Algo pasó entre nosotros. Aquella magia de los primeros días parece haber cedido al peso de la rutina y la cotidianidad. Aun cuando esa rutina y esa cotidianidad implicaran arruinar de un plumazo nuestras rutinas y cotidianidades preexistentes. Seamos sinceros: en estos tres meses que llevamos juntos nos hemos ido distanciando lentamente. Aun así no podemos dejar de pensar en vos, en qué sos, cómo te propagás, cuánto tiempo más te vas a quedar y, lo más importante, si algún día lograremos convivir en relativa calma. Por eso, a pesar de que no es lo mismo que antes, cada vez que sale información nueva no resistimos la tentación de echarle un ojo. Y en este caso, como ya ha sucedido, lo que hoy descubrimos relativiza lo que antes decíamos de vos. Perdón, SARS-CoV-2, pero, como irás viendo, somos una especie acostumbrada a ir sumando conocimiento pasito a pasito. Así nos sacamos la idea de que la Tierra era el centro del Sistema Solar, de que el Sistema Solar era el centro del Universo, de que los seres humanos teníamos una naturaleza distinta de la del resto de los animales y seres vivos del planeta, y otras tantas cosas. Y hoy, lamentablemente, te toca a vos, SARS-Cov-2, el turno de caer, aunque sea un poquito, del pedestal en el que estabas: parece que no te quedás tanto en las superficies como se pensaba.

Escuchá el episodio de #MezclaEnCuarentena sobre este tema

El coronavirus y las superficies

Cuando la pandemia de la covid-19 llegó a Uruguay, un lejano 13 de marzo, estábamos llenos de dudas. El virus era nuevo sobre la faz del planeta –había sido dado a conocer en diciembre del año pasado– y cualquier dato era bienvenido. La ciencia requiere su tiempo para trabajar, pero tiempo era lo que parecía faltar. Salieron muy buenas investigaciones y también de las otras. Algunas, con el apuro, se dieron a conocer en repositorios que no eran revisados por pares. El ánimo, al menos en muchos casos, no era hacer una ciencia menos rigurosa, sino compartir cuanto antes la información sobre el nuevo coronavirus que andaba suelto.

Algunos de esos trabajos salidos con la urgencia de saber cómo lidiar con el virus abordaron el tema de cuánto podría permanecer el SARS-CoV-2 en distintas superficies y objetos. Por ese motivo, el 17 de marzo publicamos la nota “¿Cuánto permanece el coronavirus en el aire y otras superficies?”, donde dábamos cuenta de revisiones de literatura acerca de otros virus similares que permitían hacerse una idea al respecto. Así relatábamos que “dentro de lo que recopilaron, y haciendo la aclaración de que ningún estudio fue realizado con el coronavirus que causa la enfermedad covid-19 que hoy tanto alarma al país, el máximo de nueve días de permanencia activa lo registró la cepa FFM1 del SARS-CoV en plástico, mientras que la cepa P9 del mismo virus resistió cuatro días en vidrio. En papel, las cepas del SARS-CoV P9 permanecieron activas entre cuatro y cinco días, algo similar al resultado de la misma cepa en metal, mientras que las de la cepa GVU6109 apenas lo hicieron 24 horas”.

En definitiva, y a pesar de que los trabajos aclaraban que en ningún caso se decía que esos restos de virus encontrados en esos materiales en esos plazos era una prueba de que contagiaran, lo que quedó instalado fue que probablemente el SARS-CoV-2 pudiera resistir varias horas en distintos materiales. Y dado que era un virus que mostraba tasas de contagio elevadas, más valía tomar precauciones. Con lavarse las manos con agua y jabón y mantener distancia de los demás alcanzaba. Pero, ante la duda de que el virus quedara pegoteado por todas partes, no faltaron quienes aprovecharon para desatar su obsesión por los desinfectantes ni quienes vieron una oportunidad para lucrar con el miedo ajeno.

Poco a poco fuimos descubriendo que la principal fuente de contagio para el coronavirus eran las microgotas expelidas por la respiración, el habla, las expectoraciones y estornudos de las personas enfermas. Como dijo el científico Rafael Radi, del Grupo Asesor Científico Honorario, en una conferencia de prensa, apenas 10% de los contagios podría darse por “tocar una superficie donde hay partículas y llevarte la mano a la nariz, los ojos o la boca”, mientras que el 90% restante se producía por “la dispersión de las gotículas”.

El artículo publicado por el sitio medRxiv viene a aportar algunos datos más sobre el asunto.

¿Qué pasa en casa?

“Este artículo es una preimpresión y no ha sido revisado por pares. [¿Qué significa esto?]. Que informa sobre nuevas investigaciones médicas que aún no se han evaluado y, por lo tanto, no deben usarse para guiar la práctica clínica”, advierte el sitio en su portada y en cada uno de los artículos que gratuitamente pone a disposición. En ciencia no rige el principio de autoridad, es decir, lo que se afirma no es válido porque quien lo diga sea un prestigioso investigador o porque trabaje en una prestigiosa institución, sino porque las conclusiones fueron correctamente desprendidas del correcto análisis de los datos (que a su vez deben obtenerse de determinada manera). En este caso, el artículo titulado algo así como “SARS-CoV-2 en muestras ambientales de hogares en cuarentena” está redactado por un grupo de investigadores del Instituto de Higiene y Salud Pública y del Instituto de Virología, ambos de la Universidad de Bonn, Alemania. No por eso lo que publican estará perfecto –un trabajo científico por lo general pasa por dos o tres instancias de corrección–, pero al menos da una pauta de qué tanta atención prestarle.

En el artículo los autores señalan que “el papel de la transmisión ambiental del SARS-CoV-2 sigue sin estar claro. En particular, el contacto cercano de las personas que viven juntas o que conviven en cuarentena doméstica podría generar un alto riesgo de exposición al virus dentro de los hogares”. Con eso en mente, se propusieron averiguar qué pasaba en 21 casas donde había enfermos haciendo la cuarentena.

En los 21 hogares realizaron “hisopados de garganta de todas las personas adultas y la mayoría de los niños”, y obtuvieron “muestras de aire, aguas residuales e hisopados de superficie de productos”. Todas las muestras, tanto de personas como de aire, cañerías de agua y superficies, fueron luego analizadas con la técnica de PCR en tiempo real para detectar la presencia del coronavirus (es la misma técnica empleada para los test diagnósticos). A su vez, los hisopados positivos se cultivaron, es decir, se colocaron en placas con condiciones favorables para ver si se replicaban y de esa manera “analizar la infectividad viral”. Esto es importante porque detectar la presencia de un virus no implica necesariamente que ese virus pueda infectar exitosamente al organismo que entre en contacto con él.

No es para tanto

Al analizar los resultados de las muestras los investigadores señalan que “la contaminación del medioambiente doméstico, medida con los métodos empleados, es insignificante durante la cuarentena”. ¿Qué nos dice esto de la contaminación de las superficies? Veamos un poco más.

“No pudimos detectar ningún ARN viral en muestras de aire”, y sólo fueron detectadas en 3,36% de todas las muestras de fómites”, es decir, en objetos inertes que pueden contaminarse con patógenos como las bacterias o virus. Uno podría pensar que algo anda mal en el trabajo, pero de los 43 adultos hisopados, 26 (60,47%) “dieron positivo por RT-PCR”, lo que indica que sí se dieron contagios en los hogares. El asunto es que el virus no se contagiaría por las superficies o el aire, sino debido a las ya famosas gotículas.

Para el aire se hicieron 15 muestras y todas dieron negativas a la presencia de coronavirus. Por eso, en el trabajo los autores señalan que “estos hallazgos sugieren que la transmisión de gotas es la vía principal de transmisión y que la transmisión de aerosol desempeña un papel bastante menor”. En las superficies como pestillos de puerta, mesas y otros objetos se tomaron 119 muestras, de las que sólo cuatro (3,36%) arrojaron resultados positivos de coronavirus en los test. Y aquí hay un dato aún más interesante: “El equipo no pudo cultivar virus infecciosos de ninguna de las muestras”, dicen en las conclusiones.

Un poco diferentes fueron los resultados de los muestreos en las cañerías. “De las 66 muestras de aguas residuales, diez fueron positivas para SARS-CoV-2 (15,15%)”. Si bien 15% no es una gran cantidad, comparado con el 3,36% de las muestras positivas en objetos y superficies merece que se le preste atención y por eso los autores señalan: “En contraste, el 15,15% de todas las muestras de aguas residuales fueron positivas para el ARN del SARS-CoV-2, lo que indica que el enjuague bucal en los lavabos, el enjuague corporal en la ducha y las heces en los inodoros, y, por lo tanto, las aguas residuales, podrían presentar una exposición relevante”.

Al meterse un poco más en el mundo de los desagües, el trabajo detalla que “el porcentaje de muestras positivas fue menor en inodoros (8,70%), mayor en sifones de ducha (18,75%) y mayor aún en sifones de lavabos (19,23%)”. Si la principal vía de contagio es por las gotículas, esto tiene bastante sentido: en la pileta es, por ejemplo, donde escupimos al enjuagarnos los dientes. Respecto de la posible amenaza que esto representa en el hogar donde vive una persona enferma, señalan que “la aerosolización de gotas cargadas de virus de estos depósitos de aguas residuales puede ser posible” y que “la carga viral en las manos y en la garganta es más alta y las partículas virales pueden liberarse al escupir en el sifón del lavabo después de cepillarse los dientes o lavarse las manos”.

Al analizar los datos obtenidos, los autores señalan que la poca presencia de rastros del virus en los objetos, en las superficies y en el aire, “suponiendo que los resultados no son metodológicamente inapropiados, podrían indicar que la supervivencia ambiental del SARS-CoV-2 puede no ser demasiado larga en el entorno doméstico”. Y sin querer enmendarle la plana a nadie, o tal vez tratando de que las personas que gastaron dinerales en productos desinfectantes no se sientan mal, discuten que si bien “los tiempos de supervivencia del SARS-CoV-2 en diversos materiales secos durante diferentes períodos de tiempo (menos de tres horas en impresión y papeles de seda, menos de dos días en madera y ropa, menos de cuatro días en superficies lisas, menos de siete días en acero o plástico) fueron investigados” por Chin et al., 2020”, “debe tenerse en cuenta que esos datos se generaron en condiciones de laboratorio”.

Menos desinfectantes de ambientes, más lavarse las manos

“Como no podemos descartar la transmisión a través de las superficies, las medidas de comportamiento higiénico son importantes en los hogares de las personas infectadas con SARS-CoV-2 para evitar la posible transmisión a través de las superficies”, señalan de todos modos en las conclusiones del artículo. Y es una conclusión sensata: lavarse bien las manos no nos traería ningún perjuicio y sí muchos beneficios. Sin embargo, de eso a pasarle alcohol en gel a cada objeto cada 15 segundos, hay un abismo. Más aún cuando, al menos en este trabajo, incluso los objetos de un hogar donde viven personas infectadas no parecerían ser lugares acogedores para que el SARS-CoV-2 espere tranquilo a que pase su próxima víctima.

También afirman que “El papel del entorno doméstico, en particular la carga de aguas residuales en los lavabos y duchas, en la transmisión del SARS-CoV-2 debe aclararse más”, ya que, como dijeron en otro pasaje del artículo, “se pueden formar gotas y/o aerosoles con SARS-CoV-2 en una forma viable e infecciosa mientras se descargan inodoros abiertos sin cerrar la tapa o surgen de sifones contaminados y, por lo tanto, podrían convertirse en una vía de transmisión”.

Como decíamos al inicio de la nota, SARS-CoV-2, somos una especie que avanza de a poquito generando conocimiento. A tu favor tenés el hecho de que el trabajo científico que minimiza tu capacidad de contagio a través del aire, objetos y superficies no ha sido revisado aún y que, por más que lo fuera, hacen falta más investigaciones que respalden o extiendan lo que allí se comunica. Y ahora, perdoname que por un ratito no te hable a vos y, en cambio, me dirija a los lectores y lectoras: que este trabajo no sea un empujón más en la dirección de hacer de cuenta que la pandemia ya pasó o, peor aún, que nunca fue una amenaza real. El virus está ahí. Y es cierto, hoy parece que está controlado. Pero mientras a nosotros nos lleva un buen par de meses sacar una investigación científica, a él con un rato le alcanza para multiplicarse frenéticamente. Como si de una discusión con un ministro de Economía se tratara, a la hora de los números los virus nos llevan una ventaja que nos obliga a no darles el changüí.

Artículo: “SARS-CoV-2 in environmental samples of quarantined households”.
Publicación: medRxiv (preimpresiones no revisadas por pares) (2 de junio de 2020).
Autores: Manuel Döhla, Gero Wilbring, Biance Schulte, Beate Mareike, Christin Diegmann, Esther Sib, Enrico Richter, Alexandra Haag, Steffen Engelhart, Ann Eis-Hübinger, Martin Exner, Hendrik Streeck, Ricarda María Schmithausen.

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