Aunque nos parezca que los habitantes del fondo del mar permanecen ajenos a la euforia futbolística de la Copa América y las polémicas por el VAR, una brótola de Punta del Diablo demostró su pasión de una forma un poco extraña: dentro de su estómago investigadores encontraron una fibra celeste. Claro que no encontraron motivos para festejar, sino todo lo contrario: la investigación proveyó, por primera vez en Uruguay, evidencia de que los microplásticos están en los peces del ambiente marino costero.
Estudio preliminar, observación contundente
El trabajo, publicado en la revista Pan-American Journal of Aquatic Sciences por varios investigadores del Centro Universitario Regional del Este (CURE) de la Universidad de la República, consistió en el análisis del contenido gastrointestinal de 16 peces de dos especies, el córvalo (Paralonchurus brasiliensis) y la brótola (Urophycis brasiliensis), recolectados en un monitoreo de biodiversidad en 2016. Las especies fueron elegidas debido a que poseen distintos hábitos alimenticios (si bien ambas son especies de fondo, el córvalo se alimenta de pequeños gusanos mientras que la brótola prefiere camarones y pequeños peces) y por lo tanto podrían mostrar diferencias a la hora de ingerir microplásticos.
Los microplásticos tienen tamaños menores a los cinco milímetros y se ha reportado su presencia en todos los mares del mundo. En el trabajo publicado se menciona que “las fibras de origen sintético son uno de los microplásticos más prominentes en los ambientes marinos” y que se “distribuyen a lo largo de la columna de agua, los sedimentos y las profundidades oceánicas, dándose las mayores concentraciones en las costas pobladas y en los remolinos oceánicos”. La importancia de las áreas costeras queda de manifiesto al explicar que “tienen un rol crucial como lugares para la alimentación, desove y crianza de las especies marinas, incluyendo peces de importancia comercial que se utilizan para el consumo humano”. Ante este panorama, conocer qué pasaba con nuestros peces en nuestras costas se hacía necesario.
En el trabajo se analizaron los contenidos estomacales e intestinales de ocho peces de cada especie. Las fibras de micro y mesoplásticos (entre cinco y 20 milímetros) encontradas fueron 16, pero tras hacer los controles necesarios para eliminar las contaminaciones de las muestras –ya que los microplásticos están en todas partes, incluso en el aire, y el laboratorio no es una excepción– 11 fibras fueron descartadas. Eliminadas las muestras contaminadas, el trabajo muestra que en tres peces (18,7%) de las dos especies se encontraron cinco fibras de micro y mesoplásticos. Tres eran de color violeta, una era celeste y la restante resultó ser una fibra oscura. De las violetas y la celeste los investigadores afirman “que el color es consistente con fibras de origen sintético”, e incluso en una de ellas encontraron rastros de óxido de zinc, que es “comúnmente empleado para teñir fibras sintéticas”.
Si bien los microplásticos aparecieron en un porcentaje menor que en otros estudios reportados (citan casos en los que se encontraron en 37% de los peces estudiados), los autores señalan que eso podría deberse a la poca cantidad de peces analizados (16) y a “la proximidad a un Área Protegida Marina con un impacto antropogénico relativamente bajo”. Sin embargo, señalan que “este estudio preliminar debería ser tomado como una primera aproximación para evidenciar el problema” y que “estudios sistemáticos con una mayor cantidad de muestreos, más especies de peces y mayor rango de tamaños deberían ser conducidos para cuantificar de forma más precisa la incidencia del plástico en los tractos gastrointestinales”, así como para “determinar el origen de las fibras” de manera de “obtener un panorama más amplio de la problemática del plástico en la zona costera del Uruguay”.
Podría ser peor
Pablo Limongi, primer autor del artículo, se muestra entusiasmado tanto de hablar de su investigación como del problema de los plásticos en general. Cuenta que el trabajo surgió por su inquietud en el tema y que la baja cantidad de peces analizados se debió tanto a una cuestión de practicidad como de testear metodologías. “Este trabajo lo hicimos hace dos años y medio, y aunque parezca que ha pasado poco tiempo, en la temática de los microplásticos se ha avanzado muchísimo en lo que refiere a estandarizar protocolos de muestreo, en medidas de seguridad de contaminación en el laboratorio, etcétera”. Si bien el objetivo era, en parte, poner a punto las herramientas para comenzar a trabajar en esta línea de investigación, uno también intuye que muchas veces es mejor comenzar con una investigación pequeña y realizable que esperar por los grandes fondos y la investigación ideal.
Al obtener sus peces en Punta del Diablo fuera de la temporada y, como dicen en el trabajo, en proximidad a un área protegida, cabría esperar que en los peces costeros próximos a centros poblados, como los de Montevideo, Punta del Este o la Costa de Oro, la presencia de microplásticos fuera mayor. Limongi afirma que “si bien los residuos, y sobre todo las fibras y los plásticos, son transportados por las corrientes y por el viento, por lo que pueden desplazarse miles de kilómetros desde su fuente de origen, sí hay una relación directa, generalmente, entre centros poblados y una mayor contaminación en residuos marinos”. Aunque sólo encontraron plásticos en 18,7% de los peces muestreados, lo que puede parecer poco de acuerdo a estudios de otras regiones, Limongi no oculta su sorpresa: “En este caso salimos en una chalana de pesca mar adentro, por lo que fue llamativo encontrar plásticos en esa proporción”.
En todas partes
Uno de los problemas que debió enfrentar para la investigación es una de las tristes realidades del mundo actual: a esta altura los plásticos están por todas partes, en el aire, el agua y en los alimentos que ingerimos. Por ello de las 16 fibras que encontraron en los peces, 11 se descartaron por posible contaminación. “Si yo estaba con un buzo rojo, por más que me pusiera túnica, aparecían fibras rojas en las muestras y en las pruebas control”, grafica Limongi, quien señala que para continuar con esta línea de investigación necesitarían “una cabina de laboratorio con flujo laminar, ya que sería mucho más efectiva para evitar la contaminación de las muestras”.
Sobre la presencia de fibras de microplásticos en todas partes, el científico pone un ejemplo: “Por cada lavado de ropa se liberan unos 150 gramos de fibras. Se estima que 60% de las fibras de la ropa que utilizamos es de origen sintético, por lo que, por cada lavado doméstico, se liberan unos 90 gramos de fibras sintéticas”. Y algunas van a parar, como mostró su trabajo, a la panza de una brótola. El problema de las fibras sintéticas es importante: “Los microplásticos de fuentes secundarias son aquellos que provienen de la degradación de cosas más grandes, y los de fuentes primarias son los que ingresan al ambiente ya con tamaños menores a los cinco milímetros. Las dos principales fuentes de microplásticos primarios son las fibras de ropas y la abrasión de los neumáticos en las calles”.
A diferencia de la tercera fuente de microplásticos de origen primario, que son las microperlas de los productos cosméticos, sobre las que se puede legislar –cuenta que en Europa, Estados Unidos y Corea ya hay leyes que prohíben su uso en pastas de dientes y jabones–, “respecto de la contaminación por fibras textiles o los neumáticos es mucho más difícil; hay que hacer una concientización para que, por ejemplo, la gente lave menos la ropa”. Sin embargo, no todo está perdido. Limongi cuenta que “en Suecia más de 90% de la población está conectada al saneamiento y tienen unas redes de captura que retienen 98% de las fibras, incluso las microfibras textiles”. También habla de trabajos que sostienen “que el uso de suavizante reduce 30% la pérdida de fibras de la ropa”, aunque señala que no sabe cuáles son las contraindicaciones a nivel de contaminantes químicos que tiene el uso de suavizante.
De nosotros al mar y del mar de vuelta a nosotros
Ya es una tragedia que los plásticos estén en todas partes, pero el tema es más grave aun. Recientemente salió un informe sobre la ingestión de microplásticos por parte de humanos, principalmente por medio del agua potable, que ronda unos cinco gramos por semana, el equivalente a una tarjeta de crédito. En este caso, dado que los peces por lo general se consumen sin sus vísceras, esos plásticos no volverían a nosotros, por lo que el problema sería mayor en el caso de las mojarras, que se comen en general enteras, o en el de los camarones y otros mariscos. Pero el tema no es tan sencillo.
“Los mejillones son organismos que, por su forma de alimentarse, ingieren microplásticos. Así que si comemos ese mejillón vamos a comer los microplásticos que haya filtrado”, dice Limongi. También afirma que “los animales tienen una tasa de eliminación y puede que muchos animales eliminen algunas o todas las microfibras que llegan a sus estómagos”. Sin embargo, por más que limpiemos a la brótola de estómago e intestinos, los micropláticos no dejan de ser un problema para nosotros: “Para la producción de los microplásticos se utilizan ciertos compuestos químicos que se conocen como ‘poluentes orgánicos persistentes’ o ‘POP’, entre los que se encuentran el DDT, los PCB y los hidrocarburos aromáticos. Estos compuestos químicos, que se utilizan a modo de retardantes de llama o para que los plásticos tengan determinadas características, tienen la capacidad de pasar a través de los tejidos”, explica Limongi. Es decir, estos contaminantes químicos asociados a los microplásticos tienen la capacidad de pasar del intestino al músculo, o al hígado. “Ahí está el dilema, y sobre la acumulación de esos POP y sus efectos en humanos no se tienen certezas”, sostiene Limongi.
“Se sabe, sí, que estos compuestos son disruptores endócrinos. Por ejemplo, en ciertos invertebrados pueden generar feminizaciones de las poblaciones. En el hombre no se sabe qué pasa en concreto en cuanto a las concentraciones mínimas o los efectos crónicos, o si hay sinergia entre unos y otros contaminantes dentro del organismo”, explica el investigador, pero de todas formas es enfático al decir que sí se sabe “que son compuestos químicos contaminantes que hacen mal a la salud”. Las fibras violetas y celestes que encontró Limongi en los peces puede que no terminen en nuestros estómagos, o que luego de pasar por ellos vuelvan al agua al tirar la cadena. Sin embargo, los POP que las acompañan podrían estar presentes tanto en el músculo de los peces que comemos o bien atravesar los tejidos de nuestros aparatos digestivos y alojarse en nosotros. “Ahí está el problema, no tanto en el consumo del plástico en sí, que puede ser eliminado tras ser ingerido, sino en lo que sucede con los contaminantes asociados, que tienen la capacidad de transferir tejidos”, remata el investigador.
Por un futuro mejor
Limongi actualmente está haciendo una consultoría en la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama) en el Departamento de Gestión Costera y Marina (DGCM) que busca identificar las potenciales fuentes de microplásticos que se comercializan en Uruguay.
“A nivel mundial se están tomando medidas y se están evaluando cuáles son los caminos a seguir. Aquí en Uruguay, la ley de bolsas tuvo un efecto positivo, porque uno de los principales problemas de contaminación por microplásticos viene por los embalajes, en particular de plásticos de un solo uso como bolsas, envases, vasos, platos y bandejas descartables. En Uruguay, coincidiendo con la ley, cayó enormemente el consumo de bolsas plásticas, por lo que esta legislación fue sumamente positiva”, dice el investigador. “Todos los países de referencia en la temática apuntan a atacar todo el ciclo de vida del plástico. Hay una tendencia hacia una disminución de la producción, que se logra a través de campañas de concientización para que la gente consuma menos, de legislación que, por ejemplo, prohíbe el plástico de un solo uso, y de la promoción de tecnologías para la producción de productos más sostenibles que aumenten la eficacia del plástico”.
Es que las soluciones sencillas suelen ser engañosas. Si los celulares se fabricaran con bambú en vez de plástico, habría que empezar a plantar grandes cantidades de bambú en determinadas partes del planeta... y todos sabemos qué pasa cuando aumenta la demanda de un commodity agrícola. “Eliminar el plástico de un sólo uso no es sencillo. Supongamos que se prohibiera el uso de toda bolsa de nylon, incluso las que van contra los alimentos como cuando se compra fiambre. Esas bolsas cumplen dos funciones: se sabe que su uso ayudó muchísimo a disminuir la transmisión de enfermedades, ya que son mucho más higiénicas que cualquier otro tipo de envoltorio, al tiempo que conservan mejor el alimento. Por otro lado, se utiliza seis veces menos combustible al transportar ese tipo de bolsas de nylon que en el transporte de la misma cantidad de bolsas de papel. Entonces la ecuación no es tan sencilla”, dice Limongi.
Además de la reducción de la producción, en el mundo se apunta también a la disminución de su generación. “No sólo se busca generar menos residuos, sino que además menos residuos terminen en el basurero”, cuenta el investigador. “Para ello se propone la valorización de los residuos, lo que quiere decir que tengan en sí un valor para su reutilización, que entren en lo que se denomina la economía circular”. Crucemos los dedos. Una vida mejor para nosotros y para el resto de los seres vivos del planeta depende de ello. Mientras tanto, celebremos la investigación local que nos brinda herramientas para saber, de primera mano, por qué no toda fibra celeste debiera ser motivo de alegría para los uruguayos y uruguayas.
Artículo: “Plastic fibers in the gastrointestinal tract content of two South Atlantic coastal fish species with different trophic habits (Urophycis brasiliensis, Paralonchurus brasiliensis) in Punta del Diablo-Uruguay”.
Publicación: Pan-American Journal of Aquatic Sciences (2019).
Autores: Pablo Limongi, Gissell Lacerot y Ángel Segura.