. El libro Memorias de logros compartidos. El Decanato de la Facultad de Ciencias 2010-2018 intenta resumir ese frenesí de acciones, conquistas y proyectos que quedaron por el camino en poco más de 100 páginas. Fue durante su mandato que comenzó a realizarse la feria Latitud Ciencias, que muestra a la sociedad qué se hace en ese centro universitario, pero también la feria de empleo y movilidad académica 100pleate, que busca generar oportunidades laborales para los futuros científicos y científicas. A nivel académico se reformaron los planes de estudio de diez licenciaturas, se crearon las unidades de Física Médica y de Ciencias de la Atmósfera, se implementó la Escuela de Verano de Iniciación a la Investigación Antártica y, dato no menor, se registró un aumento significativo de publicaciones en revistas científicas arbitradas de científicos de esa facultad. Se puso en marcha el Laboratorio Móvil que recorre escuelas de todo el país (junto con la Facultad de Química y la empresa Bayer), se asesoró al gobierno nacional y a las intendencias en temas como la aparición del dengue y la pérdida de calidad de los cursos de agua, y se hicieron cabo gestiones, que no arribaron a buen puerto, para concretar un museo científico de primer nivel y adquirir un buque oceanográfico, entre otros proyectos que aún no se han concretado pero no pueden darse por descartados.

Una de tus preocupaciones fue la comunicación, que la gente sepa qué se hace en la Facultad de Ciencias. En ese sentido se destacan actividades como Latitud Ciencias. ¿Considerabas una necesidad que la facultad de abriera?

No sólo la facultad, sino toda la Universidad debe hacerlo. Como dice el nombre, es de la República, por lo que tiene que estar al servicio de la sociedad y de los poderes democráticos. Sobre eso hay innumerables anécdotas; por ejemplo, cuando entró el dengue por primera vez al país en más de 100 años, nuestra contribución fue poner los dos laboratorios de virología a trabajar en el tema en calidad de urgente, lo que nos permitió darle al Ministerio de Salud Pública información muy útil sobre qué virus eran, de dónde venían, de qué tipo. Después del invierno, ya sin mosquitos, la facultad siguió trabajando, y en la primavera siguiente presentamos en el Congreso Nacional de Intendentes un modelo en el que el país se dividía en 177.000 pixeles y que predecía, para cada uno de esos cuadrantes, la probabilidad de que el Aedes aegypti emergiera en el lugar. Los intendentes aplaudieron de pie; y cosas como esas son las que hacen que la gente vea a los científicos de otra manera. El asunto es que si la gente no se apropia de la ciencia, si no percibe que los científicos hacen cosas importantes para la sociedad, ¿qué apoyo voy a tener al pedir presupuesto al Parlamento? Creo que en ese sentido fuimos una facultad abierta a los temas nacionales.

Es frecuente oír decir a integrantes del sistema político que la inversión en ciencia debe hacerse en las áreas que el país precisa, o en ciencia aplicada como algo enfrentado a la ciencia básica. ¿No hay que hacer un mayor trabajo de comunicación también con ellos para que entiendan cómo funciona la ciencia y que sin ciencia básica no hay desarrollo?

El diálogo con el sistema político siempre ha sido muy bueno. He ido al Parlamento y todos los legisladores, sin importar el partido, están convencidos de que hay que invertir en ciencia... Sin embargo, después las cosas no ocurren. Es cierto que tenemos un país con recursos limitados, pero es difícil explicarles que no es que los países que tienen plata invierten lo que les sobra en ciencia. Es absurdo pensar que Israel, que debe de estar invirtiendo cerca de 4% del Producto Interno Bruto en I+D, no tiene otros gastos. Creo que no logramos convencer a la clase política en su conjunto de algunas cosas. Por ejemplo, cuando yo estaba trabajando en el Instituto Nacional de Salud en Estados Unidos, la mayor concentración de empresas de biotecnología estaba a nuestro alrededor. ¿Por qué estar en Maryland, al lado de Washington DC, uno de los lugares más caros de Estados Unidos, en lugar de estar en la mitad de Montana, que es mucho más barato? Porque esas empresas se alimentaban del desarrollo científico, que es desde donde luego sale la innovación.

La ciencia como motor de la innovación.

Por supuesto que estamos todo lo a favor que se pueda estar de la innovación, pero si no se apuesta a esta generación de científicos jóvenes que hemos formado en los últimos ocho años, la innovación no va a caer del cielo. La innovación viene de los que están haciendo algo en el laboratorio. Siempre doy un ejemplo: si te digo que en un laboratorio estamos estudiando el efecto fotoeléctrico que se produce cuando un metal recibe una radiación incidente, alguien podrá pensar que otra vez lo científicos hacen lo que quieren, que nos dedicamos a investigar lo que nos gusta... Pero esa investigación es la que terminó permitiendo que hoy los celulares tengan cámara fotográfica. ¡Vayan a preguntarles a los de Kodak si esa investigación sobre el efecto fotoeléctrico era tan caprichosa y no llevaba a la innovación! Por otro lado, hay otra faceta, que es la importancia que tiene la ciencia en la formación de los ciudadanos del siglo XXI. Hay gente que puede pensar que la ciencia es muy difícil; sin embargo, en la feria Latitud Ciencias casi siempre ocurre que el puesto que está más lleno es el de matemática, y le sigue el del Instituto de Física. ¿No son esas la disciplinas que dan más miedo? El tema es cómo enseñamos y acercamos la ciencia a la gente.

En la memoria dejás clara tu preocupación sobre cómo llegan los alumnos a la Facultad de Ciencias. No sólo has sido decano, sino que además dictás cursos de biología para alumnos de primer año, recibís a liceales en tu despacho y les das charlas. ¿Cómo ves a los alumnos que llegan a Ciencias?

Es cierto que la preparación en las materias básicas no es todo lo buena que debería ser. Pero eso no quiere decir, como se dice con frivolidad, que los jóvenes de ahora son desinteresados. He recibido muchísima gente en los últimos años. Las charlas empezaron siendo sobre por qué estudiar las carreras de la Facultad de Ciencias y se convirtieron en la oportunidad de hablar con un señor mayor sobre por qué seguir estudiando lo que fuera. ¿Por qué cuatro chicas de pelo verde, con decenas de piercings, se van a tomar un ómnibus hasta Malvín Norte para hablar con un señor de pelo blanco, saco y corbata? Capaz que porque los jóvenes se sienten solos y no están acompañados en el proceso de iniciar estudios universitarios. En nuestra época los preparatorios preparaban –precisamente– para el ingreso a la Universidad, hoy los gurises viven en un mundo distinto. Yo no tengo Facebook, pero no puedo desconocer la influencia que tiene en mis estudiantes.

De hecho, durante tu gestión la Facultad de Ciencias estrenó sus cuentas de Facebook y de Twitter.

Nuestros jóvenes reciben un montón de información impresionante, están hiperconectados, pero siguen operando las mismas cuestiones antropológicas. Cuando sos docente, además de la asignatura, proyectás otras cosas, como el deber ser, la ética, cómo se hacen las cosas. Esas cuestiones antropológicas no las podés hacer por las redes sociales. Es mentira que nuestros jóvenes no tienen intereses: tienen intereses que son distintos de los de mi generación. No digo que sea bueno o malo ni mejor, pero la mía fue una generación muy idealista y muy militante. De todos mis compañeros no conozco uno que no haya militado en un partido político. Es como dice el proverbio árabe: uno se parece más a su tiempo que a su propio padre. ¿Que no militen en partidos políticos quiere decir que todo les da lo mismo? Considero un terrible error presentar a los estudiantes como gente que no tiene planes ni intereses. Eso implicaría pretender que tengan los mismos intereses que teníamos nosotros pero ante un mundo que es completamente distinto.

Ustedes tuvieron la valentía de reconocer que el problema no era tanto de los alumnos sino de qué es lo que se les pide, y trataron de adecuar el primer año de la carrera. ¿Cómo les fue?

Hicimos lo posible. No puedo decir todavía que lo hayamos logrado. Creo que se frivoliza cuando se dice que a los jóvenes de hoy les va mal. Vos no podés valorar la educación simplemente por las pruebas PISA. Nadie dice que no haya que hacer esas pruebas, y obvio que es mejor que te vaya bien, pero el asunto es más complejo que decir que sólo las pruebas PISA te indican que todo es horrible o maravilloso. Las pruebas PISA son una foto de una parte de la cosa, que tiene que estar bien, pero si nos creemos que los temas de la educación pasan sólo por ahí, vamos mal. En mi clase del primer semestre todo el mundo estudia, no falta nadie. Creo que para estas generaciones es fundamental que los grados 5 estemos al principio de la carrera, porque eso genera algo valioso antropológicamente. ¿Cuáles son los modelos de los jóvenes en nuestra sociedad?

El tema de la deserción también es importante.

Ya tenemos un problema muy grande si vemos que del grupo que tiene que terminar la enseñanza secundaria este año, 60% no lo va a lograr. Para transmitir ese problema a la clase política hay que hacer la siguiente pregunta: más allá de los defectos que tenemos como Universidad, ¿los muchachos que no están en mi clase, dónde están? ¿Es preferible que estén en una plaza? Ya hay un 60% del universo que no vemos. Encima, de ese 40% que pasa a la Universidad, en el primer año perdés al 35% de la generación. Eso requiere un enorme esfuerzo nacional, por encima de los partidos políticos, si queremos afrontar uno de los grandes problemas del siglo XXI.

¿Cuál te parece que fue el gran debe durante tus años como decano?

Mi primer debe es no haber podido lograr que un mayor porcentaje de estudiantes que trabajan puedan hacer su carrera. Intentamos todo –nuevos turnos, por ejemplo–, pero no lo logramos. No es lo mismo que cuando vos querés estudiar Derecho, que podés hacer un turno nocturno que termine a medianoche. En donde está nuestra Facultad, además del tema de la seguridad, la frecuencia de ómnibus no te lo permite. Tenemos que avanzar mucho, tal vez una solución sea tener más cosas en la plataforma EVA y menos actividades presenciales. El otro debe es que si bien tuve un buen diálogo con toda la clase política, con el gobierno, los ministerios y los presidentes [Tabaré] Vázquez y [José] Mujica, habiendo formado a toda una generación joven de investigadores de primer nivel, no logré que el Estado uruguayo contratara muchos más científicos. Estoy seguro de que si vas hoy al Banco Central alemán te encontrás con que tienen matemáticos haciendo cálculos de riesgo.

Eso lo tenés claro porque otra de las cosas que hiciste fue el primer censo de egresados de la Facultad de Ciencias.

Tenemos cerca de 12% de los egresados insertados en las empresas públicas. No creo que sea bueno para un país que todos los científicos estén en el mismo lado, y hoy 80% del conocimiento que se genera en el país se produce en la Universidad de la República.

En estos dos períodos se hicieron muchas cosas dignas de destaque. ¿Cuál te parece que fue tu gran logro?

Todo lo que esté referido a los estudiantes es lo que a uno más le queda, porque por algo se tiene la vocación de docente. El avance en la publicación de la investigación realizada en la facultad es un buen indicador, pero si eso lo atás con la gran evolución de los docentes jóvenes, que ahora están en un nivel superior, quiere decir que hemos logrado que la gente joven de la facultad vaya hacia arriba. Creo que también logré formar un buen equipo con los funcionarios, lo que no es menor, y eso, junto a lo hecho con los estudiantes y los docentes, tiene mucho que ver con el ambiente de trabajo.

En la presentación del libro con las memorias del decanato la bióloga Ana Silva, dijo que trabajaste mucho en el sentido de pertenencia de quienes trabajan y estudian en Ciencias.

Para mí, lograr un sentido de pertenencia es fundamental y crea otros climas de trabajo. Los estudiantes aprecian mucho tener alguien que los acompañe.

¿Qué sigue ahora? ¿Volvés a la docencia y al laboratorio de virología, o después de haber sido decano tenés alguna otra inquietud de gestión dentro del sistema científico?

No hay ningún a priori. Vuelvo a la docencia que nunca abandoné y vuelvo al laboratorio a investigar. Como soy miembro de la Academia Nacional de Ciencias, también voy a estar involucrado en lugares que tienen que ver con aconsejar en temas de ciencia y política científica. De esto uno nunca se retira, porque la vocación docente es algo que no caduca. No tengo a prioris, pero tampoco tengo pretensiones de ningún tipo.

¿Más allá del tema presupuestal, qué desafíos le esperan a la decana Mónica Marín?

Mónica es una excelente científica y una gran amiga de muchos años. Es la primera mujer decana de la Facultad de Ciencias, y creo que eso es algo que si bien puede llamar la atención, es lo más natural. Si mirás la matrícula, en una gran cantidad de áreas de la ciencia hay muchas mujeres. Creo que quedaron algunos temas que pueden ser muy útiles para las futuras políticas del Consejo, como la evaluación institucional, que es una gran herramienta para ver cómo van las carreras o si los programas son los adecuados. Creo que uno de sus desafíos va a ser el de los estudiantes de primer año: cómo adaptamos la enseñanza a las nuevas generaciones. No sólo les deseo lo mejor a los que asumen, sino que estaré allí para apoyar en lo que entiendan conveniente.