El Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) guarda desde hace más de 30 años un registro de las localidades del país en las que se encontraron muestras de algún tipo de Cyanocyclas, es decir, especies de moluscos bivalvos que viven –o vivieron– en alguna de las superficies de agua uruguaya. El registro está compuesto por 93 puntos que se concentran principalmente sobre la costa del Río de la Plata y el río Uruguay, y la muestra más antigua data de 1987, cuenta el biólogo Cristhian Clavijo, que decidió emprender la aventura de visitar cada una de esas localidades para constatar la presencia de almejas porque, de un tiempo a esta parte, se manejaba la hipótesis de que, tras el asentamiento y la propagación de almejas exóticas invasoras, los bivalvos nativos estaban desapareciendo. Así fue que entre 2009 y 2012 se abocó a la recolección de muestras. Fue un trabajo arduo que le permitió publicar, junto con el biólogo Álvar Carranza, el artículo “Crítica reducción de la distribución geográfica de Cyanocyclas (Cyrenidea: Bivalvia) en Uruguay”, en la revista Aquatic Conservation Marine and Freshwater Ecosystems.
Los resultados de la investigación no son nada alentadores. Del total de localidades conocidas, se analizaron 70 y sólo se encontraron bivalvos vivos en cinco (7,1%). En otras cuatro localidades (5,7%) se encontraron caparazones de individuos que habían muerto. En ese último caso, Clavijo explica que puede significar que aún hay algunos individuos presentes o que simplemente las almejas ya no están y que su caparazón, testarudo, se resiste a dejan el lugar. Así las cosas, la distribución geográfica actual de Cyanocyclas en aguas uruguayas se redujo cerca de 90% en comparación con la información del registro histórico.
Los puntos señalados en el mapa identifican la distribución geográfica histórica y actual de los bivalvos en Uruguay. Los puntos verdes marcan las localidades en las que aún pueden encontrarse especies vivas, por ejemplo Cyanocyclas limosa y Cyanocyclas fortis, que aún se encuentran en abundancia. Los puntos amarillos señalan los espacios en los que se encontraron sólo los caparazones, mientras que los puntos rojos apuntan las localidades en las que no se encontraron almejas nativas de ninguna especie. Al respecto, el biólogo señala que “probablemente hay una extinción de especies a nivel global, porque algunas especies estaban sólo en Uruguay y no se volvieron a encontrar ejemplares”. Ese sería el triste caso de Cyanocyclas felipponei y Cyanocyclas simplex. Estas especies no son reconocidas formalmente en el estatuto científico por ser agrupadas, desde comienzos del siglo XX, con otros Cyanocyclas, pero Clavijo sostiene que durante su estudio de maestría pudo comprobar diferencias genéticas que posibilitan hablar de individuos diversos, y que hace falta dar algunos pasos en “la burocracia científica” para reconocerlas como tales. En el caso de otras especies, como Cyanocyclas paranensis, en toda la región se registró un único ejemplar en los últimos 20 años, al tiempo que de Cyanocyclas undulata apenas se encontraron cerca de 10 ejemplares.
En la investigación se plantea que la disminución de la población de almejas nativas puede ocurrir debido a dos factores. Por un lado, la invasión de Corbicula fluminea y Corbicula largillierti, almejas que llegaron desde Asia y que son “como primas” de las nuestras, al decir de Clavijo, porque pertenecen a la misma familia. Sin embargo, como sucede con las ranas toro y otras especies invasoras, las “primas” ponen en peligro la biodiversidad autóctona. ¿Cómo cruzaron el mundo estos moluscos? Clavijo plantea que hay más de una hipótesis al respecto. Una de ellas refiere al comercio con Asia, que se intensificó a partir de los años 90, y sostiene que las larvas seguramente vinieron en las aguas de lastre de barcos orientales que llegaron a las costas del Río de la Plata y de la región. La otra hipótesis se vincula a una tradición oriental de comer mejillones dorados a fin de año para tener fortuna en el que comienza. “Como son doraditas y tienen forma de canastita, las llaman ‘almeja dorada de la buena suerte’”, explica Clavijo. “Hay quienes dicen que algunos navegantes las traían vivas para comerlas frescas, y lanzaban los restos al agua”, dice.
Por otro lado, las poblaciones de bivalvos pueden haberse visto afectadas por la degradación de las condiciones ambientales. Por ejemplo, Clavijo afirma que en el arroyo Malvín, donde había almejas, se extinguieron por “el efecto directo antrópico de tirar basura”, sumado al impacto de la urbanización. De acuerdo con la investigación, en algunas zonas del río Santa Lucía la extracción de arena condujo a la pérdida de sedimento fino, transformando así el hábitat en uno no adecuado para los bivalvos. El biólogo añade que en los campos el uso de fertilizantes y productos químicos también afectó a las almejas. De todas formas, Clavijo aclara que no existen datos específicos y que es muy difícil determinar exactamente cuáles son las causas ambientales que inciden en la abundancia o disminución de las poblaciones de almejas.
En el estudio se especifica que los Cyanocyclas son hermafroditas y “posiblemente” capaces de autorreproducirse mediante la “incubación branquial de embriones que luego se liberan como juveniles completamente desarrollados”. Esto, explica Clavijo, puede considerarse otro elemento perjudicial para la preservación de estas especies. “Las crías son incubadas dentro de la madre, por lo que tienen muy poca reproducción. No son como otros, invertebrados que en general depositan muchos huevos”, dice el biólogo, y añade que, incluso aunque no está del todo estudiado, es posible que “las madres mueran al dar a luz, porque las crías rompen su cuerpo de tal manera que mueren”.
Los que van quedando
“Los bivalvos filtran el agua, lo que hace que parte de la calidad de agua que tenemos se la debamos a ellas. Comen bacterias y algas, y lo que no comen lo depositan en el fondo, formando una especie de moco”, explica Clavijo, al tiempo que alerta que la extinción de las almejas podría afectar la calidad de los ecosistemas de agua dulce. No obstante, añade que las almejas exóticas también llevan adelante esta función, por eso pueden generarse discusiones sobre si es buena o mala su presencia en nuestras aguas. Esa discusión implica, incluso, una dimensión ética ante la idea de erradicar a los invasores para conservar a los autóctonos.
Para proteger los pocos focos de bivalvos nativos que nos quedan, Clavijo sugiere que se establezcan “sitios protegidos”, en lugar de “áreas protegidas”, y que en ese sentido trabaja en conjunto con una red de investigadores de América del Sur: “Así como existen lugares de prioridad para la población de murciélagos, nuestra idea es establecer lo mismo para la almeja de agua dulce. Generar controles en esos sitios para que no baje ganado o no haya pisoteo porque las afecta, hacer la prueba de sacar los moluscos invasores si es que llegan a una localidad sin afectar y ayudar a las nativas a competir mejor, además de cuidar la calidad del agua”. Agrega que es fundamental tomar conciencia de los espacios, y da un ejemplo: “Una de las poblaciones de almejas de agua dulce más importantes está al lado de la planta de UPM”.
Artículo: “Critical reduction of the geographic distribution of Cyanocyclas (Cyrenidea: Bivalvia) in Uruguay”.
Publicación: Aquatic Conservation Marine and Freshwater Ecosystems (2018).
Autores: Cristhian Clavijo, Álvar Carranza.