Los cerritos de indios, montículos de tierra construidos por quienes vivían en estas tierras desde hace unos 5.000 años, siguen aportando conocimiento. Una investigación llevada a cabo por las antropólogas Camila Gianotti y Laura del Puerto, de la sede de Rocha del Centro Universitario Regional del Este (CURE), en colaboración con colegas del Instituto de Ciencias del Patrimonio de Santiago de Compostela, España, recurrió a una técnica que hasta ahora no había sido utilizada en los montículos de nuestro país, la pirólisis, para analizar los sedimentos de un conjunto de cerritos del sitio Pago Lindo, ubicados en la planicie de inundación del Caraguatá, en Tacuarembó, así como de dos lagunas y un canal del sitio, y así obtuvieron una pieza más de ese fascinante puzle que estamos construyendo sobre cómo vivían los antiguos pobladores de esta región. Los resultados de su trabajo fueron publicados recientemente en la revista Journal of Archaeological Science y arrojan evidencia, por primera vez, del uso del fuego como forma de modificar y gestionar el ambiente. De todas formas, vale aclarar: lo descubierto por Del Puerto, Gianotti y sus colegas no debe utilizarse para justificar la intensa quema del Amazonas de los días pasados ni es un argumento para decir que, como hace miles de años que los sudamericanos venimos quemando pastizales, hay que dar rienda suelta al fuego y avanzar sobre ecosistemas que hoy es imperioso preservar.
Pago Lindo
“El sitio de Pago Lindo es un importante asentamiento prehispánico de montículos (que van desde los 3.000 a los 600 años antes del presente) cuya naturaleza tecnológica y socialmente avanzada se ha revelado recientemente”, dicen las investigadoras y sus colegas en el artículo publicado. Sobre este punto, afirman que “los diferentes ángulos de la ciencia pedogenética [que tiene que ver con la formación de los suelos] y paleoecológica están mejorando rápidamente nuestra comprensión de la historia del sitio y las relaciones entre la actividad humana y la alteración del hábitat”. En ese sentido, su investigación buscó aportar a este avance del conocimiento “mediante la caracterización molecular por pirólisis-GC-MS de la materia orgánica del suelo en montículos de tierra antropogénicos, canales y lagunas de Pago Lindo”, ya que, como sostienen, “la larga historia de los asentamientos de montículos uruguayos y los cambios ambientales en los paisajes antropizados circundantes son poco conocidos en el contexto de las transformaciones globales de los paisajes prehistóricos”.
“Pirólisis-GC-MS” puede parecer un término complicado. Pero créanme que al ver los resultados que se obtienen con este método, lo del nombre es lo de menos. La pirólisis, acoplada con la cromatografía de gases y la espectrometría de masa, permite descomponer las macromoléculas de los polímeros naturales en fragmentos más pequeños mediante la aplicación de energía térmica (esa es la parte de la pirólisis) para luego separarlas mediante la cromatografía de gases (GC, por su sigla en inglés) e identificarlas mediante espectrometría de masa (MS, por su sigla en inglés). Las tres técnicas combinadas hacen posible “la detección rápida de la composición de la materia orgánica del suelo”, por lo que las antropológas la consideraron una técnica ideal para analizar la materia orgánica “en muestras de montículos de tierra antropogénicos, lagunas y un canal del sitio del montículo Pago Lindo”, de forma de poder identificar las fuentes de dicha materia orgánica y “relacionar esos orígenes con las actividades antropogénicas y los procesos de formación del suelo en Pago Lindo”. Si bien los análisis de pirólisis-GS-MS se hicieron en Santiago de Compostela, España, gracias al trabajo del experto Joeri Kaal, se trató de la primera vez que esta técnica se utilizó para investigar cerritos de indios de nuestro país, por lo que las expectativas eran altas. Es una tarea árida leer los resultados obtenidos de los análisis hechos en varias columnas de sedimentos de los cerritos, de una laguna que sigue activa hoy en día, de una laguna colmatada –es decir, rellenada por sedimentos–, y de un canal hecho por los habitantes del complejo de cerritos. Sin embargo, en la conclusiones, tras paginas de sesudo análisis de resultados y gráficas varias, las autoras afirman: “La evaluación estadística de los datos muestra que la mayor variabilidad en la composición molecular de la materia orgánica del suelo está asociada con la dinámica de degradación/preservación”, al tiempo que señalan que es “probable que los procesos de descomposición microbiana hayan eliminado la mayoría de las características de la naturaleza antropogénica”, es decir, que hayan borrado las evidencias de muchas actividades domésticas, “incluido el cultivo de maíz cercano”. A este borrar de evidencias debido a la gran actividad microbiana producto de la riqueza de las tierras de los cerritos luego de su ocupación –alcanza visitar uno hoy en día para ver que en ellos la vida prolifera desenfrenadamente, con abundancia de plantas, árboles, hongos y fauna que no se encuentra en la zona circundante–, las investigadoras encuentran una “notable excepción”: “La variación relacionada con la proporción de materia orgánica pirogenética, que está directamente relacionada con las actividades humanas, en particular, la eliminación de la vegetación herbácea”.
Finalizando el trabajo, señalan que “la abundancia de materia orgánica pirogenética de vegetación herbácea en todas las capas antropogénicas de los montículos de tierra puede considerarse evidencia de la práctica frecuente de clareo por quema, lo que es consistente con la ocupación humana prolongada y continua y, por lo tanto, con el proceso de sedentarización de las poblaciones prehispánicas en la región”. Semejante hallazgo ameritaba hablar con las investigadoras.
Fuego, fuego
“Lo que hicimos fue analizar distintas columnas, o como le llamamos nosotros, ‘perfiles’ de sedimentos, tanto de distintas zonas de los cerritos excavados, como en dos lagunas y canales. A partir de eso, hicimos una síntesis que nos permitió reconstruir un poco la historia y formación del sitio y reconstruir la relación entre algunas actividades humanas y la alteración del medio en ese espacio concreto que ocupa el sitio”, relata Gianotti, y aclara que eso fue posible gracias a trabajos previos que complementan y permiten contrastar la información obtenida por la pirólisis. “Justo este sitio es de los más excavados y analizados por distintas técnicas, que van desde estudios de silicofitolitos, que permitieron ver las especies vegetales presentes en el entorno, como estudios de micromorfología del suelo de los cerritos, que nos permiten saber cómo se compone ese suelo y qué actividades humanas pueden estar vinculadas a esa composición. Todas esas líneas de evidencias eran necesarias para poder interpretar estos análisis de pirólisis” amplía.
“La pirólisis la hicimos sobre las mismas columnas que habíamos analizado para los estudios de silicofitolitos y de micromorfología, y nos permitió confirmar algunas cosas que ya habíamos visto con las otras técnicas, por ejemplo que gran parte de la materia orgánica del suelo proviene de una intensa actividad microbiana posterior a la ocupación humana”, señala la investigadora. Gianotti explica que en algunos casos esa actividad microbiana posterior a la ocupación humana borra o dificulta ver la evidencia de lo que había. “Pero hay ciertas evidencias que no se borran, y tal vez lo más relevante del artículo sea que vimos que otra de las fuentes de materia orgánica provenía de procesos pirogénicos, es decir, a fuego. En todos los depósitos antrópicos, y también en el canal y en la laguna colmatada, se identificaron evidencias de fuego continuo, constante”. Pero el fuego encontrado no era cualquiera: “Se trataba de quema de vegetación herbácea y no de material vegetal leñoso. Eso fue interesante porque, a través de otros registros previos, nos había llamado la atención la ausencia de fragmentos grandes y reconocibles de carbones. Esa era una de las constantes de este sitio, y ahora, por medio de la pirólisis, sabemos que se estaban produciendo clareos de vegetación herbácea y que por eso no aparece material leñoso carbonizado, que forma carbones grandes”.
El hallazgo mediante esta técnica aplicada por primera vez a los sedimentos de los cerritos de indios y lagunas y canales circundantes fue como haberse sacado la lotería: “Esto nos permite plantear, por primera vez para los cerritos, que durante la construcción del cerrito y la ocupación humana del sitio se está sistemáticamente clareando el entorno mediante fuego”. Es más, también observaron que previo a la construcción del cerrito, es decir en los sedimentos de la base de los montículos, había evidencia “de clareo de vegetación herbácea importante”. “Esto podría ser una práctica vinculada con el acondicionamiento del espacio a habitar, además de otras prácticas que están fuertemente documentadas etnográficamente en todas partes del mundo y especialmente en Sudamérica, en estos contextos de tierras bajas con pajonales”, dice Gianotti con entusiasmo.
Habiendo visitado cerritos de indios junto a Gianotti y Del Puerto, a uno le consta que el pajonal del bañado hace que los lugares sean prácticamente inaccesibles. Sin algún tipo de control de esa vegetación, la vida en los cerritos hubiera sido bastante complicada. Del Puerto concuerda: “Lo que indica el análisis es que lo que se está quemando es vegetación herbácea, que no es quema de leña ni de monte. Esto evidencia formas de acondicionar y mantener el entorno para hacer posible la vida diaria, desde transitar, mantener los espacios limpios, cultivar o cualquier tipo de actividad cotidiana”. Del Puerto también recuerda que el uso del fuego tiene multiplicidad de usos, como bien está documentado etnográficamente: “La quema libera espacio, aporta nutrientes, e incluso hoy en día se utiliza en el manejo ganadero para generar rebrotes más tiernos para el ganado. Eso es igual para cualquier tipo de herbívoros, y si uno quisiera lograr que los ciervos de los pantanos o los venados de campo tuvieran acceso a comida en zonas próximas a los sitios, quemar pajonales podría ser una atracción fuerte al disponibilizar pastos tiernos”. Por todo esto, afirma que “el acondicionamiento de los espacios, de los ambientes en general, la limpieza y la gestión de residuos es parte fundamental de la vida cotidiana y el fuego es una herramienta fundamental para eso”.
Gianotti concuerda y agrega: “Siempre decimos que los cerritos son muy parecidos en sus prácticas a las que generaron las terras pretas. Las tierras negras son un fenómeno muy extendido en Brasil y son suelos antrópicos, generados por procesos de quema para cultivar, que a diferencia de los cerritos no tienen volumen, sino que son extensiones de suelos enriquecidos. Nuestros cerritos son como terras pretas pero con volumen”.
Los cerritos, Bolsonaro y el nomadismo
Ya que hablamos de Brasil y de quema de pastizales, es inevitable hacer una referencia a las quemas de vegetación en el Amazonas que tanta notoriedad adquirieron recientemente y cuyas cenizas incluso llegaron a Uruguay. Más allá de los errores y horrores del presidente Jair Bolsonaro, este estudio permite pensar que a los cazadores recolectores de nuestro territorio de hace 2.500 años no los escandalizaría saber que más al norte, en el Amazonas, se están produciendo quemas para clarear. Gianotti sonríe y dice que “hay una cuestión de escala”. Del Puerto concuerda: “Lo que cambia entre estas quemas de hace miles de años y lo que vimos recientemente en el Amazonas es la intensidad y la extensión de esas modificaciones. Hoy lo que se quema implica que se corra la frontera agrícola, y eso es algo que no se revierte. Las prácticas antiguas del uso del fuego como forma de gestión ambiental eran de una intensidad y escala menor y, además, no generaban impactos irreversibles en el ambiente”. “La quema forma parte de ese proceso de transformación del medio que empezó hace miles de años y se instaló para no retroceder”, dice Gianotti sin que eso implique un espaldarazo para seguir avanzando sobre ecosistemas que corren peligro en nuestros días.
¿Cómo entran estas quemas para clarear en el esquema de como vivían estas poblaciones, que tenían cierto grado de nomadismo? ¿Quemaban cuando volvían al terreno? Del Puerto se anima a comentar cómo serían estas dinámicas: “Me los imagino no con un nomadismo como el que nos enseñaban en los viejos libros de historia, que era pleno y permanente. Lo que surge de estas formas de construir montículos y modificar el ambiente es necesariamente una mayor permanencia en los lugares y una mayor redundancia en las ocupaciones. Es muy probable que no se quedaran en esos lugares todo el año, pero sí que hubiera una circulación con períodos en los que se volvían a instalar y que para ello tuvieran que reacondicionar los espacios. Probablemente el fuego haya sido un elemento fundamental para hacer que esos espacios fueran habitables y utilizables de nuevo”.
Nuevas técnicas, que tal vez en breve estén disponibles en el país, investigación movida por la curiosidad, y un rico pasado de miles de años de compleja ocupación humana seguro traerán nuevos descubrimientos tan fascinantes como estos. Gracias a Del Puerto, Gianotti y sus colegas del CURE y de Santiago de Compostela, hoy sabemos que desde hace 3.000 años los antiguos pobladores de Tacuarembó recurrían a la quema de pastizales para modificar a su favor el ambiente que los rodeaba. Algo tan magnífico debería ir derecho a los libros de historia que leen nuestros niños.
Artículo: “Molecular features of organic matter in anthropogenic earthen mounds, canals and lagoons in the Pago Lindo archaeological complex (Tacuarembó, Uruguayan lowlands) are controlled by pedogenetic processes and fire practices”.
Publicación: Journal of Archaeological Science (2019).
Autores: Joeri Kaal, Camila Gianotti, Laura del Puerto, Felipe Criado-Boado y Mercedes Rivas.