La introducción de los eucaliptos a Uruguay se remonta a la segunda mitad del siglo XIX. El árbol, de origen australiano, se adaptó a nuestros suelos y climas y, dado que presenta un crecimiento bastante rápido, pronto se adoptó para dar sombra y abrigo a los cascos de estancia y al ganado. Luego, con la aprobación de la ley forestal de los años 90, comenzó a plantarse con fines madereros y al día de hoy, con dos plantas de celulosa humeando y otra más en negociación, son más de 140.000 las hectáreas afectadas a su plantación.
La llegada de los eucaliptos cambió el paisaje de nuestro país, pero no se contentó con eso. Su introducción significó una ventaja competitiva para las cotorras (Myiopsitta monachus), quienes pudieron hacer sus nidos a mayor altura sin competencia ni depredadores. Pero el ser humano (Homo sapiens) es un animal extraño: en lugar de declarar plaga al eucalipto (Ecalyptus sp.), la culpa recayó sobre la cotorra nativa, dado que su abundancia –y su voraz apetito– perjudica los plantíos. Más allá de la polémica sobre la demanda de agua, convertirse en el patio trasero para la producción de celulosa para las industrias papeleras del primer mundo tiene un costo que está fuera de cuestión: la pérdida de hábitat para los animales nativos (que cuando no están acorralados por montes de eucaliptos se topan con la soja). Con la visita a Uruguay de Sean Blamires, aracnólogo australiano, uno se entera de otro golpe más de la forestación a la biodiversidad: con los eucaliptos también se introdujeron a nuestro país arañas de la especie Badumna longinqua, quienes están desplazando –y comiéndose, literalmente– a una especie de arañas endémica de nuestro país.
Una invasión sutil
Esta no es la primera vez que Sean Blamires abandona la comodidad de su laboratorio en la Universidad de South Wales, en Sídney, Australia, para visitar nuestro país. Blamires se dedica a estudiar la seda de las arañas y, durante un congreso en Italia, se cruzó con el investigador uruguayo Luis García. Blamires recuerda que conversaron y entonces “surgió la posibilidad de venir a Uruguay a hacer algunos análisis sobre pesticidas, las arañas lobo y una araña del género Oecobius que se alimenta casi exclusivamente de hormigas. Así que vine a ayudar sobre proyectos que ya existían aquí y a recabar datos para mis proyectos sobre la seda”.
Cuando el experto australiano visitaba nuestro país, tuvo un encuentro de esos que abren nuevos caminos: “Yo no estaba centrado en el estudio de la Badumna, pero estando en Uruguay de repente vi una tela y me di cuenta de que era de esa misma araña que tenemos en Australia”. Su sorpresa fue grande: “Sabía por uno o dos papers que Badumna era una araña exótica invasora en Europa y Nueva Zelanda, y creo que había un artículo que hablaba de su presencia en Brasil. Pero cuando llegué a Uruguay ignoraba que estaba también aquí”. El encuentro fortuito encendió la curiosidad de Blamires: “Entonces empecé a estudiar las diferencias entre las Badumna de mi país y las de Uruguay”.
Carmen Viera, aracnóloga de la Facultad de Ciencias, anfitriona y colaboradora de Blamires, asiente y recuerda: “Cuando Sean llegó a Uruguay nosotros ya sabíamos que teníamos una araña como la Badumna en el país, pero no sabíamos si se trataba de la misma especie o no. Sean tiene un muy buen ojo y enseguida que la vio dijo que sin dudas era la misma araña, la misma especie”. La oportunidad de tener una araña de su país en el otro extremo del planeta le permitía a Sean realizar comparaciones y le brindaba material valioso para sus investigaciones: “Aquella primera vez en Uruguay se me ocurrió la idea de usar la seda como una forma de entender la adaptación en las especies y en los factores de dispersión, si podíamos responder eso estudiando la seda en lugar de estudiar la fisiología de la especie”. Y de la idea, Blamires pasó a los hechos: “Hicimos varios estudios, comparando la seda de la Badumna de aquí y de Australia, y resultó ser una cosa interesante para ver, ya que el hecho de que presenten diferencias es significativo, porque habla de adaptaciones locales en los materiales que usan, en los genes que expresan proteínas para producir la seda”.
Comparando la seda de las arañas radicadas en Uruguay y sus parientes australianas, el investigador observó que las de nuestro país hilan una seda igual de fuerte pero que presenta una mayor elasticidad. Y mediante complejos análisis moleculares, observó que las uruguayas producen proporciones distintas de las proteínas MaSp1 y MaSp2, que se sabe que confieren las propiedades a la seda de los arácnidos. Constatado el hecho, ahora Blamires quiere ir más allá: “Queremos entender cómo se produjeron esas adaptaciones, qué las produce o qué factores ambientales las empujan”. La ciencia se construye sobre lo que no entendemos, y Blamires tiene una buena pregunta: “Queremos entender por qué la Badumna en Uruguay enciende unos genes y apaga otros. Es algo que aún no sabemos”. Factores climáticos y ambientales, la dieta e incluso el tamaño de las presas podrían estar influyendo en esta plasticidad de las Badumna para hilar sedas distintas en Uruguay y en Australia.
Nos devoran los de afuera
Es un placer ver cómo dos investigadores como Blamires y Viera se ilusionan con investigaciones futuras y colaboran para conocer más sobre las arañas y, con ellas, del mundo en que vivimos. Pero esta colaboración internacional tiene un aditivo especial para el asombro: Blamires, como la Badumna longinqua, proviene de Australia, y Viera estaría en todo su derecho si decidiera que todo lo australiano le cae mal. Es que la araña que está siendo desplazada y cuya existencia peligra por la invasión de Badumna es una araña que la investigadora uruguaya está estudiando con pasión desde hace décadas, tantas que la especie, Anelosimus vierae, se llama así en reconocimiento a sus investigaciones (es común dedicar el nombre de las especies a quienes las descubren o investigan).
Uno podría pensar entonces que para Viera este no es simplemente un tema de conservación, sino que es algo personal. Ella no esconde su fascinación con la especie que la homenajea, pero además señala que tiene un gran valor científico: “Anelosimus vierae es una araña subsocial y es un modelo fascinante para estudiar la evolución de la sociabilidad en los artrópodos y en particular en los arácnidos”. Explica: “Anelosimus vierae tiene comportamiento maternal, cooperación en la captura de las presas, regurgitación para la alimentación de las crías y un comportamiento sexual muy complejo. Otras arañas del género Anelosimus van desde comportamientos solitarios a otros muchos más sociales aun. Anelosimus vierae está en el medio, lo que la hace una especie importante para analizar y ver la evolución de la sociabilidad así como de los factores que aumentan o disminuyen estos grados de sociabilidad de las especies”.
Badumna longinqua es un peligro para la araña de Carmen (ese no es su nombre común pero bien podría serlo): “Badumna habita los mismos microambientes que Anelosimus vierae y además se alimenta de ella”, explica Viera. Como Anelosimus vierae es una araña subsocial, también sucede que Badumna parasita sus nidos: al ser social, nuestra araña es buena anfitriona y tolera la presencia de la invasora australiana, que se aprovecha y teje su red utilizando como base la red de la araña local. “Anelosimus se encuentra en todo el Uruguay, pero está asociada a los montes nativos en los cursos de agua y a la flora autóctona del monte de serranía y del monte ribereño”, dice Viera, quien afirma que siguen con atención el fenómeno de la invasión de Badumna. “Es que pasó del árbol específico en el que vino, el eucalipto, a adaptarse muy bien en árboles nativos. Sus telas ahora se encuentran también en los bosques y árboles autóctonos”.
Viera no es optimista: “Creo que en el norte de Uruguay ya no hay más Anelosimus vierae y sólo quedan las especies del género Anelosimus brasileñas. No puedo decir con certeza que Anelosimus vierae esté localmente extinta en el norte, pero podría afirmar que si queda, está en peligro crítico”, lamenta. Siendo una especie endémica, la desaparición de Anelosimus vierae no debería preocupar sólo a Carmen porque lleva su nombre, sino a todos: hablamos de una araña que, en todo este gran planeta, sólo se encuentra en algunos bosques nativos del sur de Uruguay.
Viera no sabe aún si la desaparición en el norte se debe exclusivamente a la predación y competencia de las arañas australianas, al avance de la forestación y la pérdida de hábitat o a otros factores, pero todo apunta hacia allí.
De todas formas, podríamos hacer algo para mitigar lo que está sucediendo. Anelosimus vierae podría vivir en nuestros jardines, y no sólo si tenemos flora nativa. Viera explica que además de anidar en flora autóctona, nuestra araña amenazada también se siente cómoda en cítricos. “Es una araña que también puede vivir en limoneros y naranjos, lo que es importante para impulsar la disminución del uso de agrotóxicos, porque caza varios animales que son dañinos”, cuenta. De hecho, Viera ha llevado adelante un estudio junto con el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) del uso de estas arañas como control biológico de naranjos en Salto. “Como son arañas que cooperan en la captura de presas, logran capturar animales que son más grandes que los que cazan otras arañas que son predadoras solitarias. También presentan la ventaja de que tienen crías de forma no sincronizada, por lo que se reduce la competencia por presas dentro del nido, ya que los juveniles y los adultos van por distintos alimentos”. Actualmente hay predios del INIA que usan Anelosimus vierae y arañas lobo como control biológico, por lo que si los proyectos prosperan, la tecnología podría transferirse luego a más productores. Mientras que las arañas lobo depredan grillos y langostas, insectos saltadores, las Anelosimus son empleadas para controlar insectos voladores, como la mosca blanca, y también larvas.
Es difícil convencer al público sobre la conservación de las arañas, les digo. Blamires contesta que sí, pero también dice que “todos los organismos merecen vivir”. Tal vez los estudios que realiza en Australia y Taiwán sobre las sedas de araña, que involucran a ingenieros y que tienen la intención de aportar información no sólo de la biología de los animales sino también para la producción de biomateriales, ayuden a comprender la importancia de preservar toda esa valiosa información que se esconde en los genes de cada una y todas las criaturas del planeta. Blamires cuenta que los invitaron a publicar un artículo en una edición especial de la revista Philosophical Transactions of the Royal Society que se llamará algo así como “‘Efectos del cambio climático en la biomecánica de los animales’. A pesar de que el nuestro no es un estudio sobre el cambio climático, nos pidieron que escribiéramos el artículo usando los datos del estudio de Badumna contemplando las diferencias que hay entre Uruguay y Australia y que comparemos esos datos extrapolándolos con los modelos de calentamiento global”. Observando entonces pequeñas criaturas, uno puede hablar de temas tan gigantescos como el cambio climático. En este país hubo autoridades de la cultura que no comprendieron para qué sirve estudiar animales como los tucu tucu o los arácnidos. Como si, escondidos en los genes de toda la vida del planeta, no hubiera material para maravillarse e inspirarse por cientos de siglos más.
Un extraño en tierra extraña
Sean Blamires estuvo dando en nuestro país un curso intensivo sobre “Estudios de la seda de los artrópodos: propiedades y aplicaciones” en el Centro Universitario de Rivera. También aprovechará la visita para realizar investigaciones sobre Badumna y las diferencias con sus parientes australianas, y la incidencia de los agrotóxicos en la expresión de los genes de la seda.
“Creo que la seda es realmente interesante porque involucra distintas áreas y preguntas que atraviesan múltiples disciplinas, desde la biología a la ingeniería de materiales, y te da la oportunidad de acercarte a distintos tipos de científicos. La seda de araña es un material con propiedades interesantísimas, por lo que químicos e ingenieros están muy interesados en colaborar”, dice el visitante, que aprovechará su estadía para hacer más trabajo de campo y no tanto de laboratorio. “Todavía necesitamos saber qué es lo que sucede en el mundo real para luego ir al laboratorio. Y a la vez usamos lo que vemos en el laboratorio para ver si nos dice algo sobre los materiales y los animales. Ambas cosas son necesarias. Trato de hacer la mayor cantidad de trabajo de campo que puedo y de hecho esa es la razón por la que estoy acá, porque hago muy poco en Australia”.