La leche materna es el mejor alimento para los bebés recién nacidos y lactantes. De la madre provienen todos los nutrientes necesarios para el sano desarrollo de los pequeños. Un acto como amamantar, que parece tan sencillo, esconde grandes complejidades en el organismo de la madre y su comunicación con el bebé. La conexión entre los cuerpos es tal que los componentes bioactivos de la leche varían en el período de lactancia según las necesidades de los niños. “Eso es lo maravilloso e irreemplazable de la leche materna por la fórmula”, dice Ana Hernández, de la Cátedra de Inmunología de la Facultad de Ciencias y la Facultad de Química de la Universidad de la República. “Más allá de los elementos propios del afecto, desde el punto de vista inmunológico la leche materna contiene muchas propiedades que se relacionan, por ejemplo, con el desarrollo del sistema inmune del niño: para que empiece a generar sus propios anticuerpos, para tolerar los alimentos cuando los empiece a incorporar, para que se establezca adecuadamente la microbiota intestinal, etcétera”. Todos esos elementos son “irreemplazables”, subraya Hernández. No hay químico que haya logrado superar varios cientos de miles de años de evolución.

Si bien el Ministerio de Salud Pública (MSP) recomienda la lactancia exclusiva durante los primeros seis meses del bebé y continuarla durante los dos primeros años de vida o más, en algunas circunstancias la lactancia natural no es posible. Cuando los recién nacidos no pueden ser alimentados por su madre –como ocurre en casos de bebés prematuros en unidades de cuidados intensivos neonatales–, se recurre a los bancos de leche materna. Antes de ser administrada, la leche donada es sometida a un proceso de pasteurización que garantiza la seguridad microbiológica, pero que también tiene impactos negativos sobre algunos componentes bioactivos. En ese sentido, un grupo de investigadores integrado por Hernández y miembros del Banco de Leche Ruben Panizza analizó cómo varía el contenido de componentes inmunológicos durante el primer año de lactancia y el impacto que la pasteurización tiene sobre ellos.

Los investigadores analizaron 73 muestras de leche –que fueron donadas entre marzo y octubre de 2016– antes y después de la pasteurización por el método Holder, en el que los frascos se someten a una especie de baño María a 62,5ºC durante media hora. Para el análisis, las muestras se agruparon según la etapa de lactancia: calostro, leche madura correspondiente al primer mes y a los períodos de dos a cuatro meses, y de nueve a 12 meses de edad del niño.

Gracias, mamá

Los anticuerpos o inmunoglobulinas “son moléculas que van a interactuar con distintos patógenos como bacterias y virus de diferentes tipos”, explica Hernández. El pasaje de estas moléculas de la madre al hijo se inicia desde antes del nacimiento. “Durante el embarazo, a través de la sangre la madre pasa al bebé los anticuerpos que lo van a proteger durante los primeros meses, mientras no genera los propios”, explica. Cuando el niño nace, su sistema inmunológico está desarrollado pero incompleto. Por medio de la leche materna, la madre continúa la transmisión de anticuerpos y otros componentes capaces de bloquear el ingreso de patógenos al organismo del bebé. Actúan como defensas “prestadas”, dice la química.

Hernández explica que “esos anticuerpos que llegan en la leche son producidos por células que están inicialmente localizadas en el intestino materno y migran a las glándulas mamarias durante la lactancia. Parte del historial de las defensas adquiridas en la vida de la madre se transmite al bebé como anticuerpos dirigidos contra patógenos a los que la madre se enfrentó anteriormente”.

La leche humana va cambiando su composición química desde el preparto, atravesando distintas etapas. Durante la primera semana después del parto, la madre secreta un fluido espeso y amarillento, el calostro. Esa especie de leche “tiene menos grasa, pero tiene una cantidad inmensa de bioactivos”, señala Hernández. Luego, cuenta la química, la leche madura, y “disminuye la presencia de anticuerpos y otras moléculas bioactivas, pero aumenta el aporte calórico y cambia el perfil de proteínas, con mayor proporción de caseínas”. El mayor cambio en componentes bioactivos de la leche materna se produce entre el calostro y la leche de un mes, justamente en la leche que más se ajusta a las necesidades de los bebés prematuros. En los meses siguientes, la composición en macronutrientes se va estabilizando, en lo que se conoce como “leche madura”, por lo que Hernández señala que “como la leche sigue teniendo valor, es bueno que las mujeres puedan seguir donando hasta el año”.

Menos bacterias pero menos propiedades inmunológicas

Los investigadores analizaron la variación en el tiempo sobre las proteínas totales y estudiaron específicamente los anticuerpos, las lisozimas y otros componentes inmunológicos contenidos en la leche materna a lo largo del período de lactancia. En los resultados los autores señalan que, “con pocas excepciones, los componentes inmunes exhibieron sus niveles más altos en calostro y se mantuvieron estables en las diversas etapas de la leche madura”. También determinaron que el contenido de la proteína disminuyó cerca de la mitad durante los primeros seis meses después del parto: pasó “de 24,8 mg/mL [miligramos por mililitro] en calostro a 11,8 mg/mL en leche de cuatro a seis meses”. En cambio, la actividad de la lisozima, que contribuye a la mantención de la microbiota intestinal del lactante y además tiene propiedades antiinflamatorias, “fue mayor” al final del primer año de lactancia, “con un aumento significativo de 220% con respecto al contenido de calostro”. Entre los anticuerpos, la inmunoglobulina A (IgA) “fue el principal anticuerpo durante el primer año de lactancia”; si bien disminuyó 85% entre la etapa de calostro y los seis meses después del parto, los investigadores sostienen que, “sorprendentemente, se observó un pequeño aumento al final del año”. La inmunoglobulina M (IgM) presentó un patrón similar, pero con una disminución de 97% en los primeros seis meses posparto. Por el contrario, la inmunoglobulina G (IgG) “aumentó desde la etapa de calostro (4,4 mg/mL) hasta la leche madura de un mes (17,1 mg/mL)” y después permaneció constante.

En segundo lugar, los investigadores se concentraron en el impacto del método de pasteurización Holder sobre los mismos componentes y encontraron que “la pasteurización alteró la composición inmunológica de la leche, y para algunos componentes, muy drásticamente”. Hernández explicó que los efectos varían según cada componente: “Cada molécula es distinta en la reacción frente al calor y por eso estudiamos muchos componentes que nos parecen más relevantes desde el punto de vista de la salud del pretérmino”. Por ejemplo, la pérdida de los anticuerpos a causa del calor varió entre 34% y 80%. Mientras que la “IgA disminuyó 34% e IgG 20%, sin diferencias entre calostro y leche”, la “IgM fue el anticuerpo más termosensible, con pérdidas de 80% en el calostro y de 60% en la leche”.

Trabajo experimental en el Laboratorio de Inmunología llevado adelante por Claudio Rodríguez-Camej.
Foto: A. Hernández

Trabajo experimental en el Laboratorio de Inmunología llevado adelante por Claudio Rodríguez-Camej. Foto: A. Hernández

De todas formas, Hernández sostuvo que se concentraron en aquellos componentes que, si bien están presentes en menor medida, tienen protagonismo en el sistema inmunológico del niño. En forma análoga que con los anticuerpos, las pérdidas por la pasteurización fueron variables. Algunos de estos bioactivos fueron casi totalmente destruidos por la pasteurización en muestras de calostro y leche, como es el caso de un componente inmunorregulador (sCD14, que se destruyó cerca de 99%), que protege de la inflamación exacerbada causada por componentes bacterianos. Otro grupo de proteínas, que actúan como factores de crecimiento epitelial y tienen efecto protector sobre el epitelio intestinal del lactante, fueron reducidas entre 44% y 59%. En contraste, la lisozima disminuyó en “18% en comparación con la leche cruda, independientemente de la etapa de lactancia”. Los autores advierten en el documento que las “pérdidas drásticas durante la pasteurización de algunos componentes con propiedades antiinflamatorias o protectoras frente a infecciones podrían ser críticas para la salud de los recién nacidos prematuros, aunque aún no se conoce el impacto in vivo”.

A la disminución de algunos componentes se agrega la diferencia en la composición química de la leche entre el calostro y los meses siguientes. La mayor parte de las donaciones que reciben los bancos de leche son de madres entre los cuatro y seis meses de lactancia, período en el que “ya está establecida la lactancia y las madres tienen exceso de leche”. Esas donaciones son destinadas principalmente a bebés pretérmino, por eso “hay que aproximar la composición de la leche donada a las necesidades particulares de estos niños. La leche de seis meses no es igual a la que necesita un pretérmino, y a veces sería ideal complementar con algunas cosas”, dice Hernández.

Para atender la pérdida de bioactivos y “optimizar” la leche que se administra a los bebés prematuros, ajustarla a sus necesidades y “evitar ciertas patologías del recién nacido”, los autores proponen añadir a la leche componentes “relevantes fisiológicamente” que se destruyen en la pasteurización y disminuyen en la maduración de la leche. “Hacia allí va el futuro de esta investigación” apunta Hernández.

Siempre primero

De todas formas, la química subraya que “siempre es mejor dar leche de los bancos que dar fórmula”. “De eso no hay duda”, enfatiza. “La leche materna de los bancos de leche es igualmente valiosa durante el primer año de lactancia”, indican en el documento. Por ejemplo, la leche tiene un impacto sobre la enterocolitis necrotizante, “una enfermedad específica de niños nacidos pretérmino que todavía no está resuelta totalmente”, dice Hernández. Mientras que la leche materna fresca protege totalmente al bebé de esta enfermedad, “la leche donada y pasteurizada protege en menor medida” y las “fórmulas no protegen e incluso se piensa que pueden ser de los factores que condicionen a desarrollar la enfermedad”. “La leche de banco tiene impacto y, de hecho, ha reducido significativamente el número de casos de esta enfermedad”, destaca la investigadora. Y eso porque no hay químico que haya logrado superar esa fórmula única que es la naturaleza.

Bancos de leche

Gabriela Siré, médica microbióloga del Banco de Leche Humana (BLH) del Centro Hospitalario Pereira Rossell, planteó que el banco de leche tiene cuatro pilares básicos: “El primero y más importante –que sigue los lineamientos del MSP– es apoyar y promover la lactancia materna”. En ese sentido, el banco tiene una sala de lactancia para las madres que tienen a sus bebés internados en el hospital. Además, brindan asesoramiento por diferentes dificultades que puedan tener las mujeres al momento de sacarse leche. El segundo pilar, que da nombre al banco, es la “recolección de leche humana, su pasteurización y distribución”. La distribución de la leche se hace de forma gratuita en los centros hospitalarios públicos o los privados que la soliciten. Los otros dos pilares, comenta la microbióloga, son “la formación de recursos humanos con capacitaciones permanentes, por ejemplo, en talleres de lactancia”, y “los proyectos de investigación”.

Las mujeres donantes lo hacen de forma voluntaria, pero hay algunos requisitos: “Que la leche donada sea un excedente, es decir, que sus hijos estén alimentados por leche materna; que sea una mujer sana y que presente el carné obstétrico” para el control de enfermedades. Una vez que la leche llega al banco, tiene lugar un proceso de “preselección” que consiste en medir la calidad de la leche, que, si cumple con los criterios establecidos, pasa a ser pasteurizada. Después de ser sometida a ese proceso, se miden los niveles bacteriológicos y, si “la leche se pasteurizó bien”, recién pasa a ser administrada a los bebés. La leche se clasifica de acuerdo al nivel de calorías y acidez, y según “lo que el médico solicite para el niño es la leche que se le da”.

Actualmente hay tres bancos de leche en Uruguay: en Montevideo, en Salto y en Tacuarembó. Siré explica que el abastecimiento está dividido de tal manera que el BLH del Pereira Rossell destine su producción a los departamentos al sur del río Negro, y los otros dos, al resto del país. Sin embargo, la red “no está funcionando muy bien últimamente”, manifiesta la médica, y comenta que el banco ha destinado leche a Paysandú y otros lugares del norte que la han solicitado. “Tampoco hay muchos puestos recolectores”, dice la microbióloga, y señala que si bien hubo varios proyectos para la instalación de puestos de recolección, “no se llevaron a cabo”. De todas formas, se encuentra la forma de abastecer a todos los niños y de recolectar toda la leche que se quiera donar.

“Este año, la cantidad de niños receptores fue de alrededor de 200 por mes”, dice Siré. Además, mes a mes el banco procesa entre 200 y 230 litros de leche pasteurizada y se recolectan 300 litros de leche cruda.

Artículo: “Impact of Holder Pasteurization on Immunological Properties of Human Breast Milk over the First Year of Lactation”.

Publicación: Pediatric Research (09/2019).

Autores: Claudio Rodríguez-Camejo, Arturo Puyol, Laura Fazio, Emilia Villamil, Paula Arbildi, Cecilia Sóñora, Mara Castro, Lilián Carroscia y Ana Hernández.