Tigres, osos panda, elefantes. Seguro que los tres están entre los animales favoritos de los visitantes de los zoológicos. Uno podría pensar que esa fascinación que despiertan podría ayudarlos a generar conciencia sobre su delicada situación, pero un estudio llevado adelante por varios investigadores, en su mayoría europeos, liderados por Franck Courchamp (del departamento de Ecología, Sistemática y Evolución de la Université Paris-Sud), señala todo lo contrario: ser parte de los animales considerados “carismáticos” y estar presentes en la cultura popular y el marketing de las empresas podría estar comprometiendo su permanencia en este planeta.

En el trabajo, publicado en Plos Biology bajo el título “La paradójica extinción de los animales más carismáticos”, Courchamp y su equipo señalan que “es una opinión generalizada que los esfuerzos de conservación benefician desproporcionadamente a las especies carismáticas”, pero no sólo muestran que la condición de carismático no implica que esos animales no estén amenazados, sino que “la gente tiene una percepción sesgada de la situación de esos animales” que podría deberse a que “su presencia es más abundante en nuestra cultura que en sus poblaciones naturales”. Para los investigadores, “esa percepción sesgada dificulta los esfuerzos de conservación, porque la gente ignora que los animales a los que adoran enfrentan una extinción inminente y no perciben la necesidad urgente de su conservación”. En la construcción de esa percepción sesgada, apuntan los autores del trabajo, participan las empresas, que “libremente usan las imágenes de especies raras y amenazadas en el marketing de sus productos” establecen como hipótesis que tal percepción errónea “durará tanto como la presencia de especies carismáticas en el comercio y en la cultura de masas no sea acompañada por información adecuada y campañas sobre los peligros que enfrentan esos animales”.

¿Cuáles son los carismáticos?

Para determinar cuáles son los animales más carismáticos (ver recuadro), los investigadores recurrieron a varias estrategias: una encuesta con 4.522 participantes, un cuestionario entregado a 224 escolares de Francia, España e Inglaterra, un sondeo de los animales mostrados en las páginas web de los zoológicos de las 100 ciudades más grandes del mundo, y el conteo de los animales que aparecen en materiales promocionales de las películas de Disney y Pixar. Los resultados no sorprenden demasiado, salvo por la presencia de los lobos y, para nosotros, por la ausencia de cualquier animal sudamericano. De todas formas, los autores señalan que su lista representa “las preferencias del público occidental”, y especifican que prefirieron hablar de animales y no de especies porque, en varios casos, como en el del elefante, las especies en realidad son tres (Loxodonta africana, L. cyclotis, Elephas maximus), lo que hacía demasiado compleja la tarea para los encuestados.

El top 10 de los carismáticos (para los europeos)

  1. Tigre. Población estimada: 3.159 (7% de su población histórica, cuatro subespecies extintas)

  2. León. Población estimada: 20.000 (8% de su población histórica)

  3. Elefante (tres especies). Población estimada: 640.000 (10% de su población histórica)

  4. Jirafa (cuatro especies). Población estimada: 80.000

  5. Leopardo. Población estimada: desconocida

  6. Panda. Población estimada: 2.000

  7. Guepardo. Población estimada: 7.000

  8. Oso polar. Población estimada: desconocida

  9. Lobo. Población estimada: desconocida

  10. Gorila (dos especies). Población estimada: 3.800 y 150.000, respectivamente

Habiendo determinado las especies carismáticas, Courchamp y los suyos se fijaron en cuál era la percepción de la gente sobre su estado en la naturaleza, ya que salvo el caso del lobo, los restantes animales figuran en la lista de la Unión Intencional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como vulnerables, en peligro, o en peligro crítico de extinción. Lo que encontraron fue que la gente, incluso los universitarios de mayor nivel educativo, tenían una percepción errónea sobre el estado de sus animales predilectos, ignorando en muchos casos que, de continuar las tendencias, “estarán extintos en el correr de unas pocas décadas”. “La probable extinción de estas especies puede convertirse en un doble castigo para la biología de la conservación”, advierten en la publicación, ya que “las especies carismáticas siguen siendo uno de los medios más eficientes para motivar el interés general para financiar las acciones de conservación” agregan.

Aprovechar el entusiasmo

El biólogo Ramiro Pereira, miembro fundador de la ONG Vida Silvestre y coautor del libro Mañana es tarde. Viaje en busca de la fauna amenazada del Uruguay (quien no participó en el estudio), afirma que las especies carismáticas cumplen un rol en la conservación, pero hay que distinguir dos casos distintos: las especies paraguas y las espacies bandera. “Usar especies paraguas es una estrategia de conservación a nivel mundial”. Pone de ejemplo al tigre, que es un predador tope y por tanto está en la cima de la pirámide alimenticia. “Los requerimientos para que viva un tigre implican que toda la red trófica esté sana, ya que requieren una gran disponibilidad de herbívoros, que a su vez requieren una gran cantidad de productores primarios, etcétera. Para conservar al tigre, conservás también muchísimas especies que están en su territorio”. Por otro lado, las especies bandera, explica, “no están tan relacionadas con esos requerimientos ecológicos, sino con la sensibilización pública. Es el caso del panda. Para conservarlo, se toman acciones, en general relacionadas con áreas protegidas o en determinados ambientes. Al juntar los fondos para conservar el panda, se está conservando también otro montón de especies”.

Sobre nuestro continente, dejado de lado por la predilección europea, Pereira señala: “En Latinoamérica el jaguar sería la especie paraguas por excelencia”. Claro que esta fascinación que causan los grandes felinos tiene, como en el caso de muchos de los diez favoritos de los europeos, sus bemoles: “Con los carnívoros los conflictos son mayores. No sólo tienen requerimientos de hábitat mayores que los herbívoros, sino que además tienen conflictos con el hombre. En Uruguay, por ejemplo, se ha trabajado con venados de campo en predios con producción ganadera y no ha habido problemas. Pero si en el predio en el que tenés ganado tenés también un puma, seguro los vas a tener”. Por eso el biólogo afirma que “las especies paraguas pueden cumplir una función importante en la conservación, pero no son la única estrategia; hay que manejar todas las opciones de conservación”.

Robin Hoods de la conservación

Uno de los puntos más atractivos del artículo publicado por Courchamp y su equipo es una de las soluciones propuestas: “En un mundo en el que las restricciones presupuestales están en todas partes, nuestro llamado a la intensificación de las acciones de conservación puede parecer un poco ilusa”, dicen, y por eso sugieren “un mecanismo de pago para el uso con fines comerciales” de la imagen de estas especies. Tal mecanismo, reconocen, “implicará trabajo interdisciplinario innovador que involucre a científicos de la conservación, economistas ambientales y abogados”.

Para Pereira, si bien la idea es interesante, presenta dos problemas: “Quién se hace cargo de cobrar ese ‘impuesto’ y cómo se distribuye. Tenés gente que, por ejemplo, trabaja en la genética de una especie amenazada, y tenés gente trabajando en áreas protegidas con las especies allí presentes. ¿A quién le vas a dar la plata, al que hace investigación básica, que es necesaria, o al que hace conservación en campo, que también se necesita?”. También advierte, como desconfiando de las empresas y sus departamentos de marketing: “Si cada empresa destina dinero para proyectos de conservación del animal que utiliza, puede dar lugar a proyectos sesgados en base a la financiación”. Entonces describe un escenario complicado: investigadores que dejarían sus líneas para poder tener financiación, presión para que se publiquen datos sesgados “que digan que la población de la especie aumentó como forma de quedar bien con el financiador o para beneficiar la imagen de la empresa”, etcétera.

En lugar de que las empresas decidan dónde y en qué especies ponen ese dinero, Pereira habla de nuestra realidad: “En el caso de las áreas protegidas, en nuestro país existe un fondo nacional que aún no está funcionado pero que está en los papeles. Si tenemos empresas grandes que utilizan animales de nuestra fauna amenazada, lo ideal sería que determinado monto fuera para el fondo de áreas protegidas y otro tanto para algunos de los organismos que dedican fondos para investigación, como la Comisión Sectorial de Investigación Científica, la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, el Programa de Desarrollo de Ciencias Básicas, y que sean destinados específicamente para investigación en conservación. Creo que eso sería más transparente que dejar que la empresa ponga su plata donde prefiera”. Por otro lado, señala que “salvo en el caso del venado de campo –y ahora eso está medio quieto–, no hay programas nacionales de conservación a nivel de especies. Tenés algunas ONG, como Karumbé con las tortugas, o en el caso del venado de campo, estudios de instituciones como el Instituto Clemente Estable”.

Que el que más usa, más pague. Tal vez la idea suene, como dicen los propios autores del artículo publicado, un poco ingenua. Es cierto, soñar no cuesta nada. Pero dejar pasar el tiempo de brazos cruzados está saliendo carísimo.

El top 10 de los carismáticos amenazados de nuestra fauna (para este cronista)

1) Puma

2) Margay

3) Coatí

4) Marmosa

5) Tamanduá

6) Coendú

7) Franciscana

8) Aguaría Guazú

9) Tortuga laúd

10) Tucu Tucu rionegrensis

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