1. Un grupo de amigos viaja a la costa de San José pero el clima no acompaña. Recién cuando la tormenta amaina, logran bajar a la playa. En el suelo, parcialmente sumergido en el río crecido, ven unas pequeñas manchas blancas y no lo dudan: se trata de fósiles. Esperan la calma posdiluvio del día siguiente y se ponen a excavar. Lo que encuentran es excepcional: en el momento no tenían forma de saberlo, pero se trata de una nueva especie jamás descrita. Y más importante aun: el ejemplar ayudará a mejorar el árbol genealógico de los mamíferos acorazados, ese que la evolución ha podado y dejó con una única rama de la que cuelgan las mulitas, los tatús y los armadillos.

La historia suena fantástica. Y lo es. Pero también suena más plausible si añadimos un par de datos. Por un lado, la barra de amigos incluía científicos que se habían acercado a esa playa de San José sabiendo que tiene una formación rica en fósiles. Por otro, entre ellos estaba Andrés Rinderknecht, paleontólogo del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), que no sólo tiene la extraña habilidad de ver huesos diminutos fosilizados desde varios metros de distancia –da la sensación de que lo hubieran adiestrado como a un perro para encontrar estupefacientes– sino que además, una vez que los ve, no descansa hasta saber qué son. Tras años de estudiar el material junto con investigadores de Argentina y Brasil, Rinderknecht acaba de publicar la descripción de esta nueva especie y el trabajo filogenético que determina la nueva familia de mamíferos cingulados en la revista internacional de paleontología Ameghiniana, y está tan feliz –este mes también se inauguró la nueva sede de su museo– que, cuando nos recibe, su sonrisa ciega como mirar a una supernova desde pocos metros.

Un nuevo uruguayo

Al llegar a la sala de ejemplares tipo del MNHN, Andrés abre las puertas de un armario metálico y deja ver dos caparazones compuestos de miles de pequeñas placas. “Ahí lo tienen, el fósil del Neoglyptatelus uruguayensis”, dice lleno de entusiasmo. “Era parecido a una mulita de hoy en día, pero medía más de un metro”. Uno, que es bicho de ciudad, pregunta si de cruzarnos con él en el campo lo confundiríamos con una mulita. “No creo. Eran enormes, no hay ningún cingulado vivo, salvo al tatú carreta, que tenga el tamaño del Neoglyptatelus uruguayensis”. Pero además del tamaño, hay otra diferencia llamativa: “Su coraza estaba articulada en el medio, pero no tenía bandas móviles como las mulitas de hoy en día. Tenía dos caparazones, una anterior y otra posterior, que se articulaban entre sí. Las mulitas también tienen dos, pero se articulan mediante siete o nueve bandas móviles”, dice Rinderknecht, y alcanza con ver la moneda de un peso –que está anatómicamente mal, pues la mulita acuñada tiene un exceso de bandas móviles– para darnos cuenta de que entonces no nos confundiríamos al verlo. “Los gliptodontes, otros cingulados que se extinguieron hace unos 10.000 años, tenían un solo caparazón”, añade el paleontólogo para dar pie a la importancia de haber encontrado este fósil: “Neoglyptatelus uruguayensis presenta un tercer tipo de coraza que hasta ahora no había sido descrito”.

Es que si bien se conocen muchísimas especies de mulitas fósiles, gliptodontes y otros animales extintos acorazados (ya hablaremos de ellos), Rinderknecht acota: “La mayoría de los fósiles de armadillos sólo se describen por placas sueltas. Encontrar cosas enteras es muy raro, incluso en el caso de los gliptodontes. Además, cuanto más atrás en el tiempo te vas, más difícil es”. Entonces uno comprende la rareza del fósil completo de San José: apareció en la Formación Camacho, un perfil geológico del Mioceno tardío, por lo que el ejemplar tiene unos diez millones de años.

Los neogliptatelos son animales descritos por fósiles de dos especies encontradas en Colombia (Neoglyptatelus originalis y Neoglyptatelus sincelejanus). Su presencia fue reportada también en Brasil y en Uruguay. Como el fósil encontrado por Andrés y sus amigos estaba muy completo, se pudo determinar que se trataba de una especie distinta a las de Colombia. El nombre dado a este neogliptatelo, si bien fue escogido por consenso entre todos los autores, no era el favorito de Andrés. “No es que no sea un buen nombre, es que ahora prefiero no poner el nombre de un lugar geográfico a una nueva especie, porque después esa especie puede aparecer en otro lado y el nombre confunde”, señala Rinderknecht, que reconoce que en el pasado también le puso kiyuensis a un pato gigante y a un perezoso. Por otro lado, agrega que dado que el primer autor del trabajo, Juan Carlos Fernícola, del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, es argentino, ponerle “uruguayensis” es un gesto que merece reconocimiento y que va a contrapelo de la visión infundada del ego de los hermanos de la vecina orilla.

Pero para Andrés el hecho de que el Neoglyptatelus uruguayensis sea una nueva especie no es lo más importante de esta historia: “Si bien encontrar una nueva especie es buenísimo en sí, con este bicho eso casi que queda opacado. Lo que se lleva más de 99% de la importancia de este fósil es que podemos justificar una nueva familia de mamíferos y conocerla por primera vez”. Eso fue posible gracias a que la coraza del animal estaba casi completa. Y entonces agrega: “Si la coraza no fuera de una especie nueva pero estuviera completa, para el caso sería lo mismo, porque estamos hablando de que nos permitió caracterizar a todo un grupo”.

Un árbol entreverado

Hasta que apareciera nuestro neogliptatelo en San José, el árbol genealógico de los mamíferos acorazados, es decir, de los cingulados, tenía algunas inconsistencias. “En todo el registro fósil de América tenés animales con placas con el diseño parecido al de las mulitas, pero como tienen placas con espesor, parecen también de gliptodontes”, cuenta Rinderknecht. “Los científicos metían a todos esos animales dentro de un grupo de gliptodontes primitivos que llamaron gliptatelinos, que era como un grupo basal de gliptodontes. Pero ese grupo era medio una bolsa en la que se metía lo que no se conocía bien”.

En esa bolsa multiuso se había colocado a fósiles acorazados de unos diez millones de años encontrados en Uruguay, de 15 millones de años hallados en Colombia, y de aproximadamente dos millones de años ubicados en Estados Unidos. “Los de acá estaban bajo el género Neoglyptatelus. Los que se encontraron en Estados Unidos, que eran descendientes más modernos de Neoglyptatelus, se pusieron en otro género, Pachyarmatherium”, expone Andrés, que luego, como buen contador de historias que debe ser un divulgador de la ciencia, arranca con una anécdota. “Hace unos 20 años una persona vio en una colección un Pachyarmatherium que, según él, tenía dos corazas articuladas. Un científico lo fue a ver y dijo que era una cosa excepcional”, relata, dado que los gliptodontes tienen una única coraza sin articulaciones. “Cuando lo fue a ver por segunda vez el material desapareció. Según los chusmeríos lo compró un coleccionista japonés, pero lo cierto es que nunca más se supo de él. Igual quedó en el aire que Pachyarmatherium capaz que no era un gliptodonte”.

Fósil hallado en las costas de San José.

Fósil hallado en las costas de San José.

Desde entonces, poco se avanzó sobre ese misterio... hasta que Rinderknecht fue a San José junto al biólogo Washington Jones y un par de amigos más. “Enseguida que vi el borde de plaquetas me di cuenta de que era un Neoglyptatelus, porque ya había encontrado uno en San José y conocía las placas. Cuando empezamos a excavar, nos dimos cuenta de que era algo excepcional. Era la primer evidencia completa de este grupo de animales que era publicable, y que además pertenecía a un formato de animal totalmente nuevo”, recuerda. De esta manera podían arrojar nueva luz al misterio paleontológico de los mamíferos acorazados: “Porque tener un bicho con bandas móviles es una cosa, tener un bicho rígido es otra, pero tener un bicho con dos corazas que se articulan entre sí era algo que nunca se había visto, salvo ese relato que nunca se pudo demostrar”.

Rinderknecht enseguida se puso en contacto con el paleontólogo argentino del Museo de La Plata, Sergio Vizcaíno, y le contó de la coraza completa de Neoglyptatelus, que además tenía la cola y las patas. “Vizcaíno me dijo que era un hallazgo impresionante, pero que me iba a llevar mucho trabajo. Porque en paleontología, cuanto más material encontrás, más trabajo te lleva”. Le propuso entonces sumar a Juan Carlos Fernícola, del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, experto en gliptodontes y mulitas. “Fernícola vino varias veces a Uruguay y acordamos que él se iba a encargar de toda la parte de la descripción y de parte de la filogenia junto a un paleontólogo de Brasil que tenía patas de varias especies. El trabajo llevó tiempo, pero al final salió”.

Se agranda la familia

Tras realizar un estudio de sistemática filogenética, los científicos obtuvieron el árbol genealógico “más parsimonioso” de estos animales, es decir, aquel que explica de forma más sencilla la rama de este grupo de mamíferos. Andrés y su equipo postulan entonces la existencia de una nueva familia: los paquiarmatéridos.“Nuestro árbol nos da que Pachyarmatheriidae es una familia formada por las distintas especies de Neoglyptatelus y por sus descendientes más modernos, los Pachyarmatherium. Esta familia es un grupo distinto al de los gliptodontes, al de los pampaterios y distinto al de las mulitas actuales”, sentencia Andrés con orgullo.

De esta manera, el árbol de los mamíferos acorazados tiene ahora cuatro grandes ramas: los dasípodos (Dasypodidae), integrados por todas las mulitas, los tatús y los armadillos pasados y actuales, con corazas y bandas móviles; los pampatéridos (Pampatheriidae), ya extintos; los gliptodóntidos (Glyptodontidae), con sus corazas enteras, y los nóveles paquiarmatéridos (Pachyarmatheriidae), animales con dos corazas articuladas sin bandas móviles que pudieron ser descritos gracias al Neoglyptatelus uruguayensis.

Esta nueva familia supone un desafío importante: si los animales más antiguos, los dasípodos, de los que descienden las armadillos y las mulitas actuales, tenían dos corazas y bandas móviles en el medio, y los animales de la rama más moderna, los extintos gliptodontes, tenían una coraza entera, la nueva familia de paquiarmatéridos, que surgieron entre ambos grupos, sería una especie de eslabón, y su coraza, de dos partes pero sin bandas articuladas, sería una transición hacia la de los gliptodontes. Pero en ciencia las cosas nunca son tan sencillas: “El quilombo es que vos tenés los armadillos, los Neoglyptatelus uruguayensis y su familia, pero luego vienen los pampaterios, que tienen bandas móviles, y recién entonces los gliptodontes. Si no fuera por los pampaterios, la explicación sería impecable”, reflexiona Rinderknecht, al tiempo que se resigna: “Eso es lo que hay, eso es lo que nos da la filogenia hoy. Nos permite decir que este animal pertenecía a un grupo propio, pero no alcanza para explicar dónde va exactamente ese grupo, faltan más restos fósiles”.

Aún hay más

“Los neogliptatelos se originaron en Sudamérica. Hace unos tres millones de años fueron a Norteamérica, cuando emergió el istmo de Panamá, y finalmente evolucionaron hasta los paquiarmaterios y entonces regresaron a Sudamérica”, cuenta Andrés, y agrega: “Los originales, nuestros Neoglyptatelus uruguayensis, probablemente se hayan extinguido para cuando sus descendientes evolucionados retornaron a Sudamérica. Podría ser también que hubiera pocos y cuando vinieron los Pachyarmatherium los desplazaron. No hay que descartar que los paquiarmaterios, que también se encontraron en Uruguay, hayan sido vistos por los primeros pobladores de estas tierras”. Para enfatizar la idea el paleontólogo agrega, deleitado: “Esos primeros indígenas vieron a los cuatro grupos: a las mulitas, a los gliptodontes, a los pampaterios y a estos paquiarmaterios”. Qué envidia, nuestros antepasados pudieron ver los tres diseños maestros de corazas en acción.

Sobre las corazas, aún queda mucho por saber. ¿Dos corazas con bandas móviles dan más flexibilidad que dos corazas sin bandas pero articuladas entre sí? Andrés incita a no dejarse llevar por lo que dicta el sentido común: “Tenemos un montón de hipótesis, pero ahora queda planteado un estudio profundo de biomecánica. No sabemos cómo se movía y cómo funcionaba esta coraza en dos partes. Capaz que las bandas móviles de las mulitas no tienen que ver tanto con la movilidad. Uno tiende a pensar que cuantas más bandas tenga una mulita, más flexible será; sin embargo, el bicho más flexible de todos es el mataco (Tolypeutes matacus), el tatú de Brasil que se puede hacer una bola. ¿Y cuántas bandas móviles tiene? Sólo tres. Las mulitas tienen siete o nueve, pero no se pueden doblar así”.

Ya vendrá entonces el estudio biomecánico y se resolverá el misterio de la evolución de la coraza. Mientras tanto, Rinderknecht disfruta el momento: “Cuando encontré este bicho me dije que era el fósil más importante que había encontrado en mi vida. El trabajo que realizamos con el roedor gigante, el Josephoartigasia monesi, ha tenido muchísima repercusión por el hecho espectacular de ser el roedor más grande de todos los tiempos, pero creo que científicamente este bicho es más importante, por la información novedosa que da y porque es un grupo que vivió en casi toda América, que quizá convivió con los indígenas y del que nunca se había encontrado nada completo. Era como un fantasma que había dejado pequeños rastros, placas por aquí y por allá. Si mañana encuentro un Josephoartigasia monesi completo o un tigre dientes de sable completo, no tiene nada que ver con esto”. Feliz, prosigue: “Cualquier persona que haga un estudio sobre mamíferos acorazados va a tener que citarlo, porque en la introducción va a tener que hablar de los pampaterios, de las mulitas, de los gliptodontes, y ahora también de los paquiarmatéridos. Por eso digo que a nivel científico este es el material más importante que tuve la fortuna de encontrar”. Ojalá Rinderknecht se equivoque y vuelva a encontrar algo que nos deje a todos con la boca abierta.

Artículo: A New Species of Neoglyptatelus (Mammalia, Xenarthra, Cingulata) from the Late Miocene of Uruguay Provides New Insights on the Evolution of the Dorsal Armor in Cingulates
Publicación: Ameghiniana (2018)
Autores: Juan Fernicola, Andrés Rinderknecht, Washington Jones, Sergio Vizcaíno y Kleberson Porpino.

Recreación del Neoglyptatelus uruguayensis. Dibujo de Renzo Vayra.

Recreación del Neoglyptatelus uruguayensis. Dibujo de Renzo Vayra.

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Neoglyptatelus uruguayensis | Edad del fósil: 10 millones de años, aproximadamente. Localidad: Costa de San José. Tamaño: poco más de 1 metro. Características: dos corazas que se articulan entre sí sin bandas móviles.