¿Reconocés esa marquita y ese lunar tan tuyo que tenés en la cara? ¿Y ese otro en la espalda? Qué bueno, porque eso es increíble. ¿Cómo sabés que es tuyo si no lo podés ver directamente en tu cuerpo? Un espejo, claro. Pero si nunca nos vimos la cara antes, ¿cómo sabemos que la persona del reflejo somos nosotros? Tomar conciencia de nosotros mismos, ponernos en el foco de nuestra atención y reflexión, y asociar la imagen que vemos en el espejo con nuestro ser es un proceso cognitivamente complejo, no nos sale así nomás. Tuvimos que aprender. Empezamos a reconocernos en el espejo más o menos desde los 18 meses; antes de eso nos reímos de los niños que saludan y besan a su reflejo como si fuera un compañero. Muchos investigadores sostienen que poder tener conciencia de uno mismo es fundamental para la interacción con otros y ser capaz de imaginarse lo que el otro piensa o siente (lo que se conoce como “teoría de la mente”).
Hubo un tiempo en el que tener conciencia de uno mismo se consideraba algo único de los humanos y un signo de una inteligencia y capacidades cognitivas superiores. Luego se agregó al selecto grupo de seres capaces de tener conciencia de sí mismos a unos pocos primates cercanos al humano. Más tarde, a unos pocos mamíferos y un ave. Este mes se publicó un trabajo que muestra que una especie de pez puede cumplir los criterios actuales para considerar que tiene conciencia de sí mismo, aunque siendo un animal tan distinto a nosotros, es difícil estar seguro. El estudio nos interpela sobre cómo entendemos la experiencia de otros animales y si lo estamos haciendo bien.
El chimpancé a través del espejo
Todo comenzó con las observaciones de un joven naturalista llamado Charles Darwin, durante una visita al zoológico de Londres, el 28 de marzo de 1838. Hacía dos años que había vuelto de su viaje en el Beagle, y si bien aún era poco conocido, ya rumiaba los fundamentos de la teoría que cambiaría el mundo. Aquel día conoció de cerca a Jenny, una orangután hembra que lo cautivó con su comportamiento y expresiones faciales que delataban emociones similares a las humanas. Darwin realizó luego varias visitas para estudiar a Jenny con más atención, poniéndole algunas pruebas sencillas y observando sus reacciones. Como buen científico, registró todas sus impresiones en notas que hoy forman parte de su archivo; estas hojas amarillentas tienen escrito en grande la palabra “man”, que era como él etiquetaba sus anotaciones sobre la evolución humana, y pueden verse en internet (darwin-online.org.uk), aunque entenderle la letra ya es otro tema. En estos documentos, publicados por primera vez recién en 2015, Darwin, entre otras cosas, describe con asombro la reacción de Jenny frente a un espejo: lo examinó, lo besó, apretó su cara contra la superficie, le hizo muecas, lo vio a distintas distancias y dobló su cuerpo de varias maneras frente a él. En conjunto, Darwin quedó convencido de que humanos y orangutanes compartimos un ancestro común, pero las observaciones del espejo dejaban algunas cuestiones inconclusas. ¿Jenny se reconocía a sí misma o veía a otro orangután? ¿Cómo podemos diferenciar eso?
No fue hasta más de un siglo después, en 1970, que el psicólogo Gordon Gallup propuso un método para contestar estas preguntas. Gallup trabajaba con chimpancés, y comenzó con un abordaje similar al de Darwin. Primero alojó a los chimpancés solos con un espejo durante algunos días. Al principio reaccionaban como si hubieran visto a otro chimpancé, con respuestas sociales hacia el reflejo. Pero luego de un par de días, las respuestas sociales decayeron y los chimpancés comenzaron a usar el espejo de una forma que parecía orientarse hacia ellos mismos. Por ejemplo, para observar dentro de su boca o acicalarse en partes del cuerpo sólo visibles en él. El cambio de la respuesta social a la individual podría significar que los chimpancés habían aprendido a reconocerse a sí mismos en el reflejo.
Para discernir si esto ocurría realmente, Gallup ideó la “prueba de autorreconocimiento en el espejo”, también conocida como “prueba del espejo”. Gallup anestesió a los chimpancés y, mientras estaban inconscientes, les aplicó una marca roja en lugares no visibles, arriba de una ceja y en la oreja opuesta, con un pigmento no irritante y sin olor. Al recuperarse de la anestesia y sin espejo, los chimpancés ni se daban cuenta de la marca, como a quien le dibujan la cara durante un sueño profundo. Pero cuando colocó un espejo el efecto fue instantáneo: los chimpancés miraron el reflejo e investigaron las marcas guiando sus dedos con la ayuda del espejo, las palpaban varias veces, e incluso luego se miraban los dedos o los olían en busca de pistas.
La prueba se repitió con diferentes especies de monos, como los capuchinos, pero a diferencia de los chimpancés, no se habituaron al espejo. Continuaron reaccionando al reflejo como si fuera otro mono, incluso luego de tres semanas, y no lo usaron para investigar las marcas en ningún momento. El orangután, en cambio, sí pasó la prueba. Gallup concluyó que sólo algunos primates compartían con los humanos la capacidad de autorreconocimiento, y que eso requería un mayor nivel de desarrollo cognitivo. Algunos investigadores lograron que varias especies de monos pasaran la prueba con entrenamiento, pero como mencionan algunos autores, entrenar a un mono para que presionen las teclas en el orden adecuado para escribir “ser o no ser” nos dice poco de sus capacidades filosóficas y literarias reales.
La prueba de Gallup fue durante muchos años –y en cierta medida lo sigue siendo– un estándar para medir si un animal tiene o no sentido de sí mismo. Es una de las pruebas más famosas y controversiales en el estudio de la cognición e inteligencia animal, y de aquel tiempo a esta parte, se ha realizado sobre una gran cantidad de animales. Pasar la prueba del espejo ya no es patrimonio de los primates, y hasta ahora se han sumado al club de los aprobados también algunos delfines, orcas, el elefante asiático y la urraca.
El pez que aprobó la prueba
El artículo, publicado en PLOS Biology, presenta evidencia por primera vez de una especie de pez capaz pasar la prueba del espejo, lo que sugiere que los peces podrían poseer propiedades cognitivas más complejas de lo que se pensaba. Sin embargo, el significado real de estos resultados es poco claro y resulta tema de debate. De hecho, el artículo está más enfocado en desafiar el modelo del espejo y evaluar sus limitaciones que en el pez, y ya desde su título (“Si un pez puede pasar la prueba de la marca, ¿cuáles son las implicaciones para las pruebas de conciencia y autoconciencia en animales?”) invita a la reflexión sobre las interpretaciones del modelo y su utilidad en animales tan distintos a los primates.
En la búsqueda de una especie de un grupo taxonómico diferente a los mamíferos y el ave que pasaron la prueba, pero con un repertorio de comportamientos y capacidades visuales que le permitan responder a una marca de color en su cuerpo, eligieron al lábrido limpiador azul (Labroides dimidiatus). El lábrido limpiador es un pez pequeño que habita los arrecifes coralinos de la zona Indo-Pacífica. Se caracteriza por alimentarse de parásitos que detecta visualmente en la piel de peces más grandes, con los que entabla una relación de mutuo beneficio: él come y el otro pez se desparasita. Por lo tanto, está bien equipado para detectar puntos de color en la piel y tiene la motivación para reaccionar a eso.
La primera etapa, al igual que con los chimpancés, fue exponer a los peces al espejo durante varios días. Al principio reaccionaron como si se tratara de otro pez rival de la misma especie, y respondieron atacando a su reflejo. Esa agresividad disminuyó rápidamente y aparecieron comportamientos atípicos, como nadar dado vuelta, de manera rápida y repetida. Ese comportamiento no había sido descrito nunca para esa especie en ningún estudio de interacción social, y los autores especulan que podría ser equivalente a los cambios de expresión y movimientos de brazos que hacen los primates para testear si el espejo responde del mismo modo, algo fundamental para asociar el reflejo con uno mismo.
Dada su buena repuesta frente al espejo, pasaron a la segunda etapa.
Anestesiaron a los animales y les inyectaron una pequeña cantidad de una sustancia de color por debajo de la piel, que es visible desde el exterior. Al recuperarse y comprobar que se comportaban con normalidad, los expusieron de nuevo al espejo. Dada las características del pez, uno podría esperar que si viera en el reflejo a un pez extraño con una marca de color, intentara morder la marca como si se tratara de un parásito. Sin embargo, no reaccionaron de esa forma. Los peces simplemente pasaron más tiempo nadando de modo de enfrentar el lado marcado al espejo. ¿Pero cómo puede inspeccionarse la marca un animal sin brazos? Para sacarse elementos molestos de la piel, muchos peces raspan la zona molesta contra el fondo o alguna roca. Los peces con la marca, luego de enfrentarse al espejo, realizaron una gran cantidad de movimientos de raspado en la zona marcada. Hay que mencionar que otros peces tenían una marca transparente, a modo de control, y no mostraron ninguno de estos comportamientos.
Los autores concluyen que las respuestas del lábrido limpiador pueden ser razonablemente interpretadas como válidas para cumplir los criterios de la prueba del espejo. Qué significa eso, es discutible. Ellos toman posición, y aclaran que si bien el pez pasó el test del espejo, no consideran que eso implique que el pez posee conciencia de sí mismo. Precavidos, interpretan que quizás el pez pasa por un proceso de autorreferencia en el que reconoce lo que está observando como parte de su propio cuerpo, pero sin involucrar las complejidades de la teoría de la mente o la autoconciencia.
Hacia nuevos modelos
Los editores de la revista PLOS Biology, conscientes de la controversia que podía generar el artículo, lo acompañaron de un comentario a cargo del profesor Frans de Waal, uno de los capos mundiales en primatología y comportamiento animal, para tener la visión de un experto sobre el trabajo publicado y la prueba del espejo.
De Waal pone en duda las conclusiones del trabajo y advierte que son necesarias “interpretaciones generosas” del comportamiento del pez para considerar que pasa la prueba. No duda de la calidad del trabajo, pero llama la atención sobre las limitaciones de la prueba y sus interpretaciones. Por ejemplo, el modelo se basa por completo en un estímulo visual, y resulta más claro si el animal tiene alguna extremidad flexible o algo similar con lo que pueda inspeccionarse la marca. Parece entonces una simplificación muy grande colocar a todos los que no pasan el test en una única categoría de “sin conciencia de sí mismos”, en especial cuando hay tantos animales cuyo sentido principal no es la vista. Los perros, por ejemplo, aprenden bastante rápido a ignorar el espejo (fallan la prueba), pero son capaces de identificar un olor nuevo en su orina –le prestan mucha más atención a su orina con un olor nuevo que al mismo olor por separado–. Además, todos los animales necesitan cierto concepto de sí mismos. Un mono necesita estimar si una rama puede soportar su peso antes de saltar a ella, por ejemplo. Los animales necesitan tener una noción de su situación en el ambiente y en su grupo social para hacer frente a las distintas situaciones de su vida.
En su comentario, De Waal plantea que quizás ya es hora de dejar de pensar en la autoconciencia en términos de “todo o nada”, como si fuera algo que surge de golpe, algo que todos los que cumplen con la prueba del espejo tienen y el resto no. Quizás la autoconciencia se genera en capas, con un gran gradiente de capacidades cognitivas que se construyen una sobre otra, a distintos niveles, y ocurre que algunos son capaces de responder a la prueba del espejo y otros no, aunque puedan tener capacidades cognitivas similares. Muchos animales que fallan la prueba del espejo responden muy bien a otras pruebas cognitivas sobre percepción corporal.
Quizás en la base de todo este dilema se esconda la pregunta que le da título a uno de los libros más famosos de Frans de Waal: ¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales? No lo sabemos, pero eso nunca nos detuvo. Por lo pronto, sabemos que necesitamos nuevas pruebas, más amplias y con varias modalidades sensoriales, para intentar comprender cómo otras especies sitúan su yo en el mundo. Como dice la conocida frase, con la que también cierra el artículo: “Si un pez es juzgado por su capacidad para trepar a un árbol, vivirá toda su vida creyendo que es estúpido”.
Artículo: “If a fish can pass the mark test, what are the implications for consciousness and self-awareness testing in animals?”.
Publicación: PLOS Biology (2019).
Autores: Masanori Kohda, Takashi Hotta, Tomohiro Takeyama, Satoshi Awata, Hirokazu Tanaka, Jun-ya Asai, Alex Jordan.