Si uno sale a recorrer nuestro país, el mamífero más grande con el que se encontrará, si tiene suerte y justo viaja por pequeños parches de pradera de Salto o a la Sierra de los Ajos, es un venado de campo. Sin embargo, no hace tanto tiempo –unos 12.000 años, un pestañeo en términos de tiempos geológicos– uno podía encontrase en estas tierras con enormes mastodontes que guardaban cierto parecido con los elefantes actuales, perezosos gigantes, gliptodontes acorazados, una mezcla de rinocerontes con hipopótamos que se conocen como toxodontes, herbívoros a medio camino entre una jirafa y un tapir conocidos como macrauquenias, e incluso con algunos animales carnívoros de gran porte, como el tigre dientes de sable o el omnívoro oso de cara corta. Todos ellos forman parte de lo que se llama megafauna, un conjunto de grandes mamíferos que llegaron a vivir hasta el final del Pleistoceno –hace unos 10.000 años– en varias partes de mundo y que, desde hace unos 50.000 años, comenzaron a desaparecer.

Exceptuando al continente africano, en el que aún se pasean mamíferos enormes, en el resto del planeta la megafauna encontró un camino cerrado que la llevó a su extinción. Los dos continentes en los que esa desaparición masiva fue más grande fueron Australia, con 90% de las especies de grandes mamíferos extinta, y Sudamérica, donde más de 80% corrieron con tal suerte. Las causas no están del todo claras y son motivo de debate, al menos en el continente americano, y en especial en el sudamericano. Mientras algunos postulan al cambio climático como principal agente desencadenante de las extinciones, otros autores sostienen que, dado que el ser humano llegó al continente americano hace unos 15.000, años al terminar el último período glacial, habría que apuntar hacia él y su gran capacidad para causar desastres ambientales.

Este mes salieron casi en simultáneo dos trabajos científicos que intentan aportar a la comprensión de la extinción de megafauna sudamericana. Por un lado está el artículo titulado “Campo Laborde: un gran sitio de matanza y faena de perezosos gigantes de fines del Pleistoceno”, liderado por el argentino Gustavo Politis, y por otro “Registro sedimentario de la Patagonia, sur de Chile, apunta a un impacto cósmico como desencadenante de la quema de biomasa, cambio climático y las extinciones de megafauna hace 12,8 miles de años”, que tiene al chileno Mario Pino como primer autor. Lo fantástico de ambos trabajos es que son contradictorios entre sí.

Como te digo una cosa, te publico la otra

En el paper sobre el análisis del sitio argentino Campo Laborde, los autores afirman que “evidencia previa de la región de la Pampa Argentina sugería que ese ambiente habría dado refugio a la megafauna superviviente del Holoceno”, es decir, a aquella que logró vivir luego de los 10.000 años antes de nuestro tiempo. Mediante nuevas técnicas de datación de los fósiles encontrados en esos sitios de la Pampa argentina, los autores encuentran que fósiles previamente datos con fechas que iba desde los 6740 a los 9730 años dieron todos fechas superiores a los 10.000 años.

Si bien no se desprende del título, los autores del trabajo, en sus conclusiones, lanzan con fuerza disimulada su explicación para la extinción de la megafauna sudamericana. “Las nuevas dataciones de carbono datan sólidamente que la matanza y explotación de los perezosos gigantes tuvo lugar en el Pleistoceno tardío” dicen, y luego agregan que las nuevas dataciones “no apoyan que la megafauna extinta haya sobrevivido hasta el Holoceno en Campo Laborde al tiempo que cuestionan su supervivencia en la mayoría, sino en todas, las localidades de la Pampa”. Más tarde deslizan: “Las nuevas dataciones reducen el tiempo transcurrido entre la llegada de los humanos y la extinción de la megafauna en las pampas argentinas en unos 2.000 años”, encontrando que sus resultados “apoyan propuestas previas de la contribución del impacto de los humanos al proceso de extinción de la megafauna en Sudamérica”.

El otro paper, mucho más extenso y árido, se dedica a demostrar dos hechos: por un lado, la evidencia de que “una secuencia de 12.800 años de antigüedad en Pilacuo, Chile” da muestras de “concentraciones de platino, oro, esferúlas ricas en hierro y cromo a altas temperaturas” que se condicen con las teorías que proponen el impacto de un meteorito o asteroide y sus fragmentos que golpearon “Norte América, Sudamérica, Europa y el oriente de Asia” en esa fecha. También encuentran evidencia de un pico “de abundancia de carbón vegetal que marca un intenso episodio de quema de biomasa en sincronía con cambios dramáticos en la vegetación, incluyendo un régimen de alta perturbación, estacionalidad de las precipitaciones, y condiciones más cálidas”. Por otro lado, los autores utilizaron una técnica relativamente nueva que consiste en analizar las esporas de hongos presentes en los fósiles de la materia fecal, materiales que se conocen como coprolitos. Al estudiar esas esporas de hongos de los géneros Sporomiella, Sordaria y Posospora remanentes en el excremento fosilizado, un investigador puede tener una estimación fiable de cuánta población de herbívoros hay en un lugar determinado –se puede hacer en nuestros días con el ganado u otros animales–. Lo que encontraron es que en las capas por debajo del paso e impacto del asteroide, los hongos proliferaban, mientras que en las capas superiores, es decir, más recientes, su número disminuía considerablemente.

Con toda esta evidencia en su poder, los autores del estudio realizado en Chile concluyen que “la desaparición súbita de restos de megafauna y de los hongos de los excrementos” en las capas superiores al impacto del asteroide en Pilauco “se correlaciona con la extinción de la megafauna a lo largo de América”. Es más, mientras observaron restos líticos de herramientas humanas asociadas a megafauna antes del impacto del cometa o asteroide, su ausencia luego de esa capa en la estratigrafía sugiere a los autores “o bien que los humanos abandonaron el área luego de la extinción de la megafauna y/o que experimentaron una declinación en su población y/o procedieron a una reorganización”. En cuanto a los hongos de la materia fecal, afirman que “sugiere[n] una posible conexión causal entre la extinción de la megafauna y el evento del impacto cósmico”.

Los dos trabajos están escritos por grupos de científicos honestos. Ambos llegan a conclusiones casi opuestas sobre las causas de la extinción de la megafauna. Uno, que no es paleontólogo, ni biólogo ni experto en nada, ¿qué hace? Lo que hay que hacer siempre que no se sabe algo: preguntar.

Comentando lo publicado

Lleno de dudas y excitación me dirijo al encuentro de Andrés Rinderknecht, paleontólogo del Museo Nacional de Historia Natural, que me recibe en su pequeño habitáculo en la sede que, si todo sale bien, en 2020 terminará de trasladarse al nuevo local de la ex cárcel de Miguelete. En su reducida oficina, que está en una especie de altillo, un ventilador compite con un calentador eléctrico y montañas de papeles y libros por uno de los pocos centímetros cúbicos aún libres. Al costado de un frasco con fósiles diminutos –casi seguro roedores, pues está terminando una tesis al respecto– hay una copia impresa de uno de los dos trabajos. El otro hace brillar sus electrones en la pantalla de la computadora.

El paleontólogo cuenta que hay quienes recurren al cambio climático para explicar el fin de los grandes mamíferos sudamericanos. “En los últimos 120.000 años la Tierra se fue calentando, alternando con períodos de glaciaciones. La última de ellas fue hace unos 20.000 años, lo que coincide con un período de auge de los mamíferos”, dice, y recuerda que al contrario de lo que puede pensarse, el clima frío favorece a los grandes mamíferos, “por un tema de distribución de las pasturas, la humedad y la conservación de la temperatura corporal”. “¿Cuál es el problema de la extinción de la megafauna por cambio climático?”, se pregunta Rinderknecht, y enseguida responde: “Que tenés entre 20 y 30 cambios climáticos en los últimos 20 millones de años. En esa sucesión de calor-frío-calor-frío, ¿por qué se extinguió la megafauna en el último de esos cambios? ¿Por qué se extinguieron hace unos 10.000 años y no hace unos 120.000 o dos millones de años?”, interroga mostrando que el asunto no le cierra.

Perezoso gigante de Norteamérica. Ilustración: Rinaldino

Perezoso gigante de Norteamérica. Ilustración: Rinaldino

La gran matanza

Si lo que acabó con la megafauna no fue el cambio climático, entonces hay que buscar a otro culpable. “La hipótesis alternativa es que el ser humano fue el factor distinto, porque hace 120.000 años no había seres humanos en América”, dice y afirma que hasta no hace mucho se pensaba que la llegada del Homo sapiens a nuestro continente se había dado a fines del Pleistoceno o principios del Holoceno. “Hoy pensamos que por lo menos fue hace 18.000 años, y entonces unos pocos miles de años después la megafauna se extingue en Norteamérica y unos 10.000 años después en Sudamérica. Esa es la teoría de la matanza”. Sin embargo, hay algo que, al igual que la explicación del cambio climático, tampoco le cuadra. “El problema es que cuanto más tiempo de coexistencia haya entre megafauna y seres humanos, es un poco más difícil explicar que fueron los seres humanos los que mataron y extinguieron a la megafauna”, dispara, con la certeza de un irlandés campeón del tiro de dardos.

“Según me dijo Emily Lindsay, una de las autoras del trabajo de la Pampa, si bien hay un montón de dataciones, sobre todo en Argentina, que colocan a la megafauna hace 7.000 o 6.000 años, habría habido errores de datación y esos fósiles de megafauna serían mucho más antiguos. Hasta este trabajo, las dataciones indicaban que la megafauna sudamericana fue la única que llegó al Holoceno, y que entonces no se podía hablar de extinción del Pleistoceno para la megafauna sudamericana”.

No es que los paleontólogos e investigadores anteriores fueran tontos datando fósiles. El asunto obedece a ciertas variables: “Lo que me dijo Emily es que las dataciones holocénicas que había en Sudamérica debían ser revaluadas, ya que habían visto que los ácidos úricos de ambientes fluviales estarían afectando el colágeno de las muestras, lo que dificultaría el análisis del carbono 14 y daría resultados más recientes”, explica su colega. Este error de datación podría afectar a muchos de los fósiles reportados para el Holoceno también en nuestro país, ya que están también en sedimentos fluviales que tendrían su colágeno afectado. “El caso de Campo Laborde es muy clásico, porque hay un megaterio que mató una persona. Se suponía que era del Holoceno, pero con el nuevo análisis que hacen les da una fecha de 12.600 años”, comenta Rinderknecht, y agrega: “Lo que hacen entonces en el trabajo es decir que, ante estas nuevas dataciones, la subsistencia de la megafauna en Sudamérica podría haber sido mucho menor. Al acortarse el período entre la llegada del humano y la extinción de la megafauna, en su trabajo la idea de la extinción desencadenada por los humanos cobra fuerza”.

Al bajarse la diferencia en años entre la extinción de la megafauna y la aparición de los humanos, la teoría de la matanza cobraría fuerza. Sin embargo, a Rinderknecht la teoría de la matanza no le convence. “Una extinción masiva en 5.000 años podría darse en una isla, pero en el continente es difícil. Considero que es prácticamente imposible que una extinción tal se haya dado en el continente por cualquier tipo de ser humano, como el que había en aquel entonces. Aceptar la teoría de la matanza se me hace muy difícil. Ellos no lo dicen en su paper, pero hay quienes afirman que el ser humano es un depredador y que donde está, depreda. Eso no es cierto”, sentencia.

No tan nocivos

“Hay una imagen de los clovis [antiguos pobladores de América] en la que conducen a los mamuts a un acantilado y tiran a toda la manada. Eso es faltar a la verdad. Los clovis subsistían con presas chiquitas, y si cazaban presas grandes lo hacían con control. Seguramente, como pasa en otros lugares, no cazaban hembras u hembras embarazadas y no cazaban crías. No es que no se haya dado esa imagen de la gran cacería de mamuts, pero probablemente lo hacían rara vez, como parte de un rito”. A no confundirse: Rinderknecht no está adhiriendo al mito del humano primitivo lleno de bondad. Reconoce que los incas, los mayas y los habitantes de la Isla de Pascua causaron grandes catástrofes ambientales. Pero hace una diferencia: “Esas eran civilizaciones. Sobre las civilizaciones hay pruebas contundentes de masacres y desastres ambientales. Al iniciarse en la agricultura dependen de un cultivo, y pierden ese conocimiento que tienen la personas no civilizadas de las dinámicas poblacionales, de la etología”. Para él, la diferencia entre los humanos civilizados y los humanos cazadores-recolectores debe ser tenida en cuenta. La plaga es la versión actual del humano. La que cultiva y se mueve en la economía capitalista.

Pero más allá de sus convicciones sobre el rol depredador de los humanos, el paper de sus colegas argentinos tiene un escollo mayor que sortear: “El artículo salió en el mismo momento en que otro trabajo aporta la evidencia de un impacto de un fragmento del famoso cometa Clovis en la misma época en la que ellos re-datan a la megafauna”.

Grandes bolas de fuego

“Hay una teoría propuesta hace muchos años que se llama the broken zigzag, o en español, el zigzag roto. Sus autores, argentinos, sostienen que en las oscilaciones climáticas del Pleistoceno, cuando llegaban los grandes fríos, los grandes mamíferos se adaptaban y proliferaban. Al llegar las épocas más cálidas, la población de megafauna se reducía por las condiciones adversas. En esa sucesión, de pronto al final del Pleistoceno, cuando hace mucho calor, llega el ser humano y, dado que las poblaciones de megafauna en ese período disminuían, le da el último empujoncito. Se rompe entonces el zigzag por la presencia de algo externo que antes no estaba”, relata Rinderknecht. “Con la publicación de este trabajo, ahora podemos pensar nuevamente en el broken zigzag, pero en lugar del ser humano, el que rompe el equilibrio sería el meteorito cayendo en un período cálido de baja población de megafauna”.

En el trabajo se muestra evidencia de abrasión y quema de biomasa. Uno piensa en un gran incendio arrasando las pasturas sudamericanas. Los animales más grandes de la megafauna eran herbívoros. Y los pocos que eran carnívoros dependían de ellos. Pero el asunto fue peor aun: a la quema de los pastos y vegetación por el fuego que vino del cielo, le siguió un repentino cambio climático hacia un clima más cálido. Si bien el trabajo lo convence, Rinderknecht es un científico. Como tal espera por más evidencia. “Hacen faltas más trabajos que reporten evidencia de este impacto en esa fecha. También hay que ver qué dan las redataciones de los fósiles de megafauna. Cuanto más cerca estén esas fechas de la fecha del impacto reportado en el trabajo, más contundente será la evidencia para afirmar que la extinción de la megafauna fue desencadenada por eso”, razona, y uno debe tener en cuenta una de las grandes frases de la geología y la paleontología: la ausencia de registro no es un registro de ausencia.

Inocentes hasta que se demuestre lo contrario

Un trabajo, entonces, encuentra la evidencia de un impacto cósmico que ocasionó incendios, cambio climático y la extinción de la megafauna. El otro encuentra evidencia de que las dataciones de megafauna son más antiguas de lo pensado, y describe a un sitio de faena de perezosos gigantes, por lo que concluye que la extinción de la megafauna debe buscarse en la depredación humana.

“Creo que si el trabajo del impacto hubiera aparecido antes, los de Campo Laborde no hubieran podido publicarlo así, deberían haber reconocido la proximidad de su datación con la presencia de un impacto”, especula Rinderknecht. Para él, el paper del impacto es sumamente importante: “Nunca se había propuesto para Sudamérica la hipótesis de la extinción de la megafauna del Pleistoceno por un impacto. Este es el primer trabajo que lo propone. Siempre se afirmaba que tenía que ser algo externo, y todos veían al ser humano como ese factor externo. Esta fue una catástrofe mundial, no tan grande como la que acabó con los dinosaurios, pero está camuflada en el registro. Incluso a nosotros, como científicos, no se nos ocurre decir que algo externo puede ser algo tan monstruoso como la caída de un meteorito con impactos en todo el mundo. Pero podría haber sido así, lo que nos muestra lo poco que sabemos de lo que pasó en Uruguay y en el continente hace 12.000 o 13.000 años”.

Artículo: “Campo Laborde: A Late Pleistocene giant ground sloth kill and butchering site in the Pampas”.

Publicación: Science Advances (6 de marzo de 2019).

Autores: Gustavo Politis, Pablo Messineo, Thomas Stafford, Emily Lindsey.

Artículo: “Sedimentary record from patagonia, southern Chile supports cosmic-impact triggering of biomass burning, climate change, and megafaunal extinctions at 12.8 ka”.

Publicación: Scientific Reports (13 de marzo de 2019).

Autores: Mario Pino, Ana Abarzúa, Giselle Astorga, Alejandra Martel-Cea, Nathalie Cossio, Ximena Navarro, María Lira, Rafael Labarca, Malcolm LeCompte, Víctor Adedeji, Christopher Moore, Ted Bunch, Charles Mooney, Wendy S Wolbach, Allen West, James  Kennett.

Empatizando con los humanos de hace 12.800 años

Andrés cierra los ojos unos instantes y para uno, que sabe que le gusta pensar cómo habrían sido las cosas, espera algo que lo descoloque. Y así es. “Los primeros registros aceptados de humanos en Uruguay tienen unos 13.400 años. O sea que ya estaban aquí cuando cayó el meteorito. Si fue así, vieron que el cielo se prendía fuego y luego se oscurecía. Esto fue miles de veces peor que la erupción del volcán en Chile que hace poco llenó Montevideo de cenizas. Y además cabe la posibilidad de que hubiera habido un impacto más cercano que el de Chile aún”, hipotetiza.

“En esa época no había escritura, pero para los habitantes de estas tierras seguramente el impacto debe haber dejado una huella en su cultura y en sus mitos por muchos años, tal vez siglos. Seguramente a fines del Pleistoceno, aquí como en otras partes del mundo, se hablaba del cielo que se incendió, de las cenizas que tapaban el sol. Son cosas que nunca vamos a saber, pero es lo lindo que tiene conocer el pasado. Te ayuda a ver las cosas impresionantes que pasaron acá” reflexiona.

Si bien ninguno de los trabajos logra poner un punto final a la discusión sobre el fin de la megafauna, para el paleontólogo el del impacto cósmico “es un poco más fuerte”. “El de la caza de la megafauna es un poco más débil, porque no tienen evidencia directa, sino una datación más antigua y una prueba de cacería”.

Dada la concepción que tiene Rinderknecht sobre cómo cazarían los humanos antes de la llegada de la agricultura y la civilización, el trabajo del impacto es una buena noticia. “Tengo una versión más luminosa, si bien no de la humanidad, por lo menos del ser humano no civilizado. Hay quienes dicen que la agricultura fue el peor invento de la humanidad”. Rinderknecht está leyendo los diarios de viaje de Alexander von Humboldt, naturalista, geólogo y científico excepcional que visitó Sudamérica. “En febrero de 1800 anotó en su diario que si comparamos a un indígena de la selva amazónica con un europeo, vamos a ver la barbarie... la barbarie del hombre civilizado”.