El SARS-CoV-2, el virus que provoca la enfermedad covid-19, nos muestra con elocuencia lo que sucede cuando un organismo que vivía en una región –para el caso, una minúscula región en alguna parte de las selvas chinas– comienza a extenderse hacia otras zonas, conducido por el ser humano. Cuando un organismo invade regiones que estaban más allá de su distribución natural, pueden pasar varias cosas. Podría no adaptarse a las nuevas condiciones o encontrar una fuerte competencia de los organismos que ya están en el territorio al que llegan, y por tanto la invasión no prospera, por lo que pasaría a ser una especie exótica no invasora o incluso desaparecer de las zonas a las que fue trasladado.

Otro escenario, más complejo que el anterior, se presenta cuando el nuevo organismo no sólo se adapta al nuevo hábitat, sino que, debido a que no tiene competencia que controle el crecimiento de su población, por falta de depredadores u otros factores. Es así que el organismo foráneo comienza a reproducirse rápidamente, de tal manera que desplaza a especies nativas u ocasiona otros daños a la biodiversidad, la salud humana e incluso a la economía. De este modo ese organismo entra en la categoría de especie exótica invasora. En el caso del nuevo coronavirus, originado en murciélagos, encontró que los seres humanos no contaban con un sistema inmunológico preparado para hacerle frente, y aquí estamos: todos perjudicados por la pandemia. Para colmo de males, el virus se encontró con una especie que en pocas horas era capaz de dispersarlo por el mundo entero. Nada de esto habría sucedido si hubiéramos dejado a los murciélagos herradura chinos en paz: cargarían su coronavirus, pero, habiendo evolucionado juntos desde hace millones de años, estarían controlados y delimitados a determinados hábitats.

Las invasiones biológicas, una de las principales causas de la mayor pérdida de biodiversidad desde la extinción de los dinosaurios, a fines del Cretácico, se dan por aire, tierra y mar. Todas tienen algo en común: dondequiera que vaya el ser humano, lleva consigo animales, plantas, hongos y virus, muchas veces de forma involuntaria, otras con total alevosía. Una reciente investigación, llevada adelante por científicos de Argentina y Uruguay, evaluó el estado de las invasiones biológicas marinas en el Atlántico sudoccidental. Lo que encontraron es tan alarmante como poco sorprendente: la cantidad de invasiones biológicas no hace más que aumentar.

Actualizando datos

El artículo, titulado “Pasado y futuro de las bioinvasiones marinas a lo largo del Atlántico sudoccidental”, fue publicado en la revista Aquatic Invasions por la investigadora argentina Evangelina Schwindt, del Grupo de Ecología en Ambientes Costeros, con sede en Puerto Madryn, junto con colegas de Estados Unidos y Uruguay. Los científicos se proponen actualizar el estado de situación revelado por la “primera encuesta exhaustiva de bioinvasiones marinas en el sur del scéano Atlántico sudoccidental”, que fuera publicada en 2002 y que reportó 31 especies introducidas y 46 criptogénicas, es decir, especies sobre las que no se puede determinar si fueron traídas de otra parte o si ya estaban en el ambiente. Entre los autores del trabajo figura Fabrizio Scarabino, del Centro Universitario Regional del Este (CURE) de la Universidad de la República y del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN). En esta puesta a punto, la investigadora y sus colegas no sólo hacen una evaluación del trabajo de 2002, sino que relevan las invasiones biológicas producidas en las dos últimas décadas.

La historia de las invasiones biológicas marinas en este rincón del planeta se remonta a la llegada de los europeos. Al respecto, los autores señalan que “desde principios de 1500, cuando barcos y exploradores llegaron a la región, muchas especies (como algas, balanos y tunicados) fueron transportadas en incrustaciones externas del casco y dentro de los cascos de madera (como los gusanos de los barcos), así como también se mezclaron con lastre sólido (como la gramínea Spartina alterniflora)”. Sin embargo, la ciencia se maneja con registros documentados, por lo que si hemos de poner una fecha científica a las invasiones biológicas marinas en esta parte del mundo, tenemos que avanzar hasta 1872, cuando la expedición Hassler recolectó en la bahía de San Antonio, en el norte de la Patagonia, ejemplares del alga roja Melanothamnus harveyi, “una especie introducida y erróneamente considerada nativa”.

Sin embargo, como afirman en el trabajo, “a pesar de más de 500 años de tráfico marítimo, y a pesar del reconocimiento temprano de la presencia significativa de especies no nativas en tierras adyacentes al mar, no fue hasta 2002 que Orensanz et al. proporcionaron la primera encuesta exhaustiva de organismos marinos exóticos en el Atlántico sudoccidental”. En el artículo, Schwindt y los suyos hacen una puesta a punto exhaustiva.

Para ello se basaron en los “registros de todos los informes nuevos que nos han llamado la atención, o hemos buscado registros adicionales de virus marinos, protistas, animales y plantas introducidos reportados desde Uruguay y Argentina” desde 2002, ampliando además la lista a “grupos taxonómicos que no fueron considerados” en aquel trabajo valioso, agregando “plantas y animales dependientes del océano (es decir, organismos supralitorales, pantanos y dunas) o que fueron tratados sólo brevemente”, como es el caso de virus, algas unicelulares como las diatomeas, protistas como los dinoflagelados y organismos costeros y “especies con distribuciones cosmopolitas presumidas (como muchas algas marinas)”. Sus fuentes incluyeron “revistas y monografías revisadas por pares, informes gubernamentales, actas de congresos y bases de datos de museos”.

Fabrizio Scarabino (archivo, octubre de 2019).

Fabrizio Scarabino (archivo, octubre de 2019).

Foto: Alessandro Maradei

Centenas de especies invasoras

Tras revisar el informe de 2002 a la luz de la nueva evidencia, los autores bajaron la cantidad de especies invasoras y criptogénicas reportadas a 29 en cada caso. Sin embargo, esta breve reducción no es un alivio: para esta nueva evaluación del Atlántico sudoccidental reportaron 129 (64%) especies introducidas y 72 (36%) especies criptogénicas, de las cuales 100 especies introducidas y 43 criptogénicas se agregaron a las ya existentes.

He aquí un dato tan importante como revelador: de las 100 especies invasoras que agregaron a este sector del Atlántico, “67 se encontraron en la literatura anterior al relevamiento de 2002, y 33 son nuevas invasiones que ocurrieron desde 2002”. De esta manera, afirman que “en los últimos 17 años, se han documentado 33 nuevas invasiones, promediando una nueva invasión cada 178 días”. El problema no es menor, y más aún si tenemos en cuenta lo que dicen Schwindt y sus colegas: “Esta tasa de invasión es en sí misma una subestimación, dado el número de probables invasiones nuevas pero no detectadas en muchos grupos de protistas, invertebrados y algas poco estudiados”.

De esta manera, hoy esta región del Atlántico, entre Uruguay y Argentina, tiene 201 especies “en consideración como bioinvasiones marinas confirmadas o posibles”. El grupo con mayor cantidad de especies es el de los crustáceos, con 30 especies introducidas, seguido por las algas, con 20 especies.

Respecto del origen y los tiempos de invasión, en el artículo señalan que “casi 70% de las especies introducidas se notificaron durante los últimos 50 años”, y sostienen que “los barcos son el vector más probable (85%) para transportar especies introducidas, ya sea en incrustaciones (44,5%) o en incrustaciones o agua de lastre (26,5%)”. La mayoría de estas introducciones no fueron intencionales, salvo la de “peces anádromos”, como el salmón, y la de “ostras japonesas relacionadas con la acuicultura”. También es el caso de plantas ornamentales o que se introdujeron “con el fin de estabilizar las dunas costeras”.

Por todo esto, los autores señalan que el número de invasiones conocidas aumentó 4,5 veces y declaran no tener dudas “de que el número real de bioinvasiones a lo largo de la costa sureste de América del Sur es significativamente más alto de lo que se pensaba anteriormente”. Apuntan también a que los cambios del comercio y el despertar de las economías asiáticas se nota en los habitantes de nuestras aguas: “Durante los últimos 50 años, un tercio de las especies introducidas aquí reportadas llegaron del océano Pacífico”, afirman. Por eso dicen que “para 2050 se pronostica que un gran número de especies introducidas llegarán de Asia”. Y está pasando hoy bajo nuestras propias narices: “Un primer ejemplo de este cambio en el comercio mundial puede ser la introducción de la babosa marina Pleurobranchaea maculata, nativa de la región del Pacífico y recientemente informada en Argentina como el único país fuera de su área de distribución nativa”, sostienen, aunque el caso de la invasión del mejillón dorado (Limnoperna fortunei), si bien no es nuevo, da una pauta de lo que la pujante economía asiática puede afectar a los lejanos ríos Negro y Uruguay.

“No podemos avanzar en nuestra comprensión del impacto de los invasores si la escala de la diversidad de la invasión sigue siendo mal evaluada, y si la abundancia y distribución de los invasores ya establecidos sigue siendo incierta”, dicen con toda razón los investigadores. Las consecuencias de no darse cuenta a tiempo son claras: una vez instalados, estos invasores son extremadamente difíciles de erradicar. “Dado que los barcos son los principales vectores, pronosticamos que las nuevas introducciones seguirán ocurriendo hasta que las regulaciones regionales e internacionales dirigidas a controlar el agua de lastre y la incrustación del casco se integren de manera efectiva y global a través de los océanos, mares, cuencas fluviales y fronteras políticas”, terminan diciendo en su artículo.

¿Protegidos por el estuario?

La participación de Fabrizio Scarabino en el artículo no es casual, ya que también había sido parte de la evaluación realizada en 2002 junto con José Orensanz (biólogo argentino hoy fallecido), Schwindt y Bortolus, titulada “Ya no más un confín prístino del mundo: un relevamiento de especies exóticas marinas en el Atlántico sudoccidental”. “Este artículo es producto del trabajo de muchos años y de una línea de investigación continua”, comenta desde el CURE de Rocha.

Sobre el trabajo de revisión, señaló que “se siguió profundizando en el análisis y la revisión de la literatura científica, que es una cuestión muy importante tanto del trabajo de 2002 como de este”. Para Scarabino, un taxónomo apasionado, “hay mucha información publicada, que está muy dispersa y muchas veces no se utiliza, o los propios investigadores se olvidan de que existe”. Apunta a que es necesario apoyar más a la taxonomía y la zoología: “En Uruguay somos pocos los que tenemos conocimiento de la biota local para hacer un relevamiento y darnos cuenta de organismos que antes no estaban. Y los pocos taxónomos muchas veces no tienen apoyos suficientes para ir a la zona costera y ver si hay especies nuevas. Hace falta un programa de investigación específico de zoología, como hubo en Brasil, que permita, entre tantos temas, aspectos aplicados como la detección de especies invasoras”. “Ese apoyo implica destacar al MNHN, además de otras instituciones más clásicamente reconocidas”, agrega.

Cuando le pregunto si, más allá de incluir nuevos grupos de organismos que no habían sido tomados en cuenta en 2002, le sorprendió encontrar 100 nuevas especies introducidas y 43 criptogénicas respecto del trabajo anterior, dice que dada la magnitud del trabajo, “era de cierta forma esperable que aumentara el número de especies”. También sostiene que hoy “hay muchas especies que antes se consideraban cosmopolitas, que estaban por todos lados, pero en los últimos años varios autores han sostenido que eso no podía ser así, que no hay mecanismos naturales que permitan las distribuciones tan amplias observadas”. Señala que, por ejemplo, eso era muy común para organismos como el zooplancton: “Se decía que los llevaban las corrientes, pero no hay corrientes que permitan que animales costeros, que tienen determinados requerimientos, puedan atravesar el océano de un lado a otro, ya que en mar abierto las condiciones son muy distintas que en la costa. Esa dispersión no es la misma para un cetáceo que para una larva de un organismo que vive asociado al fondo”, explica.

En el trabajo el punto con más especies invasoras registradas es Mar del Plata, con 110 especies, mientras que Piriápolis es el que tiene menos (tres especies invasoras y una criptográfica). “Es posible que sea un sesgo de falta de muestreo o que, por tratarse de una zona de transición, no haya tantas especies marinas como en otros lugares. Tampoco tiene un gran tráfico marino”, hipotetiza Scarabino, al tiempo que señala que si bien se ha hecho un esfuerzo muy grande por recopilar información, hace falta más investigación.

Teniendo en cuenta que los barcos son el principal vector, llama la atención que Montevideo, un puerto de intenso tráfico, apenas tenga cinco especies invasoras y cinco criptogénicas. “No cualquiera vive en el puerto de Montevideo”, dice Scarabino. “No solamente por la contaminación, sino por los grandes cambios de salinidad”, aclara, dejando constancia de que los que viven en nuestra bahía son unos valientes con gran resistencia a los cambios. “Estos estuarios se caracterizan, al menos en los organismos bentónicos, por pocas especies con grandes biomasas. Los estuarios son ecosistemas muy productivos, pero no tienen gran riqueza de especies en relación con ambientes marinos”. Anoto en mi libreta mental: Montevideo no sería un gran receptor de invasores marinos, pero un puerto oceánico sería otro el cantar.

“Una vez que estas especies están establecidas, la erradicación es prácticamente imposible. Si ya es difícil hacerlo con los jabalíes, imaginate con moluscos que tienen miles y miles de larvas y densidades de 200.000 ejemplares por metro cuadrado”, dice Scarabino. “Como en la medicina, en las especies invasoras también la prevención es la mejor estrategia”, sentencia. Esperemos que este artículo sirva de línea de base y que el país, que tiene más territorio marino que terrestre, se ponga de una buena vez las pilas de la ciencia del mar.

Artículo: “Past and future of the marine bioinvasions along the Southwestern Atlantic”.
Publicación: Aquatic Invasions (2020).
Autores: Evangelina Schwindt, James Carlton, José Orensanz, Fabrizio Scarabino, Alejandro Bortolus.