Todos nuestros recuerdos, humores, decisiones y sensaciones pasan por nuestro cerebro; contiene todo lo que somos y determina cómo nos relacionamos con el mundo. Pero lo más sorprendente del cerebro es que, incluso luego de años y años de investigación, avances y descubrimientos, algo tan pequeño como para entrar en nuestras cabezas aún contenga misterios tan vastos como los que se ocultan en los límites del universo y las profundidades de los océanos.

Pese a esos grandes misterios, la verdad es que creíamos que algunas cosas del cerebro las teníamos bastante sabidas y establecidas. Por ejemplo, las células que lo forman las conocemos: son las neuronas y las glías. Las neuronas son las más conocidas y famosas, forman grandes redes de comunicación por todo el sistema nervioso, y se encargan de recibir y transmitir información en forma de impulsos eléctricos. Tenemos muchos tipos de neuronas y, de nuevo, pensábamos que ya las conocíamos todas y las teníamos bastante bien clasificadas.

Sin embargo, la clasificación estaba incompleta, como demostró un artículo publicado en Nature Neuroscience en el que se describe un nuevo tipo de neurona del cerebro humano. El hallazgo forma parte de un esfuerzo mucho más grande que busca inventariar y describir exhaustivamente todas las células nerviosas del cerebro humano. Enfrentados a estas neuronas misteriosas, los investigadores pasaron varios años estudiándolas y describiéndolas de la manera más completa posible. Hicieron estudios morfológicos al microscopio, evaluaron las particularidades de su respuesta eléctrica y analizaron el perfil completo de su expresión génica. Para hacerse una idea del trabajo que dio demostrar que estas células son verdaderamente una clase diferente de neuronas, basta con apreciar que el artículo de 15 páginas cuenta con 34 coautores de seis instituciones distintas.

Estas neuronas nuevas para la ciencia son pequeñas y compactas, con varias prolongaciones que forman un entramado denso y espeso. A lo largo de sus axones, las proyecciones por donde transmiten su señal a otras células, tienen varias protuberancias llamadas botones axonales. Estos botones les llamaron la atención a los investigadores por ser abundantes y bastante grandes, de forma similar a los escaramujos, los frutos del rosal, y en eso se inspiraron para ponerle el nombre: las denominaron “rosehip neurons”, que suena bastante mejor que “neuronas escaramujo”, en español.

Las neuronas rosehip se encuentran en la corteza cerebral, que no es otra cosa que el tejido nervioso que cubre la superficie de los hemisferios cerebrales. La corteza cerebral es clave para procesos como la memoria, la atención, la función motora, la percepción, el lenguaje, la cognición y la toma de decisiones, por nombrar algunos. Estas neuronas son inhibitorias, lo que significa que su acción baja la actividad de la célula sobre la que actúa. Por ahora, los investigadores demostraron que estas neuronas forman contactos específicos con otro tipo de neurona, las neuronas piramidales, por lo que las rosehip podrían actuar modificando su nivel de activación en el cerebro. Pero la verdad es que su función exacta todavía plantea múltiples interrogantes. Por otro lado, el perfil de expresión génica de estas células no se parece en nada a los de ninguna célula conocida del ratón, por lo que los investigadores no tienen hoy un análogo más sencillo y accesible para su estudio. Las neuronas rosehip, por ahora, parecen ser sólo nuestras.

Queda mucho por hacer. Con una nueva neurona en juego, brotan muchísimas nuevas preguntas que ojalá puedan responderse en los años venideros. ¿Cuál es la función exacta de estas células? ¿Cómo se organizan en los circuitos del cerebro? ¿Qué pasa cuando funcionan mal? ¿Podría un mal funcionamiento de estas neuronas tener algo que ver con alguna enfermedad neurológica y/o neuropsiquiátrica? Es en esta última pregunta que planean centrarse los autores en sus futuros experimentos. Volviendo a los misterios, así como en 1960 Jacques Piccard y Don Walsh iluminaban por primera vez en la historia las oscuras profundidades del océano a 10.916 metros de profundidad, hasta el día de hoy se siguen revelando y sacando a la luz nuevas cosas sobre el cerebro que están allí desde hace tiempo, ocultas. Qué tan extenso es el océano o cuánto hemos iluminado ya, imposible saberlo. Más razón para seguir con la inmersión.

Artículo: “Transcriptomic and Morphophysiological Evidence for a Specialized Human Cortical GABAergic Cell Type”.

Publicación: Nature Neuroscience (2018).

Autores: E Boldog, T Bakken, R Hodge y colaboradores.