Imaginemos una situación ficticia, fantasiosa, completamente irreal. Supongamos que un partido político propone una medida que es claramente injusta, que incluso podría considerarse éticamente reprobable. La medida propone mandar a los niños y niñas con sombrero a escuelas separadas, por poner un ejemplo. Nadie en su sano juicio pensaría que la medida propuesta es una buena idea. Nadie. Entonces entramos a Twitter a ver qué piensa la gente... ¡increíble! ¿Y este intenso debate? ¿Que los niños con sombrero son un peligro y hay que alejarlos de la sociedad? ¿Que al fin vamos a tomar las riendas y controlar a los salvajes que rompen los valores de llevar la cabeza al sol? ¿Hay gente que apoya esta medida? ¿Tanta gente? ¿Cómo puede ser? Se los ve totalmente convencidos. Una vez más, parece ser otro tema más por el que se está a favor o en contra, no hay otras opciones.

Está bien, lo confieso, quizás la situación no sea tan ficticia (excepto por la medida; niños y niñas con sombrero, no se preocupen, están a salvo). La polarización política es un fenómeno bien real y creciente en varias sociedades del mundo, incluida la nuestra. Enfrentadas a información idéntica, personas con posturas políticas opuestas a menudo se atrincheran en una posición e interpretación de la información que coincide con sus convicciones previas, sin espacio para el intercambio real y la generación de consensos. Esta división ideológica en pocos núcleos cada vez más distantes entre sí genera preocupación, ya que puede dificultar la convivencia, la armonía social, la gobernabilidad eficaz, y la generación de políticas públicas a mediano y largo plazo que trasciendan los cambios de gobierno. Y como si fuera poco, también puede arruinar más de un almuerzo familiar.

Suele decirse que la cabeza anda por donde los pies caminan. Nuestras experiencias e historia de vida, nuestras emociones, intereses, y también nuestras posturas políticas, moldean la forma en la que vemos el mundo, a cada paso que damos. Pero no nos olvidemos del intermediario, ya que, si decimos que algo altera nuestra percepción del mundo, estamos diciendo que eso altera nuestro cerebro, lo que a su vez repercute en cómo interpretamos y reaccionamos a la realidad. Es un ida y vuelta.

La neurociencia podría entonces aportar información sobre los procesos cognitivos fundamentales que participan en el razonamiento político y su polarización. En este escenario, un artículo reciente publicado en la revista PNAS por Yuang Chang Leong y colaboradores, de la Universidad de California, aborda la pregunta que seguramente nos hemos hecho varias veces: ¿cómo la misma información puede desencadenar respuestas tan divergentes entre las personas?

De sesgos y cerebros

En principio, esta tendencia a tomar de la información política aquello que confirme y refuerce nuestra convicción previa –lo que contribuye a la polarización– podría deberse a dos grandes tipos de sesgos cognitivos. Por un lado, podría explicarse por un sesgo en la atención sensorial, lo que significa que, dada una información particular, automáticamente le prestemos más atención y nos enfoquemos en aquellos aspectos que nos convienen para defender nuestra postura. Por ejemplo, al ver la cobertura de una protesta o una marcha de reivindicación en las noticias, detractores de esa causa se pueden enfocar automáticamente en aquellos manifestantes que estén haciendo cosas indebidas que supongan un riesgo (¿alguien dijo coronavirus?), o en cualquier aspecto que pueda desacreditarla.

De forma alternativa, otra posibilidad es que todos percibamos lo mismo, pero que nuestra postura política afecte cómo interpretamos esa información. O sea que una misma acción, medida, o hasta vestimenta puede ser interpretada, o no, como una amenaza, dependiendo de las posturas previas de cada persona. Estudiar estos sesgos y si estos emergen en el cerebro puede ayudar a comprender cómo las inclinaciones políticas afectan distintos niveles de procesamiento de la información.

¿Pero cómo estudiar los sesgos políticos? El contenido político, ya sean debates, noticias, o conferencias de prensa, es dinámico y complejo, lo que hace difícil su estudio por métodos tradicionales que usan modelos simplificados. Por esta razón, Leong y su grupo recurrieron a la resonancia magnética funcional, en conjunto con un método de análisis denominado “correlación inter-sujeto”. La resonancia permite ver en tiempo real cómo responde el cerebro a diversos estímulos y acciones, y el método de análisis computa qué tanto se parece o diferencia la actividad del cerebro de un participante a la del resto. Esta combinación es muy exitosa y se utiliza cada vez más para analizar el procesamiento cerebral de estímulos complejos más cercanos a la realidad, como historias narradas o películas.

Aún con esta metodología de su lado, los temas de la agenda política son muchos y muy diversos, por lo que debieron focalizarse en uno. Eligieron las políticas de inmigración, un tema candente en Estados Unidos, sobre el que liberales y conservadores mantienen puntos de vista bastante opuestos. 38 participantes contestaron primero una encuesta que indagaba su visión sobre estas medidas, y con base en las respuestas fueron ubicados a lo largo del espectro político, desde el extremo liberal hasta el conservador. Luego se acostaron dentro del resonador magnético y sus cerebros fueron escaneados mientras miraban, durante 35 minutos, 24 videos sobre políticas de inmigración liberales y conservadoras. A modo de ejemplo, los videos trataban sobre medidas como la construcción del muro en la frontera con México para reducir la inmigración ilegal; la autorización a inmigrantes indocumentados a trabajar legalmente en Estados Unidos sin miedo a ser deportados; prohibir la entrada de refugiados provenientes de países musulmanes; u otorgar la ciudadanía a aquellas personas indocumentadas que llegaron al país de forma ilegal siendo niños, entre otras.

Para conocer si las posturas políticas regulan las respuestas neurales asociadas a los distintos sesgos, los investigadores buscaron evidencias de “polarización neural”. Esto significa que buscaron patrones de actividad cerebral que sean compartidos únicamente entre las personas con inclinaciones políticas similares. De esta forma buscaban visualizar si el procesamiento de la información en un área particular del cerebro diverge entre conservadores y liberales. Entonces, si las inclinaciones políticas sesgan la atención sensorial, deberíamos observar polarización neural en áreas como la corteza visual o auditiva, ya que estaríamos viendo o escuchando cosas distintas. Si, en cambio, lo sesgado es la interpretación y la evaluación de la misma información sensorial, la polarización neural debería estar presente en regiones de asociación y procesamiento cognitivo, como distintas zonas de la corteza o el giro temporal, por ejemplo.

Al observar los resultados, lo primero que vieron, en forma general, es que todos los participantes presentaban una gran sincronización en la actividad de la corteza sensorial y auditiva. Esto es consistente con otros estudios que analizan la actividad cerebral al ver audiovisuales, e indica que los videos generaron respuestas neurales confiables y compartidas, sin importar las inclinaciones políticas. Pero no todo es compartido. También encontraron polarización neural, en una única región: la corteza prefrontal dorso medial (DMPFC, por sus siglas en inglés). La DMPFC está implicada en una gran cantidad de funciones cognitivas complejas, como la evocación de recuerdos, la representación mental de distintas situaciones y escenarios, y, de fundamental importancia para este trabajo, la interpretación de narrativas.

O sea que las posturas políticas pueden asociarse a una polarización neural en una región del cerebro que participa en la interpretación de la información. Tal parece que predomina el segundo sesgo: aunque perciban la misma información, conservadores y liberales construyen una representación diferente del significado de esa información. Es importante mencionar, por último, que al dividir a los participantes por edad o sexo, sin importar las inclinaciones políticas, no se observaron diferencias en los patrones de actividad de la DMPFC, ni polarización neural en otras regiones, por lo que estos factores no parecen incidir en los resultados observados.

Discurso tribunero

Nos es fácil intuir que el discurso político puede generar mayor o menor polarización, desde el asentimiento al discutir las ventajas de una propuesta en relación a la contraria, hasta el grito en el cielo y escalar los comentarios en redes sociales hasta las últimas consecuencias. Por lo que el siguiente paso de Leong y su grupo fue evaluar qué características de la información política son más propensas a generar la polarización neural.

Las bibliotecas de psicología política nos dicen que el contenido emocional y los aspectos morales son extremadamente eficaces en potenciar los efectos polarizadores de los mensajes políticos. ¿Generarán también una mayor polarización neural? Para averiguarlo, cortaron los 24 videos en 86 segmentos más cortos, y los clasificaron en tres grupos: videos en los que predominaban palabras relacionadas tanto a la moralidad como a las emociones (por ejemplo “compasivo” o “violar”); los que contenían palabras relacionadas sólo con la moralidad (por ejemplo, “ética” o “principios”), y los que tenían sólo palabras asociadas a las emociones (por ejemplo, “gratificante” o “miedo”).

Como podríamos esperar, el uso de palabras que pertenecían a los dos campos, moral y emocional, se asoció con una mayor polarización neural en la DMPFC; no así las palabras sólo morales o sólo emocionales. Como humanos que somos, el raciocinio es sólo parte de la historia, y las emociones afectan de forma fundamental prácticamente todas las demás funciones del cerebro. A su vez, distintos conceptos morales suelen ser puntos de fuerte digresión entre ideologías liberales y conservadoras: lo que los conservadores consideran una transgresión moral puede ser perfectamente válido para los liberales, y viceversa. La combinación de elementos morales y emocionales en el contenido político parece ser una estrategia particularmente poderosa, incluso a nivel cerebral. De hecho, estudios recientes muestran que los mensajes con más palabras morales/emocionales tienen una mayor probabilidad de propagarse y compartirse por las redes sociales.

Envalentonados, los investigadores fueron un poco más allá y analizaron la relación entre la polarización neural y un conjunto mayor y más específico de elementos del contenido político. Observaron la actividad neural en la DMPFC frente a los mismos segmentos de video, pero esta vez considerando 47 categorías semánticas, entre las que se incluían “tiempo”, “dinero”, “poder”, “cuerpo”, “religión”, “hogar”, “riesgo” y “amistad”, entre otras. Bajo este análisis, sólo las palabras relacionadas a la categoría “riesgo” (como “amenaza”, “seguridad”, “peligroso”) se acompañaron de polarización neuronal en la DMPFC. No es de extrañar, considerando que el riesgo asociado a aspectos de seguridad es otro aspecto clave en el que liberales y conservadores suelen tener claras disidencias.

En resumen, para lograr una mayor polarización neural, lo que se relaciona con un mayor sesgo a la hora de interpretar la información, y la subsecuente polarización de la postura política, conviene hablar de riesgos y apelar a lo moral y emocional. ¿Les suena?

Repensar la grieta

Al salir del resonador, los participantes contestaban una segunda encuesta que indagaba en posibles cambios de postura frente a alguna de las políticas de inmigración a partir de los videos. Consistente con sus resultados anteriores, cuánto más similar era el patrón de actividad neural de la DMPFC durante los videos de un grupo particular, mayor era la tendencia de la persona a cambiar la actitud hacia la posición sostenida por ese grupo. O sea que cuánto mayor polarización neural tenga la persona, mayor es la probabilidad de que acepte otros elementos propuestos por el grupo al que ya pertenece, lo que puede dividir aún más las aguas. La polarización neural haciendo de las suyas.

Qué hacemos con toda esta información depende de nosotros. Podemos, cómodos y con datos, resignarnos a que nuestras diferencias se extienden hasta el nivel neuronal, e insistir en exclamaciones políticas ignorando la pared invisible, esa que hace que, más que un ping-pong de argumentos, cada postura esté jugando en su propio frontón.

O también podemos, incómodos y con datos, resistir las ganas de golpearnos la frente con la palma de la mano, y considerar lo que sabemos que hay detrás de esa rajadura en el piso que divide al mundo en dos. Quizás, al saber que aunque no queramos, ya desde el arranque estamos interpretando de forma sesgada y distinta la misma información, que nuestros cerebros están reaccionando de forma diferente a esa misma información, eso nos permita acercarnos a la discusión de forma más humilde y cuidada. Percibir y reconocer estos sesgos en nosotros mismos, que pueden estar actuando a un nivel tan íntimo como en nuestras propias neuronas, requiere un esfuerzo enorme con probabilidad de éxito incierta. No se trata de ceder ni de hacer compromisos en cuestiones que pueden ser inadmisibles. Pero viviendo todas y todos juntos, hay cosas que tenemos que poder conversar. Conversar de verdad. No gritando a través de una grieta; molesta el eco.

Artículo: “Conservative and liberal attitudes drive polarized neural responses to political content”
Publicación: Proceedings of the Natural Academy of Sciences (PNAS, octubre 2020)
Autores: Yuan Chang Leong, Janice Chen, Robb Willer, Jamil Zaki.