Quizás a algunos nos pase que lo que vemos en el espejo a veces no nos parece la gran cosa. Pero todo es cuestión de perspectiva. Hay que pensar que arrancamos apenas como un par de células unidas, una pelota de no más de 0,1 milímetros de diámetro, que se empezó a dividir de dos en dos hasta ser, según la última estimación –parcial e incompleta– las cerca de 37,2 trillones de células amontonadas que forman nuestro cuerpo. Pero no todo es dividirse. En ese proceso, las células se ordenan y organizan de una manera específica para generar toda la complejidad del cambalache de órganos y tejidos que somos. Es un proceso fascinante y extremadamente complejo; que a pesar de la inmensidad de la tarea todo funcione más o menos bien merece un reconocimiento: somos cracks, somos increíbles.

Sin embargo, aunque estamos hablando literalmente de cómo nos construimos, hay etapas del proceso sobre las que realmente no sabemos casi nada, y que hasta hace poco eran inaccesibles. Una especie de caja negra que iba desde el embrión de 6-7 días, llamado blastocisto, la etapa previa a la implantación en el útero materno, hasta las cuatro semanas, aproximadamente. Hace poco los científicos lograron la forma de acceder a esa caja negra, algo que generó un nuevo debate sobre la investigación en embriones humanos que continúa hasta hoy.

Empujando el límite

Estudiar las primeras fases del desarrollo humano no es sencillo, ya que entre otras cosas es complicado obtener permisos para conseguir las muestras, que no son infinitas. Generalmente se trabaja con embriones donados por mujeres que recurrieron a la fertilización in vitro que ya no los necesitan –recordemos que para aumentar la probabilidad de éxito de la fertilización in vitro se fecundan varios óvulos, se cultivan varios embriones e incluso se suelen transferir varios de ellos a la madre–.

Una vez que se tienen los embriones se cultivan en pequeñas placas de vidrio, donde se los puede estudiar mediante distintas técnicas microscópicas. Pero el tema era que los embriones humanos in vitro no duraban mucho. Pocas veces se lograba mantenerlos hasta el séptimo día de desarrollo, y el récord lo tenía un único trabajo en el que alcanzaron los nueve días. Más tiempo se consideraba casi imposible, ya que a esa altura el embrión se implanta en el útero y, una vez implantado, las señales del tejido materno eran absolutamente necesarias para sobrevivir y avanzar a las siguientes fases del desarrollo.

Por estas complicaciones, para estudiar lo que pasa luego de la primera semana se suele usar modelos animales. Como mamíferos que somos, compartimos muchas cosas en común con los ratones, incluido el desarrollo embrionario, y aprendimos un montón de ellos. Pero no es lo mismo. No podíamos estar seguros de si las suposiciones sobre el desarrollo humano basadas en el estudio del ratón eran correctas o equivocadas.

Así estaba el mundo hasta que, en 2016, dos grupos de investigación rompieron el récord. El grupo de la doctora Magdalena Zernicka-Goetz, de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), y el del doctor Ali Brivanlou, de la Universidad Rockefeller (Estados Unidos),reportaron el mismo mes haber sostenido embriones humanos in vitro por 13 días, y demostraron que, con el cóctel adecuado de proteínas y nutrientes, los embriones no sólo sobrevivían por más tiempo, sino que además se “implantaban” en la placa de vidrio. Esta fue la primera gran sorpresa de la investigación: al parecer los embriones no requirieron ningún tejido materno para desencadenar la reorganización de las células que ocurre luego de la implantación. Unas células comenzaron a diferenciarse en tejido placentario temprano, mientras que otras se desarrollaron en células precursoras del embrión propiamente dicho. Esto no implicaba que el embrión fuera capaz de desarrollarse por completo de manera independiente, ni mucho menos, pero sí fue un cambio importante de las nociones establecidas.

El avance permitió estudiar por primera vez embriones humanos en detalle más allá del récord de nueve días. Los resultados mostraron, entre otras cosas, que el desarrollo del ratón y el humano tienen más diferencias de las que se creía, incluso en etapas tan tempranas como esa. Muchas referencias y trabajos científicos que se hicieron bajo la suposición de semejanza van a tener que revisarse y corregirse.

A pesar de la emoción del descubrimiento, los experimentos terminaron el día 13. El fin no llegó debido a que los embriones no hayan sobrevivido, sino que fueron descartados porque ya estaban en el límite de la regla de los 14 días, como se conoce a la norma que establece el tiempo máximo luego de la fertilización en que se puede trabajar con embriones humanos en el laboratorio.

No experimentarás por más de dos semanas

Este límite se originó en respuesta a las discusiones bioéticas y disputas públicas generadas por el nacimiento de Louise Brown, la primera bebé concebida por fertilización in vitro, en 1978. Alrededor de la polémica, se incrementó la preocupación sobre los embriones humanos que crecen en laboratorios con fines de investigación, y se generó un debate difícil de saldar, con posiciones muy polarizadas. En medio de ese torbellino de medios, parlamentarios, fundamentalistas religiosos, científicos y el resto de la población, la regla de los 14 días logró calmar las aguas y dejar a todas las partes más o menos satisfechas.

Si bien fue propuesto antes, el límite de 14 días fue aprobado e implementado en 1984 en Reino Unido, con el apoyo del informe de la Comisión de Investigación en Fertilización Humana y Embriología, liderada por la filósofa inglesa Mary Warnock. El número de días no es caprichoso. A partir de los 14 días el embrión ya no puede dividirse en gemelos, así que tiene cierta individualidad. Además, a los 15 días de la fertilización comienza a formarse una estructura llamada “línea primitiva”, y con ella el embrión inicia un proceso de reorganización celular que tendrá como resultado las tres capas de células germinales que dan origen a todos nuestros tejidos. La línea primitiva es fácil de ver, por lo que resulta un límite claro, establecido y con poco lugar a confusiones.

Sin embargo, aquí es necesario agitar una bandera gigante de precaución. Estos argumentos con bases biológicas, que entre otros ayudaron a establecer la regla de los 14 días, pueden generar la tentación de ser usados para atacar la coherencia o el carácter de otras normativas, como la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, lo que sería un enorme error y una malinterpretación de la regla. El límite de los 14 días no buscó nunca establecer una línea que marque el inicio del estatus moral en embriones humanos; simplemente es una herramienta política que se diseñó para generar un espacio que permita la investigación científica y, a la vez, mostrar respeto por los distintos puntos de vista sobre la investigación en embriones humanos. En ese sentido, fue muy efectiva. Los opositores estaban dispuestos a aceptarla, pues tenían garantías claras y formas legales de frenar la investigación que propasara ese punto. Por su parte, los científicos aceptaron de primera: en 1984, mantener embriones de 14 días en el laboratorio era un horizonte extremadamente lejano, apenas manejable dentro de lo hipotético. El límite no les alteraba en nada su investigación, ni lo haría por quién sabría cuántos años.

Pero acá estamos, y ese horizonte lejano y teórico se volvió, de repente, un límite práctico muy real. Las investigaciones en el borde del límite y la capacidad técnica confirmada para romperlo agitaron las aguas y reavivaron las discusiones éticas en torno a la investigación en embriones humanos. En el centro de la discusión está la pregunta de si se debería o no revisar y actualizar la regla de los 14 días. Hace sólo unos meses se llevó a cabo en Estados Unidos una reunión de científicos, eticistas y otros expertos para discutir estas cuestiones, pero los resultados son poco claros.

Algunos científicos, como Brivanlou, empujan fuertemente para que se mueva la barrera hacia adelante: no sólo comprenderíamos las bases de nuestro desarrollo como nunca antes, sino que esto podría tener un impacto importante en la prevención de la pérdida de embarazos tempranos e incluso en la comprensión y el tratamiento de varios defectos de nacimiento que comienzan a mostrar errores a ese nivel de desarrollo. Zernicka-Goetz, por su parte, aunque quisiera que se ampliara el límite, tiene presente que no es una decisión que le corresponda únicamente a los científicos, y prefiere esperar a que haya un consenso general. Todavía hay mucho para hacer dentro de los límites, así que prefiere tomárselo con calma. Todos tienen presente que, si bien poder tener embriones en cultivo por más de 14 días puede aportar conocimientos críticos sobre el desarrollo humano, surge al instante la siguiente pregunta: ¿dónde deberíamos poner el próximo límite? La discusión es interesantísima, pero, aunque no se descarta que más adelante se presenten peticiones especiales y excepciones muy particulares para investigar un poquito más allá de los 14 días, por ahora la regla sigue en pie.

La alternativa sintética

Mientras el debate continúa, se buscan formas alternativas de abordar las mismas preguntas. Algunos científicos, como Brivanlou, están construyendo estructuras artificiales parecidas a un embrión, a partir de células madre. En concreto, se utilizan “células madre pluripotentes inducidas”, que actúan igual a las células madre embrionarias, por lo que son capaces de convertirse en cualquier tipo de célula y generar la mayoría de los tejidos, pero se generan artificialmente a partir de cualquier célula del cuerpo. Algo así como agarrar una célula adulta, aplicarle algunas técnicas genéticas y hacerla ir atrás en el tiempo, hasta cuando aún era una célula madre llena de posibilidades.

Estas estructuras de tipo embrión se llaman embrioides, porque si bien se comportan de manera similar a un embrión en algunas cosas, no serían capaces de dar lugar a un humano completo ni aunque fueran implantados en el útero (cosa que no es la idea de nadie). Técnicamente, estos embrioides no caerían bajo la regulación de los 14 días, ya que no son embriones en sí; por tanto, podrían usarse para sortear las limitaciones de la regla y estudiar procesos que ocurren más allá de las dos semanas de desarrollo.

Los embrioides continúan al día de hoy en una especie de zona gris, y generan a su vez nuevos desafíos bioéticos. Muchos han expresado su preocupación y advierten que ya no basta con revisar la regla de los 14 días, sino que es necesario una discusión más amplia que incluya a los embrioides y las condiciones en las que se desarrollan. A medida que los modelos de embrioides sintéticos se hacen más y más sofisticados, para el futuro de la investigación in vitro las preocupaciones por los límites de tiempo pasan a ser algo secundario frente a preguntas más básicas, por ejemplo: ¿qué definimos como un embrión?, ¿qué tanto estos embrioides se parecen realmente a un embrión? Por ahora, y como siempre, es deber de los comités de ética en la investigación –estatales e institucionales– revisar caso a caso y, con responsabilidad pública, velar por que todo se realice de acuerdo a las normativas y estándares internacionales. Su rol y desafío es muy grande, al supervisar proyectos basándose en una legislación incapaz de predecir el camino del desarrollo científico en campos que avanzan a gran velocidad.

Frente a estos avances, es difícil no caer en las imágenes del distópico Un mundo feliz, de Aldous Huxley, aunque en la realidad estas investigaciones se separen años luz de los procesos del libro y busquen otras cosas. Pero es innegable que el progreso técnico hace que la ciencia ficción tenga cada vez menos de ficción; la ciencia se mueve rápido y no está de más reafirmar la importancia de que los científicos trabajen bajo un fuerte escrutinio ético. Esto está ocurriendo ahora, y ya sea en Estados Unidos o en un país pequeño de Latinoamérica como el nuestro, estos avances tienen el potencial de generar un impacto muy grande en la vida diaria, por lo que es bueno empezar a empaparnos del tema y participar en la discusión. Quizá tengamos que tomar decisiones importantes antes de lo que pensamos. El futuro llegó hace rato.