La preocupación sobre cómo nos alimentamos y cómo son producidos los alimentos es diaria. Estamos ávidos de saber más sobre el riesgo a la salud que implica el uso de plaguicidas y agroquímicos en la agricultura. No queremos transgénicos ni transnacionales que modifiquen la composición de las frutas, verduras y cultivos. La idea de alimentos libres de procesos industriales nos hace felices. Y todo eso no sólo por razones de salud, sino también por el impacto negativo que la producción de alimentos tiene sobre el medioambiente y la biodiversidad. Estábamos seguros de que la agricultura ecológica era la respuesta correcta y nos ofrecía todas las garantías para el desarrollo de una vida sustentable y una alimentación sana. Un estudio de investigadores suecos de la Universidad de Tecnología de Chalmers publicado en la revista Nature llegó para cuestionar lo que pensábamos.
Menos (fertilizante) es más (CO2)
Los investigadores sostienen que los alimentos orgánicos tienen un mayor impacto sobre el cambio climático que los alimentos cultivados convencionalmente, debido a que como no utilizan fertilizantes, requieren mayores extensiones de tierra para lograr iguales rendimientos y, en consecuencia, impulsan la deforestación a nivel mundial, aumentando las emisiones de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera.
La agroecología es un tipo de producción que no utiliza fertilizantes y se sirve de recursos como la energía, la tierra y el agua. Los cultivos se nutren principalmente a través de los nutrientes presentes en el suelo o de aquellos generados naturalmente en el propio establecimiento. Para combatir las plagas, en la producción agroecológica sólo se utilizan pesticidas de origen natural. Según los científicos suecos, el problema es que los alimentos orgánicos requieren más áreas de tierra adecuadas para el cultivo que los cultivos convencionales para sostener la demanda global de consumo de alimentos y, por ende, contribuyen a generar emisiones de dióxido de carbono mucho mayores. Según la misma lógica, la producción de biocombustibles, es decir combustibles obtenidos mediante la fermentación de plantíos, como hace en parte ANCAP en la planta de Alcoholes del Uruguay en Bella Unión, también es más perjudicial para el planeta.
Los investigadores llegaron a estos resultados comparando la producción de alimentos orgánicos con los convencionales e hicieron lo mismo con la producción de biocombustibles en comparación a los combustibles fósiles –petróleo, carbón, gas natural y gas licuado del petróleo– y diésel, utilizando un nuevo método para evaluar el impacto climático del uso de la tierra, que denominaron “costo de oportunidad de carbono”. Esta medición tiene en cuenta la cantidad de carbono que se almacena en los bosques y, por lo tanto, se libera como dióxido de carbono como efecto de la deforestación. Cuanto más aumente la producción de una hectárea, su “costo de oportunidad de carbono” será mayor, porque dejará otras tierras libres del avance de la agricultura y aportará a la preservación de los bosques. En este sentido, los investigadores sugieren que la forma de alcanzar los objetivos climáticos y alimentarios a nivel global es aumentar la eficiencia del uso de la tierra para reducir las emisiones de carbono, mantener la producción y favorecer el cuidado del planeta dejando espacio para la reforestación.
Ni tan tan
El artículo, publicado en la sección Cartas de Nature, generó reacciones en todas partes, lo que es natural, ya que se trata de modelos con bastantes componentes donde la interpretación de los investigadores es relevante. Consultado al respecto, el ingeniero agrónomo forestal Gastón Carro, del Programa Agroecología y Sistemas Agroforestales del Centro Uruguayo de Tecnologías Apropiadas (Ceuta) afirmó que plantear que los alimentos orgánicos tienen un mayor impacto sobre el clima es “una falacia”. En conversación con la diaria, el profesional hizo varias críticas a los resultados y metodologías aplicadas en la investigación. Cuestionó el enfoque del estudio porque no contempla otros aspectos cruciales como el “impacto en la biodiversidad y otros tipos de producción con un respaldo científico”, lo que para él “es como revisar un auto y no abrir el capó”.
Para refutar el estudio sueco, el ingeniero citó un estudio del Rodale Institute publicado en 2011 que se basó en la comparación durante 30 años entre los métodos orgánicos y convencionales en Estados Unidos. “Ese estudio determinó que la producción orgánica alcanzó los niveles de la producción convencional. Además, las parcelas orgánicas son más estables ante sequías y eventos climáticos, implican un menor uso de energía y son más rentables económicamente”, sostuvo Carro, y añadió que en el mismo estudio se halló que las parcelas convencionales, por el uso de agroquímicos, tienen 40% más de emisión de gases de efecto invernadero, justamente lo contrario al resultado del estudio sueco. La agroecología plantea “un rediseño de los agroecosistemas, incorpora la biodiversidad y hace más resilientes y potentes los procesos naturales dentro de los campos. Esa es la única agricultura del futuro”, enfatizó. Según el ingeniero es la única alternativa capaz de producir alimentos para la población mundial creciente, cuidando los recursos naturales, el agua, la biodiversidad y la cultura en los territorios, y es el camino que Uruguay debe seguir.
“La trampa está en eso que ellos consideran más eficiente, que es cuánto se produce físicamente por unidad de superficie carne, leche o cualquier cultivo a cualquier costo, incluso con la aplicación de insumos como agroquímicos, fertilizantes, el transporte de abono y un alto gasto de energía”, señaló. Para Carro, este planteo de aumentar la producción a cualquier costo avala “políticas de subsidios para la producción” para aumentar la eficiencia, algo que ocurre en nuestro país: “la importación de agroquímicos, sobre todo en la producción de soja transgénica, está exenta de impuestos, lo que implica un subsidio a ese tipo de agricultura”.
Un problema global
En declaraciones a la propia agencia de noticias de la Universidad de Chalmers, uno de los autores del polémico trabajo, Stefan Wirsenius, afirmó que “el uso mayor de tierras en la producción orgánica lleva indirectamente a emisiones de dióxido de carbono más altas”, ya que “la producción global de alimentos está gobernada por el comercio internacional”, lo que implica que “la forma en que cultivamos en Suecia influye en la deforestación en los trópicos. Si nosotros usamos más tierra para producir la misma cantidad de comida, contribuimos indirectamente a la deforestación en alguna otra parte del planeta”.
Para el uruguayo Carro, la publicación de este artículo no es neutra y también tiene consecuencias globales: “Este tipo de trabajos sesgados implica que se siga empujando la carreta para el lado de la producción tradicional al tiempo que promueve que en los países del tercer mundo, donde la legislaciones y la falta de regulación sobre los impactos del medioambiente lo permiten, se produzca con este tipo de agricultura, mientras se protegen los bosques de los países del primer mundo”.
En el propio artículo, los autores señalan que el índice que crearon para evaluar la emisión de Co2 y el almacenamiento de carbono usado en la comparación entre la producción agroecológica y la tradicional con fertilizantes y plaguicidas “no evalúa la biodiversidad y otros valores del ecosistema, que deben ser analizados por separado”. En ciencia muchas veces no hay otro camino para entender fenómenos complejos que hacer modelos simplificados. Titular, como hizo la Universidad Chalmers, que “la comida orgánica es peor para el clima” parece ser, por lo menos, una simplificación irresponsable. Seguro vendrán más trabajos para contextualizar, acotar, profundizar, ampliar o refutar el artículo publicado en Nature. Así es como funciona: una investigación se contesta con otra.
Artículo: “Assessing the efficiency of changes in land use for mitigating climate change” (Letters).
Publicación: Nature (diciembre de 2018).
Autores: Timothy Searchinger, Stefan Wirsenius, Tim Beringer, Patrice Dumas.