La miniserie Gambito de dama, basada en la novela de igual nombre de Walter Tevis, trata sobre la historia ficticia de una exitosa ajedrecista estadounidense que inicia su carrera en la década de 1960. A un mes de su estreno, se transformó en la miniserie más vista en la historia de Netflix con más de 62 millones de reproducciones. El personaje principal, Beth Harmon, ingresó a los ocho años en un orfanato cuyo conserje, el señor Shaibel, le enseñó a jugar al ajedrez. La historia ficticia de Beth Harmon recuerda en muchos aspectos a la del gran campeón del mundo del ajedrez Bobby Fischer. Ambos, siendo adolescentes, comenzaron a brillar en los campeonatos locales de Estados Unidos en los años 60 del siglo XX. Eso les permitió enfrentarse con los mejores jugadores del mundo, la gran mayoría de la Unión Soviética. Tanto el real Fischer como la ficitia Harmon tenían como principal rival a vencer al campeón del mundo de su universo: Boris Spassky en el primer caso y Vasily Borgov en el segundo, ambos soviéticos.

Pero hay otras similitudes entre los dos personajes: un padre ausente, la temprana obsesión por el ajedrez, el estudio del idioma ruso para poder entender los escritos ajedrecísticos, el rápido ascenso y la fama, el interés por la moda, el modo de responder con piezas blancas contra la defensa siciliana y el haber popularizado sus apodos en lugar de sus nombres completos (Beth y Bobby en lugar de Elizabeth y Robert). Otra notable cualidad de ambos personajes es su impacto en la popularidad del ajedrez a nivel mundial. El encuentro por el campeonato del mundo de 1972 entre Spassky y Fischer, con el telón de fondo de la Guerra Fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos, generó una explosión en el interés por este juego. La aparición de Beth Harmon en las pantallas de Netflix hizo que aumentaran las compras por internet de juegos de ajedrez y produjo un crecimiento de los registros de usuarios en sitios de ajedrez online. Si bien durante marzo y abril de 2020 las partidas online habían aumentado por efecto de la pandemia, a partir del estreno de Gambito de dama, a fines de octubre se produjo un crecimiento mucho mayor y que aún continúa. En uno de esos sitios, chess.com, incluso, se desarrolló un sistema que permite enfrentar a simulaciones computacionales de Beth Harmon a diversas edades. Así que tanto Harmon como Fischer, en dos momentos históricos distintos, lograron aumentar la popularidad del ajedrez de un modo inimaginable.

Pero ambos personajes se diferencian en algo. Si dejamos de lado detalles ontológicos, podríamos decir que uno de ellos (Bobby Fischer) es un personaje real que durante una entrevista en 1962 para Harper’s Magazine dijo: “Todas ellas son débiles, todas las mujeres. Son estúpidas en comparación con los hombres. Ellas no deberían jugar al ajedrez. Son como principiantes. Pierden cada una de sus partidas contra un hombre. No hay una jugadora mujer en el mundo a la que yo no pueda darle un caballo de ventaja y aun así ganarle”. Beth Harmon, en cambio, luego de haber dado una entrevista para la revista Life, tiene el siguiente diálogo con su madre:

–Sólo hablan de que soy una chica.

–Pero lo eres.

–No debería ser tan importante. Pusieron la mitad de lo que dije. No dijeron nada del señor Shaibel ni de cómo juego la defensa siciliana.

–Te convierte en una celebridad.

–Sí, por ser una chica.

Otro campeón del mundo, uno de los jugadores más influyentes en la historia del ajedrez y asesor de la serie Gambito de dama, Gary Kasparov, dijo en 2003 al Times de Londres: “El ajedrez es una mezcla de deporte, guerra psicológica, ciencia y arte. Cuando analizás todos esos componentes ves que los hombres dominan. Cada componente del ajedrez pertenece a las áreas de dominación masculina”. Pero afortunadamente la húngara Judit Polgar, nacida en 1976, demostró con su ejemplo que esas opiniones personales no eran más que eso. Judit llegó a obtener en 1991 el título de Gran Maestro Internacional de ajedrez a los 15 años y cuatro meses, siendo en ese momento la persona más joven en haberlo logrado jamás (el prodigioso Bobby Fischer lo había logrado con 15 años y seis meses de edad). Luego Polgar se convirtió en la mejor jugadora de su país y llegó a estar entre los diez mejores jugadores del mundo. Un detalle importante es que en 2002 Judit logró derrotar a Kasparov, convirtiéndose en la primera mujer capaz de hacerlo (al menos públicamente y luego de que Gary fuera campeón del mundo). Corresponde aclarar que Kasparov se ha retractado de sus antiguas opiniones sobre las mujeres en el mundo del ajedrez, asumiendo que fue un error similar al de haber afirmado que las computadoras nunca podrían vencer a los seres humanos.

Juegos de poder: ¿más es más?

Pero sorprendentemente, y a pesar del ejemplo real de Polgar, la serie Gambito de dama generó, entre varios aficionados al ajedrez, comentarios respecto a que el notable desempeño del personaje de Beth Harmon es poco creíble precisamente por su condición de mujer. Desde el punto de vista científico debemos recordar que en las pruebas de inteligencia y de habilidades cognitivas que son relevantes para el ajedrez las mujeres presentan valores promedio iguales a los de los hombres. Por otro lado, existen trabajos científicos que muestran cierta evidencia de que, a pesar de tener iguales promedios, los hombres podrían tener un mayor rango de variabilidad en los resultados de algunas pruebas psicológicas. Esto implicaría, de ser correcto, que entre los hombres podrían existir casos con valores de aptitud mayores que los de cualquier mujer, pero también casos con valores de aptitud mucho menores.

Este tipo de estudios llevaron al economista Lawrence Summers a hacer en 2005 unas declaraciones que causaron mucha indignación y que le costaron la expulsión de su cargo de presidente de la Universidad de Harvard: “Se puede ver que en muchísimos atributos humanos diferentes –aptitud matemática, aptitud científica– existe una evidencia bastante clara de que, prescindiendo de la diferencia de medios –que puede ser discutida–, existe una diferencia en la desviación estándar y en la variabilidad de una población masculina y otra femenina. Y esto es verdad en lo tocante a atributos que están o no determinados culturalmente de modo plausible”. Esto se interpretó como un alegato a favor de que las mujeres estarían menos capacitadas biológicamente para actividades intelectuales como las matemáticas y las ciencias. Incluso la neurobióloga Louan Brizendine, que también ha sido muy polémica por dar especial atención a las evidencias que se han obtenido de diferencias de funcionamiento cerebral entre ambos sexos, plantea en su libro El cerebro femenino: “El hecho de que pocas mujeres terminen dedicándose a la ciencia no tiene nada que ver con deficiencias del cerebro femenino en las matemáticas y la ciencia. En esto Summers realmente se equivocó. Tenía razón en cuanto a que existe escasez de mujeres en una posición de alto nivel en ciencia e ingeniería, pero estaba totalmente desencaminado al sostener que las mujeres no culminan estas carreras por falta de capacidad”.

Foto del artículo 'Juguemos, señor Shaibel: sobre Gambito de dama y las mujeres en el ajedrez'

Hay investigadores, como la propia Brizendine, que sugieren que aunque no existan diferencias en cuanto a la capacidad intelectual, existen diferencias biológicas en cuanto al tipo de actividades que generan interés en hombres y mujeres. Este asunto también resulta discutible, ya que es muy difícil descartar que las diferencias de intereses observadas entre sexos, por ejemplo respecto del ajedrez, no sean provocadas por cuestiones culturales como las tradiciones y los estereotipos de género. El debate científico no ha concluido. Sin embargo, hay poca presencia femenina en las listas de los mejores jugadores de ajedrez del mundo y esto merece ser entendido. Un dato firme que incita a buscar una explicación está en la cantidad de participantes en actividades oficiales de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE): 236.000 hombres y apenas 18.000 mujeres (cerca de 7% del total de ajedrecistas).

En este punto es importante mencionar que en ajedrez, a diferencia de algunas otras actividades humanas en que se dan desigualdades de género, existe un sistema matemático de evaluación del nivel de juego de una persona. Llamado puntaje Elo, se calcula en función de los resultados obtenidos en torneos oficiales y del puntaje Elo de los rivales con que se obtuvieron esos resultados. La primera lista de puntajes Elo se publicó en 1971, y precisamente Bobby Fischer ocupaba el primer lugar con 2.760 puntos. Boris Spassky, el rival con el que se enfrentaría por el campeonato del mundo del año siguiente, era el segundo con 2.690 puntos. Judit Polgar llegó a tener 2.735 puntos, siendo la única mujer –hasta la fecha– que ha superado la barrera de los 2.700 puntos.

Únicamente otras cuatro mujeres han superado hasta el momento la barrera de los 2.600 puntos Elo, y todas ellas lo hicieron recientemente y siguen en actividad: las chinas Hou Yifan, de 26 años, y Ju Wenjun, de 29, la india Humpey Koneru, de 33, y la ucraniana Anna Muzychuk, de 30 años. A modo de comparación, podemos decir que los 100 mejores jugadores del mundo en la actualidad tienen puntajes Elo superiores a 2.600 (Yifan es la única mujer en esa lista y se encuentra en el puesto 88) y que los 30 mejores tienen puntajes superiores a los 2.700. La mayor puntuación Elo registrada en la historia es la del actual campeón del mundo, Magnus Carlsen, con 2.882 puntos.

Los datos que hemos mencionado, junto con la falta de explicaciones biológicas concluyentes, sugieren que las diferencias de puntajes Elo entre hombres y mujeres podrían ser explicadas únicamente por la diferencia en la cantidad de personas de cada sexo que se dedican a este deporte. Si la habilidad ajedrecística (cosa compleja de determinar, pero que podemos asumir que está bien representada por el puntaje Elo) estuviera igualmente distribuida en forma aleatoria entre hombres y mujeres, y dado que menos de 7% de los jugadores son mujeres, parece entendible que en la lista de los diez mejores jugadores del mundo no aparezca ninguna mujer. Pero esta idea intuitiva se puede poner a prueba usando herramientas matemáticas precisas que nos permitan estimar la diferencia de Elo esperada entre los diez mejores hombres y las diez mejores mujeres de un país en función de la cantidad de unos y otras que se dedican a este deporte. Y de hecho, se puso a prueba en reiteradas ocasiones.

En 2008, en la revista Proceedings of the Royal Society B se publicó un artículo del psicólogo Merim Bilalic y colaboradores que analizaba si en la comunidad ajedrecística de Alemania la diferencia en puntaje Elo entre hombres y mujeres se podía explicar por la diferencia en la participación. Concluyeron que si bien el rendimiento de los 100 mejores hombres es superior al de las 100 mejores mujeres, 96% de la diferencia observada se explica por el mayor número de hombres que juegan ajedrez. Todo parecería tratarse de una cuestión de cantidades.

En octubre de 2020, en un artículo publicado en la sección de noticias de Chessbase, Wei Ji Ma, ajedrecista y profesor de Neurociencias de la Universidad de Nueva York, presenta un análisis del ajedrez en India, donde el mejor ajedrecista es el varias veces campeón del mundo Viswanathan Vishy Anand, con un puntaje Elo de 2.753, y la mejor ajedrecista mujer es Humpy Koneru, con 2.586. El porcentaje de mujeres ajedrecistas en India es apenas 6,1% del total de jugadores. La diferencia entre ambos es de 167 puntos, algo que según los cálculos de Ma se explica casi totalmente por las razones matemáticas entre la cantidad de hombres y mujeres que practican ajedrez (en su cálculo sería de 153 puntos). A su vez, lo esperado es que en India haya sólo 1,2 mujeres entre los 20 mejores ajedrecistas, y precisamente Koneru ocupa el puesto 15 entre los mejores jugadores del país. Por tanto, este análisis sugiere que, al menos en India, las diferencias se explican recurriendo únicamente a razones matemáticas.

¿Qué pasa en otros países? El matemático y experto en inteligencia artificial José Camacho Collados analizó qué sucedía en los 20 países que tienen mejor figuración en el ajedrez mundial. Los resultados, presentados en un artículo en español en el portal de Chess24 del 19 de octubre de 2020, fueron muy polémicos. En casi todos los países la diferencia de Elo entre el mejor ajedrecista hombre y la mejor ajedrecista mujer es significativamente mayor que la esperada por la diferencia en participación. Por ejemplo, en Rusia, principal potencia mundial en ajedrez, la diferencia de Elo entre el mejor hombre y la mejor mujer es de 230 puntos, cuando la diferencia esperada estadísticamente es de apenas 72 puntos. A su vez, el Elo promedio de los diez mejores hombres ajedrecistas es 259 puntos mayor que el promedio de las diez primeras mujeres, pero la diferencia esperada estadísticamente es de 118 puntos. Algo parecido ocurre en casi todos los otros países analizados por Camacho, siendo una de las excepciones precisamente India, donde este estudio confirmó que las diferencias entre hombres y mujeres se explican bien por las matemáticas. Otra excepción es Hungría, donde el efecto producido por Judit Polgar hace que la mejor mujer tenga más Elo que el mejor hombre y donde la diferencia entre el puntaje promedio de los diez mejores hombres y mujeres es casi exactamente la cantidad esperada matemáticamente.

Parecería entonces que a nivel mundial la diferencia de puntaje Elo entre hombres y mujeres no puede explicarse únicamente por las diferencias en el número de jugadores de cada sexo.

Sexo, ajedrez y Uruguay

¿Deberíamos invocar entonces posibles motivos biológicos para explicar estas diferencias a favor de los hombres en el ajedrez? ¿Puede ser que, a pesar de lo desagradables que resulten sus palabras, Fischer y Kasparov tuvieran algo de razón y haya una intrínseca superioridad masculina? ¿Es tan poco factible que Beth Harmon pueda vencer a los mejores jugadores del mundo únicamente por ser mujer? Opiniones en este sentido pueden surgir incluso en nuestra sociedad, por lo tanto voy a proponer un análisis que tal vez nos ayude, sobre todo a los hombres, a entender y también a empatizar.

Foto del artículo 'Juguemos, señor Shaibel: sobre Gambito de dama y las mujeres en el ajedrez'

Miremos qué pasa en Uruguay. Para eso vamos a recurrir a la lista de puntaje Elo de la Federación Uruguaya de Ajedrez para octubre de 2020. Consideraremos a todos los jugadores (no sólo a los activos) que tienen Elo internacional y que son mayores de 20 años a la fecha del análisis (criterio similar al usado por Camacho en su estudio, lo que nos permitirá comparar resultados). Contando de ese modo, en nuestro país hay 376 hombres y 22 mujeres ajedrecistas. Esta diferencia entre sexos es similar a la de países como Alemania, Holanda, Estados Unidos, Inglaterra y Croacia, y, afortunadamente para el ajedrez uruguayo, la participación femenina es algo mejor que la de Argentina y España, países culturalmente afines. Pero ¿qué tienen de relevante estos datos de Uruguay con respecto a las diferencias de género en ajedrez? ¿Qué entendimiento y empatía pueden salir de aquí?

Lo que más me interesa para el análisis que estoy proponiendo, por razones que ya veremos, es que el número total de hombres uruguayos ajedrecistas (376) es casi igual al número de mujeres ucranianas ajedrecistas (374). Por tanto, no hay diferencias de participación entre esas dos poblaciones. Resulta que, como mostró Camacho, tanto el Elo de la mejor jugadora ucraniana como el promedio de las diez primeras mujeres ucranianas están por debajo de los valores de los hombres ucranianos de un modo significativamente más extremo que lo esperado por tener una menor participación. Como ya hemos dicho, hay quienes piensan, de forma más o menos seria, que esto podría deberse a motivos biológicos.

Ahora bien, ¿qué pasa entonces con los hombres uruguayos? Su número es prácticamente igual que el de las mujeres ucranianas. Por tanto, se esperaría matemáticamente la misma diferencia de Elo entre los hombres uruguayos con respecto a los hombres ucranianos que la que se espera estadísticamente para las mujeres ucranianas. ¿Ocurre esto? El Elo del mejor jugador uruguayo, el Gran Maestro Andrés Rodríguez, es de 2.484 y por tanto inferior al de la mejor jugadora ucraniana, Mariya Muzychuk, que también tiene el título de Gran Maestro y un puntaje Elo de 2.544. Pero como este puede ser un caso aislado, usemos el otro criterio de comparar los promedios de los diez mejores jugadores en cada lista. El promedio de los diez mejores jugadores uruguayos es 2.373 puntos Elo y el de las diez mejores jugadoras ucranianas es de 2.417 puntos. Es decir que las mujeres ucranianas tienen claramente un mejor desempeño en ajedrez que los hombres uruguayos. Esto ya nos puede hacer dudar de que los principales motivos de las diferencias en ajedrez sean biológicos y nos predispone a considerar motivos culturales. Pero hay más.

Las 374 mujeres ajedrecistas ucranianas tienen diferencias de Elo con los 2.872 hombres ucranianos que no se pueden explicar matemáticamente por la diferencia en participación. El menor Elo de los 376 hombres uruguayos comparados con los 2.872 hombres ucranianos es aún inferior, y tampoco se puede explicar matemáticamente por la diferencia en población ajedrecística entre Uruguay y Ucrania. Frente a este frío resultado matemático, ¿cuál sería nuestra primera hipótesis? ¿Plantearíamos, aun en ausencia de evidencia científica clara, que los hombres uruguayos tienen diferencias hormonales, de arquitectura cerebral, de resistencia física o de predisposición para la lucha que los hacen inferiores en ajedrez a los hombres ucranianos? ¿Diríamos que la posibilidad de que un uruguayo pueda en algún momento enfrentar y vencer a los mejores ajedrecistas del mundo es pura ficción? Tengo la sensación de que antes de pensar estas cosas, notaríamos las diferencias culturales que existen respecto del ajedrez entre Uruguay y Ucrania. Por tanto ¿por qué deberían las diferencias biológicas ser la hipótesis más razonable en el caso de las mujeres ucranianas pero no en el caso de los hombres uruguayos?

Una cosa que debemos recordar es que la baja cantidad de mujeres en los torneos de ajedrez no genera únicamente efectos estadísticos como los analizados hasta aquí. También puede impactar en el plano psicológico y social, generando desmotivación, ausencia de modelos identificatorios, dificultades para encontrar redes de apoyo y percepción de un ambiente competitivo hostil.

En un país como Uruguay dedicarse al ajedrez, en lugar de al fútbol, seguramente implica superar la falta de incentivos externos, la carencia de modelos de éxito que parezcan alcanzables, lo que al tiempo puede generar sensación de aislamiento o inadecuación a la hora de asistir a torneos internacionales y restringe el nivel de los competidores que podemos enfrentar, entre otras cosas. Prácticamente todo eso también puede pasarles a las mujeres ucranianas en su propio país en comparación con los hombres, o a las mujeres en general con respecto a los hombres. La identidad uruguaya, una cuestión que difícilmente tenga una base biológica, parece ponernos en desventaja para el ajedrez; la identidad femenina en Ucrania, o en casi cualquier país del mundo, puede implicar una desventaja similar.

De todos modos, la participación femenina en ajedrez y el puntaje Elo alcanzado por las principales jugadoras del mundo ha aumentado claramente desde los orígenes del sistema Elo hasta la fecha. El crecimiento del ajedrez femenino (y también en países con poca tradición en ajedrez) es otra señal clara de que factores culturales como los estereotipos de género o de nacionalidad, la discriminación, la falta de modelos y la desmotivación pueden ser muy importantes. Varias mujeres que han tenido éxito en el mundo del ajedrez han dado testimonio de situaciones que muestran claramente un problema cultural.

Hablemos del problema

Muchas de las declaraciones que siguen son recientes y surgieron en notas relacionadas con la aparición de la serie Gambito de dama. Judit Polgar, en una entrevista junto a Gary Kasparov para CNN, dijo que al inicio de su carrera los hombres a los que derrotaba en ajedrez se sentían muy frustrados por perder con una joven y solían no darle la mano al final de la partida, e incluso cuenta que el primer Gran Maestro al que derrotó se retiró de la sala y luego se dio golpes en la cabeza contra las paredes del ascensor.

Jennifer Shahade, dos veces campeona femenina de Estados Unidos, dijo en una nota para Vanity Fair: “Creo que el mundo tiene dos partes. Una parte está muy emocionada de ver jugar a niñas y mujeres. Y luego también hay algunas corrientes subterráneas de resentimiento. Especialmente cuando el ajedrez se mueve online, hay muchos comentarios desagradables escritos sobre niñas y mujeres. Por eso las personas fuertes, a las que les gusta la atención positiva y son capaces de ignorar la negativa, lo hacen realmente bien en el ajedrez en este momento”.

Anna Rudolf, tres veces campeona femenina de Hungría, dijo para Chess24: “Cuando jugué el mejor torneo de mi vida en el Abierto de Vandoeuvre, ganándoles a maestros con Elo de 2.500-2.600 y liderando el torneo cuando faltaba jugarse una ronda [...] tres hombres me acusaron de hacer trampa. [...] Para esos tres señores esa fue la única posible explicación para mi excelente juego. Como han dicho: una persona de 20 años, con Elo de 2.200, y siendo mujer, no es capaz de jugar en el nivel de grandes maestros. Si a mí me dijeron esto, no puedo imaginar las veces que jugadoras como Judit Polgar sufrieron comentarios machistas”.

La Maestra Internacional de ajedrez de origen francés Mathilde Congiu dijo en una nota para Chess24: “Para mí el ajedrez ha sido la cosa que más me ha aportado en la vida. Ha forjado mi personalidad, me ha enseñado a perder, a ser humilde, a sobrepasar mis límites, me ha hecho vivir los momentos más emocionantes. Por otra parte, ha sido como una bofetada cuando a los 25 años me he dado cuenta del machismo escondido que todavía existía en este ámbito. Y quizás lo peor de todo ha sido ver que a veces los discursos más machistas provenían de las propias mujeres, que consideran que las supuestas diferencias de capacidades del cerebro masculino y femenino explicaban las diferencias de nivel”.

Que estas cuestiones culturales pueden influir en los desempeños ajedrecísticos tal vez resulte evidente. Pero aun así conviene intentar entender mejor el problema. En una publicación de la Universidad de Manchester en 2016, Peter Backus y sus colaboradores analizaron los desempeños en torneos de ajedrez de hombres y mujeres en función del sexo de su rival. Para esto compararon las jugadas realizadas por mujeres y hombres con aquellas que un programa de computadora considera que serían las mejores. Los autores observan, entre otras cosas, que las mujeres tienden a cometer más errores cuando se enfrentan con hombres. Esto es independiente de las diferencias de Elo entre ambos (en muchas de las partidas estudiadas las mujeres tienen más Elo) y de las diferencias de edad. A su vez, los hombres demoran más en rendirse al estar en una posición claramente inferior cuando juegan contra mujeres que cuando juegan contra otros hombres (algo que quienes vimos Gambito de dama podemos pensar que el señor Shaibel señalaría como una falta de deportividad selectiva).

Estos resultados muestran que, independientemente de la capacidad real de las mujeres, estas tienen menos probabilidad de ganarles a los hombres debido a que cometen más errores de lo usual al jugar contra ellos y a que estos últimos continúan luchando por más tiempo incluso en posiciones que ofrecen muy poca esperanza. Los autores consideran que estas observaciones se deben al efecto denominado la amenaza del estereotipo.

La amenaza del estereotipo ocurre cuando las personas realizan una tarea peor de lo que su capacidad les permite debido al temor de que su desempeño confirme un estereotipo negativo que se aplica a un grupo al que pertenecen. La ansiedad, las dudas sobre el valor propio y los sentimientos negativos relacionados con pertenecer a un grupo estigmatizado producen una disminución de los desempeños. Hay trabajos que muestran que la influencia de estereotipos negativos desencadena en las personas afectadas variaciones importantes en el ritmo cardíaco, peores desempeños en distintas pruebas de aptitud e incluso una mayor activación de las áreas cerebrales relacionadas con las emociones. En un experimento realizado por Anne Maass y colaboradores en la Universidad de Padua, Italia, y publicado en 2008 en el European Journal of Social Psychology, se encontró importante evidencia a favor del efecto de la amenaza del estereotipo de género en ajedrez.

En ese estudio se seleccionaron 42 mujeres que practicaban ajedrez y luego 42 hombres que tuvieran un puntaje Elo similar al de cada una. Luego a cada una de estas parejas se las enfrentó a distancia en dos partidos usando plataformas computacionales. En todos los casos enfrentaban a una mujer contra un hombre de similar nivel de juego. Los rivales no podían verse, y en la situación experimental se les decía que por razones de privacidad, sólo podían decirles el sexo de su oponente y que tenía un Elo similar al suyo. La amenaza del estereotipo se activaba recordándoles a los participantes que varios estudios estadísticos mostraban que los hombres obtienen mejores resultados en ajedrez que las mujeres.

Si bien las dos partidas eran contra el mismo rival hombre, en una se les informaba a las mujeres (falsamente) que el rival era de su mismo sexo y en la otra que era del sexo opuesto. ¿Qué pasó? Las mujeres obtenían resultados notoriamente mejores cuando pensaban que su rival era otra mujer que cuando pensaban que su rival era un hombre. En el primer caso, cuando creían jugar contra otra mujer, ganaban en promedio aproximadamente la mitad de los puntos disputados (exactamente lo esperado entre dos jugadores de similar nivel). En el caso en que se les decía que estaban jugando contra un hombre obtuvieron en promedio un cuarto de los puntos en disputa. A su vez, se hizo una prueba con un grupo de control al que no se le decía nada respecto del sexo del rival. En ese caso las mujeres del grupo de control lograban resultados casi tan buenos como los de las mujeres a las que se les decía (falsamente) que estaban jugando contra otra mujer. Estos datos parecen indicar que en situaciones competitivas en ajedrez las mujeres se ven afectadas por la amenaza del estereotipo.

La amenaza del estereotipo asociado con ser mujer ajedrecista es la explicación más factible a las diferencias de desempeño observadas a nivel mundial. Actitudes desvalorizantes como las reportadas por muchas mujeres ajedrecistas y opiniones negativas dichas por importantes figuras de este deporte ayudan a crear y mantener estos estereotipos tan dañinos. En la serie podemos ver que Beth Harmon tuvo una madre que desafiaba los estereotipos de género de su sociedad al ser una destacada doctora en matemáticas. A su vez, Beth tuvo la suerte de encontrar en su carrera a muchos hombres y mujeres que rápidamente dejaron de lado los estereotipos de género y la valoraron por sus habilidades frente al tablero. Dadas esas condiciones, sumadas a su pasión y alta dedicación al ajedrez, resulta perfectamente creíble que siendo mujer pudiera llegar a enfrentar con éxito a los mejores jugadores de su país y del mundo, logrando algo similar a lo que hizo Fischer en su momento.

Tal vez lo que realmente pueda calificarse como poco creíble para la época es el gran respeto masculino que, con algunas excepciones puntuales, recibe la joven Beth al adentrarse en el mundo del ajedrez. Pero creo que ofrecer ejemplos de una masculinidad respetuosa y dispuesta a cambiar sus puntos de vista prejuiciosos también es algo importante que contribuye a cambiar estereotipos dañinos.

Foto del artículo 'Juguemos, señor Shaibel: sobre Gambito de dama y las mujeres en el ajedrez'

Una de nosotros

Parte del éxito de la serie seguramente tiene que ver con que muchos podemos identificarnos con el personaje de Beth, que a pesar de los golpes de la vida, o gracias a estos, logra encontrar un espacio en donde poner su pasión y su intelecto, y destacarse. Como dice el psicólogo Richard Smith, de la Universidad de Kentucky (estado en que casualmente nació Harmon), existe evidencia clara de que “los éxitos y los fracasos de los grupos a los que pertenecemos nos afectan tanto como nuestros propios altibajos individuales”. Y no es difícil sentirse dentro del grupo de Beth.

Llegar a un lugar que no conocemos y sentirnos incómodos, buscar por momentos el apoyo de un trago o una pastilla, necesitar de la familia, esperar apoyo de los amigos, querer valoración más allá de las etiquetas y estereotipos que la cultura nos ofrece, apasionarnos con una actividad, agradecer a quien nos enseñó algo importante cuando éramos niños, son cosas que casi todos podemos entender. Y resulta que historias como la de Beth no son sólo ficción (ni ciencia ficción): el ajedrez real también tiene historias maravillosas como la de Judit Polgar derrotando al legendario Kasparov y haciéndole cambiar sus declaraciones públicas respecto de las mujeres. Pero también tiene muchas otras, como la del propio Bobby Fischer enfrentando solo al poderío ajedrecístico de los grandes campeones de la Unión Soviética.

O la del amable Vishy Anand, que nos cuenta en su autobiografía, titulada Mind Master: “Estaba fascinado con el matemático Srinivasa Ramanujan. Recibí como regalo su biografía, El hombre que conoció el infinito, y me atrapó su historia. Era un muchacho sin entrenamiento formal en matemáticas que desarrolló análisis y conclusiones que sus pares en importantes universidades extranjeras no habían conseguido. Recuerdo haber leído sobre nuestras raíces comunes –ambos pertenecemos al estado de Tamil Nadu, en el sur de la India– y cómo escribía sus notas a la tenue luz de una lámpara parpadeante sin tener acceso a libros de matemáticas. De algún modo, sentí que su historia tenía que ver conmigo, posiblemente porque yo era principalmente un autodidacta en mi deporte al estar tan lejos del centro mundial del aprendizaje del ajedrez, la Unión Soviética”.

Así como Vishy se inspiró en Ramanujan, él mismo fue inspiración para muchas personas nacidas en India. Anand fue el primer Gran Maestro de ajedrez nacido en ese país y fue el siguiente campeón del mundo no soviético después de Fischer al ganar ese título en 2007. Luego revalidó su título en 2008, 2010 y 2012. Demostró que un indio puede ser campeón del mundo y a partir de ese hito su país llegó a posicionarse como una de las principales potencias ajedrecísticas del mundo. Incluso tengo la sensación de que algunas características de su cándida personalidad pueden ayudar a entender el extraño fenómeno de equidad ajedrecística en India. Además, Vishy ha contribuido a poner en duda los estereotipos asociados con la edad. A pesar de que cumplirá 51 años el 11 de diciembre, sigue compitiendo en los mejores torneos internacionales contra los representantes de la nueva generación y está actualmente en el puesto número 15 del mundo.

Otra historia inspiradora es la de Magnus Carlsen, noruego nacido en 1990 en un país con poco más de cinco millones de habitantes sin una especial tradición ajedrecística, que llegó a Gran Maestro a la temprana edad de 13 años. Más tarde, a los 22, se transformó en campeón del mundo y fue revalidando el título hasta la actualidad, además de ser el jugador de mayor puntaje Elo de la historia. Es precisamente Magnus quien, a diferencia de Bobby, Gary y tantos otros, dijo en una reciente entrevista publicada en The Guardian que no ve ninguna razón para que una Harmon del mundo real no pueda un día derrotarlo. Pero también entiende que para que eso tenga más probabilidades de ocurrir el ajedrez debe transformarse en un lugar más acogedor para las futuras superestrellas femeninas: “Es un problema que ha existido por mucho tiempo en el ajedrez. Las sociedades ajedrecísticas no han sido demasiado amables con las mujeres y las niñas a lo largo de los años. Verdaderamente resulta necesario un cambio cultural”.

Claramente, las cosas están cambiando y no sólo en el ajedrez. Hay luchas que valen la pena. Como dice Nuria Varela: “El feminismo es la linterna que muestra las sombras de todas las grandes ideas gestadas y desarrolladas sin las mujeres y en ocasiones a costa de ellas: democracia, desarrollo económico, bienestar, justicia, familia, religión”. La creciente participación femenina en el ajedrez, como en tantas otras actividades históricamente dominadas por los hombres, no sólo traerá grandes campeonas como Beth Harmon, sino también más humanidad, miradas alternativas y nuevos estilos de juego.

En un capítulo de la serie, Beth nos da algo de eso. Mientras posa para un fotógrafo sosteniendo sus trofeos, tiene el siguiente diálogo con una periodista:

–Diles a los lectores de Life qué se siente. Digo, ser una chica entre todos esos hombres.

–No me molesta.

–¿No es intimidante? Cuando era niña no me permitían ser competitiva. Jugaba con muñecas.

–El ajedrez es más que competir.

–Pero juegas para ganar.

–Sí, pero el ajedrez puede ser también...

–¿Qué?

–Hermoso”

Esa Harmon que fue concebida por Tevis en la década de 1980 como un homenaje a la inteligencia de las mujeres hoy cobra nueva vida como un símbolo mundial que con su mirada intensa nos defiende de las amenazas del estereotipo.

Y sigue mereciendo aquel poema de William Butler Yeats que nos recibe al abrir la primera página de la afortunada novela en que habita:

“Para que las insuperables torres sean quemadas
y los hombres recuerden ese rostro,
muévete lo más suavemente posible, si debes hacerlo
en este solitario lugar.
Ella piensa, una parte mujer, tres partes niña,
que nadie la mira; sus pies
ensayan un paso de baile
aprendido en la calle.
Como un insecto de largas zancas sobre el río
su mente se mueve sobre el silencio”.

La serie no sólo tiene a una heroína de ficción que podemos sentir como parte de nuestro grupo. La miniserie Gambito de dama es también la consagración como protagonista de un éxito mundial de una mujer con una historia muy particular. Para quienes vivimos al sur de América, y tal vez para unos cuantos más, la actriz Anya Taylor-Joy, que da vida a Beth Harmon, se siente especialmente parte de nuestro grupo. Saber que habla el español con perfecto acento rioplatense y usando expresiones del lunfardo (vivió hasta los seis años en Argentina), que le gustan los churros con dulce de leche y las empanadas, que al mudarse de niña al hemisferio norte se negó a hablar inglés por dos años para intentar convencer a sus padres de volver al país del sur que seguía amando, hace que su éxito nos importe. Ambas, Beth Harmon y Anya Taylor-Joy, nos muestran que los prejuicios de género y nacionalidad son un atentado a la búsqueda de la verdad, además de ser muy molestos.

Una de las cosas maravillosas del ajedrez es que, al menos frente al tablero, todos tenemos los mismos movimientos a nuestra disposición. Y al final de todo, cuando ya haya quedado demostrado que no había diferencias insalvables, cuando ya podamos vestir nuestras ropas más elegantes y caminar por las calles de Moscú, será el momento de volver a lo que realmente importaba. No olvidemos al señor Shaibel. Juguemos (поиграем).