Para hablar con Germán Botto no hizo falta alcohol en gel, barbijo ni ninguna otra medida sanitaria. Esta pandemia de covid-19 lo encontró haciendo su doctorado en la Universidad Estatal de Montana, en Bozeman, Estados Unidos. Así que, Skype mediante, conversamos sin tapaboca sobre el origen de este nuevo coronavirus, sobre por qué saltó de murciélagos a humanos, y la pregunta de si el distanciamiento social es el camino adecuado para enfrentar a este virus tan contagioso.

Una previa sobre el origen del SARS-CoV-2

Antes de entablar contacto con Botto, repasemos lo que se sabe del origen del SARS-CoV-2. Si bien en las redes circularon rumores que sostenían que se trataba de un virus creado por seres humanos o que podría haberse escapado de un laboratorio –justamente en la ciudad de Wuhan hay un gran Instituto de Virología–, el trabajo de virólogos de varios países ha permitido desechar ambas hipótesis.

Al respecto, fue publicado un artículo en la revista Nature Medicine, titulado “The proximal origin of SARS-CoV-2”, cuyos autores concluyen que los análisis realizados “muestran claramente que el SARS-CoV-2 no es una construcción de laboratorio o un virus manipulado a propósito”. Si no es un virus creado –los investigadores explicaron muy bien que el SARS-CoV-2 tiene características propias que implican que no se unieron partes de códigos genéticos de virus existentes– y si tampoco se trata de un virus que escapó de un laboratorio –también explicaron que presenta mutaciones que no podrían haberse producido en cultivos de laboratorio–, todo apunta hacia lo que sostenía la mayoría de la comunidad científica: se trata de un virus natural que produjo una zoonosis, es decir, que saltó de un animal al ser humano.

En Uruguay, el virólogo Juan Cristina y su equipo realizaron un estudio para calcular cuál es el ancestro común del SARS-Cov-2. “Nos dio que el ancestro de todos estos virus arranca el 1° de noviembre en China”, decía Cristina al ser consultado para el podcast Mezcla en cuarentena. También contaba que un trabajo publicado, de otro grupo de colegas, arrojó que el inicio se remontaba al 9 de noviembre en China. En ambos casos, se trataba de un virus natural.

A la hora de buscar de dónde vendría el SARS-CoV-2, todas las miradas apuntaron hacia los murciélagos, mamíferos que se sabe que son un reservorio de distintos coronavirus. De hecho, el que ahora se conoce como SARS-CoV-1, el síndrome respiratorio agudo grave –eso es lo que significa SARS– que irrumpió en 2002, se originó en los murciélagos y saltó a los humanos tras pasar antes por las civetas, un mamífero carnívoro. También el MERS-CoV, el síndrome respiratorio de Oriente Medio, que emergió en 2012, se originó en los murciélagos y pasó a los humanos tras hospedarse antes en los dromedarios. Como ven, los murciélagos serían los mamíferos acopiadores de coronavirus que podrían pasar a enfermarnos (las aves también tienen coronavirus, pero como no están tan emparentadas con nosotros como los demás mamíferos, sus coronavirus no nos afectan, como decía la nota de Ruben Pérez publicada en la diaria.

En el caso del nuevo coronavirus, aún no está claro cuál fue el animal intermediario entre los murciélagos y nosotros. Al principio un grupo de investigadores habían apuntado a dos especies de serpientes que son ingeridas en China y otros países de Asia, pero eso fue descartado en investigaciones posteriores. Un trabajo publicado sin revisión de pares en febrero de 2020 en bioRxiv encontró que había muchas similitudes entre el SARS-CoV-2 y coronavirus aislados en pangolines, mamíferos que vendrían a ser una mezcla de las mulitas y los osos hormigueros de nuestra fauna (comen hormigas, tienen el hocico alargado y están cubiertos de escamas duras que forman una coraza). En China estos simpáticos animales se trafican de forma ilegal para el consumo de su carne (en eso también se parecen a nuestras mulitas: si bien está prohibida su caza, hay quienes las venden y quienes las consumen) y todo parecía encajar.

Pero la ciencia necesita pruebas. Luego se supo que el parecido entre el material genético de los coronavirus de los pangolines y el que causa el covid-19 se había establecido en base a partes pequeñas del genoma. Un nuevo trabajo indicó que el nuevo coronavirus se parecía más al de los murciélagos que al hallado en pangolines. Para muchos el pangolín había sido declarado inocente –así se pensaba cuando hablamos con Botto– hasta que el 26 de marzo se publicó un artículo que volvió a ponerlo en la mira. Titulado “Identifying SARS-CoV-2 related coronaviruses in Malayan pangolins”, el trabajo publicado como borrador en Nature –al menos fue revisado por pares– sostiene: “Aunque los murciélagos son probablemente huéspedes del reservorio del SARS-CoV-2, se desconoce la identidad de cualquier huésped intermedio que pueda haber facilitado la transferencia a los humanos”. El artículo, escrito por Tommy Lam y colegas, da cuenta de “la identificación de coronavirus relacionados con el SARS-CoV-2 en pangolines de Malasia (Manis javanica) incautados en operaciones contra el contrabando en el sur de China”.

Para ser más concretos, afirman que “la secuencia metagenómica identificó coronavirus asociados a pangolín que pertenecen a dos sublíneas de coronavirus relacionados con SARS-CoV-2, incluido uno que exhibe una fuerte similitud con SARS-CoV-2 en el dominio de unión al receptor. El descubrimiento de múltiples linajes de coronavirus en el pangolín y su similitud con el SARS-CoV-2 sugiere que los pangolines deben considerarse posibles huéspedes en la aparición de nuevos coronavirus y deben eliminarse de los mercados para evitar la transmisión zoonótica”. Uno de los autores del trabajo, Edward Holmes, declaró: “El papel que juegan los pangolines en la aparición del SARS-CoV-2 aún no está claro; sin embargo, es sorprendente que los virus de pangolín contengan algunas regiones genómicas que están muy relacionadas con el virus humano”. Si los pangolines pensaban que estaban absueltos, la ciencia los vuelve a poner en el banquillo de los emplazados a la espera de más diligencias.

Luego de este breve panorama y actualización sobre lo que sabemos –y lo que no–, ya estamos prontos para recibir por Skype a Germán Botto, que es licenciado en Biología Humana, perfil Epidemiología, de la Universidad de la República, docente de Métodos Cuantitativos en la Facultad de Medicina y está haciendo su doctorado en Inmunología y Enfermedades Infecciosas en el Departamento de Microbiología e Inmunología de la Montana State University, en la ciudad de Bozeman.

Animales estresados, virus potenciados

Germán Botto en una salida de campo. Foto: Paula Hernández

Germán Botto en una salida de campo. Foto: Paula Hernández

Foto: Paula Hernández

Cuando le pregunto a Botto cómo podría haberse producido este salto de los murciélagos a los seres humanos responde que puede haber varias formas. Por un lado, señala que podría pasar lo mismo que se vio en 2003 con el brote del SARS: “animales que son llevados a un mercado donde se comercializan vivos y dónde están en contacto con otro montón de animales. En el caso del SARS hubo un contacto entre murciélagos y civetas que estaban a la venta en el mismo lugar, y de ahí el virus habría saltado al ser humano. Ese tipo de cosas perfectamente pueden pasar”.

A propósito, Botto señala que este tráfico de animales, que son llevados vivos a mercados tiene un riesgo adicional. “Hay trabajos que sugieren que desde que uno saca al animal de su hábitat hasta que lo comercializa en el mercado la excreción viral, o sea la liberación de virus por el animal, va en aumento”, sostiene. Botto explica que eso se debe a que “cuanto más estresado y en peor condición fisiológica está el animal, es menos capaz de controlar las infecciones y, por lo tanto, más virus excreta”. Entonces entra a la cancha un jugador implacable: la lógica. “Si te encontrás con ese murciélago en el medio de la selva, la probabilidad de que te transmita algo es baja. Ahora, si lo metés en una jaula y lo llevás en la caja de una camioneta 200 kilómetros hasta otro lugar, ahí aumenta un poco la probabilidad de que transmita algo. Luego lo tenés unos días más en el mercado a la venta, y entonces va aumentando la probabilidad máxima de estar en contacto, en parte porque estás muy cerca del bicho y porque puede estar creando virus, pero en parte porque esa situación lo está estresando, le estás disminuyendo la ingesta de alimentos, y entonces está en una situación de estrés fisiológico muy importante en la que es cada vez menos capaz de controlar el virus”, razona Botto, que además adelanta que en breve se publicará un artículo científico que mide cómo aumenta la excreción viral en animales silvestres desde que son capturados hasta que terminan en mercados, aunque aclara que no trata sobre murciélagos.

Pero esa es sólo una de las formas en las que el virus podría saltar de murciélagos a humanos. “La otra es simplemente por penetrar en ambientes naturales donde vas a estar en contacto con animales con los que originalmente no tenías relación”, esgrime Botto. Explica que eso es lo que sucedería al entrar a una cueva llena de murciélagos. “Eso pasó, por ejemplo, con el virus marburgo en África. En los 80 un grupo de turistas entraron en una cueva donde había una especie portadora del virus. Al estar exactamente debajo de la colonia, estás completamente expuesto a que si un bicho está excretando virus, te lo excrete encima. Literalmente”.

Murciélagos acorralados

Hay muchas especies de murciélagos (en el mundo hay unas 1.300 especies, de las cuales se han registrado 23 en Uruguay) y la mayoría de ellas no nos contagian sus virus. Dado que Botto es experto en murciélagos y ha pasado tiempo estudiando cómo un virus como el de la rabia se propaga en ellos, le pregunto si el hecho de que este nuevo coronavirus surgiera ahora se debe a que los humanos hemos avanzado sobre el hábitat de los murciélagos o si estos animales ya estaban en las ciudades y, por lo tanto, lo que hoy vemos era algo que inevitablemente iba a pasar.

Botto piensa la respuesta del otro lado de la pantalla. “Te diría que es una combinación de ambas”, dice. “Vamos penetrando cada vez más en los ambientes que los murciélagos usan, ellos se adaptan un poco a nuestra intervención en los ambientes, y eso aumenta el contacto que tenemos con ellos. Entonces aumenta la probabilidad de que en algún momento se dé un salto de un virus. Seguramente el evento puntual de transmisión es un evento fortuito, pero es mucho más probable que suceda ahora que hace 30 años”, amplía. Pero enseguida aclara: “Eso no quiere decir que cualquier murciélago viviendo en la ciudad, digamos en la cortina de enrollar de una casa o en un galpón, sea un animal que presenta un riesgo alto”. Lo que dice Botto lo confirman las declaraciones de Ana Rodales, colega del Programa para la Conservación de los Murciélagos de Uruguay, quien en una entrevista anterior nos decía que se estima que“apenas uno de cada 1.000 murciélagos porta la rabia, eso es 0,1% de la población de las diez especies de murciélagos que viven en Montevideo”.

Botto, desde Montana, va un poco más allá: “En el caso de Uruguay, los murciélagos que están viviendo en ciudades son animales que están habituados a vivir en ciudades desde hace mucho tiempo; no se trata de un proceso de adaptación reciente, entonces es menos probable que haya un cambio reciente allí”. Ese escenario difiere de lo que sucede en otras partes: “Cuando vas a lugares en donde estamos activamente talando los bosques nativos o las selvas, en donde hay un proceso de penetración fuerte, que requiere una adaptación brusca de los animales, que probablemente también involucre una cuota importante de estrés en toda la población, eso hace que sea más fácil que se transmitan virus”. Lo que dice Botto es algo que en el fondo ya nos temíamos: la culpa de esta pandemia no es ni de los pangolines ni de los murciélagos.

“Un ejemplo interesante es el virus Hendra, que surge por primera vez en los años 90 en Australia. Fue transmitido de murciélagos –en este caso de zorros voladores– a caballos, y de caballos a humanos. La hipótesis actual sobre por qué pasó eso apunta a un cambio en los patrones migratorios de estos zorros voladores”, detalla Botto. Cuenta que los zorros voladores en invierno, que es cuando tienen mayores limitaciones para conseguir alimento, dependen de especies de eucaliptos que florecen de una forma aleatoria difícil de predecir. “Florecen cada siete u ocho años, y todas las especies lo hacen en momentos distintos. Cuando un parche de esos eucaliptos florece, los zorros voladores van hacia allí para alimentarse del néctar”, dice el investigador. Así funcionaban las cosas, pero el avance de los australianos sobre la naturaleza implicó una pérdida importante de esos parches de eucaliptos nativos (lo que para nosotros puede sonar paradójico, porque aquí es justamente el avance de los eucaliptos australianos usados para la forestación una de las amenazas a nuestros ecosistemas nativos).

“Esa eliminación de parches hace que a estos murciélagos les resulte difícil seguir alimentándose de los eucaliptos, entonces se mudan a ciudades en donde tienen acceso, por ejemplo, a árboles frutales”, explica Botto. Los frutales tienen un menor valor energético para los murciélagos, pero son un alimento más accesible y predecible. “Mi tutora, que trabaja en este tema, pone siempre el ejemplo entre elegir una comida de buena calidad pero que es difícil de conseguir y está disponible en forma aleatoria o tener un McDonaldʼs en la esquina de tu casa. Si tenés un McDonaldʼs en la equina, tenés comida segura, aunque probablemente no sea de muy buena calidad”, ejemplifica. “Los zorros voladores al alimentarse de esos frutales están en peores condiciones energéticas y son más propensos a tener mayores cargas virales y a excretar más virus. Pero además, están excretando virus donde están los caballos y donde está la gente. De la otra forma, con los parches de eucaliptos, incluso si excretaban virus, lo hacían en lugares aislados”, redondea, en lo que sería casi una parábola en la que bucear hoy por lecciones a aprender.

“Es en esos lugares en que hay cambios bruscos y repentinos, en que los animales tienen que adaptarse y sufren el estrés de esa adaptación, donde tenemos más chance de que se produzcan los saltos de especie”, dice con claridad Botto. “Creo que los murciélagos que viven en las ciudades en Uruguay representan mucho menos riesgo que si estuvieran en un lugar en el que el ser humano está activamente modificando el ambiente”, señala. No obstante, hace una advertencia que merece atención: “Ahora, si salimos a matar a todo murciélago que veamos en la ciudad, sí vamos a generar ese estrés y ese cambio en las dinámicas poblacionales que termina disparando estos cambios”. Así que, lectora, lector, no se alarme con el origen de este coronavirus y deje a los murciélagos tranquilos, que la paz de los murciélagos es también la nuestra.

Los murciélagos ya son animales demasiado estigmatizados. Hay quienes les tienen un temor exagerado y otros a los que no les caen nada simpáticos. Que el SARS-Cov-2 provenga de ellos, tal vez pasando antes por otro mamífero, no contribuye a mejorar su mala prensa y no es una buena noticia para quien trabaja en su conservación. “En realidad, la peor noticia es el manejo que se ha hecho de esa información”, dispara Botto. “No está probado aún, pero asumamos que esto surgió de un murciélago. La cantidad de casos que le podemos atribuir a ese murciélago es probablemente uno, dos o tres casos, no creo que más, y probablemente sea sólo uno. El resto de los varios cientos de miles de casos es atribuible a humanos”.

Botto quiere ser preciso, porque para él, el asunto no se ha mencionado mucho. “Los murciélagos podrían haber sido la fuente del primer caso, pero no de la epidemia. La pandemia se genera por transmisión humana. Sí hay un salto original y ese es el que podríamos ver cómo manejar, pero después la transmisión es humana, y en este momento ya es un virus claramente humano”. Tan humano es que muchos apuntan que el nuevo coronavirus llegó para quedarse: “Si bien tiene un origen zoonótico, hay virólogos que plantean que es probable que esto se atenúe y vuelva todas las temporadas como pasa con la gripe estacional”, afirma.

Hacinados

Pangolín (Manis javanica) en Singapur. Foto: Tekko Koh (Inaturalist)

Pangolín (Manis javanica) en Singapur. Foto: Tekko Koh (Inaturalist)

Foto: Tekko Koh (Inaturalist)

Botto estudió el brote de rabia en vampiros que tuvo lugar en Rivera en 2007. Conversando sobre aquel trabajo planteaba la hipótesis de que la pérdida de hábitat de los vampiros debido a la forestación había producido un hacinamiento de estos animales en los pocos lugares donde podían alimentarse, y esto habría propiciado que el virus pasara de una colonia de vampiros a otra. Uno no puede dejar de pensar que, de la forma en que estamos viviendo, ese único caso hipotético de coronavirus transmitido de un murciélago a una persona –haya pasado por un animal intermedio o no– se convierte en una pandemia porque estamos uno al lado del otro.

“No sólo estamos juntos, sino que también estamos extremadamente conectados”, reflexiona Botto. “Esto mismo, si hubiera ocurrido en otro momento, quizás habría tenido una tasa de transmisión más baja o más lenta, por lo menos para saltar de un continente a otro. Acá, en dos meses el brote estaba cubriendo prácticamente todo el planeta, entonces hay un efecto de la conectividad y un efecto de la agregación que tenemos en la forma de vivir que favorece la transmisión”, afirma.

Dado que ha estudiado cómo un virus se propaga en una población, y dado el rol que juega la conectividad en ello, le pregunto si las medidas de aislamiento adoptadas son adecuadas para evitar la propagación. “Creo que reducir el contacto y las aglomeraciones de personas es la mejor medida que tenemos en este momento”, afirma Botto. “Porque una de las principales amenazas que supone este virus no es tanto a nivel individual sino a nivel poblacional. El escenario que nos preocupa más en este momento es que acumulemos todos los casos en un período corto de tiempo”, agrega.

Hay quienes sostienen que hay enfermedades respiratorias que causan más muertes que la covid-19 y, muchas veces con honestidad, se preguntan si estas medidas de distanciamiento, que paralizan la actividad económica y generan numerosos problemas sociales, no son demasiado. Pero el SARS-CoV-2 no es como las enfermedades con las que se lo está comparando, por tanto, las medidas a adoptar tampoco deberían serlo. “La explicación no viene por la tasa de mortalidad, sino por el número de pacientes graves que puede generar en un tiempo corto y la disrupción que eso puede causar en los servicios de salud”, sostiene.

De no tomarse medidas para evitar la propagación, “el porcentaje de pacientes graves es suficiente como para hacer colapsar los servicios de atención de salud”, afirma Botto. “Eso te lleva a una situación en la cual tenés que decidir qué hacer si tenés tres pacientes y un solo respirador. Probablemente vas a generar una mortalidad asociada no directamente a la mortalidad del virus sino a la falta de atención por ese colapso del sistema. Eso es algo que la gripe estacional no te da y que no dieron el H1N1, el SARS ni otras otras infecciones”.

Artículo: “The proximal origin of SARS-CoV-2”.
Publicación: Nature Medicine (correspondencia, 17 de marzo, 2020).
Autores: Kristian Andersen, Andrew Rambaut, Ian Lipkin, Edward Holmes , Robert Garry.

Artículo: “Identifying SARS-CoV-2 related coronaviruses in Malayan pangolins”.
Publicación: Nature (26 de marzo de 2020).
Autores: Tommy Tsan-Yuk Lam, Marcus Ho-Hin Shum, Hua-Chen Zhu, Yi-Gang Tong, Xue-Bing Ni, Yun-Shi Liao, Wei Wei, William Yiu-Man Cheung, Wen-Juan Li, Lian-Feng Li, Gabriel Leung, Edward Holmes, Yan-Ling Hu, Yi Guan.

Por más sobre murciélagos y virus: