Cargan con el peso de la mala fama, han sacado mucho provecho a los cultivos de soja y luchan contra las plagas de las cosechas. Como vemos, algunas especies de arañas y algunas especies de productores rurales tienen bastante en común, pero esta relación cercana no ha sido suficientemente aprovechada por ahora.

Quizá no los una el amor sino el espanto –al menos desde la perspectiva de los productores–, pero lo cierto es que ambos tienen enemigos en común: los insectos que se alimentan de los cultivos, considerados plaga cuando sus poblaciones experimentan un gran aumento. La notable expansión del cultivo de la soja –a modo de ejemplo, en Uruguay un millón de hectáreas se sembraron en la zafra 2018-2019– quedó expuesta a las pérdidas económicas ocasionadas principalmente por dos factores relacionados: los insectos que se alimentan de los cultivos (algunos considerados plaga) y la vegetación arvense (malezas), que de no ser controlados pueden echar a perder cosechas enteras. En ellas, además, prosperan muchos de los insectos dañinos para las plantaciones.

En Uruguay, la respuesta instintiva de los productores a este problema es eliminar las plagas usando insecticidas, y las “malezas” usando herbicidas, un cóctel de químicos cuya sobredosis está desequilibrando el ambiente en Uruguay. Aunque los productores tienen muy claro cuáles son las plagas que les arruinan las cosechas, cuando aplican los productos suelen ignorar la existencia de otros organismos muy abundantes en los cultivos. Es aquí donde entran en escena las arañas.

Las arañas también eliminan las plagas, pero no porque sean sus enemigos, sino porque son su alimento. En el caso de la soja, uno de los grupos de predadores más abundantes que habitan en los cultivos son las arañas lobo, ágiles cazadoras que se ganaron este nombre por su capacidad para perseguir presas, en lugar de tenderles una tela tramposa como hacen sus parientes, las arañas tejedoras. Son bastante versátiles. A diferencia de un niño malcriado, aceptan una gama amplia de comidas, lo que las convierte en muy buenas candidatas para controladores biológicos. Además, están presentes todo el año, sin importar las rotaciones de cultivos.

Alguien no familiarizado con las arañas podría suponer como improbable que su apetito haga una mella importante en las plagas. Eso, sin embargo, sería subestimar la voracidad y talento depredador de los arácnidos. Un estudio reciente de Radek Michalko y colaboradores, publicado en Global Ecology and Biogeography (“Global patterns in the biocontrol efficacy of spiders: A meta‐analysis”), estimó que a nivel mundial las arañas consumen una importante cantidad de insectos que se alimentan de los cultivos, colaborando así en su rendimiento. Un puñadito de invertebrados por cada predador quizá no parezca mucho, pero la perspectiva cambia si hay un ejército patrullando los cultivos.

¿Estamos entonces ante un caso feliz de simbiosis, en el que tanto la fauna nativa como los productores nativos salen ganando? No tan rápido. El tema es más complejo de lo que parece y requiere, como siempre, investigar antes de sacar conclusiones.

Arañita, su vecino amigable

La bióloga Mariángeles Lacava tiene una idea bastante clara de la abundancia de arañas y plagas en el país. Para realizar su tesis de maestría, recogió primero 160 ejemplares de dos especies de arañas lobo en campos de San José, con el objetivo de probar su versatilidad predadora y su efecto sobre insectos de importancia en la soja. Que estos animales están presentes en gran cantidad de cultivos y tienen un efecto controlador sobre plagas no es novedad, pero los estudios que lo comprueban se han hecho principalmente en especies europeas y norteamericanas. Aunque la meta de Lacava era demostrar el potencial controlador de las arañas en nuestra región, su trabajo permitió también sacar conclusiones que cuestionan el paradigma de nuestro sistema productivo.

Lacava eligió dos especies para realizar el estudio: las arañas lobo Lycosa poliostoma y Lycosa u-album (ninguna nociva para el humano), porque notó que aparecían con mucha frecuencia en los cultivos de soja. Tras colocar a los ejemplares recolectados en sus respectivas cajas de Petri en el laboratorio, les ofreció opciones alimentarias para comprobar su comportamiento predador. Para ello, eligió tres especies de insectos plaga de importancia económica en la soja: las hormigas del género Acromyrmex sp. (cortadoras de hojas), los grillos de la familia Gryllidae y varios especies de lepidópteros en estado larval. Las arañas resultaron ser mucho menos exigentes (y menos crueles) que los jurados de MasterChef: mostraron altas tasas de aceptación del alimento ofrecido (especialmente de grillos y larvas).

Los resultados revelaron que estas arañas son capaces de consumir tres especies de insectos de importancia en el cultivo de soja –insectos que además atacan la planta en distintas etapas–, colaborando así con el control natural de estas especies dañinas para la producción. Sin embargo, una cosa es el comportamiento de estas arañas en el laboratorio y otro en los campos, donde se enfrentan a otro peligro que complica la ecuación: los agroquímicos.

Continuando con las comparaciones gastronómicas, la mayoría de los productores uruguayos se acostumbraron a aplicar glifosato del mismo modo que quien usa el salero antes de probar la comida. Sabiendo esto, Lacava decidió comprobar cómo afectaba este herbicida a las arañas lobo, un experimento que hasta el momento no se había realizado.

Sí existían algunos antecedentes de análisis similares con otras arañas. Aunque se afirma que el glifosato no mata a estos animales, estudios previos (realizados por Marco Benamú y colaboradores en 2010) demostraron que el herbicida afecta la calidad de las telas de algunas arañas tejedoras, así como su fecundidad y fertilidad, comprometiendo sus posibilidades de supervivencia a futuro. Se analiza incluso si el glifosato no está produciendo cambios a nivel genético en las arañas, un panorama que suena a historia fundacional de algún Spiderman rural pero es bastante más serio. Lo mismo está sucediendo con algunos insecticidas que supuestamente son específicos para las plagas y no deberían afectar a las arañas (Rezac y colaboradores, 2010). Estos efectos, explica Lacava a la diaria, son conocidos como “subletales” o “invisibles”, porque si bien no se notan inmediatamente, al no causar mortalidad, de mantenerse a largo plazo hacen que el individuo muera o se deteriore su historia de vida.

Mozo, hay glifosato en mi soja

Para confirmar si el glifosato también afecta a estas arañas cazadoras, la bióloga salió nuevamente de tour por los campos junto al equipo de laboratorio de Ecología del Comportamiento del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), dirigido por la doctora Carmen Viera, y recogió “voluntarias” para su experimento, ejemplares subadultos y adultos de estas dos especies. A esta altura los individuos de Lycosa poliostoma y Lycosa u-album debían temblar cada vez que veían en los campos a un Homo sapiens femenino de pelo enrulado.

A un grupo de estas arañas se les aplicó glifosato con la concentración comúnmente usada en los cultivos de soja en Uruguay. Luego, se las sometió individualmente a una densidad de una, cinco, diez o 15 presas de cada especie (hormiga, grillo, larva) durante cuatro horas. Lo mismo se hizo para otro grupo de arañas libres del herbicida.

Para las arañas se trató de una experiencia all inclusive con mozos serviciales. Cada 15 minutos, los encargados del experimento controlaban las presas consumidas y las reponían para mantener la densidad constante. El experimento se repitió cinco veces para cada densidad de presas.

En el grupo libre de glifosato, todas las arañas evaluadas aceptaron al menos una presa. En cuatro horas, los individuos en estudio de Lycosa poliostoma consumieron un máximo de tres grillos, siete hormigas y ocho larvas de lepidóptero, mientras que los de Lycosa u-album consumieron un máximo de seis grillos, diez hormigas y 11 larvas de lepidóptero.

La situación fue distinta en el grupo con glifosato; los ejemplares en estudio de ambas especies de araña presentaron una disminución notoria en el consumo de presas, a tal punto que en algunos casos las hormigas ni siquiera fueron consumidas. También fue menor la eficiencia de búsqueda y hubo que manipular las presas durante tiempos más largos.

Se presenta entonces una paradoja. Los resultados del estudio muestran que estas arañas pueden ser muy útiles para controlar las poblaciones de las plagas, manteniéndolas a bajas densidades y mejorando así los cultivos. Sin embargo, las arañas se ven afectadas por el herbicida que los propios productores aplican justamente para proteger las cosechas. “El rol ecosistémico que ocupan se ve afectado por la presencia de glifosato. Si se tiene una araña capaz de consumir 14 presas en cuatro horas y sólo puede consumir diez cuando se le aplica glifosato, se produce una pérdida de eficiencia”, explica Lacava a modo de ejemplo.

Si se sigue usando herbicida, señala Lacava, el efecto esperable es que las poblaciones de estas arañas vayan disminuyendo y se comprometa su futuro. Incluso si uno actuara por pura conveniencia y no le importara el aspecto ético de perjudicar a una especie, la matemática es simple y muestra que el uso de este producto está favoreciendo los números de insectos plaga al afectar el rol de las arañas como control biológico.

Esto no significa que las arañas por sí solas basten para hacer frente a las plagas de los cultivos. Como señala Lacava, si hay baja densidad de las poblaciones de insectos, este tipo de araña es perfecto para mantenerlas controladas (como mostró su respuesta funcional) pero si aumenta la abundancia, el control biológico con única base en estas especies no es suficiente. Por eso es que en otros países se lleva a cabo el “manejo integrado de plagas”, que implica usar estrategias complementarias para disminuir los productos nocivos. Básicamente, que no se aplique glifosato en algunas zonas y se mantenga la vegetación natural como refugio para estos organismos. Dicho de otro modo: si tenemos insecticidas naturales ya establecidos en nuestras tierras, no los desaprovechemos.

Si no cambiás vos…

En Uruguay el manejo integrado de plagas está aún poco desarrollado. Algunas empresas están probando con la liberación de parasitoides (algo así como la “táctica Alien”, ya que se trata de insectos que se desarrollan o alimentan en el interior de plagas perjudiciales) pero a nivel de herbicidas el paradigma sigue prácticamente incambiado.

“El glifosato se aplica como parte del manejo convencional, como regla antes de sembrar”, dice Lacava. Por otro lado, muchos productores contratan el “mosquito” para aplicar insecticidas y ya de paso aprovechan para echar otros productos quizá innecesarios por un tema de rentabilidad. El “echar por las dudas” lleva incluso a que se mezclen insecticidas con fungicidas sin saber realmente el efecto que pueden tener.

“Esto es un problema de metodología de producción. El sistema de monocultivo de grandes extensiones lleva a una dependencia de los productos químicos. Si se va a cultivar soja en un campo, se aplica el herbicida hasta que lo único que crezca sea soja”, apunta la bióloga.

El sistema productivo genera así un círculo vicioso, porque la forma en que se maneja el cultivo nos hace cada vez más dependientes de estos productos. El problema, dice Lacava, no está únicamente en el glifosato sino en la metodología aplicada. Si el glifosato se prohibiera –algo que está bajo estudio–, seguramente surgirá otro herbicida con los mismos efectos potenciales, lo que generalmente se demuestra recién después de un uso prolongado.

“En nuestro país varias instituciones realizan esfuerzos para minimizar el uso de agroquímicos y reducir los impactos que producen, algo necesario y en lo que hay mucho margen para trabajar, pero también es necesario buscar una solución más profunda. El tema no es cambiar de nombre del producto sino la forma de producir, buscar una alternativa más sustentable, lo que no depende únicamente de los productores”, agrega la bióloga. Y eso, justamente, es lo más complicado, porque más allá de la prohibición de un producto apunta a un cambio de sistema. Por eso es que Lacava cree que una forma de ir en esa dirección es, más que castigar el uso, premiar a “quien hace las cosas bien”.

Lacava, sus colegas del Centro Universitario de Rivera (CUR), del Centro Universitario de la Región Este (CURE) de Treinta y Tres e ingenieros asesores, han mantenido reuniones con productores en las que explican las bondades y conveniencia de no afectar a las arañas, descubriendo allí que generalmente no son conscientes de estos efectos colaterales que causan los insecticidas y herbicidas. “Les llama mucho la atención, porque estos productos no dicen que afecten a este tipo de fauna. Cuando se venden, se habla sólo de los efectos letales, pero hay otros factores que quedan de lado”, señala.

A través de charlas y videos que muestran algunos de los resultados obtenidos, más de un productor se interesa cuando se le revela la capacidad de la propia fauna nativa (todavía poco estudiada) para disminuir los insectos conocidos como plagas. Es un trabajo de hormiga –o más bien de arácnido– pero vale la pena: al fin y al cabo, nadie quiere bombardear al aliado que está dando una mano en la batalla.

Artículo (en elaboración): “Efecto del glifosato en la respuesta funcional de arañas agrobiontes”

Autores: Mariángeles Lacava, Michalko Radek, Luis Fernando García, Marco Benamú y Carmen Viera.