El gobierno del presidente Alberto Fernández lanzó oficialmente el pasado enero el Plan Argentina contra el Hambre, canalizado a través del Ministerio de Desarrollo Social, pese a que ya había sido anunciado en diciembre, y algunos aspectos y acciones, como el reparto de la tarjeta alimentaria, ya habían comenzado a ponerse en práctica. El objetivo del plan es, dada la emergencia alimentaria decretada por el gobierno, “garantizar la seguridad y soberanía alimentaria de toda la población y familias argentinas, con especial atención en los sectores de mayor vulnerabilidad económica y social”.

El pasado 16 de enero se hizo público un llamado tan lógico como –lamentablemente–inusual: el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, junto con el Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales, abrió una convocatoria a investigadores e investigadoras del Sistema Científico Tecnológico para que participaran del plan. Es frecuente que en política se apele a la ciencia y a la tecnología para aumentar el valor agregado de la producción, o como camino para aumentar el PIB o el ingreso per cápita. Sin embargo, son más escasos los ejemplos en que el sistema político llama a la ciencia y a la tecnología, de forma tan abierta y franca, para enfrentar problemas sociales profundos. En nuestro país, por ejemplo, podríamos citar el lanzamiento del Programa de Investigación e Innovación Orientados a la Inclusión Social: Conocimientos y Tecnologías para el Sistema Nacional Integrado de Cuidados, de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Universidad de la República.

Llamando a la comunidad científica

En esta primera instancia de la convocatoria lanzada, el ministerio insta a los investigadores a “presentar los resultados (parciales o finales) de sus proyectos ya concluidos, y/o desarrollos tecnológicos y sociales en problemáticas vinculadas con las acciones comprendidas en el Plan”. El objetivo es que estos resultados o desarrollos “sean incorporados al diseño de las políticas públicas en el corto plazo”, lo que constituye un esfuerzo certero en generar políticas basadas en la mejor evidencia disponible.

“La iniciativa se propone sumar al sector científico-tecnológico en diversas acciones comprendidas en el Plan Argentina contra el Hambre”, señala el comunicado del lanzamiento, publicado en el sitio del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), que detalla que el plan abordará “integralmente diferentes problemáticas vinculadas con el hambre y la pobreza”, entre ellas, “garantizar el derecho a la alimentación”, “políticas de primera infancia y adolescencia”, “educación alimentaria y nutricional”, “indicadores de calidad de vida, desigualdad e inclusión social”, “fortalecimiento de las economías regionales y locales vinculadas a la producción de alimentos” y “calidad y acceso de agua de consumo humano”. Desde el ministerio se evaluará “la pertinencia de los proyectos” y, tras reuniones de trabajo, “las contribuciones serán canalizadas a través de las instituciones correspondientes”.

Ciencia y política

Muchas veces en los países en desarrollo se dice que no se puede invertir en ciencia hasta que no se solucionen otros problemas, como la pobreza o el hambre. El biólogo y divulgador Diego Golombeck, en conversación con la diaria, decía que justamente es al revés, que “tenemos que apoyarnos en la ciencia para solucionar esos problemas graves, entenderlos con ojos de científico para que de ahí puedan aparecer las soluciones”. Esta convocatoria va por ese camino. “Concuerdo totalmente con esa afirmación”, dice el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, Roberto Salvarezza, quien es no sólo un destacado científico en el área de la nanotecnología, sino que también ha sido diputado por la provincia de Buenos Aires por el Frente Para la Victoria y director del CONICET, cargo al que renunció en 2015 al asumir el ex presidente Mauricio Macri.

“Hay toda una capacidad que está instalada en el sistema científico-tecnológico y que no fue conectada con las necesidades del Estado. Hoy queremos ponerla a disposición”. Roberto Salvarezza, ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación de Argentina

“Esa postura la hemos manifestado durante el gobierno de Mauricio Macri. Rogelio Frigerio, que era tal vez uno de los ministros más inteligentes del gobierno de Macri, cuestionaba si la ciencia era una prioridad para la Argentina, dados los índices de pobreza. El argumento de nosotros y de toda la comunidad científica era que justamente había que invertir en ciencia y en tecnología para salir de la pobreza y tener una sociedad más desarrollada”, recuerda el experto en nanotecnología. “Creo que esa discusión sobre el rol que cumple la ciencia en los países aquí en la Argentina la ganamos, y la mayoría de la sociedad está convencida de que es necesaria la Universidad y la ciencia para resolver los problemas del país”, dice ahora Salvarezza con cierto alivio, y aclara que no se refiere sólo a los problemas económicos, sino también a los sociales, “donde las políticas públicas deberían ser consultadas, discutidas, en el marco del conocimiento, de las universidades, de los organismos de ciencia. Creo que esa es la postura para, justamente, salir de la pobreza”.

Ciencia para combatir el hambre

Para quien se pregunte qué puede hacer la ciencia para ayudar en el combate del hambre y la pobreza, Roberto Salvarezza da un par de ejemplos. “Estamos poniendo a disposición del Consejo Federal de Políticas Sociales una aplicación, desarrollada por investigadores del área de salud del CONICET, que permite ver, en cualquier lugar donde hay un centro de salud, cuántos chiquitos tenemos con problemas de talla y peso. Eso se carga con datos que se actualizan permanentemente, y le permite al Consejo hacer políticas dirigidas con precisión. También nos facilita hacer seguimientos, porque, a medida que se van implementando las políticas, podemos ver cómo evoluciona la situación”.

Otra área que puede aportar lo suyo es la de investigación sobre alimentos con alto valor nutritivo. “Tenemos un instituto en Tucumán que produce un probiótico, en forma de yogur, que ha tenido muchos efectos positivos tanto en la parte nutricional como de aumento de la respuesta inmune. Hoy estamos poniendo a disposición del Consejo toda la capacidad que tiene ese instituto sobre el tema”, agrega Salvarezza.

Pero, además, está la convocatoria recientemente lanzada. “Tenemos más de 100 proyectos que van desde temas que tienen relación con la disponibilidad de agua, acceso a las redes cloacales, hasta temas de salud. Abarcan desde infraestructura hasta la nutrición, pasando por temas de zoonosis vinculadas a poblaciones vulnerables”, dice el ministro de Ciencia, con entusiasmo. “Hay toda una capacidad que está instalada en el sistema y que no fue conectada con las necesidades del Estado. Hoy queremos ponerla a disposición”.

Ciencia en contacto con la sociedad

Muchas veces se acusa a los científicos de investigar los temas que les interesan y dar la espalda a los problemas de la sociedad. Pero esa es una falsa imagen promovida por quienes intentan justificar la falta de inversión, o al menos eso es lo que deja en claro esta convocatoria: “Hemos tenido una respuesta extraordinaria que demuestra que los científicos dicen presente cuando se los convoca para resolver una situación social complicada y para desarrollos que son sensibles para el país”, contesta Salvarezza.

“El problema que hay en nuestras comunidades es muchas veces la falta de conexión entre las necesidades del Estado y de la sociedad con la comunidad científica. Esos puentes no se establecen de forma automática”, reflexiona, y dice que muchas veces surgen iniciativas desde los departamentos de extensión de alguna universidad que implican mucho voluntarismo. “Pero la verdad es que eso hay que potenciarlo desde el Estado, desde los municipios, desde los ministerios, convocando a la comunidad científica. Entonces el impacto es mucho mayor. Es responsabilidad del Estado salir a convocar a los investigadores y a ordenar todo ese conocimiento, poniéndolo a disposición de las emergencias y problemáticas que tiene cada país, cada región y cada municipio. Hay mucha buena voluntad, pero hay que organizarla. Ese es el rol que debemos asumir”.

Le cuento a Salvarezza la frase de Clemente Estable –“con ciencia grande, no hay país pequeño”–, y le digo que para su país, que es geográficamente grande, esta podría invertirse por algo así como “con ciencia pequeña, no hay país grande”. “Creo que es una muy buena frase, y creo que en la comunidad científica latinoamericana tenemos el desafío de poder responder a los proyectos que hacen al desarrollo económico y también al desarrollo social de nuestra región”.