Poco después de que se creara la Organización de las Naciones Unidas, surgió su oficina para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO por su nombre en inglés), sobre la base de que podrían evitarse los horrores de la Segunda Guerra Mundial apostando por los tres conceptos que dan nombre al organismo. El primer centro de cooperación científica de la UNESCO en el mundo se abrió en Montevideo en 1949, luego de que en 1947, en una conferencia celebrada en Río de Janeiro, destacados expertos –entre los cuales, en representación de Uruguay, estaba Clemente Estable– “asesoraran a la Organización sobre la mejor manera de ayudar al avance de la ciencia en América Latina”.

Con motivo de estos 70 años en la región, se llevaron adelante varias actividades en el Palacio Legislativo y en el edificio Mercosur. En ese marco tuvo lugar la sesión “Derecho a la ciencia y al conocimiento”, en la que, moderados por el periodista Leandro Africano, de Argentina, expusieron sus puntos de vista Lara Pizarro (argentina que desarrolla videojuegos educativos científicos en la empresa Hexar), Sandra López (microbióloga panameña ganadora del premio L’Oréal UNESCO por las mujeres en la ciencia), Ben Petrazzini (del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo, IDRC) y Rafael Radi, investigador y presidente de la Academia Nacional de Ciencia del Uruguay (ANCIU). El punto de partida era claro: el artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos expresa que “Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten”. El artículo, en su segundo inciso, también sostiene que “Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora”, algo que si bien parece tener más que ver con la protección del derecho intelectual, también establece derechos relacionados con la ciencia.

Educación, género y cuestionamientos

Lara Pizarro contó que es hija de científicos y que siempre se maravilló por la ciencia, pero que al ir a la escuela se preguntó por qué, si aprender es divertido, en la escuela se había transformado en algo tan aburrido. “La mayoría de los jóvenes en nuestra región no tienen la oportunidad de acercarse a la ciencia desde el asombro y la curiosidad que tuve”, afirmó, y agregó que “para muchos el único contacto con el conocimiento científico, el único garante del derecho a la ciencia, es la escuela, por eso es ahí donde tenemos que empezar a trabajar para garantizar ese derecho”. Tras contar su valiosa experiencia en Hexar y afirmar que los videojuegos son un excelente medio para acercar el aprendizaje lúdico de la ciencia, sentenció: “Para nosotros el derecho a la ciencia empieza transformando la educación”.

La microbióloga Sandra López destacó el derecho a hacer ciencia “multiétnica y con equidad de género”. Contó que cuando ganó el premio L’Oréal-UNESCO, ella era la única de las ganadoras que tenía hijos. “Al tener hijos, en algún momento, vas saliendo de la profesión científica, debido a lo que, por un lado, la sociedad nos exige como madres y lo que la competencia científica nos exige como científicas”. Además de las limitantes de género al derecho a hacer ciencia –“que no se limitan a la maternidad”– destacó que “para que nuestras sociedades puedan utilizar el conocimiento creado y puedan desarrollarse a partir de él es indispensable la educación, porque, de lo contrario, el conocimiento que se libera, tanto en las redes como en los medios, es malentendido y en vez de permitir la apropiación de la sociedad para que tome lo mejor del conocimiento para su desarrollo, para algunos temas tenemos problemas de miedo, malentendidos o utilización de ese conocimiento con otros fines”.

Por su parte, Ben Petrazzini sostuvo que “los grandes desafíos del acceso al conocimiento en los últimos tiempos están en las puntas”. Por un lado, en la punta de la generación, “donde la producción de los científicos avanza a una velocidad muy grande. El acceso a ese conocimiento nos plantea temas éticos, y preocupa que gran parte de la sociedad no participa en ese desarrollo”.“El otro desafío está en la cola del conocimiento, donde hoy tenemos gente que cuestiona el conocimiento científico como un conocimiento de rigor”, dijo, y puso el ejemplo de los terraplanistas, que por más evidencia que se les muestre, siguen aferrados a su idea irracional. “Hay políticos que aprovechan esa situación para manipular intereses de grupos que se resisten a aceptar el conocimiento basado en evidencia científica, y se toman medidas como no mencionar el cambio climático porque está en contra de intereses de industrias consolidadas que no quieren cambiar”, advirtió.

Una dimensión legal y moral

Rafael Radi sostuvo que si bien el derecho a la ciencia aparece en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, “los gobiernos y las organizaciones lo hemos mantenido en un segundo o tercer plano en cuanto a los derechos humanos”. También sostuvo que hace muy pocos años que organismos como las UNESCO y las academias de ciencias “han empezado a propugnar que este derecho humano universal sea promovido por los gobiernos y que también sea facilitada su instrumentación para que no quede sólo en lo declarativo”. Dada esta realidad, señaló que “considerar el derecho a la ciencia como un derecho humano universal explicita una dimensión legal y una dimensión moral”.

Luego Radi se preguntó a qué nos referimos cuando hablamos de derecho a la ciencia. “Sería derecho a producir conocimiento científico para aquellos que lo producen, derecho de la sociedad toda a acceder al conocimiento científico y derecho a utilizar los beneficios del conocimiento científico”. Estos derechos afectan no sólo a los científicos y a la sociedad, sino que Radi incluye un tercer grupo: los tomadores de decisiones. “A los policy makers la ciencia tiene que proporcionarles los elementos que les permitan desarrollar políticas basadas en evidencia y conocimiento”, afirmó, y fue enfático: “No debería ser una aseveración de un mandatario decir ‘yo no creo en el cambio climático’ o ‘yo no creo que haya más kilómetros cuadrados del Amazonas que se están incendiando’. Puede haber dudas, pero la palabra ‘creo’, en principio, no sería la mejor a utilizar”. A ese respecto señaló que “los tomadores de decisiones tienen el derecho del acceso a la ciencia, pero también la obligación de tomar a la ciencia como un insumo fundamental para potenciar no sólo el derecho humano a la ciencia, sino los derechos humanos en general”.

“El derecho a la ciencia hoy tiene una distribución desigual en el mundo, dentro de los países y dentro de las sociedades”. Rafael Radi

Radi señaló que el derecho a humano a la ciencia “se inserta de una forma más amplia en los derechos humanos en general” y afirmó que “la ciencia puede potenciar los derechos humanos universales, como el derecho a la vivienda, a la educación, a la salud, al debido proceso”, mientras que “el buen ejercicio de los derechos humanos potencia a la actividad científica”. Por otro lado, respecto de la actividad científica, reconoció que “hay que reconocer que hay brechas, sesgos y desigualdades. El derecho a la ciencia hoy tiene una distribución desigual en el mundo, dentro de los países y dentro de las sociedades”.

“No podemos pasar de un sistema caro y a veces excluyente, pero que asegura calidad, a un sistema abierto de baja calidad”. Rafael Radi

Revisó la literatura publicada sobre el derecho a la ciencia y, por ser miembro de la Academia de Ciencias de Estados Unidos, participó en discusiones sobre el tema realizadas el año pasado. Contó entonces que de un artículo de metaanálisis de publicaciones respecto del derecho a la ciencia publicado por Proceedings of the National Academy of Sciences “surge que de los 53 trabajos estudiados, el único concepto que se repite en todos es ‘acceso’, 35 tienen en común la palabra ‘participación’ y se discuten las desigualdades de acceso y género. En unos 20 se discute el rol potencialmente dual de la ciencia y la tecnología, de los reaseguros que debemos tener para que ninguna de las dos genere daño. Finalmente, en unos 15 trabajos se habla del rol instrumental intrínseco de la ciencia como actividad humana civilizatoria y que tiene que formar parte del funcionamiento de las sociedades”.

Acceso al conocimiento científico

Al hablar sobre el acceso a la producción científica, Radi señaló algunos aspectos que tienen que ver con la publicación del trabajo de los investigadores y la forma en que accedemos a ellos, un tema que está en debate actualmente. “Sobre el acceso al conocimiento, que es una parte del derecho a la ciencia, hay que discutir cuáles son las modalidades de producción, acceso y utilización del conocimiento”, dijo, y señaló que está habiendo una transición del modelo de acceso de los científicos a la información científica. “Se habla de ciencia abierta, pero mientras transitamos del modelo actual, fuertemente basado en suscripciones y limitaciones al acceso a la información, hacia el modelo de ciencia abierta, hay que asegurarse que en el camino se generen los mecanismos para hacer que hay un curado racional y sólido de la información”. Al respecto amplió: “No podemos pasar de un sistema caro, y a veces excluyente, pero que asegura calidad, a un sistema abierto de baja calidad”, razonó, y propuso ir hacia un sistema abierto de alta calidad. “En esa transición tenemos que participar; a mi juicio, va a ser un proceso que va a llevar de diez a 15 años”.

También señaló el surgimiento de un nuevo problema: el de las revistas predatorias. “Parados arriba de la ciencia abierta, aparece un conjunto de piratas que tratan de captar la información científica para publicarla en Open Access con un nivel de control de calidad muy bajo y que tiene también un rédito económico”. Por lo tanto, llamó a ser “realmente perspicaz y tener una mirada profunda acerca de en qué medios queremos publicar y sobre cuál es el conocimiento curado, cuál es el conocimiento que realmente tiene que pasar a ser parte del conocimiento universal confirmado”, algo que para él es vital “porque en un mundo donde hay más ruido que señal, los científicos no podemos sumarle más ruido al ruido existente”.

En ese sentido, reconoció que “Uruguay ha hecho algunos esfuerzos muy importantes, como el portal Timbó, una inversión para que todos los ciudadanos tengan acceso a miles de revistas internacionales mediante un acuerdo muy ventajoso”. Radi no escatimó elogios: “El portal Timbó ha sido transformador en el mapa de la ciencia nacional. Lo utilizan desde estudiantes de secundaria, pasando por estudiantes universitarios, hasta investigadores”. También señaló como otro gran paso importante a la iniciativa Cluster.uy, “realizada entre Antel y la Universidad de la República, que nos permite tener capacidades de supercomputación, almacenamiento y procesamiento de datos en espacios públicos, que se ha centralizado a nivel nacional y que libera a los laboratorios y a los centros de investigación del mantener infraestructuras permanentes que resultan costosas”.

Restricciones

Pero Radi fue más allá: “Hay otro tema muy importante, que a veces nos genera contradicciones: la propiedad intelectual y la protección excesivamente temprana del conocimiento como propiedad intelectual”, afirmó. “Nosotros como científicos estamos permanentemente desafiados para que lo que producimos, desde algunas instituciones financiadoras, sea protegido para que eventualmente se transforme en un producto con valor agregado y lucrativo que pueda ser transferido a la industria. Eso entra evidentemente en contradicción con el concepto de ciencia abierta. Ahí tenemos un problema”. Para graficarlo señaló: “No le podemos pedir a la misma persona las dos cosas: protegé, patentá, metelo en una caja para que nadie sepa qué es, y, a su vez, difundí, hablá, decí, compartí. Ahí los gobiernos se van a tener que poner de acuerdo y el planeta tiene que avanzar hacia formas de protección intelectual que permitan un nivel de flujo de información mínimamente aceptable”.

“A nosotros, en biomedicina, nos está pasando mucho que tenemos que utilizar kits, que son reactivos cerrados que se utilizan para medir determinada molécula. Cuando uno le pide a la compañía que elabora el kit que le diga en qué se basa realmente el ensayo, contestan que no lo pueden decir porque es propiedad intelectual”, contó, y dijo que recibió un correo electrónico de ese tipo la semana pasada. “Eso termina dando una ciencia de mala calidad, porque uno tiene que creer que lo que dice que mide ese kit es lo que es, y muchas veces hemos visto que no era así”, señaló.

Radi también afirmó que para que haya acceso a la ciencia “tiene que haber instituciones que lo promuevan” y contó que su generación fue privilegiada por haber podido acceder a los primeros programas de formación de científicos como fue el Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas. “Antes de eso era imposible hacer doctorados en ciencia en Uruguay”, reconoció, y sostuvo que “el derecho a la ciencia implica instituciones que permitan hacer ciencia, instituciones que financien ciencia, instituciones que permitan la difusión de la ciencia”.

Cuando el periodista Leandro Africano les preguntó sobre alguna autrocrítica a la hora de comunicar la ciencia, Radi fue claro: “Para los científicos es un desafío acercarnos a la sociedad, comunicar qué estamos haciendo y explicar eventualmente para qué puede ser útil”. Dijo que los científicos están “entrenados para no especular: ser un bien científico es mostrar la evidencia y especular lo menos posible”, mientras que a veces lo que quieren los políticos y la sociedad es “cierta especulación sobre qué efecto puede tener lo que hacemos. En esa tensión nos debatimos los que tratamos de acercarnos un poco más”. “Hay buena disposición de la comunidad científica, pero nos falta conocimiento y está el temor de especular. Cuando empezás a especular demasiado, dejás de ser un científico y pasás a ser un charlatán. En esa tensión nos debatimos”.