Los microbios son la forma de vida más abundante de nuestro planeta, al punto de que, si sumáramos el peso de todos estos magníficos seres invisibles al ojo humano, pesarían más que la suma de todos los mamíferos –con sus gigantescas ballenas y elefantes–, reptiles –con sus legendarias tortugas y cocodrilos–, peces –con los enormes tiburones blancos– y bosques –con sus majestuosas secuoyas gigantes– juntos. Entre los microbios o microorganismos se encuentran las bacterias, seres unicelulares sin núcleo que fueron los primeros pobladores de este planeta y que, con 3.800 millones de años para evolucionar, han conquistado casi todos sus rincones, desde la gélida Antártida hasta los géisers hirvientes, desde los océanos azules hasta la oscuridad subterránea, desde rocas inertes hasta el placentero interior de animales macroscópicos como los seres humanos. Sí, pese a que durante mucho tiempo las bacterias estuvieron asociadas a las enfermedades, ya hace tiempo que sabemos que sin bacterias en sus cuerpos los animales no podrían sobrevivir.
Se ha estimado que nuestro cuerpo está conformado por entre 30 y 40 billones de células que podríamos llamar “nuestras”, ya que fueron creadas con la información genética contenida en esa única célula que se formó con los genes aportados en partes iguales por ambos progenitores. Sin embargo, eso que llamamos “nosotros” es una franca minoría, ya que se calcula que en el cuerpo humano también se encuentran unos 100 billones de células de microorganismos como bacterias y hongos. “Entre 70% y 90% de las células que albergamos no son humanas”, dice Martin Blaser en su libro Sos microbios. Cómo nuestro abuso de los antibióticos aviva las plagas modernas, y agrega que todas las bacterias que se encuentran en el cuerpo humano pesarían 1,4 kilos, peso similar al de nuestro cerebro. Si Blaser dijera solamente eso, no ameritaría que habláramos de su libro, ya que es algo que, número más, número menos, se sabe desde hace tiempo. Lo maravilloso de su obra, que recoge su trabajo de décadas con la bacteria Helicobacter pylori, es lo que propone sobre cómo la alteración de esa vida en comunidad con las bacterias de nuestro cuerpo es lo que podría explicar lo que él llama “plagas modernas” como la diabetes, el asma y la obesidad.
Algo no encaja
En el libro, recientemente publicado en habla hispana (a propósito, el título en español es uno de los pocos casos en los que la traducción supera al original, ya que denota tanto que los microbios necesitan ayuda ante la extinción producida por el mal uso de los antibióticos, como que lo que somos es así gracias a nuestra convivencia pacífica con las comunidades de microbios que nos habitan), el autor reconoce que el descubrimiento de los antibióticos a principios del siglo pasado contribuyó, sin lugar a dudas, a un mundo mejor para los humanos. Por ejemplo, dice que mientras que en 1850 “uno de cada cuatro niños estadounidenses moría antes de cumplir su primer año”, hoy en día esa cifra bajó a seis de cada 1.000 recién nacidos.
También sostiene que, de no ser por los antibióticos, probablemente hubiera muerto en 1980, año en que contrajo fiebre tifoidea con una variante poco frecuente de la bacteria Salmonella que ingirió en India al comer una sandía rellena con agua contaminada para que pesara más. Si Blaser pudo escribir su libro es, en parte, gracias a que los antibióticos salvaron su vida. Dice al respecto: “No estoy en contra de los antibióticos, de la misma manera que no estoy en contra de los helados, ambos excelentes para cumplir su propósito. Pero a veces puede haber demasiado de algo bueno”.
Tras enumerar una serie de grandes progresos en la salud de la humanidad –casi todas las mujeres sobreviven al parto, no hay niños con huesos deformados por falta de vitamina D, entre otras cosas que antes eran verdaderos flagelos–, señala que en las últimas décadas, “en medio de todos estos avances médicos, algo ha salido muy mal. De las más diversas formas parece que estamos cada vez más enfermos”. Los datos que aporta sobre las diez “plagas modernas” parecen darle la razón: la “obesidad, diabetes infantil, asma, alergia al polen y a determinados alimentos, reflujo esofágico, cáncer, enfermedad celíaca, enfermedad de Crohn, colitis ulcerosa, autismo, eccemas...” han aumentado significativamente. “Si hay diez de estas plagas modernas, ¿hay diez causas distintas?”, se pregunta, para luego responder que “parece poco probable”.
Un cambio de paradigma
Si bien hay bastante evidencia de que un organismo sano es un organismo con una comunidad de microbios sana, Blaser discrepa con que “la explicación más popular para las enfermedades infantiles” sea lo que se conoce como “la hipótesis de la higiene”. “La idea es que las plagas modernas se deben a que hemos dejado a nuestro mundo demasiado limpio”, dice sobre esa hipótesis, y agrega que “el resultado es que los sistemas inmunitarios de nuestros hijos se han quedado inactivos y son propensos a las falsas alarmas y al fuego amigo”. Pero Blaser disiente, y en este desacuerdo radica el principal atractivo de Sos microbios: el libro traza una línea de razonamiento, refrendada por experimentos e investigaciones realizadas por el autor y su equipo de investigación, pero también por otros colegas, que propone, sin certezas absolutas, una explicación alternativa.
Para el investigador, actual director del Programa del Microbioma Humano de la Universidad de Nueva York, cada uno de nosotros “alberga un sistema ecológico de microbios” que ha “coevolucionado con nuestra especie durante milenios”. Dado que esos microbios, naturales en nosotros, desempeñan un papel en nuestra inmunidad y en la capacidad de combatir enfermedades, afirma que “nuestro microbioma nos mantiene sanos. Y partes de él están desapareciendo”. Blaser acuñó el termino “desaparición de la microbiota” para referirse a esta alteración de la comunidad que convive en anfibiosis –relación en la que ambos seres desarrollan relaciones que pueden ser simbióticas o parasitarias, dependiendo del contexto– y señala: “Las causas de este desastre se hallan a nuestro alrededor, y son el uso excesivo de antibióticos en humanos y animales, las cesáreas y el uso generalizado de desinfectantes y antisépticos”. Para Blaser, enfermamos porque “estamos perdiendo nuestros antiguos microbios. El autor sabe cómo captar la atención, y para referirse a las consecuencias catastróficas de esta “carnicería de la diversidad microbiana” dice que podría conducir a un “invierno antibiótico”.
Demasiado de algo bueno
El abuso de los antibióticos, que se recetaron durante décadas pensando que no tenían efectos adversos y, por tanto, más valía recetar un antibiótico de amplio espectro –que elimina gran cantidad de bacterias, en contraposición a los específicos, diseñados para matar a un patógeno concreto–, es parte del problema. Por un lado, ha llevado a la resistencia de los microorganismos a los antimicrobianos (antibióticos, antivirales, antifúngicos y antiparasitarios), con la consecuencia de que antibióticos que antes eran efectivos para contener a determinadas bacterias hoy se encuentran con cepas que son resistentes a ellos. Pero, por otro lado, al abusar de la prescripción de antibióticos de amplio espectro hemos ido aniquilando microorganismos que necesitamos en nuestro cuerpo para estar sanos.
El asunto es complejo. Cuando un médico recibe a un niño con tos o con la garganta inflamada, es difícil que no recete un antibiótico, pese a que se sabe que la mayoría de las infecciones de las vías superiores no son causadas por bacterias, sino por virus (a los que los antibióticos no afectan). El asunto es que si efectivamente el niño padece una infección causada por una bacteria, no comenzar el tratamiento cuanto antes podría acarrear complicaciones innecesarias. Como hasta hace poco los antibióticos se consideraban fármacos sin consecuencias adversas, es grande la tentación, que se suma a la inercia de seguir prescribiéndolos “por las dudas”. “Cuando se trata a millones de niños por infecciones bacterianas que no tienen, no es difícil imaginar que el problema continuará”, sentencia Blaser. “La conjunción de falta de práctica y de diagnósticos rápidos, económicos y precisos, y la constante escasez de tiempo, conspiran eficazmente en favor del sobretratamiento”, ensaya el autor, al tiempo que carga contra las grandes empresas farmacéuticas, que hace años que no desarrollan nuevos antibióticos específicos, porque no son rentables. Atacar sólo a las bacterias que causan enfermedades ayudaría, al mismo tiempo, a minimizar la resistencia antimicrobiana y a no aniquilar a las bacterias que llevan viviendo con nosotros miles de años y que nos hacen estar sanos. Blaser señala que cambiar la postura de las farmacéuticas no será posible “con los modelos económicos actuales”.
Un hereje a contramano
El libro de Blaser, atrapante y accesible gracias a su lenguaje ameno, contiene información relevante sobre los microorganismos y su relación con las “plagas modernas”, pero también es un gran ejemplo de cómo trabaja la ciencia y de cómo hacerse las preguntas indicadas para abordar un problema. Blaser es ante todo un investigador, y ha sido su experiencia trabajando con la bacteria Helicobacter pylori la que lo ha ido convenciendo de lo que afirma. “Mis ideas sobre Helicobacter pylori –beneficiosa para la salud y el bienestar en los primeros años de vida, pero peligrosa para la salud en etapas posteriores– no han sido bien recibidas por muchos de mis colegas”, reconoce. “Más bien al contrario. Algunos incluso me han tildado de hereje”.
Es que, como en cualquier disciplina, en la ciencia hay diversos intereses en juego. Y no sólo alcanza con haber encontrado algo relevante, luego hay que convencer al resto de la comunidad. “Mis colegas siguen con sus ‘conferencias de consenso’, en gran parte suscritas por compañías farmacéuticas que continúan ofreciendo su escudo protector a todo lo que necesite eliminar su Helicobacter pylori”. Pero Blaser tiene confianza en lo que él y sus colegas han encontrado en ratones y humanos. “Estoy convencido de que el tiempo está de mi lado, de que la verdad saldrá a la luz y de que aprenderemos a idear tratamientos más personalizados, a decidir quién necesita eliminar su Helicobacter pylori, quién debe conservarlo y quién recuperarlo. Nos movemos en la dirección correcta, pero la práctica médica actual tiene muchos incentivos contraproducentes y se deja llevar por la inercia, especialmente cuando hay vacas sagradas involucradas”, dice, con una mezcla de pesar y esperanza.
Su libro termina con un capítulo dedicado a proponer soluciones. Algunas son sencillas de implementar, mientras que otras requieren cambiar formas de pensar la medicina y su modelo económico. Señala que el primer paso, pero también el más sencillo y practicable, sería “refrenar nuestro apetito de estos potentes medicamentos”, algo que, si bien “no hará retroceder el reloj, podría ayudar a ralentizar la carnicería que diariamente cometemos con nuestra diversidad microbiana”. Para ello, llama a la responsabilidad de cada uno. No niega el dar un antibiótico de amplio espectro a un niño que lo necesita –“sería un error terrible que un médico retrasara un tratamiento porque le preocupen los daños que pueda causar a los microbios residentes”–, pero también señala que sabemos que la mayoría de los niños tratados con antibióticos “no los necesitan” (y estamos hablando de 41 millones de tratamientos sólo en Estados Unidos en 2010). Afirma que cuando nos prescriben un antibiótico “por las dudas”, como en el caso de las consultas odontológicas, habría que consultar con el profesional sobre los beneficios y riesgos de tomarlos.
Sin verdades absolutas, con la duda como guía y la ciencia como forma de responder preguntas, Blaser ofrece un libro fantástico sobre un tema actual y preocupante. “Muchas personas comienzan a darse cuenta de que la ‘germofobia’ tiene serios inconvenientes”, dice, y uno desea que no esté equivocado. Las enfermedades que él denomina “plagas modernas” parecen ganar terreno año tras año. La evidencia sobre la relación entre la microbiota y la salud también. Ahora sólo falta que actuemos en consecuencia. Sin generar alarma, sin provocar pánico, y con un humanismo fascinante, ojalá Sos microbios pase, como las buenas bacterias, de mano en mano.
Sos microbios. Cómo nuestro abuso a los antibióticos aviva las plagas modernas. Martin Blaser. Debate. 299 páginas.