Hace unos cuantos años atrás una niña quedó impresionada al ver un documental en la tele en la que soldados norteamericanos entrenaban a simpatiquísimos delfines para que identificaran a buzos nazis. Munidos de un arnés que les permitía contar con una especie de bayoneta en su cabeza, los delfines, tras lograr discernir entre los buzos alemanes y los norteamericanos, embestían contra el enemigo. Los delfines, que eran los típicos que se ven en acuarios y películas, eran ejemplares de la especie Tursiops truncatus, que en el mundo se conocen como delfines nariz de botella pero que en Uruguay siempre hemos llamado toninas. La niña, que miraba asombrada la inteligencia de estos mamíferos que desandaron el camino evolutivo de sus primos y volvieron a la vida acuática, se llama Carolina Menchaca y con el tiempo logró que su pasión por los cetáceos la llevara a recibirse de bióloga en la Facultad de Ciencias. Tras años de investigar a nuestras toninas, en 2018 publicó su tesis de maestría “Estructura social y comunicación acústica de la tonina Tursiops truncatus en la costa atlántica uruguaya”, que arroja nuevos datos sobre aquellos delfines que la cautivaban ya desde chica.

Uno también fue niño y también se fascinó al ver varias aletas triangulares jugueteando entre las olas de Parque del Plata. “Son toninas”, nos decía mi padre a mis hermanos y a mí. No sé ellos, pero tal vez influenciado por el pesimismo de la dictadura, yo pensaba que las toninas eran unos mamíferos marinos que se parecían a los delfines pero que no eran ni tan fascinantes, ni tan inteligentes y, por supuesto, tampoco tan encantadores. Cuando de grande supe que las toninas eran los delfines maravillosos que se ven en todas partes, ya era demasiado tarde: hace al menos un par de décadas que no se ven por la costa de Canelones ni en la de Montevideo; su presencia ha disminuido tan tremendamente que los avistamientos ocurren, pero son muy raros. “Es cierto que dejaron de usar esa área. Lo mismo pasó en la costa argentina del Río de la Plata”, dice Menchaca, quien agrega que “aparentemente la distribución antes era continua, pero desaparecieron de la zona de la provincia de Buenos Aires, de nuestra parte del estuario del Río de la Plata, y quedaron únicamente en la costa oceánica de nuestro país”.

Este corrimiento es anterior a que Carolina iniciara sus investigaciones biológicas, pero aun estando en contacto con personas que las estudian desde hace más tiempo, tampoco puede explicar el fenómeno: “No sabemos por qué sucedió eso, si es porque hay menos bichos, si es porque pasó algo a nivel ambiental, si disminuyó la cantidad de presas o cuál es la razón por la que decidieron no usar más esa área. Como no tenemos una línea de base, no tenemos manera de comparar cómo estaba la situación antes con lo que sucede ahora”. Por eso es tan importante lo que ha investigado: porque si no empezamos a generar conocimiento consistente durante varios años sobre la población local de toninas, por más que se trate de una especie prioritaria para la conservación del Sistema Nacional de Áreas Protegidas no se podrá establecer planes de manejo para las 63 toninas que viven en las costas oceánicas de Uruguay. ¿Ah, no les dije que quedan sólo 63 toninas?

Somos pocos y no nos conocemos

Una de las primeras cosas que llaman la atención al leer la tesis de Carolina es la afirmación de que hay menos de 70 toninas en nuestro país. Es un número pequeño que ya de por sí habla de la vulnerabilidad de nuestra población. “Ese trabajo de estimación de abundancia lo hizo Paula Laporta en su tesis de maestría de 2008”, aclara Menchaca, quien reconoce que sin ese trabajo su investigación sobre las asociaciones de individuos no hubiera sido posible. Si la ciencia avanza es sobre hombros de gigantes, y para la investigación de toninas de Menchaca ese gigante es Laporta: “Esa estimación de abundancia se hizo mediante modelos matemáticos en función de la proporción de los animales identificados. En toninas trabajamos con identificación individual de los animales mediante marcas permanentes en la aleta dorsal, utilizando una técnica llamada fotoidentificación. Con un trabajo meticuloso y mucho esfuerzo de muestreo, que incluyó observaciones desde la costa, salidas en embarcaciones y fotografías, Laporta logró identificar a muchos individuos”.

El modelo de Laporta arrojó que en nuestra parte del Atlántico, que abarca La Paloma, Cabo Polonio, La Coronilla y Cerro Verde, a escasos metros de la costa, ya que las toninas no se alejan más de 500 metros mar adentro, hay unas 63 toninas. “El tema es que el muestreo se interrumpió entre 2010 y 2017, entonces no sabemos qué paso en ese tiempo”, acota Menchaca, que además adelanta que ahora están en campaña para realizar una nueva estimación de abundancia. “Si bien estos bichos tienen tiempos generacionales que son largos, pudiendo vivir entre 20 y 40 años, no es que vayan a duplicar su tamaño poblacional en diez años, pero sí queremos ver si ha variado; lo importante es estudiar las tendencias poblacionales”, sostiene, y a uno lo abraza la esperanza cuando la escucha decir que ha visto crías en 30% de los grupos avistados para su investigación.

Como dice Menchaca en su tesis, “la tonina Tursiops truncatus es el delfín más estudiado y conocido del mundo. Esto se debe en parte a que estos animales han sido históricamente mantenidos en acuarios, para entretenimiento humano, para fines científicos, o incluso bélicos”. Sin embargo, pese a ser tan conocidos, los científicos no se ponen de acuerdo en si la población que tenemos en nuestro país es una especie distinta a la que se encuentra en otras partes del mundo o en si se trata de una subespecie. Le pregunto si no es raro que sobre el delfín más conocido la ciencia tenga dudas de esa índole. “En biología esas cosas no son raras, los conflictos taxonómicos están a la orden del día”, me tranquiliza. “Cuando empezás a meterte en estos temas, y yo que no soy especialista en taxonomía, ves que las especies no son unidades estáticas. Uno se imagina que las cosas ya pasaron, que los bichos ya cambiaron y que uno se encuentra con lo estático, pero no es así”. Pero ¿por qué hay biólogos que afirman que nuestras toninas son una especie distinta? Con paciencia, Menchaca lo explica: “Los bichos que están en Uruguay y en el sur de Brasil tienen diferencias morfológicas con los que se encuentran en otras partes. Si observás la forma de la aleta, la coloración y algunos caracteres del cráneo, ves que son distintos. Hay un grupo de gente que sostiene que esas diferencias serían suficientes como para decir que son dos especies distintas, y proponen reflotar el viejo nombre Tursiops gephyreus, que había planteado el argentino [Fernando] Lahille en 1908 para nombrar a los animales que estaban en Argentina y Uruguay”.

A las diferencias morfológicas, en años recientes se sumó la genética. Lo curioso es que los dos trabajos científicos sobre ADN de las toninas de la región dieron resultados contrapuestos. Una vez más, lejos de lo que piensa la gente, los estudios genéticos no son la verdad revelada, sino que implican análisis estadísticos, modelos matemáticos e interpretación de big data. “A todo eso hay que agregarle que los estudios de ADN dependen también de los bichos que agarres”, añade Menchaca, “porque te puede tocar uno que sea ‘entreverado’. En esos estudios un investigador capturó un ejemplar que tenía un morfotipo que no coincidía con su genotipo”. Como su tesis trata sobre otros temas, Menchaca no se expide sobre el asunto: “Si bien no tomo parte en ese conflicto taxonómico porque mi línea de investigación pasa por otro lado, tuve que tomar una decisión. Como las cosas no están definidas, por ahora la especie sigue siendo Tursiops truncatus, pero sí decimos que el morfotipo es el gephyreus, porque estos bichos son distintos a los que están más al norte de Brasil”. Allanado el punto, sumerjámonos entonces en lo que sí investigó la bióloga que ya desde chica soñaba con delfines.

Sociedad sumergida

Uno de los objetivos de Menchaca era estudiar el comportamiento social de nuestras toninas. “Como son bichos longevos, tener alguna conclusión sobre la ecología y el comportamiento de la población te lleva años de seguimiento”, adelanta la bióloga, dando a entender que esto no es más que el comienzo, ya que cuenta que en otras partes hay investigadores que llevan tres o cuatro décadas trabajando con poblaciones de toninas. “En realidad es como trabajar con gente, ya que son sociedades complejas formadas por bichos que viven mucho y tienen pocas crías. Por eso está bueno llevar la investigación hacia el punto de conocer al individuo”. Para ello, Menchaca se propuso estudiar los patrones de asociación de los individuos adultos previamente fotoidentificados por Laporta que viven en las áreas costeras de La Coronilla-Cerro Verde y Cabo Polonio.

Dado que los delfines están dentro del grupo de mamíferos más inteligentes del planeta –junto con monos como el chimpancé y el humano–, esto de pensar que estudiar toninas se parece a estudiar gente que afirma Menchaca puede implicar un gran desafío. “Las toninas pueden llegar a formar sociedades muy complejas. El primer abordaje para saber qué tipo de sociedad tenés es estudiar cómo se vinculan los animales”, dice la investigadora. Para ello realizó un estudio de asociación que mide la frecuencia en la que aparece un individuo junto a los otros excluyendo a las crías, ya que, al igual que sus primos de tierra firme, estas forman vínculos estrechos con sus madres por tiempos prolongados. “El estudio de las preferencias o asociaciones parte de la base de ver todos los individuos que están presentes en un grupo y establecer patrones, porque no siempre los mismos individuos aparecen asociados a los mismos grupos”, añade, aclarando que “al registrar la presencia en el grupo también se registra la actividad que el grupo estaba llevando a cabo”.

Gracias a los 41 individuos que están identificados por las marcas particulares de sus aletas, Menchaca observó a las toninas entre enero de 2007 y mayo de 2009 realizando 189 salidas, de las que en apenas 75 lograron avistar a los cetáceos. Mediante fotografías y observaciones, tomó datos de aquellos grupos en los que al menos la mitad de los individuos estuvieran identificados. De los grupos de toninas observados, 35 se estaban trasladando y 37 o bien se estaban alimentando o bien en un comportamiento que llamamos “nado errático”, lo que es fácil de observar –no para un montevideano que apenas sabe nadar perrito– porque, como explica Menchaca, “las toninas son animales que tienen comportamientos de superficie. Cuando las ves, que por lo general van en grupo, generalmente podés ver bien esos comportamientos de superficie, que están identificados y estandarizados”.

Tras analizar los datos obtenidos, la investigadora concluyó que “la población de toninas que ocurre en la costa atlántica uruguaya tiene un sistema social con dinámica de fisión-fusión, compuesto por compañeros casuales y compañeros estables, donde la mayoría de las asociaciones son débiles y no aleatorias. Algunos animales presentan preferencias por ciertos compañeros para realizar actividades de traslado o vinculadas al forrajeo, mientras que otros mantienen vínculos más estables, asociándose para ambos tipos de comportamientos”. La dinámica de fisión-fusión significa que las toninas “tienden a cambiar de grupos en un período de horas o días, no es que siempre encontrás el grupo con los mismos integrantes”.

Para Menchaca las toninas son un poco como nosotros: “No son grupos cerrados, están abiertos a nuevos individuos. Así como están esos compañeros casuales, hay compañeros también más estables, ya sea en un período determinado o por largos plazos. Hay una varianza en los tipos de relaciones. A nosotros nos pasa lo mismo, ¿no? Uno tiene compañeros para algunas cosas que son casuales, hasta que por alguna razón en determinados momentos nos conviene generar una relación más estable”. También señala que estas asociaciones no son aleatorias, de lo contrario no se verían los patrones que observó, al tiempo que son adaptativas: “Asociarse con alguien para una actividad dada tiene que tener un beneficio, ya sea en la reproducción o en su supervivencia. ¿Cuál es esa ventaja?, no lo sabemos”. Y para que esas asociaciones puedan producirse debajo del mar, teniendo en cuenta por un lado que nuestra costa no siempre ofrece una gran visibilidad y por otro que el ojo de la tonina sigue siendo un ojo para ver a través del aire, es que se hace importante la comunicación por sonidos. Justamente eso fue lo que también estudió Carolina.

Carolina Menchaca

Carolina Menchaca

Foto: Federico Gutiérrez

Silbando bajito

Para comunicarse bajo el agua, las toninas emiten silbidos en distintas frecuencias. Algunos de estos silbidos son estereotipados, repetidos y se emiten en secuencia, y como permitirían que cada uno de los delfines se identifique a sí mismo, se denominan “silbidos firma”. Los otros silbidos, los “no firma”, se aprenden de los otros individuos, se modifican y tienen un uso variable que depende del contexto. “Cada individuo puede tener variaciones, cada grupo puede tener su repertorio y cada población tener uno propio, y el conjunto de todos los repertorios forman el repertorio de silbidos de la especie”, acota Menchaca, quien se propuso como objetivo de su tesis “construir un catálogo de silbidos de la población de toninas de Uruguay”. Para grabar estos silbidos Menchaca realizó cuatro salidas con un hidrófono, un micrófono especial para grabar bajo el agua, entre enero y julio de 2017, recorriendo 65 km a 500 metros de la costa partiendo de La Paloma, y obtuvo 104 silbidos de siete grupos distintos. Analizando los contornos de las ondas con software de análisis, identificó 15 silbidos estereotipados repetidos y en secuencia que podrían tratarse de silbidos firma.

Al realizar el análisis de los sonidos grabados, la bióloga se topó con algo inesperado: “Encontré que el ancho de frecuencia que usan las toninas hoy es más amplio que lo reportado anteriormente. El reporte anterior, que hizo Javier Tellechea, lo más bajo que registró andaba en el entorno de los 6 kHz, y yo encontré que bajó hasta 4 kHz. Eso implica que el rango, la diferencia entra la máxima frecuencia y la mínima, se duplicó en los silbidos grabados en 2017”. Menchaca reconoce que es un dato interesante, pero que la explicación para el cambio por ahora no pasa de especulaciones. “Al observar esta mayor posibilidad de uso de frecuencias, pienso que eso les puede conferir una mayor capacidad de adaptación ante el ruido ambiente”, razona. Luego aporta más datos: “Las grandes embarcaciones, que en Rocha no hay, emiten frecuencias muy bajas. Los bichos en otras partes responden a eso aumentando la frecuencia, es muy común, y se ve que grupos de esta especie en otros puertos aumentan la frecuencia y/o la tasa de emisión de silbidos para evitar el enmascaramiento. En el puerto de La Paloma las embarcaciones son más chicas, por lo que el razonamiento es que si tienen la capacidad de emitir en bajas frecuencias, de alguna manera tal vez están tratando de evitar el enmascaramiento con las frecuencias un poco mayores que utilizan las pequeñas embarcaciones”. El asunto tiene su lógica, sobre todo si uno recuerda que las toninas no son sólo inteligentes sino que, como dice Menchaca, también son “extremadamente sensibles”.

Ya que la investigadora logró identificar los silbidos firma de 15 animales, lo que “representaría casi 25% del total de individuos estimados para Uruguay”, podríamos decir entonces que más de una decena de delfines uruguayos ya tienen su cédula sonora. “Mi idea ahora es hacer el mismo análisis que se realizó para ver las preferencias de los individuos en base a la identificación ocular pero teniendo en cuenta los silbidos firma”. También aclara: “Esos silbidos que encontré cumplían con los criterios que se espera que tengan los sonidos firma. Según se ha visto en cautiverio, el silbido firma se empieza a desarrollar cerca de los dos años y se mantiene para toda su vida. Por eso, para saber con mayor certeza que son sonidos firma debería salir al campo durante varios años, grabar y ver que esos silbidos se mantienen durante el tiempo”.

¿Y mañana qué?

Los datos de 2008 indican que en nuestras cosas había 63 toninas. Hoy no lo sabemos bien. En el trabajo de Menchaca se deja constancia de cuatro nuevos individuos que no habían sido identificados en el país (en las planillas llevan los números que van del 55 al 58). A la vez están cambiando la frecuencia en la que emiten sonidos, tal vez para escaparle al bullicio que generamos los humanos. ¿Corren peligro nuestras toninas? “A nivel mundial, como el número de toninas anda en torno a los 600.000 y hay unas cuantas poblaciones que no tienen graves problemas de conservación, las toninas están catalogadas como una especie de preocupación menor. El tema es que cuando pasás de la escala mundial a la regional, en nuestro caso tenés poblaciones que son pequeñas, y eso ya es algo a considerar. Además nuestra población tiene una historia de disminución de ocurrencia en el área y un stock genético propio, por lo que su estado es otro.

Pero además hay otro dato a tener en cuenta: “Las toninas de Argentina, Uruguay y el sur de Brasil forman un sistema metapoblacional que puede pensarse como una población grande que tiene subpoblaciones que se conectan mediante individuos”, dice Menchaca, que reseña que el investigador Fruet indicó en un estudio de 2014 que nuestras toninas conformarían una unidad evolutivamente separada junto a las del sur de Brasil, con un stock genético distinto al del sur argentino”. Ese stock genético propio de nuestras toninas, e incluso la propia población rochense, tienen otra amenaza: “En el sur de Brasil, en la parte de Lagoa dos Patos, hay una disminución de la población de toninas debido a la captura incidental. Sabemos que los individuos que van desde Uruguay al sur de Brasil son 17 o 18 porque Paula Laporta los identificó”, adelanta Menchaca, mostrando que si bien en nuestro país las redes no son un problema, como los individuos se trasladan la población podría verse afectada.

“Desde la conservación lo importante es que tenemos una población pequeña con una distribución acotada a la costa atlántica, y que tiene su stock genético específico que si se pierde no se va a recuperar. Por todo eso pensamos que nuestra población de toninas no debería catalogarse como de preocupación menor. A nivel local debería tener otro tipo de calificación, vulnerable por lo menos”, resume la bióloga. “Si por ejemplo en nuestro país se concretara el puerto de aguas profundas, sin duda la población de toninas se vería afectada. De qué manera no lo sabemos, para eso hay que hacer estudios de línea de base”.

Una vez más, no hay otra salida más que seguir investigando. Cuando le pregunto qué siente al navegar con las toninas al lado, contesta que es “una gran emoción, una mezcla de adrenalina, euforia y felicidad de ver que los bichos están ahí. Es que cuando las empezás a conocer te alegrás de volver a verlas y de saber que están bien”. Parte de ese placer que siente Menchaca es el que sentimos cada vez que nos enfrentamos a un animal silvestre. En su caso, además, se suma otro: “También me reconforta saber que te estás acercando a ellas no sólo para conocerlas más, sino tratando de generar información que aporte a mejores planes de manejo”. Ojalá que estas líneas de investigación conlleven mejores políticas de conservación. Porque sin dudas el Uruguay de 2030 será mucho más triste si los niños que hoy ven a los delfines nariz de botella Tursiops truncatus –o Tursiops gephyreus, ya veremos– en las costas de La Paloma tuvieran que explicarles a sus hijos que antes, en un lejano 2018, esas playas eran visitadas por unas 70 toninas juguetonas que cada vez silbaban en frecuencias más bajitas.

La tonina es un delfín de cuerpo robusto, con hocico prominente y frente redondeada, de coloración gris oscuro y vientre más claro, con aleta dorsal falcada y aletas pectorales alargadas y finas. Los adultos exhiben tamaños corporales de entre 1,9 m y 3,9 m de longitud, y pueden pesar entre 150 y 650 k. Presentan una dieta variada, pero consumen sobre todo peces y calamares. Con amplia distribución, esta especie se encuentra en aguas tropicales y templadas costeras y oceánicas de todo el mundo. En Uruguay la población de toninas es reducida (unos 70 individuos) y se distribuye fundamentalmente en el área costera comprendida entre La Paloma y La Coronilla-Cerro Verde, en el departamento de Rocha.