Cuando el artículo “Methylation-based enrichment facilitates low-cost, noninvasive genomic scale sequencing of populations from feces” (algo así como “Enriquecimiento basado en la metilación facilita secuenciación genómica no invasiva y a bajo costo a partir de heces”) se publicó, el 31 de enero, en Scientific Reports, de la prestigiosa Nature, seguro suscitó el interés de las personas que trabajan en esos temas. Sin embargo, en diciembre el trabajo de los científicos Kenneth Chiou y Christina Bergey circuló no sólo entre aquellos que disfrutan leyendo publicaciones científicas: en las redes se hizo notar que en la ilustración que acompañaba al artículo estaba escondida la cara del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Para verla había que bajarse el PDF del paper y hacer un zoom asesino en la ilustración. ¡Bingo!

En la figura 1 del artículo puede verse a un babuino y un pequeño excremento a partir del cual se explica con varios diagramas cómo se obtiene el ADN. Cuando el zoom llega a 600% la cara del mandatario empieza a distinguirse en el extremo del excremento, algo que, sin un aviso previo, sería casi imposible de encontrar. Tras el escándalo desatado –hubo científicos que celebraron la broma, y otros a los que les parecía incorrecto usar una revista científica como soporte para una chanza–, el 14 de diciembre los editores de la publicación reconocieron que estaban en conocimiento de “aspectos inusuales” en la figura y que mientras investigaban el asunto, “una acción editorial” sería tomada. Finalmente, la semana pasada los editores comunicaron que “en la versión original del artículo había aspectos inusuales que han sido removidos”.

Más allá de la discusión generada –con personas que se quejan de que la revista eliminó la cara del presidente pero no dio más explicaciones sobre cómo sucedió el hecho ni sobre qué dijeron los autores del artículo–, la broma muestra, tal vez de una forma no apreciable por todos, que, lejos de lo que mucha gente piensa, los científicos y científicas son gente como uno.