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El fenómeno fue de lo más extraño. Tras una lluvia que se prolongó por cuatro días, el escaso metro cuadrado con pasto del jardín de casa amaneció distinto. A pesar de que se veía realmente diferente, no fueron mis ojos sino mis pies los que me hicieron darme cuenta del cambio. Caminando sin prestar atención a lo que sucedía, de pronto un crujido me llamó la atención. Bajé la vista y, como en esas películas de terror en las que alguien enciende una luz en una cueva para darse cuenta de que cientos de miles de seres alienígenas lo están mirando, los vi. Decenas de caracoles se apretujaban entre la vegetación. No se parecían a ninguno que hubiera visto antes: con un caparazón de color blancuzco y alargado, se asemejaban más a los caracoles que uno ve en la costa marina que a los redondeados típicos del jardín.

Estos caracoles extraños me planteaban varias preguntas. ¿Era una especie nativa? ¿No los había visto antes o no les había prestado atención? ¿Que estuvieran en el jardín de casa era algo bueno? ¿Que hubiera pisado uno había significado un daño importante para una especie que lucha por sobrevivir ante nuestro agresivo avance en el planeta o, por el contrario, había sido una torpeza que involuntariamente ayudaba a mantener a raya a un invasor? Uno sabe que no sabe nada, excepto que hay gente que sabe más que uno. Así que saqué el celular, les tomé unas cuantas fotos y las subí a Facebook, con la esperanza de dar con quienes pudieran auxiliarme.

Recurriendo a los demás

Subí la foto y pregunté si alguien sabía algo. Al rato, varios coincidían en su identificación: se trataba del caracol Rumina decollata, un animal exótico que se conoce por su nombre común de “caracol degollado”. Varios reportaban haberlos visto también en sus jardines. Algunos comentaban que como eran omnívoros, eran buenos para mantener a raya a los caracoles de jardín que devoran las plantas. David aportaba algo que hacía el panorama un poco más complejo: escribió que “los habían importado para combatir la plaga de los otros caracoles más clásicos, pero también se transformaron en plaga”.

Romina me daba más datos: este caracol había protagonizado el trabajo de ciencia ciudadana de alumnos del liceo 20 de Montevideo que trabajaron junto con investigadores del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), del Centro Universitario Regional del Este (CURE) de Rocha, del grupo InvBiota –organización que promueve la conservación de la fauna de invertebrados nativos de Uruguay–, de la Sociedad Malacológica del Uruguay y de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de la República. Aparecieron entonces comentarios de algunas de las personas que trabajaron en esa investigación sobre este caracol: Sabina Wlodek, estudiante de Biología en la Facultad de Ciencias, integrante de InvBiota y asistente en las colecciones de Malacología y Zoología de Invertebrados del MNHN, y Fabrizio Scarabino, también integrante de InvBiota, e investigador del CURE y del MNHN, quien además adelantó que “el impacto de esta especie como controlador de plagas es menor y es en sí una plaga”. Así que ahí mismo, en la red de Mark Zuckerberg, acordamos hacer una entrevista. Mientras, Miguel nos dejaba contentos a todos: “Nunca pensé aprender tanto en tan poco tiempo. El otro día encontré un caparazón de degollado y no tenía idea de qué era”.

Al museo con los malacólogos

La malacología es la disciplina que se encarga de estudiar a los moluscos, gran grupo de animales dentro del que se encuentran los caracoles de jardín. En el MNHN me reciben tres de estos expertos: Wlodek, Sebastián Serra y Scarabino. “En el jardín, como pasa con las plantas, encontramos un montón de especies introducidas y muy pocas nativas”, comienza Scarabino. La mayoría de estas especies exóticas son de origen europeo, dice, y en el caso de los caracoles, la mayor parte fue introducida de forma accidental. “Venían con la tierra o con las plantas que traían los inmigrantes. Estamos hablando de caracolitos que no miden más de un milímetro de largo, las babosas, que, como te podrás imaginar, a nadie se le ocurrió traerlas a propósito”, dice, y agrega: “Entre estas especies introducidas accidentalmente hay muchas que ni siquiera están registradas formalmente para Uruguay”.

Pero si los colonizadores fueron descuidados al traer especies al nuevo continente, en al menos dos oportunidades fueron conscientes de lo que hacían con los caracoles. “El caracol de jardín más común, Helix aspersa (actualmente Cornu aspersum), fue introducido porque se comía. Y Otala punctata, que se ve poco en los jardines pero es más común en las zonas costeras y dunares, también fue introducido intencionalmente para ser consumido. Son dos caracoles que se comen en todo el mundo, y en Uruguay hubo una tradición de comerlos”, afirma.

Si el caracol que tomó por asalto mi jardín es una especie exótica, era importante saber si su presencia ponía en peligro a la de algún caracol o animal autóctono. En primer lugar, producto de lo afirmado por Scarabino, en nuestros jardines no abundan demasiadas plantas ni animales autóctonos. Como ambientes antropizados, nos hemos encargado de correr a los habitantes ancestrales de esta tierra y, salvo algunas excepciones de animales nativos que recibieron con beneplácito a las especies exóticas –tal podría ser el caso de los benteveos y los horneros, dos de nuestras aves nativas que poco parecen preocuparse por la extranjerización de la biodiversidad de nuestros jardines–, ya no hay caracoles nativos desplazados por los Rumina decollata. No obstante, el asunto no debería hacernos bajar la guardia: “Muchos de los caracoles que están en los jardines se quedan en los jardines, ya que se alimentan precisamente de plantas de origen europeo que se encuentran también en ellos o, en la competencia con especies nativas, no tienen mucha salida hacia otras partes”, explica Scarabino. Sin embargo, si bien por ahora los caracoles de jardín no han salido a expandirse fuera de las urbes, sí ha pasado eso con otros moluscos exóticos: las babosas. “Hay una babosita chica, negra, de origen europeo, muy común en los jardines, que en realidad son varias especies que se han adaptado a todos nuestros ambientes. Hoy las podés encontrar en el medio de las sierras, incluso en el medio de la Quebrada de los Cuervos”, dice Scarabino. “Salvo esa babosita, la mayoría se queda en los jardines. Es un poco como los ratones y las ratas, que por distintas causas no trascienden mucho las ciudades, sino que se quedan en ellas”, complementa.

Sebastián Serra; Juan Carlos Zaffaroni; Sabina Wlodek y Fabrizio Scarabino.

Sebastián Serra; Juan Carlos Zaffaroni; Sabina Wlodek y Fabrizio Scarabino.

Foto: Alessandro Maradei

Crónica de una invasión

Si bien sabemos que los Rumina decollata son exóticos –son originarios del sur de Europa y del norte de África y hoy están también en Europa del Norte, toda América y partes de Asia–, hasta hace poco no había habido investigaciones sobre cómo ni cuándo llegaron a Uruguay. El primer registro en Argentina se hizo en 1988, y en Uruguay un poco después. “Nunca sabremos si lo que hoy vemos comenzó con los primeros especímenes, registrados en 1990, o si luego hubo otra invasión”, acota. Porque en los años 2000, como la economía, la presencia de este caracol explotó en Uruguay.

“En los 2000, Rumina decollata comienza a aparecer en Montevideo, Salto, la Costa de Oro y Rocha, entre otros lados. Hace años, un profesor de Biología, Sebastián Mántaras, comentaba sobre el tema. Trabajando en temas de ciencia ciudadana, sabiendo que la invasión de este caracol no había sido debidamente registrada y que estaba pendiente, nos pusimos a trabajar con él y formamos un grupo de investigación”, dice Scarabino. “Mántaras se entusiasmó muchísimo, incluso llegó a decir que involucrarse en la investigación con nuestro asesoramiento fue como aprender a manejar una nave espacial, pero en realidad gracias a su entusiasmo fue que nosotros nos involucramos”, reconoce el malacólogo. Los resultados de esta investigación, realizada mediante ciencia ciudadana con participación de alumnos de liceo 20 y las redes, culminó en una ponencia en el V Congreso de Zoología de Uruguay que llevó por nombre “El caracol terrestre exótico Rumina decollata en Uruguay: situación actual, riesgos y oportunidad”.

Gracias a este trabajo, que recogió datos de muestras depositadas en el MNHN y la búsqueda de reportes en las redes sociales del profesor y sus alumnos –algo facilitado por lo distinto y reconocible que resulta este caracol–, sabemos que Rumina decollata se ha registrado en 50 localidades “en cinco departamentos de Uruguay, incluyendo fecha de primera captura: en Montevideo (desde 1990, 33 localidades), en Salto (2005, nueve localidades), en Canelones (2010, cinco), en Rocha (2015, dos) y en Soriano (2014, una)”. En el resumen los autores señalan algo que produce cierto alivio: “Rumina fue encontrada únicamente en ambientes antropizados o muy antropizados, incluyendo principalmente jardines y canteros, formando poblaciones muy densas”.

Control descontrolado

Los investigadores también señalan que la invasión de este caracol “probablemente se haya dado por traslado de puestas y/o juveniles junto a plantas de jardín así como por introducción directa por su potencial controlador, el cual ha sido recientemente considerado como poco efectivo”. El tema no es menor.

“Se trata de una especie que, dado que es omnívora, en algunos países fue introducida para controlar al caracol de jardín. Pero no sólo se come al caracol de jardín, sino a una variedad de plantas, y genera tantos o más problemas que el caracol que se quería controlar. De hecho, es hasta bastante dudoso hasta qué punto puede controlar al caracol de jardín, tal vez lo haga un poco a nivel de juveniles. Podemos decir que los preda, y hay quienes afirman que desde que apareció Rumina despareció el otro, pero son percepciones no siempre confirmadas”, afirma Scarabino. Mi jardín parece darle la razón: tras la explosión de fines de octubre, hoy sólo encuentro a los caracoles comunes Helix aspersa. Si en mi jardín se libró un combate, los decollata ganaron una batalla pero no la guerra.

Si bien había hecho comentarios y puntualizaciones, ahora Serra se suma a la entrevista: “Me gustaría dar un consejo. Por más que te parezca un método natural para lograr ciertos objetivos, a veces el desastre puede ser mayor incluso que utilizando los métodos más convencionales, como los venenos”, advierte. El control biológico es un concepto que hoy está en boga. Pero no todo vale, hay que tener cuidado. “En este caso, pensabas que Rumina te podía ayudar a controlar a un caracol que te estorbaba, y tal vez lo que hiciste fue llevar de un sitio a otro un caracol que tiene el potencial de arrasar con todos los demás y que puede generar más problemas que el caracol que pretendías erradicar. A veces, usar un bichito porque es algo natural para el control del problema genera una falsa percepción de que todo está bien, pero de esta forma se puede causar grandes desastres o, al menos, las bases para uno”, agrega.

Su colega Wlodek añade que eso ya ha pasado con otras especies, y con Scarabino cuentan el caso del desastre que originó el intento de erradicar al caracol terrestre africano Achatina fulica, que había sido introducido en Hawái. El caracol africano, que come las paredes en busca de calcio y transmite enfermedades a mascotas y humanos, pronto se convirtió en una plaga. Para erradicarlo, en Hawái probaron introducir un caracol carnívoro, Euglandina rosea, para que, a fuerza de su voraz apetito, solucionara el problema. “El caracol carnívoro se comió a gran parte de la fauna nativa de caracoles y este verano se dio por extinta una especie porque murió el último ejemplar que, ya extinto en la naturaleza, sólo quedaba en un zoológico de Londres”, dice Scarabino. Para colmo, el caracol carnívoro no hizo mella en las poblaciones de caracoles africanos de Hawái.

Caracol problemático

Rumina decollata presenta otro problema, además de ser una potencial amenaza si seguimos desperdigándolo, convencidos, equivocadamente, de que sirve para mantener a raya al caracol de jardín. “Es una especie portadora de parásitos que afectan principalmente a los gatos que se los comen. Se trata de unos nemátodos que producen tos y como un resfrío a las mascotas”, afirma Wlodek. “Ya está estudiado en otros países, como en Argentina, que Rumina es un vector para este nemátodo. Con el profesor de Veterinaria Óscar Castro nos hemos propuesto ver qué está sucediendo en Uruguay”, adelanta, pero uno sabe que hasta que no enferme a las vacas rumina no hará perder el sueño a las autoridades de este país.

“Los caracoles de tierra, en Brasil y en zonas tropicales, son complicados, porque son hospederos intermediarios de parásitos complicados”, señala Scarabino. “Está el caso de un joven que por una apuesta terminó comiendo una babosa y le vino una especie de meningitis, porque los nemátodos que tenía la babosa fueron hacia los tejidos de su cabeza. Es un tema para prestar atención, sobre todo cuando se está observando que hay enfermedades tropicales que están bajando de latitud”, agrega. Por todo esto, este grupo de investigadores afirma “que es importante conocer qué caracoles de tierra y babosas tenemos y saber qué posibles parásitos perjudiciales para la salud portan”.

Uno que sepamos todos

“Dado lo eufónico del nombre genérico, proponemos ‘rumina’ como nombre común para esta especie, al menos en forma complementaria a otros utilizados en Argentina (caracol degollado, caracol destructor)”, dicen los autores en el resumen presentado en el congreso de zoología. Esta no es la primera vez que proponen un nombre común fácil de recordar para un caracol terrestre: anteriormente habían propuesto llamar caracol tucutucu a una especie que tiene la costumbre de, como los tucutucus, enterrarse en la arena.

“Al proponer esos nombres comunes buscamos generar mayor empatía con el interlocutor”, reconoce Scarabino. “Nunca se trata de imponer un nombre común, sino de sugerir nombres que resulten interesantes y atractivos. Pasa que hay especies que no tienen nombre común y, cuando se les da uno, resultan poco interesantes en el sentido de la apropiación de la gente”, agrega, y pone un ejempo: “Tenés la ranita de Sanborn [llamada científicamente Dendropsophus sanborni]. Sanborn fue un investigador que vino en los años 30, pero ese dato no es algo que ayude a recordar a la rana”. Por eso afirma: “Para nosotros hay una urgencia de que la gente se apropie en el buen sentido de la biodiversidad con la que convive, para lo que ayuda tener nombres comunes que acerquen”, dice Scarabino. Serra concuerda: “Los nombres comunes ayudan a despertar el interés en la biodiversidad”.

Ponencia: “El caracol terrestre exótico Rumina decollata (Gastropoda, Subulinidae) en Uruguay: situación actual, riesgos y oportunidad”.

Presentada en: V Congreso Uruguay de Zoología, 2018.

Autores: Sebastián Mántaras, Sabina Wlodek, Sebastián Serra, Omar Castro y Fabrizio Scarabino.