“Si bien los antibióticos han salvado millones de vidas humanas, la mayoría son usados en animales criados para alimentos”, comienza diciendo un artículo publicado en la revista Science el 20 de setiembre llamado “Tendencias globales en resistencia antimicrobiana en animales en países de medianos y bajos ingresos”. El fenómeno de la resistencia de los microorganismos a los antimicrobianos, sustancias que nuclean a los antibióticos, los antivirales, los antifúngicos y los antiparasitarios, es un problema de salud global y se debe a que muchos microorganismos, especialmente las bacterias, mediante la selección natural, pero también por complejos mecanismos, como la transferencia horizontal de genes, son capaces de desarrollar resistencia a sustancias que antes los afectaban con éxito y que, por tanto, servían para controlarlas. Esta pérdida de eficacia de los antimicrobianos para el control de enfermedades e infecciones es un peligro real y ha hecho que algunos amigos al golpe de efecto señalaran que, de no revertirse la tendencia, estaríamos a punto de volver a la Edad Media, en referencia a un estado anterior a que el descubrimiento de la penicilina provocara una revolución en el tratamiento de enfermedades causadas por bacterias, virus y hongos.

Con todo este contexto, el trabajo, que tiene por primer autor a Thomas Van Boeckel, del Instituto para Decisiones Ambientales de Zúrich, del Centro de Dinámica, Economía y Política sobre Enfermedades de Nueva Delhi y del Instituto de Biología Integrativa de Suiza, se centra en el riesgo de la aplicación de antimicrobianos en la cadena de producción de alimentos cárnicos, dado que “desde 2000, la producción de carne se ha estancado en países de altos ingresos, pero ha crecido 68% en Asia, 64% en África y 40% en América del Sur”. También se señala que “la transición a dietas altas en proteínas en los países de bajos y medianos ingresos se ha visto facilitada por la expansión global de los sistemas intensivos de producción animal en los que los antimicrobianos se utilizan de forma rutinaria para mantener la salud y la productividad”, y se expone un dato relevante: “73% de todos los antimicrobianos vendidos en la Tierra se usan en animales criados para la alimentación”.

Dado que el artículo afirma que “en los países de medianos y bajos ingresos las tendencias en resistencia antimicrobiana en animales está pobremente documentada”, por lo que en la ponderación de este problema en esos países “la opinión de expertos ha prevalecido por sobre una evaluación basada en evidencia”. Dado que, según los autores, hay una “ausencia de sistemas de vigilancia sistemática”, encuentran que “las encuestas de prevalencia puntual representan una fuente de información en gran parte sin explotar para mapear las tendencias de la resistencia antimicrobiana en animales”. Por tanto, en la investigación que realizaron se propusieron usar modelos geoespaciales “para producir mapas globales de resistencia antimicrobiana” en estos países de medianos y bajos ingresos, con la intención de brindar “a los responsables de la formulación de políticas, o a un panel internacional futuro, una línea de base para monitorear los niveles de resistencia antimicrobiana en animales e intervenciones específicas en las regiones más afectadas por su aumento”. Hasta allí todo fantástico.

Un mapa con imprecisiones

Para realizar este mapa que servirá de línea de base para futuras acciones, los investigadores identificaron encuestas de prevalencia de resistencia antimicrobiana en animales y productos alimenticios en 901 puntos de países de medianos y bajos ingresos, centrándose en la resistencia de Escherichia coli, Campylobacter, Salmonella no tifoidea y Staphylococcus aureus, microorganismos altamente conocidos por su patogenicidad y prevalencia global. También se centraron en ellas porque “el número de encuestas publicadas sobre resistencia en estos patógenos en dichos países aumentó de tres en 2000 a 121 en 2018, y alcanzó un máximo de 156 en 2017”. Encontraron además que las encuestas no se repartieron de igual manera entre las distintas regiones, destacando que “las encuestas de Asia (509) excedieron el total de África y las Américas (415 sumadas)”.

En su análisis, dieron con que en los países estudiados “de 2000 a 2018 la proporción de compuestos antimicrobianos con resistencia superior a 50% aumentó de 0,15 a 0,41 en pollos y de 0,13 a 0,34 en cerdos, y se estabilizó entre 0,12 y 0,23 en bovinos”. También encontraron que las tasas de resistencia más altas “se observaron en las clases de antimicrobianos más comúnmente utilizados en la producción animal: tetraciclinas, sulfonamidas y penicilinas”, y que entre los antimicrobianos considerados críticos por su relevancia para la medicina humana “se encontraron las tasas de resistencia más altas para ciprofloxacina y eritromicina (20 a 60%) y tasas moderadas para cefalosporinas de tercera y cuarta generación (10% a 40%)”.

De esta manera, predijeron “puntos calientes regionales de resistencia a múltiples fármacos en el sur y noreste de India, en el noreste de China, en el norte de Pakistán, en Irán y Turquía, en la costa sur de Brasil, en Egipto, en el delta del río Rojo en Vietnam y en las áreas que rodean la Ciudad de México y Johannesburgo”. También afirman que es bastante lógico que estos puntos críticos se hayan encontrado en Asia, ya que esa región “alberga 56% de los cerdos del mundo y 54% de los pollos”. Lo que sigue debe ser leído con atención, pues atañe a nuestro paisito.

Atento, Uruguay

“También identificamos regiones donde la resistencia antimicrobiana está comenzando a emerger”, señalan. ¿Cuáles son esos países o regiones? Los autores identifican como “puntos críticos emergentes” a “Kenia, Marruecos, Uruguay, el sur y el este de Brasil, el centro de India, Irán, Chile y el sur de China”. Y aquí hay un dato que llama un poco la atención: según información disponible en el Banco Mundial, Uruguay es un país de altos ingresos –dejemos de lado nuestra percepción personal y los dilemas para llegar a fin de mes–, lo que ya es algo que debería abrirnos los ojos en cuanto a la precisión de este mapa elaborado por los investigadores. Pero veamos qué más dicen del vecindario.

“En las Américas, donde el número de encuestas fue limitado, los niveles bajos de resistencia antimicrobiana observados podrían reflejar buenas prácticas agrícolas (bajo uso de antimicrobianos) o la ausencia de encuestas realizadas en las áreas más afectadas por ella”. Dicho así suena hasta bien, pero van más allá: “Teniendo en cuenta que Uruguay, Paraguay, Argentina y Brasil son exportadores netos de carne, es preocupante que haya poca vigilancia epidemiológica de resistencia antimicrobiana en estos países”, lo que descarta la posibilidad de que la baja tasa se deba a buenas prácticas o que, como es el caso de nuestro país, 90% de la producción cárnica y lechera se realice “en forma extensiva, a campo”, como señala el Plan Nacional de Contención de la Resistencia Antimicrobiana elaborado en 2017 por el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca de Uruguay. En ese informe también se consigna que esta producción extensiva y a campo “se traduce en un menor contacto entre animales frente a otros sistemas productivos, lo que a su vez provoca que se disminuya la frecuencia e intensidad de las enfermedades que requieren el uso de antibióticos. Esto trae como consecuencia la disminución de la probabilidad de que las cepas bacterianas puedan desarrollar resistencia antimicrobiana”.

Más allá de esto, los autores casi que dan un tirón de orejas a varios países, el nuestro incluido: “Muchos países africanos de bajos ingresos tienen más encuestas de prevalencia puntual per cápita que los países de ingresos medios en América del Sur”, señalan en el trabajo, lo que es más grave aun si tomamos en cuenta el hecho de que somos, para el mundo, un país de altos ingresos. Esto los lleva a afirmar que a nivel mundial “el número de encuestas per cápita no se correlacionó con el PIB per cápita, lo que sugiere que las capacidades de vigilancia no se basan únicamente en los recursos financieros”. Touché.

En las conclusiones del artículo, que tuvo bastante cobertura e impacto, los autores admiten que “las encuestas de prevalencia puntual son sustitutos imperfectos para las redes de vigilancia”, aunque reconocen que “en ausencia de una vigilancia sistemática, los mapas han sido útiles para guiar las intervenciones contra otras enfermedades de importancia mundial, como la malaria”. Como hallazgos de su trabajo, destacan que sus mapas “muestran regiones que están mal estudiadas y donde los esfuerzos intensivos de muestreo podrían ser más valiosos”, y que como los niveles más altos de resistencia se encuentran en China e India, “estos países deberían tomar medidas inmediatas para preservar los antimicrobianos que son esenciales en la medicina humana restringiendo su uso en la producción animal”. También señalan un tercer punto muy importante, pero que a la luz de lo aclarado en esta nota no debería ser motivo de celebración para Uruguay, salvo por su tradición de país solidario: “Los países de altos ingresos, donde los antimicrobianos se han utilizado en granjas desde la década de 1950, deberían apoyar la transición a la producción animal sostenible en los países de bajo ingreso, por ejemplo, a través de un fondo mundial para subsidiar mejoras en la bioseguridad y la bioseguridad a nivel de granja”. Si este lineamiento válido y altruista se llegara a implementar, Uruguay debería estar entre los países subsidiadores, o al menos no en la lista de aquellos a los que hay que subsidiar.

Coincidiendo en no coincidir

“Nosotros no tenemos un problema serio de resistencia antimicrobiana en los animales, nos están metiendo en una misma bolsa con otros países cuando no correspondería”, comenta el veterinario e investigador Gonzalo Suárez, del Área de Farmacología y del Departamento de Fisiología del Instituto de Biociencias, ambos de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de la República. Ante la disyuntiva de si la baja resistencia antimicrobiana que encuentran los autores del artículo en nuestro país es atribuible a esa falta de información o a buenas prácticas productivas, Suárez afirma que “hay parte de las dos cosas”, aunque declara que “actualmente se está generando mucha información, aunque tal vez no esté toda publicada ni difundida”, y agrega que incluso en los últimos años “se está trabajando fuertemente en la resistencia antimicrobiana y se han formado varios grupos interdisciplinarios para estudiar el tema”.

“Cuanto más se hacinan los animales, más riesgo potencial existe, pero esa no es la situación de nuestras vacas”, sostiene el investigador, y por otro lado agrega que “la producción de suinos y de aves en nuestro país no es gran cosa, y tampoco tenemos casi exportación en esos rubros”, por lo que descarta que estemos “enviando productos con resistencia para afuera”. Los hechos lo respaldan: según datos del Instituto Nacional de Carnes de 2018, la exportación de carne de ave en 2018 fue de 2.238 toneladas, cuando la bovina alcanzó las 241.456 toneladas, la ovina 7.569, la equina 4.622 y la porcina una llamativa única tonelada.

Suárez señala que trabajos anteriores sobre carne vacuna “tampoco muestran grandes problemas”. Se refiere a un trabajo de 2006 realizado en vacas de carne y lechería criadas a campo y también en todos los feedlots que había en el momento, que concluyó que “los niveles de resistencia antimicrobiana encontrados eran los esperables en una población con una baja exposición a estos agentes” y que “la gran mayoría de establecimientos no tenían ninguna presencia de cepas resistentes”. Suárez señala que hoy esa misma investigación se está relanzando –con igual metodología y mejores medios de detección– para ver cómo ha evolucionado el tema.

“Dependiendo del sistema productivo, hay diferentes realidades, pero diría que la administración de antimicrobianos en nuestro medio no se da en grandes cantidades. Obviamente se van a necesitar más antibióticos en los sistemas de producción más intensivos, que en nuestro caso podrían ser los de la producción lechera, con problemas como la mastitis, pero tampoco es que a todas las vacas con mastitis se les aplique antiobióticos”. Por otro lado, dada la pasteurización “y los buenos controles de residuos, al mercado no llega leche con antibióticos”. Suárez señala además que “la problemática de resistencia antimicrobiana de nuestro país no pasa por el uso o abuso de antibióticos en el ganado de carne”. Por todo esto, para el veterinario la inclusión de Uruguay en la lista de puntos críticos emergentes de resistencia antimicrobiana “es un poco exagerada, faltan más elementos para ponernos en esa categoría”. “Obvio que es un problema emergente, porque lo es a nivel mundial, pero de ahí a que nuestro país sea un punto crítico de resistencia me parece que no se corresponde con la realidad que tenemos”, sentencia.

Artículo: “Global trends in antimicrobial resistance in animals in low- and middle-income countries”

Publicación: Science 365 (setiembre de 2019)

Autores: Thomas Van Boeckel, João Pires, Reshma Silvester, Julia Song, Nicola Criscuolo, Marius Gilbert, Sebastian Bonhoeffer, Ramanan Laxminarayan, Cheng Zhao.