Henry Engler nació en Paysandú en noviembre de 1946. Participó en el Movimiento de Liberación Nacional, por lo que fue encarcelado durante 13 años por la dictadura militar. Al salir del encierro se mudó a Suecia, donde retomó sus estudios de Medicina, que habían quedado truncos en su juventud. Se especializó en neurociencias, y llegó a ser un destacado investigador a nivel mundial. Durante la presidencia de José Mujica, retornó a Uruguay para dirigir el Centro Uruguayo de Imagenología Molecular. Hoy Engler abandona la dirección de la institución, que pasará a estar encabezada por Omar Alonso.
Tanto en la película El círculo como en el libro, usted refiere al concepto de intuición como método para llegar al conocimiento. ¿Cómo aplica eso en el CUDIM?
Tenemos un esquema, un rompecabezas, de las enfermedades. Parece muy complicado, porque tratamos con uno de millones de piezas. La capacidad de resolver un rompecabezas es relativa, por lo que usamos la lógica para tener su contorno, pero pienso que el cerebro funciona rastreando todos esos pedacitos de manera intuitiva en algunos casos.
Podríamos entenderlo como un proceso inconsciente para llegar a determinado lugar, una manera de pensar de la que incluso nosotros no somos conscientes.
Exacto. En investigación muchos buscan en los lugares donde hay luz, pero las cosas muchas veces se encuentran en la oscuridad. Con luz es muy fácil buscar. Einstein, por ejemplo, decía que leía todo el material sobre un determinado tema y luego se ponía a tocar el violín. Dejaba la cabeza reposando, trabajando de manera inconsciente. Él no hacía el esfuerzo por comprender. El cerebro tiene una potencialidad inimaginable, nosotros sólo usamos una parte minúscula.
Pensando en la educación científica en Uruguay y en el mundo en general, ¿cuál es la importancia de tener herramientas del tipo científicas a la hora de tomar decisiones?
En Uruguay hay una tradición de darle mucha importancia a lo que yo llamo “el folclore”. Noto que hay un problema de formación científica enorme en Uruguay. El acostumbrarse a actuar con evidencia es como una meta a la que es difícil acceder.
¿Qué piensa de la ética en relación con la ciencia?
Es peligroso que la ciencia centralice una ética propia. La ciencia no es una entidad inteligente, no debe tener una ética independiente. Las invenciones no estipulan un uso, uno las puede usar para el bien o para el mal. Las guerras, por ejemplo, y las armas que se utilizan en ellas son instrumentos desarrollados por la ciencia, así como las bombas, los aviones, los drones. ¿Cuál es el fin de eso? La ciencia de por sí no tiene moral, brinda sus secretos a cualquiera. El problema somos nosotros, que tenemos que analizar cómo usar nuestras invenciones. Yo le pregunté a los jóvenes que trabajan acá cuáles son las características de un investigador notable. Me decían que eran, por ejemplo, la perseverancia, la capacidad de raciocinio, la de resumir, la de poder sacar conclusiones; en fin, todos aspectos destacables. Después les mostré una imagen en la que aparecen dos nazis que tienen a una persona semicongelada, aún consciente, sumergida en una bañera. Son dos profesores investigando una solución para que sus soldados no se murieran de frío en su marcha hacia la URSS. Ellos tenían una ética propia: bajo su lógica, estaban tratando de salvar a sus soldados de una muerte por hipotermia en su camino hacia Stalingrado, pero ¿dónde quedó la empatía y el pensar en el otro? Sin empatía la lista de cualidades de un gran investigador se cae al piso; ese “ponerse en el lugar del otro” es muy necesario.
Jorge Luis Borges decía que la crueldad es una falta de imaginación.
Sí, es no poder proyectarse en el otro y pensar lo que le está pasando. No pensar que eso me podría estar pasando a mí. Yo les digo a los médicos de acá que si llega un niño a la consulta, piensen que puede ser su nieto o su hijo, o un hermano o un padre; si lo mirás de esa manera no necesitás demasiado más para hacer tu trabajo. Cada vez que entra alguien debés practicar eso; de esa manera vas a ver qué fácil es empatizar.
Usted dice que el fin último de la materia es la creación del cerebro humano, que toda la evolución apunta a eso.
La idea que yo tengo es que fin y principio son ideas que nos han inculcado desde pequeños. Antes se pensaba que la Tierra era chata, pero pensar que es redonda es muy contraintuitivo, se pierde el concepto de arriba o abajo, es difícil de concebir. Es una abstracción, es algo que está por encima de la lógica. A mi entender el asunto del principio o el fin es un engaño. Pienso que en toda la creación del universo hay una inteligencia detrás, la casualidad no es tal para mí. La vida no termina con la muerte, sino que es una etapa. Nuestro cuerpo físico es un preestadio de los cuerpos que vamos a adquirir; esto pensando en algo de corte más religioso, en una inteligencia superior que existió desde siempre.
Si el universo es tan vasto, y usted manifiesta que el desarrollo de la materia apunta a la creación del cerebro, ¿podría haber en otros lugares del universo inteligencias similares a la nuestra?
Pienso que sí. Es muy difícil pensar que en la inmensidad del universo sin principio ni fin estemos solos. Estamos ubicados a suficiente distancia como para no interferir entre nosotros.
A usted le iban a dar un premio en Estados Unidos y decidió no ir porque había visto unas fotos de personas torturadas por el Ejército de ese país.
Es cierto. Nos iban a dar un premio porque un artículo que escribimos con un colega había sido elegido como el más destacado en neuroimagenología. Se evaluaba todo lo publicado en el mundo en un período de dos años. Era un premio que tenía una parte honorífica y una parte monetaria; a la parte monetaria la dividimos en dos grupos. La mitad fue para mi colega y la otra para mí, la cual doné para el centro en el que trabajaba. Los dos la usamos en nuestros respectivos centros. Estaba preparado para ir allí, pero cuando pasó lo de las fotos llamé a los organizadores y les comuniqué que no me parecía bien. Hablé con quienes habían trabajado en esto conmigo y me dijeron que estaban de acuerdo, me manifestaron que me apoyaban.
Usted decía que el estudio del cerebro abría muchas posibilidades positivas para curar enfermedades, pero que como todo descubrimiento científico, podía usarse tanto para el bien como para el mal ¿Qué peligros vislumbra en un mayor conocimiento sobre el cerebro?
Podría nombrarles, por ejemplo, uno de los pedidos que nos hicieron en Upsala, Suecia. Vinieron de Estados Unidos a pedir un estudio, con bastante dinero, sobre privación del sueño. Esto seguramente puede tener un trasfondo muy interesante, pero yo un poco lo pensaba por el lado de la tortura, ya que es una técnica ampliamente utilizada. Le planteé al director del centro que no me parecía bien, y que no teníamos que aceptar ese dinero. El director estuvo de acuerdo y por lo tanto se rechazó. Uno puede ir buscando el conocimiento del cerebro y del cuerpo humano para después dañarlo.
¿Usted cree que lo que ha logrado a nivel profesional y a nivel personal tiene un poco que ver con lo que tuvo que pasar en aquel tiempo de encierro?
Sí; es una paradoja. Creo que ese período en la cárcel me cambió la mentalidad totalmente, al menos en un 80%. Creo que hay cosas que se fueron desarrollando allí que después me sirvieron para aplicar en la vida. Tengo que llegar a la conclusión de que ese tiempo en la cárcel no fue tiempo perdido. Pensaba, cuando tuve que empezar los estudios de nuevo, en todo ese tiempo que perdí. Me desaparecieron 13 años, después tuve que estudiar siete años para tener el título médico, luego cinco más para ser especialista, sumado a tener que aprender inglés y sueco para poder estudiar allí, pero creo de todos modos que los 13 años de prisión sirvieron para algo.
En su libro El mensaje humano de Raúl Sendic decía que el socialismo no era algo a lo que se iba a llegar, sino algo a lo que se debía tender permanentemente, ya que existían esas dos fuerzas, egoísmo y solidaridad, en lucha constante y en eterna puja.
Me parece que llegamos a un estadio y de repente se produce una reacción tipo péndulo, que nos vuelve al otro extremo. Entonces hay que comenzar de nuevo a luchar por aquellas cosas que tienden a la solidaridad. Ese egoísmo nace de nuestro bienestar personal siempre insatisfecho y de nuestra necesidad de consumo, de que debés comprar el último modelo que salió de algo. Eso crece de manera exponencial; querés tal cosa y luego tal otra, y para todo eso tengo que tener más guita. Entonces pienso que para tener más guita debo pagar menos impuestos. Pensando en esto, ¿a quién voy a votar? Al principio quizá no tenía nada, entonces los voté para que me ayudaran a tenerlo; ahora que alcancé mis necesidades materiales voto a estos otros, que me sacan menos, y así puedo seguir acumulando cosas. Eso no tiene fin.
¿Entonces es el Estado el que juega un rol preponderante para que ese egoísmo no se haga desmedido?
Pienso que sí. En todos los años que viví en Suecia pude observar que para ellos el asunto de pagar impuestos es muy importante, ya que lo recaudado se invierte en salud, en educación. Si vos no pagás impuestos eso se va deteriorando y pasa gradualmente a manos de privados. Eso es un cuestión que en los suecos está muy enraizada. En el CUDIM nosotros no cobramos por los estudios, pero ello debido a que existe el apoyo necesario para hacerlo de manera honoraria; en la sala de espera del CUDIM están los más pobres del Uruguay sentados al lado de los más ricos. Un día dije para un reportaje que aquí íbamos a tratar a los ricos como si fuesen pobres, es decir, como reyes. Salí de acá y me tomé un ómnibus en frente. Le iba a pagar al conductor y él me dice: “Ah no, a usted no le cobro”. Le pregunté por qué y me dijo: “Porque usted nos va a tratar a nosotros como si fuésemos reyes”.
Sobre esta nota
Facundo Carrasco y Juan Fígoli fueron, además de amigos, compañeros en la Facultad de Información y Comunicación (FIC). En enero de 2017 entrevistaron a Henry Engler y, según recuerda Carrasco, “era el deseo de Juan ver publicada la entrevista en algún medio”. Sin embargo, mientras la nota no se publicaba, Fígoli abandonó los estudios en la FIC y a fines de octubre de este año sucedió lo impensable: fue víctima de un homicidio que aún no se ha aclarado.
Además de cursar Medicina, Fígoli estudiaba Astronomía en la Facultad de Ciencias. Para Carrasco esa inquietud hacia la ciencia estaba presente en su amigo y “puede verse en cada pregunta” que Juan le formuló a Engler. “No logramos publicar la entrevista en su momento y por eso creo que le debo esto a mi amigo”, dice Carrasco sobre esta entrevista que, además de su intención, vale por sí misma.