En 2016 Deyvit Chappore tenía 14 años. Como venía haciendo desde que era niño, hizo su recorrida habitual por la playa del faro de La Paloma, en busca de fósiles y restos de caracoles. Aquella mañana de 2016 su curiosidad y tenacidad fueron recompensadas: un hueso oscurecido, evidentemente fosilizado, de unos siete centímetros, le llamó la atención. Tres años más tarde, su nombre figura entre los de los autores de un artículo científico que lleva por nombre “Primer fósil de pingüino de Uruguay”, publicado en la revista Journal of South American Earth Sciences. En el medio, entre la recolección por parte de un adolescente fascinado por la naturaleza y la publicación del artículo en una revista arbitrada internacional, se sucedió una serie de acontecimientos que involucran al trabajo con la comunidad de docentes e investigadores, así como de paleontólogos y biólogos de Uruguay y Argentina.

Fósiles en la costa

Al contrario de lo que suele pensarse, la mayoría de las veces no son las personas las que encuentran los fósiles, sino los fósiles los que encuentran a las personas. Se tiene la idea de que para encontrar un fósil hay que hacer una excavación, pero generalmente los fósiles asoman en la superficie esperando que alguien se fije en ellos. Luego habrá que excavar alrededor con cuidado y utilizar técnicas que los paleontólogos dominan. En otros casos, los fósiles aparecen en las costas del mar o en las riberas de los ríos, libres del sedimento en el que se formaron. En esas ocasiones, el curioso no tiene más que tomarlo con sus manos. Ese fue el caso del fósil que hoy lleva el nombre de MNHN 3001 –la pieza 3001 de la colección del Museo Nacional de Historia Natural– y que habría pertenecido a un pingüino que perdió la vida en Rocha hace entre 2,5 millones y 10.000 años.

“El fósil lo encontré en la playa del faro de La Paloma”, dice Deyvit Chappore, que hoy tiene 17 años. “Desde muy chico me interesaron los fósiles. Iba a la playa y juntaba todo lo que veía. Luego, a medida que me iban explicando qué era lo que encontraba, empecé a ser más selectivo y me dediqué más a buscar sólo cosas raras”, agrega. “He encontrado placas de gliptodontes de todas las variedades, dientes de tiburón, falanges de felinos grandes, dientes de mastodonte, huesos de peces, una pinza de crustáceo muy completa, con sedimento y todo”, dice Deyvit, mostrando que las jornadas de hasta seis horas de rastrillaje en la costa dieron resultado. Sin embargo, encontrar un fósil es una cosa, saber a qué animal u organismo pertenece es otra. El que encontró en 2016 pasó a formar parte del grupo de huesos a consultar con algún entendido que pudiera identificarlo.

El docente del Centro Universitario Regional Este (CURE) Fabrizio Scarabino, también colaborador del MNHN, junto a Felipe Montenegro, del Departamento de Paleontología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República y también colaborador del MNHN, tienen, junto con otros docentes de Biología, estudiantes y entusiastas de la naturaleza, el grupo de Whatsapp Fósiles y no tan fósiles, en el que, según Montenegro, “siempre hablan de cosas vinculadas a patrimonio fósil y natural, y se dan lindas discusiones”. A ese grupo se dirigió Deyvit. “Me pasaron el contacto de Felipe Montenegro y le empecé a pasar fotos de materiales sobre los que tenía dudas. Este fósil, que terminó siendo de pingüino, le llamó la atención, por lo que una vez que fui a Montevideo se lo llevé”, recuerda Deyvit.

Montenegro compartió el material con su colega paleontólogo Andrés Rinderknecht –curador de la colección de paleontología del MNHN– y con el biólogo especialista en aves fósiles Washington Jones. Los tres coincidieron en que se trataba de un húmero de pingüino. El hallazgo era relevante porque hasta ese momento en Uruguay aún no habían aparecido fósiles de estas aves (sí aparecieron restos de pingüinos en sitios arqueológicos pero que, debido a que sólo tienen unos poco miles de años, no alcanzan a ser considerados fósiles). De esta manera, el fósil del ave no voladora, tras su periplo de miles de años, había sido rescatado por la curiosidad de un aficionado y ahora estaba en manos de investigadores. Pero nuestros científicos querían ir más allá: si bien los huesos de pingüino son distintos de los de otras aves, diferenciar entre especies de pingüinos ya es otro cantar. Allí entra en escena la paleontóloga argentina Carolina Acosta Hospitaleche.

Fósil bajo investigación

“Comparados con otras profesiones, los paleontólogos somos pocos, y en paleontología de aves somos bastante menos aun. Por lo tanto, los que hacemos paleoornitología solemos conocernos todos”, dice Acosta desde el Museo de La Plata. “En ese contexto, a los paleontólogos que trabajan en Uruguay los conozco de hace muchos años, entre ellos a Jones y Rinderknecht, que sabían que durante muchos años me dediqué a los pingüinos fósiles”. “Ellos se dieron cuenta de que se trataba de un pingüino y enseguida me escribieron un mail para mostrarme el material y para ver si me interesaba trabajar con él”, cuenta. La respuesta de Acosta fue, obviamente afirmativa. Jones, Rinderknecht y Montenegro le ofrecieron liderar el trabajo, ya que era un tema que ella dominaba.

Una vez que los paleontólogos se pusieron a trabajar en el fósil encontrado por Deyvit, ya no hubo dudas de que se trataba de un húmero, el hueso que une el ala con el resto del cuerpo del pingüino. “Estos animales tienen modificaciones extremas debido a su hábito locomotor tan distinto al de las otras aves”, dice Acosta, que cuenta que muchas veces se ha dicho que los pingüinos en realidad practican un vuelo subacuático, con un movimiento de alas similar al del vuelo. “Más allá de esa similitud, tienen otras modificaciones relacionadas con la densidad del agua, que hace que sus huesos sean más pesados, más densos, con las paredes más robustas y con un espacio medular más reducido”, dice, justificando las diferencias obvias para un experto entre un húmero de pingüino y el de albatros, palomas y otras aves. “Si a eso le sumamos la forma de su ala, que más que un ala es una aleta, hace que tengan una morfología muy distinta. Así como se ve la aleta por fuera, lo huesos son aplanados y compactos”, explica.

Sin embargo, para poder identificar el género o, como en este trabajo, la especie del ave, hay que fijarse en un gran número de detalles morfológicos del fósil. Entonces ayuda mucho haber visto muchos materiales y haber hecho muchas comparaciones. “Empecé trabajando con los pingüinos fósiles de Argentina. Con los años fui ampliando el rango y trabajando con pingüinos fósiles de Chile y de la Antártida, por lo que tengo un panorama bastante grande de la diversidad de los pingüinos, tanto actuales como fósiles. Además, cuando hablamos de fósiles nos referimos a distintos momentos: hace cinco millones de años, diez millones de años o 60. En cada uno de esos momentos y en cada uno de esos lugares diferentes, los géneros y las especies de pingüinos que uno encuentra son distintas”, dice Acosta.

En el artículo, tras un estudio minucioso, los investigadores concluyen que el fósil de La Paloma había pertenecido a un pingüino que aún hoy en día visita Rocha en los inviernos: Spheniscus magellanicus. “Se trataría de un pingüino de Magallanes”, dice Acosta, quien explica que como el fósil, que estuvo en el mar, se expuso a la abrasión y erosión durante mucho tiempo, debieron hacer estudios comparativos muy minuciosos con pingüinos actuales, siendo el más similar el Spheniscus magellanicus, y con otros del género Paleospheniscus, a los que define como “probablemente los ancestros de los pingüinos actuales, que con una antigüedad que va desde los 20 a los diez millones de años, son muy frecuentes en el sur de Argentina y parte de Chile y Perú”.

Para saber la edad del pingüino de Magallanes hallado en La Paloma, dado que apareció en la costa y no asociado al sedimento en el que el animal murió, debieron recurrir a la tafonomía, que es el estudio de los procesos por los que los huesos se fosilizan. El húmero del pingüino de Magallanes tiene un color oscuro y se encuentra como si hubiera sido pulido, una característica muy común en fósiles que aparecen en la costa de Rocha y en el sur de Brasil, donde han aparecido “varias especies de perezosos terrestres, armadillos y gliptodones, venados, camélidos, notoungulados de la especie Toxodon platensis, litopternas, gomfotéridos, équidos, felinos, cánidos e incluso pinnípedos, cetáceos, aves marinas y peces”. en el artículo se señala que “todos estos fósiles encontrados en la costa sureste de Uruguay (departamentos de Rocha y Maldonado) y la costa sur de Brasil (estado de Rio Grande do Sul) han sido asignados al Pleistoceno tardío”. De esta manera, comparando las características tafonómicas del húmero con las de otros fósiles encontrados en la zona, los investigadores concluyen que nuestro pingüino es del Pleistoceno, es decir, tiene una edad de entre 2,5 millones y 10.000 años.

Visitante invernal

Si encontrar el fósil de un ave es como encontrar una aguja en un pajar, encontrar el fósil de un pingüino en Uruguay es como encontrar una aguja en un planeta que está conformado sólo de pajares. Acosta explica por qué: “Dada la naturaleza de los huesos de las aves, es muy difícil que se preserven sus restos en el registro fósil, ya que sus huesos son más livianos y tienen menos material osteológico. Cuando las aves mueren, sus esqueletos caen al piso, sus huesos son removidos por el viento o por el oleaje, y son fácilmente destruidos. Por todo esto, la incorporación al registro fósil de restos de aves es una proporción mucho más chica que la de otros animales, como los toxodontes o cualquiera de los bichos que aparecen con frecuencia en Rocha”.

El caso de los pingüinos, que tienen huesos más compactos y densos, sería una excepción a esta regla de la no aparición de aves en el registro fósil... salvo en lugares como Uruguay. “Cuando los pingüinos llegan a las costas en los períodos reproductivos forman colonias con gran cantidad de individuos. Eso hace que cuando se encuentran yacimientos con fósiles de los pingüinos, en lugares donde establecen colonias, sean muy numerosos”, dice la experta. “Este no es el caso, ya que en Rocha los pingüinos anduvieron de pasada, durante el invierno, fuera de la época reproductiva. En esa etapa pasan la mayor parte del tiempo en el agua y muy de vez en cuando se aproximan a la playa, por lo tanto sus esqueletos no se acumulan en la costa”, añade, señalando que todo esto hace que el registro a partir del hallazgo de Deyvit “sea más raro todavía”.

Contrariamente a lo que podría pensarse, los pingüinos de Magallanes no habitan en la Antártida, sino que su área de reproducción abarca las costas atlántica y pacífica del extremo austral de Sudamérica. Las colonias reproductivas se establecen en las costas patagónicas de Argentina y Chile durante el verano austral y durante el invierno migran hacia el norte. Es entonces que algunos individuos llegan a nuestras playas, y no sólo aparecen en Rocha, sino también en Maldonado, Canelones y hasta en Montevideo. En el artículo se señala que “especialmente después de las tormentas de invierno, se encuentran varios cadáveres de pingüinos de Magallanes en las costas de Uruguay”. Tal habría sido la suerte de este pingüino de Magallanes hace miles de años que, gracias al trabajo paciente de Deyvit Chappore, terminó siendo el primer registro de pingüino fósil para nuestro país. Pero además de ostentar ese récord, este fósil tiene otro distintivo: se trataría “del registro más septentrional de Spheniscus magellanicus durante el Pleistoceno”, es decir, el fósil de la especie encontrado más al norte.

El pingüino y la carrera científica

Volviendo con Deyvit Chappore, a uno le interesa saber qué sintió el ver su nombre en una revista científica internacional. “Cuando doné el fósil sólo pensé que era un material interesante. Pero cuando empecé a ver que la cosa iba para más, quedé muy emocionado”. A la hora de definir vocaciones, seguro todo esto será relevante. “Estoy interesado en hacer la Facultad de Ciencias y meterme para el lado de la biología. Estando ahí veré que rama tomo, pero seguro me interesa mucho la paleontología”, dice con entusiasmo. Si las cosas se dan, desde el primer día contará no sólo con horas y horas de búsqueda y reconocimiento de fósiles en campo, sino que además tendrá al menos un artículo científico publicado.

“Lo más lindo para mí es que esto apoya la vocación de Deyvit por la paleontología”, comenta Montenegro, otro de los autores del artículo. Y vaya si Deyvit tiene vocación por la paleontología: el fin de semana acaba de encontrar otro fósil interesante. Montenegro y Jones le ayudaron a identificarlo: se trataría del fósil de una falange de otro pingüino. Ahora habrá que ver si es posible identificar la especie y si guarda algún otro secreto. La ciencia es una aventura que nunca termina. Y, por suerte, se hace casi siempre colaborando entre mucha gente.

Artículo: “First Penguin Fossil (Aves, Spheniscidae) from Uruguay”. Publicación: Journal of South American Earth Sciences (2019). Autores: Carolina Acosta Hospitaleche, Washington Jones, Felipe H Montenegro, Andrés Rinderknecht, Deyvit Chappore.