Lo racional en la ciencia cumple un papel preponderante. Para llevar adelante investigaciones y publicar los resultados en artículos de revistas internacionales arbitradas, las personas que hacen ciencia pretenden ser lo más objetivas posibles y tratan de ser todo lo fieles que pueden a los hechos y los datos obtenidos. Pero no hay que confundirse: estos estándares de publicación o el método científico y su pretensión de objetividad y replicabilidad nada tienen que ver con la anulación de los sentimientos y subjetividades de los investigadores. Las razones que llevan a las personas a hacer ciencia son tan emocionales como cualquier otra. Por eso, cuando Julio Fernández, en su discurso tras recibir el doctorado honoris causa en el Paraninfo de la Universidad de la República el viernes, dijo que “lo importante no es lo que estudiemos, sino nuestro compromiso con la sociedad”, en referencia a lo que hizo para que un asteroide –Anadiego– lleve el nombre de una estudiante de astronomía argentina desaparecida, lo que motivó el agradecimiento de la ex presidenta Cristina Fernández al asumir su segundo mandato, a varios de los presentes se nos empañaron los ojos.
La ceremonia de entrega de la distinción al astrónomo Julio Fernández fue profundamente emotiva. Claro que lo racional estuvo presente, y tanto sus colegas Gonzalo Tancredi y Tabaré Gallardo como el rector Roberto Markarian hablaron de los logros de este científico excepcional de la Facultad de Ciencias: el trabajo en el que en 1980 predijo la existencia de un cinturón de cometas más allá de Neptuno, otro publicado el mismo año que demuestra que los cometas de la Nube de Oort deben provenir de la región comprendida entre Urano y Neptuno, y el que junto con Wing Ip publicó en 1983, en el que describe la migración de órbitas que sufren los planetas en sus primeras etapas de formación y que explica la arquitectura observada en los sistemas planetarios. Sus aportes al estudio y comprensión de los cometas y asteroides no sólo le valieron el reconocimiento de sus pares locales, sino que motivaron que en 2016 la Academia Nacional de Ciencias lo aceptara como miembro y que en 2018 la División de Ciencias Planetarias de la Sociedad Astronómica Americana le otorgara el premio Gerard P Kuiper por sus “contribuciones destacadas en el campo de las ciencias planetarias”.
Sin embargo, en el Paraninfo los puntos altos fueron otros: el corazón –al menos de este cronista– se estrujó cuando Gallardo mostró el centro de cartón de un rollo de papel higiénico en el que Fernández había escrito el desarrollo de un tránsito planetario mientras estaba preso en el Fusna por ser consejero estudiantil de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) en 1973, y cuando el propio Fernández contó que de alguna manera su inclinación por la astronomía surgió tras leer una novela de ciencia ficción de Arthur C Clarke –Islas en el cielo– y de haber juntado, en 1958, un álbum de figuritas sobre la carrera espacial, o cómo un libro que compró en la librería de usados Ruben sobre los vuelos espaciales le mostró que necesitaba saber más de física y de matemática.
Julio Fernández, que hoy tiene 72 años, planea seguir extrayéndole información al Universo, ya que, como dijo a los presentes, “la pasión por ciertas cosas no caduca por lo que dice la cédula de identidad”. Para Fernández, hacer ciencia es una forma de ser útil para los demás y, por lo tanto, “de darle a la vida un propósito”. Los aplausos llenaron el Paraninfo y, seguro, el estruendo no pasó desapercibido para el Cosmos.