En el departamento de Rocha hay miles de cerritos de indios, elevaciones de tierra asociadas a seres humanos que anduvieron por los bañados rochenses desde hace más de 4.000 años y que, desde entonces, y hasta que los invasores europeos les hicieron la vida imposible, las eligieron como lugares para vivir, realizar enterramientos o cultivar maíz, poroto y zapallo, entre otras actividades que recién ahora estamos conociendo. Los cerritos de indios de ese departamento, en especial los ubicados en la zona de India Muerta-Paso Barrancas, son los más antiguos no sólo del país sino también del Cono Sur (estos montículos se extienden por partes de Treinta y Tres, Cerro Largo, Tacuarembó y también por el sur de Brasil).

Los cerritos de indios aparecen por lo general agrupados, es decir, en una zona acotada, pueden encontrase desde algunos pocos a varias decenas de cerritos, que van de formas circulares a alargadas, con bases que pueden llegar a los 100 metros de diámetro y a alturas promedio de dos metros, aunque los hay que alcanzan hasta los siete metros. Sin lugar a dudas son una modificación del paisaje, y tratar de imaginar cómo hubiera sido la vida allí hace miles de años no sólo es objeto de estudio de antropólogos y arqueólogos, sino una aventura fascinante. Varios investigadores han propuesto que los cerritos de indios son una monumentalización del paisaje, una modificación intencional que tiene un valor simbólico o social para el grupo que las llevó a cabo. El trabajo del arqueólogo Roberto Bracco, del Laboratorio de Termoluminiscencia del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales (UNCIEP) de Facultad de Ciencias, apunta a una dirección distinta, aunque también reconoce su valor social y simbólico.

Los cerritos y el tiempo

Cuando me encuentro con Bracco me advierte que su perspectiva le saca “mucho romanticismo” a los cerritos de indios. Ante semejante planteo, uno no puede evitar querer saber más. “Creo que la gran contribución de nuestras investigaciones es que nos dan un proceso de construcción de los cerritos que está vinculado a lo cotidiano y que además es demostrable, porque la propuesta está basada en pruebas físicas”, adelanta, y la expectativa no hace más que aumentar.

Bracco señala que la vinculación con lo cotidiano era algo que ya habían propuesto a través de trabajos realizados anteriormente con datación con carbono 14, técnica que utilizaba antes con el mismo objetivo de su actual laboratorio: tratar de datar restos arqueológicos. “Entonces en esas dataciones veíamos que el cerrito no es construido en un momento, no es que crece en etapas, sino que va creciendo a lo largo del tiempo en forma continua en períodos muy prolongados”, explica. “En algunos casos, para algunos cerritos, ese período de construcción en etapas abarcaba 300 o 400 años, y en otros casos más de mil o miles de años”. “Hay cerritos que en su base tienen edades de 6.000 años y que en su parte superior tienen 3.000 años, lo que implica que ahí tenés 3.000 años de cerritos”, prosigue Bracco. “Eso para nosotros es evidencia de que lo que está por detrás es un comportamiento recurrente, algo que se repitió una gran cantidad de veces y que fue produciendo un producto material que por acumulación termina dando el cerrito”. Bracco es consciente de que lo que afirma colisiona con la visión que tienen otros colegas que apuntan a una construcción deliberada. “Uno no puede planificar algo que tarda 3.000 años para hacerse”, espeta, y continúa: “Si tengo pruebas que muestran que el cerrito fue creciendo en mucho tiempo, es un indicador potente de que no se trata de una obra planificada, no es una construcción funeraria ni monumental. Ni siquiera es una plataforma para habitar un lugar que se inunda, porque uno no esperaría dos mil años a que la plataforma esté terminada. Lo que hay por detrás debería ser otra cosa”. A esa “cosa” se le sumaba otra prueba que Bracco y los suyos habían obtenido trabajando en el laboratorio.

Cerritos de indios, sitio "Puntas de San Luis", Rocha. Foto: José María Ciganda.

Cerritos de indios, sitio "Puntas de San Luis", Rocha. Foto: José María Ciganda.

Foto: José María Ciganda

A la luz de la tierra

En su laboratorio, Bracco y otros colegas trabajaron con dos técnicas para datar la tierra que forma parte de dos cerritos de 1,5 a tres metros de altura del sitio Pelotas, que contiene nueve montículos. Esas dos técnicas, la luminiscencia y la termoluminiscencia, se basan en “la propiedad de algunos minerales, como el cuarzo y el feldespato, de acumular energía ionizante y de liberarla cuando se les estimula con luz o calor”. Esta estimulación con luz o calor produce una liberación de toda la energía acumulada a la que llaman blanqueo. Los minerales son bombardeados de forma natural por energía proveniente de los rayos cósmicos y por isótopos radioactivos naturales, y “la cantidad de energía acumulada es proporcional a la intensidad de la radiación de fondo y al tiempo que ha transcurrido desde que el mineral se blanqueó por última vez”. De esta manera, se pueden datar esos minerales, pues al estimularlos con luz o calor, y sabiendo la tasa de absorción natural de energía, se puede determinar cuándo fueron blanqueados, es decir, expuestos a calor o luz, por última vez.

Ahora bien, cuando el blanqueo se produce por una gran temperatura, se libera toda la energía y se reinicia tanto ese “reloj” termoluminiscente como el luminiscente. Pero si el blanqueo se dio sólo por luz, se reinicia únicamente el último, quedando “un remanente de la energía que sólo se libera si el mineral se calienta”. ¿Para qué todo este rodeo técnico? Porque si el último bloqueo fue por calor, la medición de termoluminiscencia y de luminiscencia son prácticamente iguales. Si hay diferencia, es que el blanqueo se produjo por exposición a la luz. Aplicando ambas técnicas, se puede determinar entonces “el agente de blanqueo”. Analizando sedimentos preparados de los cerritos, el laboratorio les arrojó una evidencia fuerte: “Todo el sedimento que compone el cerrito ha sido termoalterado, lo que quiere decir que ha sido expuesto a temperaturas mínimas de 350 grados”, comenta.

La presencia de tierra quemada ya había sido reportada por varios arqueólogos y antropólogos, pero además también se había reportado la presencia de fragmentos de tacuruses, hormigueros quemados en gran cantidad de cerritos. Sin embargo, para Bracco, “no se les había prestado la atención suficiente”. Agrega que además se había visto en los cerritos “valores de nutrientes para las plantas, como de potasio y nitrógeno que son elevadísimos”. Entonces el equipo de Bracco comenzó a sumar y a hacer encajar los datos como piezas de un puzle: “A la tierra quemada de los hormigueros se suma el resto de la matriz que también está termoalterada, el potasio y el fósforo en cantidades enormes que procede de materia orgánica, cuando en lo cerritos hay poca materia orgánica. Nos estaba faltando la fuente para esa cantidad de fósforo y potasio; nos preguntamos entonces cuándo la materia orgánica nos deja como residuo algo que es rico en potasio y en fósforo”. Su respuesta: cuando se quema y queda como cenizas.

En el horno

Bracco y compañía tenían entonces una “evidencia muy fuerte de presencia de fuego durante todo el proceso constructivo”. Asimismo, habían observado que la elevación de los cerritos se fue dando por etapas a lo largo de cientos o miles de años. “Apuntamos a un comportamiento recursivo que produzca que el comportamiento vuelva a producirse en el mismo lugar y que, posiblemente por sus desechos, vaya produciendo el cerrito”, dice hoy. Si a la suma se le agrega calor y fuego, todo pareció cerrar cuando, buscando una práctica que implicara fuego y al mismo tiempo acumulación de sedimento, dieron con el caso australiano.

Para el arqueólogo y su equipo, ese comportamiento recursivo que habría originado los cerritos sería el uso de hornos de tierra, que en Australia dieron lugar a lo que se denominan oven mounds, que traducido sería algo así como “montículos de hornos”. “Lo de los australianos cayó a nosotros por casualidad. Estábamos buscando información sobre tierra quemada, y di en internet con algo que hablaba de la presencia de tierra quemada en montículos de Australia”, rememora. “La gran ventaja de este paralelismo australiano es que no se trata sólo de una información arqueológica de los montículos que los australianos llaman oven mounds, sino también de información etnográfica, porque estos grupos vinculados a su construcción viven hasta el día de hoy y hacen crecer esos montículos sencillamente haciendo lo que hacen todos los días en forma más o menos regular, que es cocinar un tipo particular de alimentos en los hornos de tierra”.

Cerritos de indios en Rocha. Foto: Roberto Bracco.

Cerritos de indios en Rocha. Foto: Roberto Bracco.

“El principio del horno de tierra es conservar el calor que produce el fuego y que ese calor se disipe de forma controlada durante un tiempo prolongado, para lo que se utilizan acumuladores. Los australianos utilizan como acumuladores de calor un tipo de bolas de arcilla, que luego de calentadas y utilizadas, se descartan. Esos desechos comienzan a acumularse, y junto con la ceniza, hacen crecer el montículo”, dice Bracco. Pero el paralelismo con los montículos australianos va aun más lejos: “Vimos que para estos acumuladores en Australia también usan termiteros. Mientras en Australia usan los termiteros como acumuladores, aquí nos encontramos que gran parte de la tierra quemada, si no toda para los sitios de la región de India Muerta-Paso Barrancas, procede de hormigueros”.

Como no hay una conexión entre los australianos constructores de oven mounds y los pobladores de esta región que elevaron los cerritos de indios, le digo que esto en evolución sería llamado convergencia: dos seres de distintas especies llegan a una misma solución para un mismo problema, como por ejemplo el desarrollo de alas para volar en aves y murciélagos. “Es un fenómeno de convergencia, eso es concluyente. Incluso se da en condiciones ambientales similares, ya que en Australia también aparecen en tierras inundables con bañados y, por otro lado, lo que se está procesando es el mismo tipo de alimento. Son geófitos, plantas que tienen la particularidad de almacenar cantidades importantes de carbohidratos para pasar el período no vegetativo”, agrega.

En nuestro país hay varias plantas geófitas de distintas especies, muchas de las que denominamos comúnmente como totoras. “Los carbohidratos que acumulan estas plantas no son fácilmente asimilables por las personas; al cocinarlos durante un tiempo prolongado, las cadenas de carbohidratos se transforman en cadenas más cortas que se pueden asimilar sin ningún tipo de problemas”. Por todo esto acepta la observación: “Los mismos tipos de planta que están allá y que acumulan carbohidratos, están también acá, como las totoras. Por eso sí sería una convergencia, porque no sólo es un respuesta similar, sino que obedecen también a un problema similar”.

En los montículos australianos también hay enterramientos. Por lo que, más allá de que la construcción de los montículos no haya sido buscada, uno podría pensar que después terminaron siendo lugares con valores simbólicos. “El enterrar los muertos lo que permiten es afianzarse en un lugar y en un tiempo. Ese mecanismo funciona para muchas poblaciones y creo que ha funcionado para los australianos y para nuestros enterramientos. Una de las formas de afianzarse en un lugar es reconociendo que allí están los ancestros, lo que es propio del grupo”.

Tanta similitud es también un poco llamativa. En el trabajo que resume su exposición en el XX Congreso Nacional de Arqueología Argentina, que tuvo lugar en la Universidad Nacional de Córdoba, incluyen un cuadro en el que comparan los que sucede en los oven mounds australianos y en nuestros cerritos de indios. Renglón a renglón se dan exactamente las mismas cosas. Le confieso que me parece raro que no haya al menos una o dos diferencias. “Tomamos todo lo que coincidía”, reconoce, por lo que le pregunto si dejaron fuera del cuadro comparativo muchas cosas que no coincidían. No lo tiene presente, pero tampoco se escabulle: “Son culturas muy diferentes, necesariamente tiene que haber un montón de cuestiones diferentes. La diferencia también es diferencia en la información. Para los montículos australianos tenemos información arqueológica y etnográfica. Para los nuestros solamente arqueológica”.

Tierra quemada de cerrito de indios. Foto: Roberto Bracco.

Tierra quemada de cerrito de indios. Foto: Roberto Bracco.

¿Y entonces?

Los investigadores, laboratorio y evidencia mediante sumada a la analogía de los oven mounds australianos, proponen que la construcción de los cerritos fue consecuencia de una actividad cotidiana recurrente, en concreto, el uso de hornos de tierra para cocinar alimentos, lo que los separa de antropólogos y arqueólogos que sostienen que la construcción de los cerritos de indios fue deliberada y hablan de un proceso de monumentalización. Sin embargo, más allá de su origen, después de determinados años de acumulación de sedimento y elevación del montículo, todas las otras cosas de las que hablan sus colegas se estarían dando allí: el cerrito como un lugar de permanencia, como un lugar simbólico, como un lugar de organización de la vida social, de intercambio de grupos o comunidades, de unidades que brindan servicios que el paisaje circundante no provee.

Bracco reflexiona. “Esa actividad cotidiana también produce un fenómeno emergente: luego de sumar y sumar, llega un momento en que pasa a ser otra cosa. De ahí viene la construcción del paisaje: pasa a ser una perturbación de este, un parche, que estructuralmente cambia ese paisaje. Cambia la estructuración de las especies vegetales y animales en los montículos. Y eso debe haber sido ciertamente muy beneficioso para el ser humano, porque le brindó muchas cosas más”. El arqueólogo da un ejemplo: “Si quiero leña en el bañado, tengo que ir a buscarla al cerrito, porque fuera de él hay muy pocos árboles o ninguno. Si quiero miel en el bañado, tengo que ir a los árboles del cerrito. Si quiero cazar un peludo o una mulita, bichos que no pueden vivir en el medio del bañado porque no pueden hacer sus madrigueras en un terreno anegado, tengo que ir al cerrito, que están llenos de mulitas y tatúes”. Por tanto, afirma que esa alteración del paisaje debe haber sido muy beneficiosa para los habitantes de esa zona de bañados. Pero para Bracco, todos estos beneficios obtenidos tras la elevación del montículo, no dejan de ser una consecuencia de la actividad cotidiana recurrente: “Los pobladores no podían haber tenido en la cabeza la construcción de algo que se produce durante miles de años para luego poder ir a cazar mulitas”.

“Los cerritos de indios son estaciones de hornos, lugares donde se repitió esto de construir hornos”. Sobre esta retroalimentación agrega: “Además de que es conveniente hacer el horno en el sitio que ya se había hecho antes, porque la tierra se seca antes, conserva mejor el calor y otras razones, también es esperable que volvieran porque, entre otras cosas, allí habían enterrado a sus muertos. Hubo un arraigo en estos grupos. Al hecho de arraigo se le puede sumar que en la cercanía hay otro cerrito, y un poco más allá otro montículo de hornos, y un poco más lejos otros. Para los australianos se dice, y nosotros aquí lo dijimos bastante antes de conocer la realidad australiana, que esos agrupamientos de cerritos corresponden a unidades sociales, que hay vínculos entre los grupos que se agregan. De alguna manera en los grupos de cerritos está representada una parte de la organización social de estos pobladores. Tengo representada su ideología, por sus muertos, su mitología, su parte social, su parte tecnológica”.

Bracco comenzó diciendo que sus hallazgos lo llevaban a tener una hipótesis menos romántica sobre el origen de los cerritos. Así y todo, apunta a que son la consecuencia del uso de una tecnología, los hornos de tierra para cocinar alimentos, por tanto uno cierra los ojos y se imagina una tradición culinaria que se mantuvo por varios miles de años. “Sí, es cierto, en contrapartida, permite reivindicar una tradición culinaria, ciertamente oriunda de estas tierras, que implicaría un jaque al asado”, remata.

Artículo: “El fuego en la génesis de los montículos de la cuenca de la Laguna Merín. Su visualización a través de las técnicas de datación por luminiscencia.”

Publicación: Libro de Resúmenes del XX Congreso Nacional de Arqueología Argentina, Universidad Nacional de Córdoba (julio 2019)

Autores: Roberto Bracco, Christopher Duarte, Ofelia Gutiérrez, Marcos Tassano, Andreina Bazzino, Daniel Panario (equipo investigación del Lab. de Luminiscencia, Fac. de Ciencias)