Los tucu tucu son roedores que habitan en casi toda Sudamérica. Sin embargo, a pesar de que conquistaron gran parte de nuestro continente, rara vez podemos verlos. No es que sean animales minúsculos o tímidos, sino que se pasan la mayor parte del día bajo tierra. Más frecuente que ver un tucu tucu es ver sus madrigueras: son como una multitud de montículos de arena desperdigados sobre una zona en la que hay pasto. Y aunque su presencia es más frecuente en el interior del país, también pueden verse en Montevideo. Quien mire con paciencia los canteros de la rambla a la altura de Carrasco podrá ver las mini elevaciones de arena características de sus madrigueras.

En nuestro país viven hoy tres especies de tucu tucu: Ctenomys rionegrensis (confinado a una pequeña región al sur y este de Río Negro), Ctenomys pearsoni (que habita en la costa y sur del río Negro) y Ctenomys torquatus (que se encuentra al norte del río Negro, Cerro Largo y Treinta y Tres).

El asunto es que hasta hace cosa de un par de décadas, se pensaba que los tucu tucu eran animales solitarios que incluso mostraban altos niveles de agresividad hacia sus congéneres salvo en la época de apareamiento. Chúcaros, malhumorados e intolerantes, así podría describirse por ejemplo al tucu tucu que habita en Montevideo y la zona sur de país. Sin embargo, con el descubrimiento en 1985 en la Patagonia de una especie que no sólo se dejaba ver comiendo en grupos –por la que se bautizó Ctenomys sociabilis– sino que, luego se sabría, vive en grupos de hasta varias hembras con un macho en los que todos prestan los cuidados a todas las crías sin importar de quién sean, se hizo evidente que hacía falta observar mejor el comportamiento social de las especies de tucu tucu.

Los tucu tucu de Uruguay venían siendo estudiados por biólogos porque presentan una serie de características que los hacen animales atractivos para generar conocimiento. Tras la aparición de los tucu tucu C. sociabilis, nuestros investigadores también pusieron más atención sobre el comportamiento de estos roedores subterráneos con grandes dientes color naranja intenso. La tarea presenta un gran desafío que ya mencionamos: el tucu tucu rara vez se deja ver en la superficie y, a diferencia de los humanos, que posteamos todos nuestros detalles íntimos en las redes sociales, ellos prefieren que los detalles de las suyas nos sean revelados. Lo que pasa en la madriguera subterránea, en la madriguera queda.

La publicación del artículo “Análisis genético sugiere que los tucu tucu del río Negro (Ctenomys rionegrensis) comparten sus madrigueras”, escrito por Ivanna Tomasco, Lucía Sánchez y Enrique Lessa, del Departamento de Ecología y Evolución de Facultad de Ciencias, y Eileen Lacey, del Museo de Zoología de Vertebrados de la Universidad de California, Estados Unidos, busca estudiar qué sucede con la vida social de estos escurridizos animales. En este trabajo recurrieron al auxilio de la genética, pero hace tiempo que además se ayudan con collares de telemetría y chips subcutáneos. Así que sin querer violar la intimidad de los tucu tucu del río Negro, veamos qué saben nuestros investigadores sobre su vida social.

Ivanna Tomasco. Foto: Federico Gutiérrez

Ivanna Tomasco. Foto: Federico Gutiérrez

Un animal fuera de serie

En el Departamento de Ecología y Evolución de Facultad de Ciencias me espera Ivanna Tomasco, primera autora del artículo y científica apasionada por los tucu tucu. Uno podría preguntarse cuál es la importancia de estudiar el comportamiento social de un animal como este, pero como una brisa fuerte en una tarde de verano aleja la tormenta, Tomasco empieza a enumerar razones que hacen evidente que saber más de ellos es también una forma de saber de nosotros y del mundo que nos rodea.

“Los tucu tucu son muy interesantes desde el punto de vista evolutivo. Tienen características muy llamativas, tienen una variación cromosómica importantísima, sus muchísimas especies se formaron en muy poco tiempo”, afirma. También señala que han tenido adaptaciones para tolerar el ambiente subterráneo en el que viven, con poco oxígeno y exceso de dióxido de carbono, y se han adaptado a vivir en casi toda Sudamérica. “Están a nivel del mar, en la altura, en lugares muy húmedos así como en lugares muy secos. Todas esas cosas para los biólogos evolutivos son muy interesantes. Y una de esas cosas interesantes es la sociabilidad”, resume la investigadora llevándonos al tema del encuentro.

Tras la descripción de C. sociabilis, en 1985, se alejó la idea de que los tucu tucu eran animales solitarios, que vivían cada uno en su cueva y que eran muy agresivos unos con otros. “Desde que se describe esta especie como social, se pensaba que era la excepción. Pero Eileen Lacey, que es coautora de nuestro artículo, ya venía trabajando con la evolución de la sociabilidad y aventuró que si había tantas especies de tucu tucu, tendría que haber alguna otra especie social”. De hecho fue Lacey quien, en 1995 y gracias a la telemetría y más adelante ayudada con la genética, mostró que los C. sociabilis vivían en grupos de diferente tamaño formados por varias hembras y un macho y en los que las hembras comparten el cuidado de las crías.

De Río Negro y cooperativos

“Partiendo del enfoque de que hay una especie de gradiente social entre dos extremos, especies solitarias y agresivas con otros congéneres por un lado y los C. sociabilis, altamente sociables, en la otra punta, empezamos a trabajar en C. rionegrensis”, cuenta. Pero Tomasco y su equipo no partían de cero: “Bettina Tassino, mediante collares de telemetría, ya había observado en 2011 que había cierto solapamiento de individuos”.

Para esta investigación incluso hay que ir aún más atrás que 2011 y la investigación de Tassino. “En el año 1999 Enrique Lessa, responsable del Laboratorio de Evolución, como parte de su año sabático tuvo una estancia bastante larga en Río Negro, donde empezó a colectar tucu tucu. Se da cuenta entonces de que en la misma entrada de algunas cuevas, al colocar trampas, algunas veces caían dos o tres individuos y vio entones que no eran animales completamente solitarios. Eso se lo comentamos a Eileen y allí comienza esta línea de investigación”, afirma Tomasco.

Ya iremos a los resultados del análisis genético de parentesco. Pero el hecho de que ese artículo se publicara ahora no implica que no sigan trabando en el tema y que, la información preliminar, les vaya completando el panorama sobre cómo viven los tucu tucu del río Negro. Entre 2014 y 2017, Lacey, Tomasco y sus colegas realizaron nuevos estudios de telemetría colocando aproximadamente 15 collares por campaña. “Corroboramos que, a diferencia del C. sociabilis, que comparte el nido entre varios individuos, en los tucu tucu del río Negro, si bien cada individuo tiene su propio nido, estos están relativamente próximos y lo que comparten es el área de actividad”, adelanta Tomasco.

Gracias, El Tabaré

Las observaciones y muestreos de Enrique Lessa en 1999, así como el trabajo que Tomasco y sus colaboradores vienen realizando en C. rionegrensis, tuvieron lugar en la estancia El Tabaré.

“El Tabaré queda en Río Negro, como en una esquinita entre el río Negro y el río Uruguay. La verdad que les agradecemos mucho a los dueños actuales, la familia Battro, que nos ha abierto las puertas y hasta nos da alojamiento. Sin ellos, el trabajo que venimos realizando hubiera sido imposible”.

“Cuando uno pone una trampa en algún lugar, en general va el que tiene el nido más próximo y que tiene un área de actividad cercana”, explica la bióloga. Acá vale aclarar que a los tucu tucu no les gusta que circule mucha corriente por sus galerías subterráneas. Por ello, la mayor parte del tiempo las salidas están tapadas con arena. De hecho, así es como se capturan para investigar: se abre la boca, se coloca una trampa, y el tucu tucu que va hasta allí para solucionar el problema pasa a aportar datos para la ciencia. “Ese individuo queda atrapado y entonces otro individuo que está cerca se da cuenta de que ese lugar está abierto y va también a taparlo, por eso es que caían varios”, explica.

Entonces sí podemos decir que hay una especie de cooperación en el sistema de ventilación de sus galerías. Es como si uno, al ver que el vecino dejó la puerta abierta de su casa, se acerque a cerrarla. Tomasco corrige la comparación: “Más que la casa del vecino, es como que las galerías forman una casa en la que cada uno tiene su dormitorio. Entonces cada uno colabora en el mantenimiento de esa casa”, aventura, y se apena de que todavía no han podido corroborar esto viendo cómo es el sistema de galerías. “Entendemos que es un sistema en el que todos los túneles están conectados, formando una gran galería en la que ellos comparten el área de actividad. Allí tienen un área de uso más exclusivo, que está más cerca de su nido, que sería su dormitorio”.

Sin poder ver cómo son las galerías –aún–, sí fueron realizadas en el campo pruebas de tolerancia. “Prensamos que si los C. rionegrensis comparten sus cuevas, entonces tienen que ser más tolerantes entre ellos que los individuos de tucu tucu solitarios, que son sumamente agresivos y no toleran estar con otros”, razona Tomasco. Para ello hicieron experimentos con un protocolo estandarizado para poder comparar los resultados con los de otras especies. “Los ponemos en una caja amplia que está dividida en dos. Dejamos que uno se acomode en un rincón, que deje su olor. Después dejamos a otro en otro rincón. Y luego los colocamos a ambos al mismos tiempo y sacamos la división que tiene la caja”, cuenta. Los comportamientos son filmados para luego ser analizados. “Medimos para ver si se enfrentan o no”.

“Lo que notamos es que, al igual que los C. sociabilis, los C. rionegrensis tienen una tolerancia mucho mayor a los congéneres que otros tucu tucu. Por ejemplo, los C. pearsoni son bastante agresivos entre ellos. Los C. rionegrensis no sólo se toleran, sino que en muchos casos incluso terminaron durmiendo juntos, uno sobre otro”, dice Tomasco y es imposible no enternecerse con la imagen.

“Son animales que están acostumbrados a compartir el espacio con otros”, dice la investigadora. Es entonces que el tema del parentesco, motivo del artículo publicado, adquiere gran importancia: no es lo mismo que se toleren porque son parientes a que toleren a individuos que no comparten sus genes. En las pruebas de tolerancia Tomasco y sus colegas trabajaron con animales alejados geográficamente por unos kilómetros. Aún así se toleraban. Pero veamos qué dicen los tests de paternidad de los tucu tucu del río Negro que en 1999 Enrique Lessa capturó en grupos en trampas colocadas en distintas madrigueras.

Ivanna Tomasco recolectando tucu tucu en Argentina. Foto: Tatiana Sánchez

Ivanna Tomasco recolectando tucu tucu en Argentina. Foto: Tatiana Sánchez

Test de paternidad tucu tucu

“Los análisis genéticos del parentesco pueden generar ideas importantes sobre la estructura social, particularmente para especies para las cuales las observaciones directas de las relaciones sociales son un desafío”, dicen los investigadores en su artículo, y nada mejor que recurrir a esta técnica de secuenciar el ADN y amplificar mediante PCR regiones variables, llamadas microsatélites, que con estos traviesos que casi nunca salen a la superficie.

“Es con esas regiones, los microsatélites, que se hacen también los tests de paternidad en humanos”, explica Tomasco. “Lo que buscábamos saber era si aquellos individuos que caían en las mismas trampas y compartían las cuevas eran o no parientes. Lo que vimos es que no, que es todo lo contrario, por lo general los individuos que comparten las cuevas son genéticamente bien diferentes, y la probabilidad de que sean parientes es muy baja”, comenta.

“En los pocos casos en los que se encontraba un macho, una hembra y dos o tres crías en un mismo lugar pudimos corroborar que el macho no era el padre de esas crías y la hembra también fue descartada como la madre de algunas de esas crías”, dice Tomasco, y señala que eso “nos muestra que los individuos que están ahí, compartiendo las cuevas, no tienen un parentesco directo, a lo sumo los que encontramos son primos o primos lejanos, lo que no es un grado de parentesco muy alto como para mantener un grupo cohesionado fuerte. Lo que aún no sabemos es el porqué de esto”.

Tucu tucu del Río Negro tapando la boca de su madriguera.

Tucu tucu del Río Negro tapando la boca de su madriguera.

Foto: Leo Lagos

¿Por qué somos sociales?

“En los C. sociabilis u otras especies que tienen una sociabilidad alta y donde se observan altos grados de parentesco, una de las teorías propone que la sociabilidad se da porque a los individuos les conviene ayudarse. De cierta manera, todos se cuidan porque todos comparten los mismos genes”, dice Tomasco, que señala que esa es la explicación que subyacen en el fondo del altruismo y el nepotismo. “Al favorecer a los parientes cada uno está favoreciendo, de forma indirecta, que se seleccionen sus propios genes”, agrega, y aclara que es obvio que no se trata de un proceso consciente: “No es que los tucu tucu estén pensando en que con su conducta hacia los parientes promueven la propagación de sus genes”.

Pero ese no sería el caso de los tucu tucu del río Negro, en los que Tomasco y sus colegas observaron que hay poco grado de parentesco entre quienes comparten las cuevas subterráneas. “En este caso observamos una población que puede llegar a tener una densidad muy alta, por lo que es interesante que se hayan seleccionado las características genéticas que les permitan a los individuos ser más tolerantes entre ellos, ya que no tiene sentido que gasten energía en peleas y en disputas o estresarse porque siempre va a haber un congénere uno cerca”.

Y como en ciencia las preguntas importan mucho más que las respuestas, Tomasco dispara: “Ahora nos estamos preguntando cómo se da la evolución de la sociabilidad en este grupo, qué condiciones ecológicas o genéticas empujan a que algunas especies se tornen sociales, qué hace que donde vive C. sociabilis haya una especie social y en el sur de nuestro país, donde habita C. pearsoni, haya tucu tucu solitarios”.

Tomasco aún no tiene respuestas, pero la insto a que aventure cuál es la hipótesis en la que trabajan. “En el caso de C. rionegrensis lo que vemos es que viven en un ambiente muy rico en recursos que soporta una densidad poblacional muy alta. El tema es por qué no se forman grupos más sociales todavía, por qué si bien comparten el área de actividad, no son como C. sociabilis que forman un nido en el que las hembras comparten el cuidado de todas las crías”.

Y allí vuelve, otra vez, el tema del parentesco. “En el caso de C. sociabilis y de otras especies que son bastante sociales, lo que uno puede observar es que los individuos que comparten el nido están emparentados. Las que forman el nido son madres, con hijas, primas”. En los tucu tucu del río Negro encontraron que la tasa de recambio de la población es muy alta. “En los muestreos vemos que hay un conjunto de individuos que no llega a estar un año en el lugar, que por algún motivo se van o mueren”, dice, y agrega: “Los tucu tucu del río Negro se toleran más entre ellos, pero como la tasa de recambio es muy alta, no llegan nunca a estar muy cerca de otros parientes como para formar grupos sociales muy estrechos”.

“Esa es nuestra hipótesis ahora, tenemos que evaluar la tasa de recambio poblacional, ver qué tan alta es e identificar si se debe al movimiento de individuos, que de alguna manera llegan y se van, o si sufren una predación tan alta que hace que si bien nacen muchos parientes, los que van quedando no están tan emparentados”, adelanta Tomasco sobre los próximos pasos, aunque confiesa que por experiencia en el campo todo apunta a una alta tasa de predación.

Entre los predadores de los tucu tucu están las lechuzas, los zorros, los gatos monteses y, lamentablemente, también los gatos domésticos. También pueden comerlos algunos lagartos y ofidios.

Ctenomys rionegrensis en la Facultad de Ciencias. Foto: Leo Lagos

Ctenomys rionegrensis en la Facultad de Ciencias. Foto: Leo Lagos

Aprender de los que nos rodean

Evolutivamente hay una enseñanza, le digo. Si el medio es lo suficientemente rico para que todos tengamos lo que necesitamos, no hay por qué andar siendo agresivos con los otros. Aquellos animales bravucones que, en un ambiente próspero, anduvieron gastando energía combatiendo a otros, podrían haberse reproducido menos o con menor éxito que aquellos más relajados y tolerantes que guardaban todas las energías para tener sexo. Es como si hubiera tucu tucu que se pasan haciendo pesas en el gimnasio para quedar todos hinchados y así soñar con impresionar a sus parejas sexuales, mientras otros, más pachorros, en lugar de ir al gimnasio simplemente tienen sexo. A lo largo de las generaciones, los genes fisicoculturistas serían una minoría.

Tomasco concuerda, pero hace una observación valiosa: “No hay que tomar eso de una manera determinista. No porque haya muchos recursos se seleccionará aquella variante que sea más tolerante y que permita que se formen grupos. En otras condiciones la sociabilidad puede surgir por otras características, o puede haber un ambiente muy rico que soporte una densidad muy alta de población y que los individuos sigan siendo solitarios, seleccionándose otras estrategias”. Agrega que “la idea es evaluar muchos casos y situaciones intermedias como para después poder sacar alguna conclusión general. Poder decir que, por ejemplo, los grupos de tucu tucu más tolerantes surgen en algunas condiciones y no en otras, o que es algo muy variable”.

¿Y por qué estudiar eso? ¿Por qué observar qué pasa con estos mamíferos que viven enterrados, dándonos la espalda? Tomasco, como muchos biólogos y etólogos, no lo duda: “Eso nos puede ayudar a conocernos a nosotros. Los humanos somos una especie social, por lo que es interesante estudiar cuáles podrían haber sido las condiciones que hayan hecho que algunas características nuestras se hayan seleccionado”.

En línea con lo que fue su tesis de doctorado, en la que indagó cómo se seleccionaron los genes que permitieron a los tucu tucu vivir en condiciones de hipoxia y alto contenido de dióxido de carbono, a Lacey y a Tomasco les gustaría estudiar también qué genes están involucrados en este comportamiento más tolerante hacia los congéneres. “Eileen ha estado comparando C. sociabilis con otras especies más solitarias y está llegando a identificar algunas mutaciones en genes que tiene que ver con cuestiones hormonales que también se han visto en otras especies que son sociales”, adelanta Tomasco. “De a poquito vamos a ir armando el puzle. Lo importante es que tenemos un montón de preguntas para responder”. Aquí estaremos, deseosos de escuchar las respuestas o las nuevas preguntas que surjan en el camino.

Artículo: “Genetic analyses suggest burrow sharing by Río Negro tuco-tucos (Ctenomys rionegrensis)”.
Publicación: Mastozoología Neotropical (2019)
Autores: Ivanna Tomasco, Lucía Sánchez, Enrique Lessa, Eileen Lacey

Una especie de tucu tucu que dejaría de estar en nuestro país

En nuestro país viven hoy tres especies de tucu tucu: Ctenomys rionegrensis (confinado a una pequeña región de Río Negro), Ctenomys pearsoni (que habita en la costa y sur del río Negro y que es un tucu tucu solitario agresivo con sus congéneres salvo en la época de apareamiento) y Ctenomys torquatus (que se encuentra al norte del Río Negro y en Treinta y Tres).

Sin embargo, en breve una de estas especies podría desaparecer, no sólo de nuestro país, sino de la faz de la tierra. Y no se debe a una extinción, sino a un clásico lío de taxonomía, es decir, de cómo se catalogan y nombran a las especies.

“Hay una cuestión que tenemos que resolver y creo que estamos cerca. La primer especie del género de los tucu tucu que se describió fue Ctenomys brasiliensis. El ejemplar tipo está depositado en el Museo de Historia Natural de París. Su vaucher dice que fue recolectado en 1828 en la región de Las Minas, en Brasil. Siempre se pensó que hacía referencia a la región de Minas Gerais, pero en 2012 un grupo de brasileños publica que en esa zona no habría tucu tucu. Hacen una comparación del cráneo depositado en el Museo de París con el de otras especies de la región y lo que les da es que este C. brasiliensis se parece a C. torquatus o a C. pearsoni”.

Los investigadores brasileños afirman que necesitan más datos para determinar de cuál de estas dos especies de tucu tucu sería el cráneo del museo de París. Si eso fuera así, se trataría de un caso de sinonimia, es decir, C. brasiliensis sería un nombre sinónimo o bien de C. torquatus o a C. pearsoni. Y en este caso, se establece que el nombre más antiguo es que la ciencia debe adoptar. Por tanto, uno de los tucu tucu de nuestro país tiene los días contados: tarde o temprano C. torquatus o a C. pearsoni pasará a ser C. brasiliensis.

“Ellos proponen es que cuando Henri Blainville recolectó el ejemplar, en 1828, no estaba claro si nuestro territorio pertenecía a Brasil o era un territorio independiente. A Blainville le dijeron que estaba en Brasil, por lo que el puso en la etiqueta del animal ‘Brasil, región de Las Minas’. Sostienen que es probable que en realidad fuera la región de Minas, en Uruguay, o sea en Lavalleja. Nosotros colectamos animales de ese lugar y tenemos certeza de que pertenecen a la especie C. pearsoni, de eso no tenemos dudas. Los que nos queda hacer es conseguir alguna muestra de piel o hueso del holotipo del museo de París, hacer el análisis molecular y corroborar así si a nivel genético es realmente C. pearsoni o no”.

De ser así, C. pearsoni dejaría de ser usado, ya que fue descrito en 1970 por Enrique Lessa y Langguth, y nuestro país pasaría a ser habitado por C. rionegrensis, C. torquatus y, por paradójico que sea, un tucu tucu que remite a Brasil (C. brasiliensis) pero que en realidad fue colectado cerca de Minas, Lavalleja.

Esto a Tomasco no le preocupa, al contrario: “Es todo un orgullo para Uruguay ser el país que tiene la especie tipo del primer tucu tucu, la especie con la que se describió el género. Es un animal emblemático de Sudamérica”.

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