Previa 1 (el mundo)

Las emergencias han acelerado, muchas veces, los tiempos de la investigación y de la innovación. Poco después de la invasión de Adolf Hitler a Checoslovaquia, en 1939, una extraordinaria confluencia de físicos europeos emigrados a Estados Unidos discutía los muy recientes experimentos que mostraban la posibilidad de desencadenar energía nuclear. Algunos lo creían y temían que Hitler tomara la delantera; otros, entre ellos quizá el más prestigioso, Niels Bohr, eran escépticos, por la enorme complejidad del asunto. Según recoge el libro The Making of the Atomic Bomb, de Richard Rodes, Bohr dijo que nunca se lograría desarrollar una bomba, “a menos que se transformara todo Estados Unidos en una gran fábrica”. Y eso es exactamente lo que ocurrió.

En 1941, un par de investigadores ingleses que habían retomado en 1939 el abandonado trabajo de Alexander Fleming sobre la penicilina de una década antes, viajaron a Estados Unidos para tratar de convencer a las grandes empresas farmacéuticas de involucrarse en la compleja cuestión de producir penicilina en volúmenes aptos para su uso clínico. Se encontraron con un marcado escepticismo, pues no se sabía cómo hacerlo y se sospechaba que la investigación iba a ser larga y costosa. Después del ingreso de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, las cosas cambiaron y obtener penicilina en forma masiva se convirtió en prioridad. Para el Día D, en 1944, había penicilina para atender a decenas de miles de soldados. Como señala Steven Klepper en su obra Experimental Capitalism, la hazaña se logró a partir de la colaboración de “centenares de bioquímicos, químicos, bacteriólogos, ingenieros químicos, biólogos, micólogos, médicos, toxicólogos, patólogos (por sólo nombrar algunas disciplinas)... Sólo una organización con la autoridad y los recursos de un gobierno pudo hacer de la producción de penicilina en tiempos de guerra una realidad”.

Estos ejemplos ilustran una cuestión bien sabida, válida hoy como ayer: en la mayoría de los casos la parte del león de la inversión en I+D –investigación y desarrollo– (experimental) se la lleva la D, es decir, la utilización de nuevo conocimiento para lograr un objetivo buscado por algún actor social. El “después” de la investigación e innovación asociadas a aquellas emergencias es conocido: la industria nuclear y la industria de los antibióticos. Ambas industrias han motorizado de forma permanente nuevas olas de investigación e innovación.

Previa 2 (Uruguay)

Uruguay vivió situaciones de urgencia que implicaron que debiera recurrir a sus propias capacidades para afrontarlas. Tal como lo estudia Andrea Waiter, el proyecto de construcción de la primera represa hidroeléctrica de Uruguay, confiada enteramente a diseño y maquinaria alemanes, se vio suspendido tras el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. La habilitación de la participación de ingeniería y competencias nacionales fue la que permitió que, a pesar del cambio radical de proveedores de maquinaria, la obra culminara en 1945.

A mediados de la década de 1970, Uruguay estaba muy mal comunicado con el mundo, encerrado entre el costo prohibitivo de la telefonía fija internacional y la escasez dramática de líneas de télex (no existía el fax ni internet). Antel procuró comprar, llave en mano, centrales télex que habilitaran más líneas; ingenieros de la empresa lograron que a las licitaciones se pudieran presentar empresas nacionales; estas, trabajando contra reloj con la espada de Damocles de que algunos de los contratos llave en mano prosperara, construyeron un sistema modular de centrales de pequeño porte que asombró por su calidad y potencia a los expertos internacionales que lo analizaron. El trabajo de revisión de este proceso, a cargo de Rodolfo Fariello, es digno de lectura.

El “después” en estos casos es bien diferente del de la Previa 1. El grupo técnico que se configuró alrededor de la construcción de la represa de Rincón del Bonete fue disuelto poco después de su culminación. Las capacidades tecnológicas acumuladas en la construcción de centrales télex fueron dejadas de lado en grandes obras públicas subsiguientes, contratadas llave en mano, como la digitalización de la telefonía fija o la información electrónica en el aeropuerto de Carrasco.

Intermezzo: sobre imaginarios

Algunos países reconocen la importancia de contar con capacidades propias de resolución de problemas y las fomentan, abriéndoles los espacios de aprendizaje imprescindibles para que crezcan (aunque sea posible comprar resultados ya prontos en otras partes, donde dichas capacidades están más avanzadas). Hay países cuyo comportamiento es el contrario: si se puede comprar algo ya hecho que aparentemente se adapta a lo que se requiere, es mejor hacerlo que recurrir a capacidades nacionales, aunque estas existan y hayan probado su solvencia. La mirada estratégica de largo plazo versus la mirada, autodenominada pragmática, de corto plazo; la confianza en las capacidades propias versus la desconfianza o el craso desconocimiento; el “lo de afuera es mejor”, casi por definición, que lo que podemos hacer acá.

Parte de la explicación de esta diferencia radica en los imaginarios científico-tecnológicos. En algunos casos estos reflejan expectativas positivas y visualizan apuestas ganadoras y avances seguros. En otros reflejan expectativas negativas: el “no se puede”, el “para qué si otros saben más”, el “no reinventemos la rueda”, el “hay que comprar prestigio”.

En suma, imaginarios científico-tecnológicos valorizantes en un caso y desvalorizantes en el otro. La importancia de estos imaginarios es que actúan como profecías autocumplidas. Cuando se cree y se apuesta, se puede alcanzar lo buscado y, si se logra, se está en mucho mejores condiciones para seguir creyendo, apostando y, eventualmente, logrando. Cuando no se cree y no se apuesta, aun las capacidades preexistentes se verán debilitadas por falta de oportunidades, dando a posteriori la razón a quienes no creyeron ni apostaron y haciendo más difícil salir del círculo vicioso del imaginario desvalorizante. En Uruguay ha prevalecido históricamente este último imaginario.

Tiempos de covid-19

Estamos inmersos en una emergencia inédita y dramática, de dimensión mundial. Enfrentarla requiere herramientas muy variadas. Test de diversos tipos, ayudas respiratorias, material de protección, formas eficientes de desinfección, obtención de una vacuna, opciones terapéuticas, si miramos la emergencia desde su perspectiva sanitaria. Acciones para paliar con urgencia a quienes quedaron sin medios de supervivencia, estrategias para enfrentar consecuencias graves del distanciamiento físico, apoyos a la solidaridad colectiva, si la miramos desde su perspectiva social.

Estos son tiempos mixtos. Por un lado, refiriéndonos solamente a los aspectos sanitarios, tenemos por un lado que la investigación planetaria se abre a cuantos más mejor, lo que permite, en Uruguay, que quienes investigan en ciencias, ingenierías, clínica, modelización, interactúen con colegas de todas partes del mundo, aprendan y mejoren lo que funciona y eviten caminos que probaron no tener salida. Por otro lado, como siempre y más que siempre, lo que se consigue en el mundo es demasiado caro y, ahora, ni siquiera se consigue. Frente a esto, Uruguay tuvo una respuesta extraordinaria, basada no sólo en sus capacidades de investigación, cultivadas sin descanso desde la vuelta a la democracia, sino en su abordaje de los problemas, que podríamos denominar frugal o “en condiciones de escasez”. Veamos un ejemplo.

“¿Es sorprendente que la investigación y la innovación nacional sean parte de la respuesta a una emergencia? No, no lo es. Lo que es nuevo es el reconocimiento público, la admisión abierta, la demanda intensa a la investigación nacional frente a la emergencia”.

Logros de docentes de la Facultad de Ciencias son caracterizados como sigue en un correo electrónico de la institución: “Se trata de un sistema de desinfección de ambientes, basado en la irradiación con luz ultravioleta, que fue construido en forma artesanal por Marcel Bentancor (con la ayuda del funcionario de facultad Luis Eduardo Casas), y publicado en la revista HardwareX. El sistema fue diseñado para disminuir la contaminación ambiental en cuartos de cultivo de plantas u otros organismos, pero recientemente la publicación despertó el interés de personal asociado al sistema sanitario en Estados Unidos, quienes contactaron a Marcel Bentancor para pedirle asesoramiento para la construcción de estos dispositivos en forma barata y en masa, para ser utilizados en instalaciones hospitalarias. Los sistemas comerciales tienen un precio al menos diez veces superior a este diseño y por lo tanto la adquisición de los comerciales resulta inaccesible para cualquier sistema de salud, actualmente desbordados”. En asociación con Horacio Failache, docente de la Facultad de Ingeniería, se logró generar un prototipo apto para su fabricación industrial.

Importa también conocer qué opinan los que están en la primera línea de fuego en la atención sanitaria del país. Tomemos lo que Arturo Briva, docente de la Cátedra de Medicina Intensiva, dijo en el seminario virtual “Escenarios epidemiológicos y capacidades de atención del sistema de salud”, realizado el 24 de abril. “Tenemos debilidades, para trabajar ahora y para pensar hacia adelante. No tenemos producción nacional de ventiladores. Esto no quiere decir que si la tuviésemos podríamos pasar mejor este cuello de botella, pero sí nos podríamos parar de manera diferente frente a este desafío. La obsolescencia de un equipo está determinada básicamente por la decisión del fabricante; se deja una línea de producción, se abandona la asistencia con repuestos, con actualizaciones de software y mecánicas y, más tarde o más temprano, el equipo se pierde. Porque, además, tenemos niveles variables de reparación y service que debilitan nuestra capacidad de respuesta”. En el monitoreo que efectuó la Facultad de Ingeniería se detectaron 100 ventiladores fuera de uso por roturas y falta de refuncionalizaciones adecuadas. “Ese es otro gran cuello de botella, que refleja una gran dependencia del extranjero”, agrega Briva, que además añade: “En este tema la Universidad de la República está siendo parte de la respuesta, en reparación, refuncionalización y generación de prototipos que pretenden dar soporte ventilatorio parcial o total a enfermos graves”.

¿Es sorprendente que la investigación y la innovación nacional sea parte de la respuesta a una emergencia? No, no lo es. En 2005, frente a niveles dramáticos de pobreza e indigencia, las ciencias sociales cultivadas en la Udelar ofrecieron información pormenorizada y análisis que permitieron diseñar políticas de atención inmediata a la emergencia. Lo que es nuevo, lo que es sorprendente, lo que no vacilaría en calificar de revolucionario, es el reconocimiento público, la admisión abierta, la demanda intensa a la investigación nacional frente a la emergencia.

Podría argumentarse que no habiendo dónde comprar test, pues quienes los tienen no los venden, y lo mismo con ventiladores, máscaras e insumos varios, hubo disposición en la esfera gubernamental, históricamente reacia a dirigir su confianza hacia adentro, a hacerlo in extremis. Creo, más bien, y por eso el calificativo de revolucionario, que lo que estamos viendo es una transformación de nuestro imaginario, que empezamos a reconocer a la investigación y a la innovación nacional como un aliado del país para enfrentar sus problemas. No sólo por su alto nivel de competencia –y buena cosa es reconocerlo–, sino porque es estratégico, porque en condiciones de emergencias mundiales son demasiados los ámbitos donde los poderosos juegan primero y fundamentalmente para sí mismos, y si no se tienen capacidades propias no hay dónde buscarlas.

Después

De las muchas cosas que se pueden decir del después de la covid-19, una es que casi seguramente será, en muchas dimensiones, diferente del ayer. ¿Podrá ser mejor? En lo que tiene que ver con investigación e innovación y su integración a un desarrollo nacional inclusivo, sin duda. Pero no sin proponérselo, como si fuera de suyo.

Porque un después mejor implica hacer palanca en lo logrado durante la emergencia para levantar una nueva manera de pensarnos en lo que somos capaces de hacer, y actuar en consecuencia. Sabemos que la investigación requiere recursos para existir; recordemos también que la investigación necesita que se la demande para ayudar a solucionar. Sabemos que la innovación, cuando se dirige a resolver problemas vitales de la sociedad, necesita que el Estado colabore a enfrentar los riesgos que entrañan la incertidumbre y la experimentación, porque la D de la I+D es muy costosa y las empresas necesitarán apoyo para embarcarse en ella.

En el después podríamos fomentar industrias de nuevo tipo, de Uruguay al mundo, con productos imprescindibles diseñados y producidos frugalmente. Sabemos –lo acabamos de aprender– que, sin dejar de conocer y aprovechar lo que se hace en otras partes, tenemos que pensar con cabeza propia. A veces, una gran sacudida nos ayuda a reconocer que somos más fuertes de lo que suponíamos, y a partir de allí las cosas pueden ser diferentes. Creo que eso nos pasó en muchos planos. En particular, la enorme y multifacética solidaridad de estos tiempos permite tener esperanzas en un después mejor.

Referencias

Fariello, R (2013). “Télex y datos (Urupac)”, Revista de la Asociación de Ingenieros del Uruguay, Nº 69, pp. 10-27.

Klepper, S (2016). Experimental Capitalism, Princeton, NJ, Princeton University Press.

Rhodes, R (1986). The Making of the Atomic Bomb, Nueva York, Simon&Shuster.

Waiter, A (2019). Trayectoria tecnológica, capacidades nacionales y aspectos institucionales: la construcción de la represa hidroeléctrica en Rincón del Bonete, Uruguay 1904-1945. Tesis de Maestría en Historia Económica y Social, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República. Uruguay.

Judith Sutz es coordinadora académica de la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Universidad de la República, ingeniera electricista, magíster en Planificación del Desarrollo y doctora en Socioeconomía del Desarrollo.