En tu libro apostás por la ciencia como herramienta para apuntalar la causa feminista. ¿No es descorazonadora la andanada de irracionalidades que se dijeron en el Legislativo argentino para argumentar contra la despenalización del aborto?

Muchas veces, cuando se habla de las bestialidades que dijeron nuestros legisladores, se tiende a subestimar el rol de las decisiones racionales que se hacen al argumentar de esa manera. Yo no les otorgaría tanto el beneficio de la ignorancia, sino que me parece grave la forma en que se utilizan manipulaciones argumentales muy concretas y muy intencionales. Son actos racionales en los que se está eligiendo utilizar argumentos que no son tales o que son débiles para manipular la opinión pública o para no conceder u otorgar derechos.

En el prólogo se habla de la importancia de que las mujeres científicas sean modelo para las niñas. Sin embargo, en el libro no se hace tanto hincapié en el aporte a la ciencia de las mujeres argentinas, sino que se va más por el camino de mostrar los sesgos de género en la ciencia.

Mi idea era mostrar un pantallazo de la intersección entre ciencia y género. No soy especialista en historia de las mujeres en la ciencia, soy comunicadora científica. Me interesaba más pensar una discusión sobre el rol de la ciencia en la construcción del imaginario popular y ese diálogo entre ciencia y feminismo. Hay una cuestión que subyace: si las mujeres no hacemos ciencia es más fácil que la ciencia sea patriarcal. La manera de lograr que haya mujeres en la ciencia no tiene que pasar únicamente por visibilizar a las mujeres que hay en ciencia como role models, sino también por visibilizar las problemáticas para, justamente, despertar vocaciones. La ciencia de por sí se plantea como ajena a las mujeres; tal vez visibilizando que hay una necesidad de perspectiva feminista de la ciencia se logre el mismo objetivo.

Más allá de las críticas y los sesgos que dejás en evidencia, ¿podría decirse que apostás por la ciencia como forma de conocimiento y que tu idea es mejorar esa herramienta?

La ciencia tiene una búsqueda de la universalidad de sus discursos, lo que epistemológicamente es bastante discutible. De todas formas, sí hay una intención de que los descubrimientos o los desarrollos se apliquen a la mayor cantidad de casos posibles. Una ciencia hecha en ausencia de mujeres es una ciencia mal hecha, porque es ciencia excluyente.

La participación de las mujeres en las carreras STEM [ciencia, tecnología, ingeniería y matemática] en Argentina es similar a la de otros países. ¿Es un tema que ya se venía discutiendo o que, como en el resto del mundo, comenzó a hablarse hace relativamente poco?

Creo que si el feminismo ha podido ser masivo en este momento de la historia es porque hay una base histórica y sólida muy importante. En Argentina la RAGCYT, que es la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología, tiene unos 20 años, y hay varias feministas históricas que han trabajado un montón en el tema. La epistemología feminista es una rama de los estudios de la filosofía de la ciencia que está bastante consolidada. Entonces hoy tenemos mucho material al que recurrir y, por ejemplo, gracias a eso pude hacer el libro. Todo ese trabajo previo nos da espaldas y hace que hoy no podamos ser desestimadas. Tenemos evidencia para sostener los argumentos y está ese diálogo entre movimiento popular, academia y conocimiento, que hace que las instituciones ya no puedan hacer oídos sordos a la cuestión.

En un pasaje del libro decís que los grandes logros feministas son aquellos que, luego de alcanzados, no permiten volver a ver el mundo como se veía antes. El tema hoy es visibilizado, pero muchos dicen que cambiar cuestiones que, por ejemplo, comienzan con condicionamientos culturales en la infancia, no es sencillo.

Lo que sucede con las mujeres en la ciencia, y en muchos otros órdenes, es injusto. Si uno percibe que una situación es injusta, hay cosas que se tienen que cambiar al día siguiente. Lo que falta muchas veces en la comunidad científica es la percepción de esta injusticia y de la necesidad de cambio inminente en nuestros sistemas institucionales. Quienes menos creen en la evidencia de los sesgos de género, en la veracidad de los estudios que muestran que si yo mando un paper exactamente igual con un nombre de mujer y un nombre de varón, el del varón es más aceptado, son los científicos varones. Entonces hay que hacer entrenamientos en estas cuestiones para quienes hacen referatos o están en situaciones de poder en las instituciones científicas. Se puede también llevar a cabo acciones de discriminación positiva. Por ejemplo, en Argentina el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas ya no da subsidios a congresos que no cuenten con cierta cantidad de mujeres oradoras. Lo que se puede hacer es mucho, pero a veces lo que se dice es que, como es una cuestión cultural tan amplia, que atañe a la crianza, no se puede hacer nada y que hay que esperar a que los movimientos sociales sucedan y entonces se va a acomodar solo. Y esa es una manera no sólo de no asumir la responsabilidad, sino de conservar los privilegios y los beneficios de quienes hoy se ven beneficiados por esta situación.

La discriminación hacia las mujeres es explícita, se puede ver, se puede medir, se puede saber dónde está, y hay quienes tienen poder para actuar sobre esas cosas con medidas concretas. Hay gente que está decidiendo sobre el curso de vida de las personas, hay gente que hoy les está quitando oportunidades a las mujeres.

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