Por suerte en el siglo XXI prácticamente hemos erradicado varias enfermedades que afectaban a la humanidad; entre ellas, la de pensar que hombres y mujeres tenían distintas capacidades intelectuales y que, por tanto, había tareas más acordes para unos que para otras. Sin embargo, el mundo en que vivimos no es todo lo justo que debiera y, en diversas áreas, la equidad de género sigue siendo vulnerada. Si bien la ciencia es una disciplina bastante racional, en la que lo que importa son los enunciados y no tanto la identidad de quien los enuncie, la ciencia también es el resultado de quienes se dedican a ella, es decir, de lo que hacen científicos y científicas, personas concretas que, como tales, están sujetas a las mismas miserias –y alegrías– que el resto de la sociedad. Y si la sociedad en la que vivimos no es justa desde una perspectiva de género –y desde tantas otras– poco margen hay para que el sistema científico lo sea.
Las mujeres que hacen ciencia o transitan carreras científicas en Uruguay, si bien son tantas o más que los hombres que se dedican a ella, se ven relegadas de los lugares de toma de decisiones o no logran acceder en una proporción paritaria a los grados más altos de la academia y de distintas instancias del sistema científico. Se ha observado en el país el fenómeno conocido como “techo de cristal”, una limitante invisible que impide que las científicas avancen en sus carreras como lo hacen los hombres. Por otro lado, también hay carreras y disciplinas en las que la matrícula presenta disparidades relevantes: por ejemplo en la Facultad de Química hay un amplio dominio de las mujeres en la matrícula mientras que en otras facultades, como Ingeniería, se da el fenómeno inverso.
En este contexto, el tema del género en la ciencia ha comenzado a hablarse e investigarse en Uruguay, al tiempo que se han empezado a tomar algunas medidas. Varias organizaciones han llevado a cabo seminarios, conferencias y charlas. Es el caso de la mesa redonda Women in Microbiology (Mujeres en la microbiología, en inglés), que se llevó a cabo el miércoles en el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE). Presentado por la American Society of Microbiology –de allí el nombre anglosajón del evento–, en la mesa redonda, moderada por las microbiólogas Claudia Etchebehere y María José González, cuatro profesionales apasionadas del estudio de los microorganismos contarían sus experiencias y reflexionando al respecto.
8M y 8M
La charla de Luciana Robino, del Departamento de Bacteriología y Virología del Instituto de Higiene de la Facultad de Medicina (Udelar) lleva por título “8Ms, notas para subsistir en la microbiología”. Inmediatamente uno se pregunta a qué se refiere con eso de “subsistir” y a las brechas de género en el área. Robino contesta: “No concibo que haya diferencias entre un hombre y una mujer dentro de una disciplina, y no he sentido que haya tenido obstáculos en mi carrera por esas diferencias. No obstante, sí he sentido que el ser mujer viene de la mano de muchas cosas, y al pensar de qué hablar en la charla me empezaron a surgir palabras”. Las palabras que le vinieron en la cabeza fueron “mujer”, “microbiología”, “madre”, “marido”, “medicina”, “multiempleo”, “multidisciplinario” y “micción”. Tal vez la última llame un poco la atención, por eso Robino acota: “Tiene que ver con la línea de trabajo en la que me concentro en la microbiología, la de las infecciones urinarias”. “Vi que eran ocho palabras con eme que de alguna forma me vinculaban a mí, como mujer, con la microbiología, y entonces la idea de la charla es jugar con esas palabras, partiendo además de que el 8M es el Día de la Mujer”, señala.
Las palabras tienen su poder. Y en la charla de Robino estas ocho tienen su función: “Algunas de esas ocho palabras son como factores protectores de mi desarrollo en la microbiología, mientras que otras eran factores amenazantes”. Dentro de las que fueron factores protectores, Luciana coloca “micción” y “multidisciplinario”. “La micción me permitió vincular el mundo de la pediatría y la medicina con la microbiología. Es un factor protector porque, si uno encuentra lo que le gusta y un lugar propio y personal, es algo que te permite ir creciendo y formando un grupo de investigación”. La otra también tiene una explicación para ese factor protector: “Lo multidisciplinario me llevó a relacionarme con otros colegas de microbiología, por ejemplo del IIBCE, en el estudio de las infecciones del tracto urinario. Se formó un equipo multidisciplinario, porque yo estoy como pediatra, hay biólogos, bioquímicos, ingenieros biotecnológicos. Todo eso nos permite explotar mejor hacia dónde queremos llegar”.
Pero no todas las palabras tiene un factor positivo en la percepción de Robino. “Un gran factor amenazante es el tema del multiempleo. Esto de querer jugar a ser pediatra y atender a pacientes, a hacer guardias y tener horas en clínica y después querer ir al laboratorio y preparar las bacterias, hacer los protocolos de investigación, que son largos, y llegar a tiempo con los proyectos, es algo que te complica bastante y una tiene que empezar a hacer malabares”, señala la investigadora. Hacia el final de su exposición, Robino dará algunos consejos: “Intento encontrar soluciones a algunos de los problemas y doy algunas notas para subsistir”.
El divorcio entre el éxito y la felicidad
Sonia Rodríguez, de la Cátedra de Microbiología de la Facultad de Química, tituló su ponencia con una pregunta que es imposible que no genere inquietud: “El sistema académico actual, ¿ser exitosa o ser feliz?”. La oposición entre ambas opciones promete una reflexión más que interesante. “Mi idea es hablar de lo que se espera de nosotras, ya desde niñas, pero también cuando somos grandes y, también, de lo que está esperando la academia”. Rodríguez señala que la academia “también tiene ciertos valores y cosas definidas” que deben ser cuestionados y da un ejemplo: “He recibido críticas por codirigir tesis en la mayoría de los casos, como si eso fuera en detrimento de mi capacidad de dirigir tesis o como si fuera una muestra de mi debilidad como mujer o como científica para dirigir, cuando en realidad busco la codirección como un enriquecimiento de lo que le podemos aportar al estudiante” señala.
“Hay una visión muy productivista de la ciencia; se tiende a mirar mucho el currículum cuantitativamente, cuántos artículos se publicaron, cuántas conferencias se dieron, y eso no necesariamente va asociado a tu impacto en la comunidad nacional ni en la internacional”, apunta Rodríguez y recuerda que, si bien el panorama ha mejorado en años recientes, gran parte de los evaluadores son hombres. “Si realmente queremos calzar como científicas en este sistema tenemos que lograr entender que el estereotipo último que nos hemos formado, el de que somos mujeres maravilla que podemos con todo, con la casa, con la familia, con los niños, con los proyectos, con dar clases, es una mentira enorme que nos hemos hecho a nosotras mismas y que implica un daño enorme. Quiero deconstruir esa idea, porque es la idea que tiene mi generación y es una idea que está mal. El camino por el que debemos ir no es por el de ser todopoderosas, sino por el lado de lograr un balance con el resto de las actividades con tu pareja y con toda la sociedad que te permita hacer las cosas bien en todos los ámbitos”. Sonia cuestiona además qué es hacer las cosas bien: “Tiene que estar definido por cada uno. ¿Hacer las cosas bien es equivalente al número de papers o vamos a ver otras cosas, como por ejemplo el trabajo colaborativo, que lleva tiempo y es rico en sí mismo?”.
Rodríguez le pone el cuerpo a lo que dice: “Siento que en algunos momentos he sacarificado cosas que no debería haber sacrificado en aras de cosas que me imponían otros, y no porque estuviera convencida de ellas. Me gustaría que fuéramos capaces de revertir eso”, confiesa. “Capaz que hace diez años atrás estaba convencida del estereotipo que otras mujeres ‘exitosas’ me habían pasado de que tenías que poder con todo, que nuestro rol era el de mujer maravilla. Pero es mentira, nadie puede hacer tantas cosas bien, uno tiene que encontrar opciones y, además, buscar un equilibrio social con el rol de la pareja, en la familia, y un equilibrio en la academia u otros sectores laborales para definir qué es lo que se considera exitoso, cuáles son las exigencias a las que se nos somete. El ser feliz es algo que no está definido, porque es algo que uno siente, pero el ser exitoso sí está definido”. Y sobre el éxito Sonia también dispara: “Me puedo considerar exitosa porque el año pasado obtuve el Premio L’Oreal UNESCO Por las mujeres en la ciencia. Si bien fue algo que me hizo sentir muy bien, lo cierto es que soy una grado 3 de la Universidad, lo que no es una señal de éxito desde el punto de vista académico. Particularmente, para mí, el éxito como está definido no me interesa, pero eso te lo digo hoy, con 51 años; no era lo que pensaba cuando tenía 35”, concluye, y uno espera que algunos de los y las que hoy tienen 35 años puedan incorporar algo de las reflexiones de esta investigadora.
Exigiendo la compañía de los microorganismos
“Los microbichitos, mis compañeros de viaje”, se titula la charla que dará Lucía Yim, del Departamento de Desarrollo Biotecnológico del Instituto de Higiene de la Facultad de Medicina. “Desde que di mis primeros pasos en la biología empecé ya trabajando con microorganismos, con bacterias. Entonces pensaba contar un poco mi trayectoria vital”, dice Yim a modo de introducción. “A mí lo que me pasó en todo esto de ser mujer y hacer ciencia es que retrasé mucho la maternidad. Recién cuando volví a Uruguay, tras 17 años en el exterior, empecé a hacerme a la idea”. Yim fue madre hace cuatro años: “Lo que viví acá fue la limitación de, por ejemplo, no tener licencias más extendidas para dedicarme a mis hijos o la falta de lugares para amamantar a los bebés o sacarte la leche. Por suerte esto último ahora está cambiando, pero muchas veces tuve que encerrarme en el box del microscopio para poder ordeñarme, porque no había otro lugar. Eso en otros países está mejor”.
También señala otro aspecto no menor: “Al año siguiente al nacimiento de mi hija tuve un parate en las publicaciones, y eso es algo que a los hombres no les pasa. Hice una especie de gráfica de mis publicaciones y venía teniendo entre una y tres por año, hasta que hacia finales de 2015, cuando nació Ema, y durante todo 2016, no publiqué nada. En 2017 arranqué otra vez a publicar”. Sin embargo, indudablemente Yim tiene un as bajo la manga para su ponencia: “Además voy a contar la experiencia de cuando nació mi niña, que fue por cesárea”. El tema no es menor para la microbiología: se ha demostrado que la microbiota presente en el canal vaginal es importante para el sistema inmune del bebé. Al nacer por cesárea, los bebés no entran en contacto con esa microbiota y hay evidencia que apunta a que tienen más prevalencia de asma, alergias y otras enfermedades por ello.
“Poco antes de dar a luz fui a un seminario de Gloria Domínguez Bello, que es una investigadora de la microbiota que se ha dedicado a investigar cómo cambia la microbiota de los recién nacidos de acuerdo a si nacen por cesárea o por parto natural. Ella nos contó la experiencia de practicar la siembra vaginal a los bebés que nacen por cesárea”. La siembra o ensopado vaginal consiste en colectar la microbiota vaginal de la madre que dará a luz por cesárea para luego ponerla en contacto con el bebé recién nacido. “Cuando me dijeron que el parto tenía que ser por cesárea le consulté al ginecólogo si había posibilidad de hacer el ensopado vaginal. Me miró con como si yo estuviera demente”. De nada valió su amplia experiencia en el campo de la microbiología: “Le dije que había publicaciones, investigaciones al respecto, que era microbióloga, pero no dio lugar a nada”. Lo genial es que Yim no se quedó de brazos cruzados. “Me puse de acuerdo con mi marido y lo hicimos igual. Me hice el ensopado vaginal antes de que me dieran el antibiótico, antes de ir al quirófano, y esa gasa se la di a mi marido, que la escondió en el traje que le dieron para entrar al quirófano”. No se arrepiente de su decisión: “No sé si habrá sido por el ensopado, pero mi niña es completamente sana”, cuenta, a la vez que su caso llama a la reflexión sobre cómo algunos profesionales de la salud no están al tanto de lo mucho que ha cambiado la microbiología en esta última década.
Como en el cine
La cuarta ponencia estará a cargo de Analía Sanabria, del Laboratorio Ambiental de la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama), y lleva por título: “Yo no quiero ser una chica Almodóvar”. Al respecto, explica: “Lo del título de la charla está más relacionado con conjugar la vida profesional con la personal que con hacer microbiología estrictamente. Tiene que ver con que hay días en que soy una “mujer al borde de un ataque de nervios”, y por más que no quiero ser una chica Almodóvar, hay noches que cuando me acuesto rendida pienso que “quiero ser mujer y no morir en el intento”. Fuera de las referencias cinematográficas, el problema es real y concreto: “A veces esa dualidad de que estoy cuidando a mis hijos y estoy pensando que tengo que preparar una charla, o de estar trabajando pensando en un hijo enfermo, hace que sea muy difícil hacer todo, y más aun, hacerlo bien y sin culpa”, explica Sanabria.
“El mundo científico es muy exigente, y para hacer investigación, trabajar menos de diez horas por día es casi imposible. Y no necesariamente el esfuerzo da resultados, porque después los microorganismos hacen lo que ellos quieren y no lo que quiere uno”, agrega. Sanabria ya no se desempeña en el mundo académico, algo que si bien le ha sacado algunas presiones, como la de publicar o ser evaluada para obtener financiación para proyectos, tampoco implica que la cosas sean sencillas: “Cuando nació mi primer hijo, decidí no estar más en la academia y desde entonces soy técnica en la Dinama. De todas formas, no es que no exista presión, porque en la Dinama los temas en los que trabajamos son muy sensibles para la población”. De todas formas, reconoce que el hecho de que sea un trabajo con hora de entrada y de salida tiene ventajas: “Cuando hacía mi doctorado yo sabía a qué hora entraba pero nunca a qué hora salía, y era frecuente tener jornadas de 12 o 14 horas. El trabajo con horarios definidos es muy importante para la vida familiar, y es una ventajas respecto de la vida académica. Pero no va tanto por el lado de la exigencia ni porque haya más beneficios, sino porque es más fácil conjugar los horarios y saber lo que uno va a hacer con su vida y con su día”.
Qué: “Mujeres en microbiología”.
Dónde: Salón de Actos del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (Avenida Italia 3318).
Hora: 15.00.
Inscripciones: [email protected].