Toda actividad productiva humana genera impactos en el ambiente. La producción agrícola, por ejemplo, tiene impactos que van desde la afectación de los propios suelos, pasando por problemas asociados al uso de agroquímicos y llegando hasta la eutrofización de los cursos de agua, las floraciones de cianobacterias y otros tantos dilemas. Los sistemas de producción lechera no escapan a la regla.

La producción lechera ha aumentado global y localmente en los últimos tiempos, tanto por vaca como por unidad de tierra. Este aumento e intensificación productivas va de la mano de un mayor uso de alimentos concentrados, fertilizantes, pesticidas y combustibles fósiles, que puede repercutir en diferentes grados en la degradación y la acidificación del suelo, la contaminación de cursos de agua cercanos, la emisión de gases de efecto invernadero, el transporte de nutrientes hacia los cursos de agua, entre otros. Para estudiar esos impactos, se hace necesaria la investigación.

El área fue de interés para Eduardo Llanos, veterinario y académico venezolano que llegó a Uruguay hace poco más de diez años con el objetivo de realizar su maestría en la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República (Udelar). En ese momento tenía poca información sobre nuestro país: “Lo único que sabía es que siempre nos ganaban al fútbol y que producían carne”, cuenta. Así, en su primer encuentro con su tutor, Valentín Picasso, intercambiaron buscando un tema de estudio y resolvieron combinar un poco de la cultura venezolana con la uruguaya. Fue así que se dedicó al análisis del consumo de energía fósil –Venezuela es un país petrolero– y la producción lechera en Uruguay. Tras culminar su maestría contemplando la dimensión económica del consumo de la energía fósil y la producción de leche en los tambos uruguayos, quedaban más incógnitas y deseo por saber, y fueron tras ello.

Resultado de ello es el artículo “¿Tienen los sistemas lecheros mixtos a base de pastura con mayor producción de leche menores impactos ambientales? Un estudio de caso uruguayo”, publicado recientemente en la revista New Zealand Journal of Agricultural Research, que al uso de combustibles fósiles y producción lechera analizado por los investigadores en estudios anteriores suma el análisis de los impactos ambientales a nivel local y global.

Trabajando con datos

Para realizar el estudio, los investigadores se basaron en datos de 227 tambos obtenidos en una encuesta nacional del Instituto Nacional de Leche de Uruguay (Inale). Llanos destacó que si bien la base de datos es pública, lograron tener acceso a la información necesaria y hablar con las autoridades del instituto, lo que enriqueció el trabajo. Los investigadores trabajaron con un conjunto de indicadores y los procesaron de acuerdo a diferentes índices y modelos estadísticos internacionales que ajustaron a la realidad del país.

En el documento publicado, los autores explican que la encuesta fue diseñada “para muestrear un subgrupo de las 3.610 granjas lecheras existentes en el país” de acuerdo al Censo Nacional Agrícola de 2011, “con un tamaño promedio de granja de 210 hectáreas, un tamaño promedio de rebaño de 120 vacas, produciendo un promedio de 1.600 litros de leche por día”. Las granjas muestreadas se ubicaron en Canelones, Colonia, Flores, Florida, Paysandú, Río Negro, San José y Soriano, departamentos que según la encuesta del Inale representan 91% de la producción de leche, 89% del rebaño de vacas, 86% de granjas y 83% del área lechera en el país.

El estudio se centró en estimar “los impactos ambientales globales y locales por kilo de leche y por hectárea de superficie”, explican los autores en el documento. En ese sentido, contemplaron diferentes indicadores: las emisiones de gases de efecto invernadero, el consumo de energía fósil, la ecotoxicidad, el balance de nutrientes y el potencial de eutrofización acuático. Con ellos generaron “índices estandarizados integrados de impactos ambientales” en los tambos analizados.

Llanos reconoce que al equipo le hubiera gustado añadir más indicadores, como la erosión de la tierra y aspectos económicos, pero estaban limitados a la información contenida en la encuesta del Inale. De todas formas, señala, son aspectos a incluir en investigaciones futuras. En cuanto a los insumos empleados por el sistema de producción lechera, tomaron en cuenta el uso de combustible, fertilizantes sintéticos, herbicidas y semillas.

Sistemas de producción

En el mundo existe una amplia heterogeneidad de sistemas lácteos, considerando la composición de la dieta y las regiones agroecológicas. Uruguay, a pesar de ser un país pequeño y de que sus sistemas se basan principalmente en el pastoreo, tiene una “diversidad muy grande”, dice Llanos. Los sistemas tienen diferentes estrategias que dependen de factores climáticos, físicos y biológicos y que varían de acuerdo al departamento donde se encuentren, cuenta el investigador: “No es lo mismo producir en una zona como Colonia o San José, donde se acumula la mayor parte de la producción de leche del país, que hacerlo utilizando los mismos sistemas de producción en Maldonado o Rocha”. Es así que puede haber predios pequeños “muy eficientes” y algunos muy grandes pero “ineficientes”, y eso se vincula a la “diversidad de estrategias” productivas, cuenta Llanos. 

El documento establece que en Uruguay los sistemas “mixtos” son los dominantes. Se basan en el “pastoreo de pasturas de leguminosas nativas y sembradas al aire libre durante todo el año, con niveles variables de suplementación de concentrados y forrajes preservados”. Los sistemas uruguayos se diferencian, por ejemplo, de los empleados en Nueva Zelanda, sostienen los autores, que se basan principalmente en “pasturas fertilizadas” y “tienen cargas animales más altas”. De todas formas, los autores destacan que ambos países han aumentado su producción de leche por vaca en la última década: Nueva Zelanda en 2,4% y Uruguay en 2%. Antes de proceder a los resultados encontrados por el grupo de investigadores, es conveniente hacer una apreciación sobre la distribución de los sistemas de producción. Llanos explica que, básicamente, dividieron los tambos en siete grupos, entre aquellos de producción “intensiva” y los “extensivos”. Los primeros son los de alta producción, que se caracterizan por el uso de alimentos concentrados y agroquímicos para aumentar el rendimiento de las pasturas; los segundos son menos productivos pero utilizan menos agroquímicos y trabajan, en algunos casos, en superficies más grandes.

¿Menos o más?

Los autores encontraron que los sistemas de producción de leche que utilizan una mayor cantidad de concentrados usaron también más cantidad de energía fósil por kilo de leche, y también por hectárea de producción en relación a los sistemas menos productivos. Lo mismo ocurrió con el impacto de la ecotoxicidad, tanto por kilo de leche como por unidad de tierra. Según explican en el documento, esto podría explicarse por el hecho de que los tambos más productivos combinan el uso de concentrados y extensiones de tierras más amplias.

“Los enfoques de intensificación que dependen de pesticidas para aumentar los rendimientos de los cultivos también han degradado la calidad del agua, amenazando la salud humana y de la vida silvestre”, agrega la investigación. Sobre el uso de pesticidas en Uruguay, los investigadores apuntan que las cantidades más altas utilizadas en los suelos nacionales corresponden al glifosato “entre 71% y 90%” para todos los cultivos. Pero también se utilizan el “picloram, la atrazina y el acetocloro” para los cultivos de maíz y sorgo, así como para los cultivos forrajeros anuales de verano.El elemento más curioso que encontraron los autores es que si bien los sistemas de baja producción tuvieron la mayor emisión de metano, el principal gas de efecto invernadero de la ganadería, por kilo de leche, los tambos con mayor productividad por hectárea o por vaca tuvieron emisiones más altas de gases de efecto invernadero por unidad de tierra. Los investigadores aclaran que la relación entre la emisión de gases de efecto invernadero y la productividad de leche “depende de las métricas utilizadas”, sea por kilo de leche o por unidad de superficie.“Los sistemas que más producen tienen menor emisión de gases de efecto invernadero por kilo de leche por el efecto de la dilución”, explicó Llanos: “Si tú produces más, más contaminas, pero se va diluyendo”, añadió. Pero en el caso de la producción por superficie o por unidad de área “entre más produzcas, más contaminas, y eso se queda allí en la misma superficie y no se diluye, como en el caso de la unidad de producto”, sostuvo el investigador. “Es muy importante ver esa diferencia. Los sistemas que son más productivos son un poco engañosos: cuando lo vemos por unidad de producto vemos que producimos más y contaminamos menos, pero cuando lo vemos por unidad de superficie nos damos cuenta de que el que más produce, más contamina”, expresó.

Con todos los índices analizados, los investigadores concluyen que “los grupos de sistemas lecheros con mayor producción de leche no tuvieron un menor impacto ambiental global integrado por kilo de leche que los sistemas con menor producción de leche”, como esperaban que ocurriera, y sostienen que, si bien las emisiones de gases de efecto invernadero por kilo se redujeron con el aumento de la productividad de la leche, “los otros impactos siguen siendo los mismos (uso de energía fósil y potencial de eutrofización por kilo) o aumentados (ecotoxicidad por kilo)”.

Los resultados de la investigación demuestran que los sistemas más productivos “tuvieron un mayor impacto ambiental local por hectárea de tierra que los sistemas con menor producción de leche”. Esto ocurrió para todos los análisis realizados por unidad de hectárea, y también para los índices integrados. “Estos resultados muestran que aumentar la productividad de la leche per se no implica una reducción de los impactos ambientales globales, y ciertamente aumenta los impactos ambientales locales. Las prácticas de gestión utilizadas para aumentar la productividad tienen un papel fundamental en los impactos ambientales”, sostienen los investigadores.

Contaminación de los sistemas lácteos y el mercado

Llanos explicó que “más allá” de los beneficios ambientales que se pueden obtener al estudiar la contaminación de los sistemas de producción lecheros y sus efectos en la biodiversidad, la salud humana y la contaminación sobre las aguas, lo que se ha impulsado en Uruguay es una “estrategia” de producir “no en cantidad, sino con calidad para competir en el mercado”, ya que, sostiene, cumplir con estándares ambientales es un requisito cada vez más importante a nivel global.

“Estamos al lado de Brasil y Argentina, que producen en cantidad de millones. Uruguay no puede producir a esa escala, pero puede producir calidad. Esa calidad en el mercado exige cumplir con indicadores como la emisión de gases de efecto invernadero. Hoy muchos consumidores compran viendo cuál es la huella de carbono, no solamente en la leche, sino en diferentes productos agropecuarios que se ponen en el mercado”, explicó Llanos. La huella de carbono es un indicador que toma en cuenta la emisión de gases que contribuyen al calentamiento global, y existen gráficas que muestran los impactos de todos los países. “Grandes potencias comerciales, como Estados Unidos y China, tienen una huella de carbono enorme”, dijo el investigador. En comparación a ellos, Uruguay tiene una huella “muy chica”.

Sin embargo, cuando nos concentramos en la huella de carbono en Uruguay “se observa que el país genera mucho metano”, sostuvo el investigador. Aunque el metano no sólo es librado a la atmósfera por los eructos y las flatulencias de las vacas, dado que Uruguay tiene entre tres y cuatro vacas por persona, el país “tiene una huella de carbono muy alta comparada con la de otros países”, expresó. Si bien Llanos sostiene que no hay que alarmarse, pues no es “un valor exagerado ni vamos a destruir el planeta”, manifestó que si Uruguay quiere “mantener una buena imagen a la hora de vender un producto a nivel internacional capaz que eso nos podría perjudicar”. Mejorar acceso a mercados y, de paso, cuidar suelos, recursos acuáticos, disminuir emisiones de gases de efecto invernadero y prevenir efectos en la salud humana. Para trabajar en ambas cosas lo necesario es buscar el equilibrio en los sistemas implementados, para que mantengan el ritmo de producción disminuyendo, al mismo tiempo, los impactos ambientales.

Buscar el equilibrio

“El objetivo debería ser minimizar la contribución total de las emisiones de gases de efecto invernadero al cambio climático, no solo la intensidad de las emisiones. Esto es particularmente relevante para los impactos directos a nivel local, como la ecotoxicidad y la eutrofización acuática”, apuntan los investigadores en el documento. Llanos agrega: “Una de las formas de buscar ese equilibrio y hacer que los sistemas de producción sean más eficientes es que utilicen una gran cantidad de pasturas y las complementen con alimentos concentrados”. De esa forma se cubren las necesidades alimenticias de los animales de una manera mucho más eficiente, y se logra producir más sin recurrir al uso excesivo de alimentos concentrados ni al uso desmesurado de pesticidas.

El investigador destacó que la Udelar y otras instituciones dedicadas a las investigaciones estén utilizando “cada vez más” los indicadores ambientales. “Hoy la mayoría de las investigaciones que se realizan utilizan algún indicador ambiental. Es necesario evaluar los aspectos ambientales para generar información no solamente sobre cómo producir más, sino para producir de una forma más amigable ambientalmente, y reducir o mitigar los impactos en el entorno”. 

Asimismo, Llanos señaló que este trabajo se realizó de forma interdisciplinaria con la participación de muchos investigadores que están involucrados en el área por parte del Departamento de Sistemas Ambientales de la Facultad de Agronomía y otras facultades. “Hemos tratado de juntar y sumar diferentes puntos de vista”, sostuvo el investigador.

Artículo: “Do pasture-based mixed dairy systems with higher milk production have lower environmental impacts? A Uruguayan case study”
Publicación: New Zealand Journal of Agricultural Research (03/20)
Autores: Elisa Darré, Eduardo Llanos, Laura Astigarraga, Mónica Cadenazzi y Valentín Picasso.