Jugando en la Naturaleza (Julana) es una organización civil que se dedica a la educación ambiental y la conservación de la naturaleza, al tiempo que promueve la participación en temas ambientales. Su origen se remonta a un proyecto de extensión universitaria de estudiantes de la Facultad de Ciencias que data de una década atrás, y desde entonces no ha parado de trabajar en el territorio. Desde aquellas primeras actividades en escuelas en Malvín Norte hasta obtener el registro fotográfico del felino yaguarundí (Puma yagouaroundi), especie que se creía extinta en Uruguay, en un trabajo de monitoreo participativo en Paso Centurión, Cerro Largo, el colectivo ha sumado una experiencia valiosa que ahora comparte en un taller denominado “Herramientas para la educación ambiental”, dirigido a educadores, docentes y público en general. Con el pretexto del curso, aprovechamos para repasar una década de trabajo y reflexionar sobre medioambiente, territorio, investigación y participación ciudadana.

El juego como herramienta

En un mundo en el que cada vez se juega más con la naturaleza, emprendimientos como el de Julana, que juegan en la naturaleza, son más que bienvenidos. Solana González, veterinaria, bióloga e integrante de la organización, explica que ante la pregunta recurrente de cómo hacen para incorporar lo lúdico a la educación ambiental es que surge la idea de este taller organizado por Vida Silvestre: “La idea es contar cómo es nuestro proceso de trabajo con la gente y esa manera más lúdica que tenemos de trabajar en el territorio”, cuenta, al tiempo que ubica a aquellas primeras experiencias con escuelas cercanas a la Facultad de Ciencias como el momento en que el juego pasó a ser una herramienta para trabajar con la comunidad: “El juego fue una forma de acercarse a la gente que vivía en un barrio vulnerable, con una realidad muy diferente de la del edificio enorme que está ahí. Como la niñez es un espacio muy vinculado con el juego, llevó al grupo a ese abordaje lúdico para acercar temáticas”. La experiencia no sólo logró motivar a los niños a participar e interesarse en temas ambientales, también les mostró a los estudiantes universitarios que ese abordaje podía ser útil para acercarse a las problemáticas de la gente. Cuando Julana empieza a trabajar sobre temas ambientales en el medio rural, continuó con el juego como dinámica de trabajo, ya que para sus integrantes se trata de “una forma horizontal de trabajo que todos entendemos”. “Lo tenemos incorporado y nadie precisa ser especialista en nada para hablar ese lenguaje común”, dice González.

Pero si bien el juego puede ser una buena dinámica de trabajo, para González el asunto va más allá: “El juego acerca. Es la antiforma de lo académico, de lo estructurado. Nos obliga a romper nuestras propias estructuras”. Esa rotura de las estructuras es importante para Julana, dado que sus integrantes se proponen compartir los saberes en un ida y vuelta que beneficia a ambas partes. “Para llegar a ese punto de compartir saberes tenés que buscar una forma de que los saberes se expresen; si no llegás a contactar con el otro, eso nunca va a pasar”, dice González, quien agrega que en el curso también hablarán de la importancia de que los proyectos de educación ambiental se desarrollen a largo plazo: “Es que para lograr ese grado de cercanía los procesos necesitan tiempo, y eso tiene que ver mucho con cómo planificás tus proyectos”.

Con los pies en la tierra

Es precisamente en la definición de los proyectos que radica el valor del abordaje de Julana. González amplía: “Nosotros pensamos que lo primero es pensar en dónde querés trabajar, y entonces, junto con la gente, ver cómo vas a trabajar los temas. Cuando los procesos nacen en la comunidad, no podés aplicar recetas; son siempre diferentes”. ¿Qué quiere decir esto? González, que cree en lo lúdico como herramienta, bromea: “Vos no podés hablar de ballenas, a 300 kilómetros del agua, para gente que nunca las vio. Claro que hay que hablar de todo, pero hay temas que son más importantes que otros”. En la definición de la importancia de los temas relevantes es vital la participación de la comunidad, sobre todo en un mundo en el que cuando se habla de temas ambientales lo primero que se nombra es el cambio climático, un tema que paraliza a nivel local por ser justamente un problema a escala global. González recoge el guante y esboza una explicación: “Hay temas ambientales que son tan inabarcables y abstractos para la gente en lo cotidiano, que abruman”. Y va por más: “Si bien está muy instaurado hablar de cambio climático, si vos estás en una comunidad que está presionada por las forestales, por las mineras, por el precio de la tierra, por una emigración que hace que la gente se vaya del campo y por generaciones que no se renuevan en su vínculo con el territorio, es en eso que creemos que hay que hacer énfasis”, dispara, para llegar a una conclusión digna de encuadrarse: “En donde está la angustia de la gente es donde está el tema prioritario para tratar desde lo ambiental”.

Esa es justamente la otra pata en la que se hará hincapié en el taller: “Además de la forma, de lo lúdico, está el contenido, cuáles son las bases conceptuales de lo que nosotros consideramos problemas ambientales, cuáles son las temáticas que la educación ambiental tiene que abordar por un tema de compromiso social”. Para los integrantes de Julana es importante “escuchar al territorio” desde una perspectiva que vaya de lo local hacia lo global. Pero al respecto González hace una precisión: no se trata de ir a lo global pensando en el cambio climático, sino en otra dimensión que tiene que ver con “otras cosas que inciden y que están haciendo que los problemas ambientales en el territorio, sobre todo en el medio rural, son consecuencia de un modelo de producción”. Más allá de que está bien hablar del reciclaje y de las huertas orgánicas, González afirma que el abordaje de los medios de comunicación hacia lo ambiental no tiene nada de ingenuo: “Siempre decimos que si el problema ambiental es de todos, el problema no es de nadie. Si todos tenemos que reciclar de igual forma, la responsabilidad no es de la empresa que produce eso, ni del Estado mediante sus políticas públicas. Vos podés trabajar el reciclado desde el punto de vista tradicional, en el que la culpa y la responsabilidad caen más sobre el ciudadano y el granito de arena que tiene que aportar cada uno, o podés trabajar en un taller en el que se problematice por qué eso está pasando”. Para esta integrante de Julana la cuestión pasa más por esa segunda línea: “Los problemas ambientales son un espacio de reflexión, son el síntoma de algo que está más allá, y nuestra intención es promover que la gente se empodere y se manifieste”, sostiene. Y para que el asunto quede más claro, pone un ejemplo: “Hoy en Paso Centurión tenemos un conflicto porque hay productores que no quieren que ingrese al Sistema Nacional de Áreas Protegidas [SNAP]”.

Paso Centurión es un relicto de fauna autóctona, es decir, uno de los pocos lugares en los que algunos de los animales de este país aún pueden sobrevivir. Allí Julana trabaja con la comunidad desde 2012. Mediante un plan de monitoreo participativo, en el que se colocan cámaras trampa en sitios indicados por los pobladores, se ha podido ver la gran diversidad de animales que habitan el territorio y que pueden pasar inadvertidos hasta para los lugareños: gatos margay, pacas, carpinchos, pavas de monte, zorros de campo, ciervos guazubirá, el oso hormiguero tamanduá y cuantiosas mulitas aparecen fotografiadas cuando nadie, salvo el sensor de la cámara, mira. El trabajo incluso ha servido para detectar la presencia, por primera vez en muchos años, del aguará guazú o zorro de crin en Uruguay o, como se dijo antes, del elusivo yaguarundí. Que la zona ingrese al SNAP es más que bienvenido. Pero como González ya ha establecido, lo ambiental nunca está ajeno a otros intereses.

“A nosotros lo que más nos interesa son los pobladores locales, que no son los dueños de la tierra, y ahí es donde está el conflicto”, dice González marcando postura. Afirma que muchos de los que han protestado por el ingreso al SNAP, que implica que miles de hectáreas se agreguen al área departamental Paso Centurión, no viven allí, y ante la inminente concreción de las políticas, se ven los conflictos, que “tienen que ver con los intereses de cada uno por el territorio, y ahí es donde se hace vital trabajar en educación ambiental”. González asegura que Julana va a estar pendiente de los pobladores locales para procurar que estén representados en las decisiones que se tomen. “Para nosotros ellos son la resistencia. Querer estar en el campo hoy en día es querer resistir. Para nosotros ellos son los que están cuidando el territorio hoy, porque vos ves los modelos forestales o sojeros y no son gente que tenga vínculo con el territorio, son empresas como cualquier otra”, espeta.

Otra ciencia

Trabajar junto con la comunidad también tiene consecuencias en la producción del conocimiento. Para Julana, la ciencia con participación ciudadana es más que relevante. González afirma que “el monitoreo participativo hace que la ciencia aumente su cantidad de muestreos mediante la participación de la gente”, pero además “te lleva a salir del lugar de que el otro no tiene nada para contarte y nada para enseñarte”. A ese respecto, agrega: “Cuando te parás en el territorio y le preguntás a alguien dónde colocar una cámara, esa persona está participando en ese proceso. Después dependerá de la persona qué nivel de participación quiera tener. Pero la Universidad nunca dio lugar a esa participación”.

En un mundo en el que muchas veces el biólogo que “descubre” a un animal piensa que esa especie le pertenece y que cualquiera que la estudie está invadiendo el patio de su casa, la postura de Julana se hace aun más valiosa. “El monitoreo participativo es para nosotros una reivindicación conceptual sobre quiénes son los que pueden brindar información. Y si esa información es generada entre todos, tiene que ser compartida, no te la podés apropiar”, reflexiona González, en alusión al mercado de la ciencia, y se pregunta qué tan bien está que la Universidad investigue con fondos públicos y publique el resultado de sus investigaciones en revistas en las que, para acceder a esa información, hay que pagar.

La educación ambiental va mucho más allá que hablar de reciclaje, conservación y prácticas sustentables. Al menos para Julana la educación ambiental es también una herramienta para pensar el mundo que nos rodea.