Custodiado por las montañas de las cordilleras de los Andes y del Domeyko, se extiende el desierto de Atacama, un lugar tan árido como seco. Justamente esa sequedad, consecuencia de la combinación de las corrientes frías de Humboldt y del anticiclón del Pacífico, fue la que llevó a que en 1999 Estados Unidos y Europa firmaran un memorándum de entendimiento –al que luego se sumaría Japón– para construir en el valle de Chajnantor el mayor radiotelescopio del mundo: dado que las ondas de radio de baja intensidad son absorbidas por el vapor de agua de nuestra atmósfera, el seco desierto de Atacama era el sitio ideal –además de por su altura, baja contaminación lumínica y escasa interferencia de ondas de radio– para ese emprendimiento. En 2003 se colocó la primera piedra del Atacama Large Millimeter/submillimeter Array (ALMA).

Desde su construcción, ALMA ha permitido que los astrónomos accedan con una gran definición a lo se conoce como el “universo frío”, que es de suma importancia para comprender la formación de las estrellas y los planetas. La referencia a lo frío obedece a la capacidad que tienen estos radiotelescopios para captar la luz de muy baja energía que emite el universo en forma de ondas de radio y que, por lo tanto, ocupan parte del espectro que no es visible para el ojo humano. Esto determina que el ajetreo en el observatorio ALMA tenga lugar las 24 horas del día: las ondas de radio son captadas por sus más de 60 antenas parabólicas desplegadas en unos 16 kilómetros cuadrados tanto de día como de noche. Parte de esa frenética actividad será ligeramente modificada para recibir a 40 estudiantes secundarios de Argentina, Chile y Uruguay que participan en el campamento científico Bayer Kimlu y visitarán sus instalaciones, donde estarán en contacto con astrónomos que escrutan el firmamento centrándose en estas pequeñas ondas de radio.

Acampando bajo las estrellas

El campamento científico Bayer Kimlu, organizado por la empresa Bayer y la fundación Ciencia Joven de Chile –y en esta octava edición, con la colaboración del observatorio ALMA–, busca “formar líderes en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, y potenciar al máximo sus habilidades de liderazgo, todo bajo un ambiente de alta exigencia y trabajo en equipo”. Con esto en mente, este año los 40 estudiantes de Argentina, Chile y Uruguay visitan San Pedro de Atacama, en el norte de Chile, para hacer “investigaciones en terreno y paseos”, al tiempo que tendrán charlas y talleres sobre astronomía, “impartidos por científicos de ALMA, uno de los observatorios más importantes del mundo”.

En el grupo de 40 estudiantes, seleccionados entre 550 postulantes para conocer las entrañas del observatorio más importante de América, hay cinco liceales uruguayos que estarán en el país trasandino hasta el domingo 17: Franco Acuña, Florencia Blanco, Esmeralda Caro, Facundo Di Fortuna y Nicole Uhalde.

Franco Acuña tiene 16 años, estudia en el liceo departamental de San José y piensa que el campamento “será una experiencia única y enriquecedora”. Si bien le “encantan y le parecen muy interesantes todas las ciencias”, siente “una leve inclinación por la biología y la química”, por lo que dice que la rama de la ciencia que más llama su atención es la bioquímica. Pese a su corta edad, afirma que “la bioquímica es una de las ramas más prometedoras de la ciencia, ya que con el conocimiento bioquímico se puede combatir el cambio climático y la destrucción de especies y, a futuro, crear fármacos más eficientes”.

Florencia Blanco también tiene 16 años y estudia en el liceo departamental de Colonia del Sacramento. Quiere “ser parte de la construcción de un mundo mejor con base en la investigación”. Gracias a los Clubes de Ciencia en los que ha participado, sabe que la mejor forma de aprender ciencia es investigando, ya que considera que “evaluar nuestro entorno, hacernos preguntas, discutir y llegar a conclusiones fundamentadas nos da habilidades que son indispensables para crear un futuro mejor”. El tema que hoy más le llama la atención es “el funcionamiento del cerebro humano”.

Esmeralda Caro también tiene 16 años y concurre al liceo Seminario de Montevideo. Dice estar apasionada por la ciencia “desde chica”, tanto que sueña “con ser científica y realizar investigaciones”. Dado que le preocupa que vivamos rodeados de basura, gases de efecto invernadero y plásticos que demoran 150 años en degradarse, se propuso participar en el campamento Bayer Kimlu para “ampliar sus conocimientos y competencias de pensamiento científico” y, dado que está interesada en “la química sostenible”, quiere dedicarse a esa disciplina “para disminuir el impacto ambiental y el uso de productos nocivos”.

Nicole Uhalde tiene 15 años y, junto con Facundo Di Fortuna, que tiene 16, estudia en el liceo Impulso de Montevideo. Nicole cursa el Bachillerato Tecnológico y el tema científico que más le llama la atención es el origen del universo. “Es algo tan grande e inexplicable... Me encanta cómo los científicos generan y ponen hipótesis a prueba”, dice, y agrega que “en el futuro me encantaría poder contribuir en esa tarea”. Su compañero de liceo confiesa que le encantan la ciencia y la matemática, en especial “ese bloque grandísimo en el que se encuentran la biología, la física y la química”. Se siente particularmente atraído por la biología, porque dice que es el área que más lo acerca a la naturaleza.

“Estamos felices con el nuevo grupo de jóvenes seleccionado. Al igual que en años anteriores, tendremos 40 jóvenes de un muy alto nivel, comprometidos con impactar en la sociedad mediante la ciencia y la tecnología”, señala Eduardo Guzmán, director de la fundación Ciencia Joven. En San Pedro de Atacama los liceales podrán conocer un entorno natural único, realizarán investigaciones y tendrán charlas con astrónomos que trabajan en la frontera del conocimiento sobre el universo. Si bien ALMA escruta el cielo en el espectro de luz no visible, el límpido cielo de Atacama, su lejanía de los centros poblados, el aire seco y la elevada altitud seguramente les regalarán a los 40 estudiantes un cielo estrellado –y una experiencia compartida– difícil de olvidar. Tal vez allí, en las cercanías de las 66 antenas gigantescas, alguno de nuestros compatriotas comience a preguntarse cómo se forman las galaxias, cómo se originan las estrellas, los planetas e incluso las moléculas orgánicas que han permitido ese extraño y –por ahora– escaso fenómeno que es la vida, y tenga que volver, algunos años después, a encontrar en ALMA las respuestas empaquetadas bajo ondas de radio.