Liceales de Montevideo, Canelones, Maldonado, Lavalleja, San José y Colonia recibirán, durante el correr de esta semana y la siguiente, la visita de un personaje singular. Oriundo de Albacete, España, Alejandro Marín-Menéndez, licenciado en Veterinaria y Bioquímica e investigador del prestigioso Instituto Wellcome Sanger, de Cambridge, Inglaterra, llegará a sus liceos dando pedal. Se sacará su casco de ciclista y así, de bermudas y remera, les dará una charla sobre qué es el ADN, los invitará a hacer un experimento para extraer el ADN de una fruta y luego les propondrá participar en una dinámica que él llama “el malaria challenge”. Para cerrar su visita, les contará brevemente su trayectoria personal en el mundo de la ciencia –donde el azar y la tenacidad son relevantes es partes iguales– y tratará de alejar de los estudiantes la idea de que la investigación es una actividad reservada para gente brillante. El proyectó creado por Alejandro –que prefiere que se refieran a él simplemente como Alex– para llevar ciencia a liceos de países hispanoparlantes se llama Scicling, término que en inglés es un juego de palabras entre ciencia y ciclismo.

Luego de visitar los liceos 71 y 54 de Montevideo, y previo a salir pedaleando hacia uno ubicado en El Pinar, en un itinerario que coordinó el Consejo de Educación Secundaria a través de la inspectora Marta Kandratavicius y de Felipe Rodríguez y que le implicará recorrer unos 700 kilómetros en su bici, Alex se preparaba para dar una charla en el Institut Pasteur de Montevideo. Minutos antes, conversó con la diaria de su visión de la divulgación científica, de Scicling, de cómo entusiasmar a los jóvenes para que vean a la ciencia como algo cercano y también de la investigación que realiza sobre los genes y la malaria.

Empezaste con Scicling en las Islas Canarias, ¿por qué seguir por Uruguay?

Hacía años que venía pensando en hacer un proyecto en bicicleta, pero no sabía bien cómo. Había pensado en un proyecto cultural, llevando libros de bibliotecas a zonas con menos acceso a la cultura. El 10 de febrero de 2018 tuve un sueño y me desperté a las seis de la mañana clarísimo, y escribí en una hoja un proyecto para traer ciencia en bicicleta a todos los países de habla hispana, empezando por Sudamérica. Conté 12 países, entonces la idea fue 12 países, 120 escuelas, 1.200 estudiantes. Tenía que empezar por algún lado, y creo que Uruguay tiene grandes ventajas. Por ejemplo, tiene educación universal y gratuita, es un país que, por su tamaño y por la orografía, es sencillo para la parte de la bicicleta, y por otro lado permite que una sola persona, en tres semanas, pueda tener un impacto a nivel nacional y no limitado a una única región o estado, como sucedería con otros gigantes latinoamericanos.

¿Por qué la bicicleta?

El proyecto combina mis dos pasiones: la ciencia y la bicicleta. Además, creo que la bicicleta es un vehículo que por un lado promueve hábitos saludables, es sostenible, sencillo y barato, y además ayuda a transmitir cercanía a los estudiantes. Cuando llego con mis pantalones cortos y la bicicleta, les pregunto y no me ven como un científico.

Estás trabajando en Inglaterra en un gran centro de investigación. No sé cómo es allá, pero aquí que un científico ande en bicicleta, con lo que se invierte en investigación, es más normal a que ande en un vehículo de alta gama...

[Ríe]. Es posible, pero en Canarias, que fue donde hice la primera acción, entre abril y mayo de este año, cuando a los chicos los profesores les decían que venía en bicicleta del pueblo anterior, que estaba a 40 km, quedaban sorprendidos. Entonces no sólo hablas de ciencia, sino también del deporte, de lo que te gusta hacer, y la relación se normaliza mucho, sobre todo porque en los países en los que he trabajado el científico está un poco como distante.

Leí que decías que te gusta fomentar esa cercanía y que llegar en bicicleta hace que vean que los científicos son seres humanos corrientes. ¿No hay allí una percepción de los propios científicos, que tal vez se pasan tanto tiempo enroscados en su trabajo que sienten que los demás piensan que no son seres humanos? ¿La idea de que los científicos no hacen pavadas –o que no andan en bicicleta– como cualquier otra persona no es más una construcción de los científicos que de la sociedad?

Es un buen punto. Posiblemente tengas algo en razón, que nosotros mismos tengamos esa idea de nosotros. Pero es verdad que cuando empiezo a hablar con los gurises –acabo de aprender que así se les dice aquí– y les pregunto si se ven a sí mismos como científicos, una de las respuestas más comunes es que no quieren serlo porque es muy difícil, que para ser científicos tienen que ser muy inteligentes. Les digo que en la vida es difícil ser muchas cosas, no sólo científicos, y por otro lado que no me considero una persona excesivamente inteligente, sino alguien normal. Nunca fui el mejor alumno del instituto ni de la carrera, siempre fui un estudiante promedio. Les digo que si quieren ser científicos e investigares lo pueden hacer, a pesar de que no sean los mejores de la clase.

Siempre está el modelo de Einstein, el de un tipo que es tan genial que trabajando en una oficina de patentes resuelve la naturaleza de la luz, del espacio-tiempo y de la gravedad. ¿Aleja a la gente de la ciencia esa idea del científico genial y fuera de serie?

Creo que sí, y es una de las ideas de este proyecto que vean que un científico puede ser alguien absolutamente normal, que tienes tus dudas, que hay veces que no sabes si has escogido el camino que querías. Es la vida, lo que le puede pasar a cualquier humano, independientemente de que sea científico, periodista o profesor. Creo que estoy de acuerdo con que la figura de Einstein no es un buen ejemplo, porque desfigura lo que es un científico, que es una persona absolutamente normal.

En tus charlas se trabaja más en la modalidad de taller, hacen separación del ADN de frutas y deben gerenciar un proyecto para derrotar la malaria. De cierta manera, hacen ciencia en lugar de presentar la ciencia como algo que se transmite, como un conjunto de conocimientos que uno tiene que repetir.

Ese es el punto exacto. En español sólo hablamos de divulgación científica, pero en inglés tienen dos términos diferentes, que son el outreach y el public engagement. La divulgación yo la veo más como outreach; tú vas, das tu charla, dices lo que investigas y te vas para tu casa. El public engagement, en cambio, implica involucrar al público. El objetivo de esto es que los estudiantes no sólo me escuchen a mí, sino que también ellos experimenten y vean el ADN o que, trabajando en grupos de cinco o seis, hagan de cuenta que son una fundación que tiene que decidir si financiar una serie de proyectos, pero con un prepuesto limitado. Entonces empiezan a plantear preguntas, como si prefieren financiar algo que tenga impacto global o local, si debería tener una aplicación inmediata o si financian proyectos cuyos resultados recién podrían verse dentro de varios años. Son todos proyectos reales con los que empiezan a pensar en la investigación, en el problema de que no hay fondos suficientes para hacer lo que uno quiere, algo que no pasa sólo en la ciencia sino en todos los campos. Se trata de presentarles la situación que tenemos a diario como científicos. Y al final les hablo diez minutos de mi experiencia personal, para que vean que vengo de una familia humilde, que no había científicos previamente.

Y que casi fuiste futbolista profesional...

Soy de una ciudad muy pequeña, Albacete. Cuando estaba en las categorías inferiores jugaba en primera, y a los 17 años mis padres me dijeron que si quería dejar de estudiar para perseguir una carrera futbolística lo podía hacer. Tuve contactos con el Rayo Vallecano, que es el tercer equipo de Madrid, pero decidí irme a Madrid para estudiar y no para jugar al fútbol. Me licencié en Veterinaria y en Bioquímica.

Trabajás en Inglaterra, te criaste en España, estuviste por Brasil, ¿la problemática de cómo les estamos enseñando la ciencia a nuestros gurises, de cómo hacer para entusiasmarlos, dirías que es global?

Totalmente. Yo estaba convencido de que España no era un país puntero en ciencia, porque hay mucha gente como yo que ha tenido que emigrar porque no había lugares para investigar, hasta que vi que España estaba en el puesto número nueve en producción científica en el mundo. Me llamó mucho la atención que yo que hago ciencia tuviera ese concepto de un país que está en el top ten. Creo que hay una falta de cultura científica o de conocimiento de la importancia que tiene la ciencia en nuestra vida en general. Por ejemplo, a mis padres y a mis hermanos les cuesta entender lo que hago; no les puedo explicar en detalle en qué trabajo. Está claro que yo tengo que mejorar mi lenguaje a la hora de explicárselos, pero ellos a lo mejor deberían aumentar un poco más el conocimiento científico que tienen, porque además son gente educada. Cuesta extender cómo llegamos a los estudiantes y a la gente en general. Creo que proyectos como Scicling, que son cercanos, en los que se puedan hacer experimentos sencillos y que busquen despertar la curiosidad contribuyen en este tema, aunque sea aportando un muy pequeñito granito de arena.

Muchas veces las trayectorias personales se definen por un encuentro fortuito, por un libro, por una película o por un tipo que casi termina jugando en el Rayo Vallecano. Pero aparte de esto vos hacés ciencia y te enfocás en estrategias genéticas para derrotar la malaria, una enfermedad desatendida que afecta a poblaciones sin recursos y que por tanto no representan un gran negocio para los grandes laboratorios.

Ahora trabajo en el Wellcome Sanger Institute, centro que posiblemente esté entre los tres mejores del mundo en investigación genética y genómica. Allí estoy involucrado en un proyecto en el que se ha descubierto una cierta variación genética, que está mayormente localizada en la costa de Kenia, Tanzania y un poco en Uganda, que hace que la gente no adquiera malaria. El proyecto consiste en descubrir por qué esa gente con esa variación no desarrolla la malaria, y lo que vimos es que los glóbulos rojos, que son necesarios para que el parásito se reproduzca dentro del cuerpo humano, tienen una característica particular. Su membrana es más tensa, por lo que el parásito, al intentar penetrarla, no logra deformarla lo suficiente, y al no conseguir ingresar pierde su energía y se muere en un lapso de entre dos y cuatro minutos. Ahora estamos en una parte del proyecto en la que una compañera, Silvia Kariuki, en Kenia, está estudiando los efectos de la salud en esta gente que tiene la variación, porque aparentemente no tiene ningún efecto adverso. Lo que me parece fascinante es que esto es como ver la evolución en directo, es ver que unas personas tienen una variación genética que las protege contra una de las enfermedades más letales del mundo, y uno se pregunta por qué si protege tanto y no tiene efectos adversos no está más distribuida esta variación, por qué no está en más lugares. Pensamos que tal vez la mutación o esta variación genética se ha dado hace muy poco tiempo, por lo que aún no ha comenzado a distribuirse, o que a lo mejor tiene implicaciones que todavía no conocemos.

También podría darse una cosa un poco atroz de nuestro mundo actual: que en algunas partes de África la selección natural siga operando, es decir, que un niño que padezca malaria no llegue a la edad reproductiva, y por tanto esta mutación está bajo presión evolutiva en algunas regiones, mientras que en países ricos los tratamientos, vacunas y sistemas de salud permiten evitar esa presión selectiva.

Ahora que lo comentas, es importante recordar que por ahora no hay vacunas eficaces contra la malaria. La que más éxito ha tenido registró una eficacia de entre 30 y 40% y sólo a medio plazo, a dos o tres años.

Haciendo un poco de futurología, y reconociendo que la ciencia, cuando encuentra algo como esta variación, trata de entender el mecanismo, de ver qué genes expresan qué proteínas que confieren esas propiedades distintas a la membranas de los glóbulos rojos y que la sola descripción de estos mecanismos es valiosa de por sí, ¿de qué forma pensás que lo que encontraron podría contribuir a luchar contra la malaria?

Esa es una pregunta muy común al presentar este trabajo en conferencias de enfermedades infecciosas. ¿Y ahora qué, cómo lo puedes aplicar y empezar a solucionar el problema? Realmente, lo más cercano, y aquí me la juego mucho, sería intentar hacer algún tipo de terapia génica para introducir esta variación en la población. ¿Pero sería eso ético? Aún no controlamos bien la terapia génica. Por otro lado, no sabemos si esta variación tiene implicaciones más amplias. Creo que estamos dando un primer paso para empezar a estudiar una avenida mucho más grande que la que pensábamos anteriormente. En ciencia un buen proyecto responde una pregunta y lanza diez más, y creo que este es uno de esos proyectos. Nos ayuda a entender mejor la enfermedad, pero aún no sabemos cómo lo podemos utilizar para que tenga un impacto real en la población, y esa es una de las grandes frustraciones que uno tiene como científico. Hay veces que crees que podrías hacer algo que tenga un impacto más inmediato y real, pero es una carrera a largo plazo. A lo mejor dentro de 15 años esto que hemos descubierto ahora pueda abrir puertas reales. Al día de hoy, aún estamos dando pasos de bebé. Pero creo que es parte del aprendizaje profesional como científico el saber lidiar con la frustración, ya sea por la no obtención de resultados o por falta de financiación. Mucha gente dice que un doctorado se compone de buenos días y malos meses. O, en mi caso, cuando me preguntan qué he descubierto en estos 15 años que llevo investigando que se pueda aplicar inmediatamente. Cuando más cerca estuve fue en un proyecto de fármaco para enfermedades bacterianas en el pulmón que se canceló por falta de financiación. Mi jefe decía que estábamos a seis meses de obtener los resultados y empezar ensayos clínicos de fase 1, pero no llegamos. De todas formas, yo sigo con la misma ilusión del primer día.

¿La ciencia es entonces como andar en bicicleta, en el sentido de que lo que importa es cada pedaleada, disfrutar el viaje y mantenerse activo, más que el lugar específico al que se llega?

Creo que es un paralelismo perfecto. Son dos caminos paralelos. Al menos en mi caso, realmente disfruto ir en bicicleta y hacer ciencia, realizar investigaciones. Si los resultados salen, perfecto, pero si no, estoy seguro de haber hecho todo lo que he podido.

CES

“He venido con el apoyo del Consejo de Educación Secundaria. Felipe Rodríguez y Marta Kandratavicius se han encargado de organizar todo el itinerario por todos los liceos. Yo no conozco Uruguay, no tengo familia aquí, así que sin ellos yo no podría haber organizado esto”, reconoce Alex.

De hecho Scicling debió haber empezado en nuestro país: la primera etapa fue en Canarias sólo porque la coordinación con Uruguay llevó más tiempo del esperado y Alex debía ejecutar el presupuesto que había obtenido. “Uruguay era el sitio en donde quería empezar este proyecto sin lugar a dudas. Como la comunicación fue un poco más lenta de lo que podría permitirme, porque la financiación del proyecto me la tenía que gastar en ese período, decidí buscar una alternativa, y como no tenía tiempo fui a las islas Lanzarote y Fuerteventura en Canarias. En julio me escribió Marta y me dijo que si aún me interesaba venir ellos encantados. Y ahora estoy aquí, con financiación extra de IMAHE, un programa de mentoría internacional y dinero que puso el departamento de divulgación del Instituto Sanger. En un mes y medio organizamos un itinerario con 19 liceos y una charla en el Instituto Pasteur. Estoy gratamente sorprendido”.