Es imposible recorrer nuestro país sin toparse en algún momento con ganado. Se vaya a donde se vaya, aun en estos tiempos de soja y forestación, las vacas formarán parte del paisaje. Estamos acostumbrados a ellas y ellas a nosotros: ante nuestra presencia, apenas levantarán la vista un rato para volver luego a hundir su hocico en la hierba y dedicarse a llenarse de pasto. Esto no siempre fue así.

En 1832 el naturalista y autor de El origen de las especies, Charles Darwin, visitó Uruguay. Y a pesar de que las vacas ya podían verse por todas partes, en su diario anotó: “Durante nuestra estancia en Maldonado, recolecté varios cuadrúpedos, ochenta tipos de aves y muchos reptiles, incluidas nueve especies de serpientes. De los mamíferos indígenas, el único que queda de cualquier tamaño, que es común, es el Cervus campestris. Este ciervo es extremadamente abundante, a menudo en pequeños rebaños”. Así que en 1832 el venado de campo, hoy llamado científicamente Ozotoceros bezoarticus uruguayensis y restringido a dos pequeñas poblaciones en Salto y en Rocha, aún abundaba y le disputaba a las vacas introducidas por Hernandarias el título de gran devorador de pasto.

Pero si nos vamos más atrás en el tiempo, este pequeño rincón del planeta, tan lleno de pastizales, albergó a diversos herbívoros. Desde caballos prehistóricos como el Hippidion, pasando por camélidos como la Hemiauchenia, mastodontes como Stegomastodon platensis, tapires y pecaríes, hasta distintos tipos de ciervos, como Antifer ultra, o esa especie de mezcla entre rinoceronte e hipopótamo que era el toxodonte, para hablar sólo de algunos. Sin embargo, un artículo recientemente publicado podría estar hablándonos de un mamífero que ya comía pasto por estas tierras hace muchísimo tiempo.

Guillermo Roland trabaja en el cráneo de lo que sería una nueva especie de proterotérido.

Guillermo Roland trabaja en el cráneo de lo que sería una nueva especie de proterotérido.

Diez millones de años antes de que las vacas se adueñaran de nuestro pasto, un pequeño mamífero proterotérido, del orden de los litopternas, ya andaba pastando a sus anchas. Y lo más fantástico es que se trata de un nuevo género y una nueva especie de animal descrito gracias al meticuloso trabajo de los paleontólogos Andrea Corona, Ana Badín, Daniel Perea y Martín Ubilla, del Departamento de Paleontología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, y Gabriela Schmidt, del Laboratorio de Paleontología de Vertebrados del Centro de Investigación Científica y de Transferencia Tecnológica a la Producción de Argentina.

Así que con el mismo entusiasmo que Andrea Corona y sus colegas se sumergieron en el fósil del cráneo que apareció en los sedimentos que afloran en la costas de Arazatí, en San José, salimos disparados a la Facultad de Ciencias para conocer más sobre este antiquísimo comedor de pasto.

Una familia complicada

Andrea Corona y Ana Badín nos esperan en el laboratorio donde el Departamento de Paleontología trabaja sus fósiles. Allí también aguarda FC-DPV 2570, más popularmente conocido como el cráneo del mamífero que apareció en la Formación Camacho de Arazatí. Se ve delicado, y para una persona que no es experta, como uno, recuerda por su tamaño al cráneo de una oveja, pero tiene un incisivo notorio levemente inclinado hacia afuera. Le falta la quijada, pero se destacan todos sus molares y premolares, que lucen grises e inmaculados, en contraste con el resto del cráneo, de un color beige pálido que parece decir que no es moco de pavo aguantar diez millones de años en el sedimento sin la protección del esmalte dental. Corona y Badín lo miran con orgullo. Y tienen por qué: gracias a su investigación, hoy el cráneo dejó de ser parte de un barranco y se transformó en un holotipo, en la pieza con la que se describe la existencia de una especie.

Pero empecemos por el principio. “Los proterotéridos son una familia de ungulados, o sea, mamíferos con pezuñas. Un angulado actual es una vaca, un ciervo, un camello”, explica Corona. “Esta es una familia nativa de Sudamérica, que se originó, se diversificó y vivió en Sudamérica y no migró a otros continentes”, agrega. Según la paleontóloga, estos animales se originaron probablemente en el Cenozoico, alrededor de hace unos 30 millones de años, y forman parte de un orden llamado litopterna. Sin embargo, el álbum familiar de los proterotéridos no es sencillo de armar.

Así se habría visto el Pseudobrachytherium breve. Ilustración: Felipe Montenegro

Así se habría visto el Pseudobrachytherium breve. Ilustración: Felipe Montenegro

Foto: Ilustración: Felipe Montenegro

“No están claras las relaciones de la familia, ni del orden al que pertenece esta familia, con otros mamíferos, ni siquiera con otros ungulados”, dice Corona. Pero eso no quiere decir que no sepamos algunas cuantas cosas de ellos: “Los proterotéridos fueron muy diversos en cierto momento, tuvieron picos de diversidad hace unos diez millones de años, que es más o menos la edad que tiene la nueva especie que describimos”. A los seres humanos nos gusta creer que siempre estaremos en el planeta, pero el registro fósil se encarga de recordarnos que todos, como los dinosaurios, estamos de pasada. “Luego de esa gran diversidad, los proterotéridos declinaron abruptamente y a la última época del Cuaternario, al Pleistoceno tardío, llegó solamente una única especie, que se habría extinguido cuando se da la extinción de la megafauna, que acabó con todos los grandes mamíferos, como los perezosos y los gliptodontes”, cuenta Corona.

Estos animales con pezuñas son el resultado de un proceso evolutivo que les permitió correr más rápido. “Los proterotéridos tienen siempre desarrollado el dedo central, el dedo del medio, y en algunos géneros se reducen mucho los laterales, al extremo de que una especie en particular tiene un solo dedo y quedan solamente los vestigios de los dedos laterales, lo mismo que vemos en el caballo actual”, afirma Corona, y uno mira entonces el cráneo fosilizado y sabe que está ante un animal veloz y escurridizo.

¿Por qué se pusieron Andrea Corona, Ana Badín y sus colegas a estudiar a estos proterotéridos? Porque allí había un vacío: “Es un grupo que ya de por sí es bastante poco frecuente en el registro fósil, no sólo en nuestro país sino en general en América. En Uruguay se habían colectado algunos materiales y se los había logrado identificar hasta cierto nivel, pero no se habían estudiado en profundidad”, explica Corona. Así que cuando terminó su maestría, Daniel Perea, su director de tesis, le sugirió que se dedicara a estudiar a estos animales para su doctorado. La ocasión no podía ser mejor. “Hacía poco se había encontrado este cráneo, en 2010, y yo empecé con el doctorado en 2013”, acota.

“Cuando me empecé a adentrar en el mundo de los proterotéridos vi que las cosas eran mucho más complejas de lo que parecían al principio”, recuerda Corona, y dice que su entusiasmo crecía a medida que fue avanzando. “Quería hacer algo más que lo clásico, algo más que ir a los museos, revolver, identificar y comparar material. Esa es como la metodología más clásica en vertebrados, pero me propuse conocer otras cosas más de estos bichos, como por ejemplo sobre su alimentación. También pretendía intentar resolver un poquito más lo de la filogenia, esos parentescos que aún no están del todo resueltos”, cuenta.

“Me empecé a meter, analicé todos los dientes, empecé con la dieta y en un momento el trabajo me desbordó. Entonces apareció Ana, que se inició con nosotros hace unos años y a quien, cuando estaba por hacer su trabajo final de licenciatura, le propuse que me ayudara con esto”, dice Corona, y de hecho Badín hizo su tesina de grado con el cráneo que ahora nos mira.

Cráneo de Pseudobrachytherium breve encontrado en Arazatí. Foto: Federico Gutiérrez

Cráneo de Pseudobrachytherium breve encontrado en Arazatí. Foto: Federico Gutiérrez

Nace una especie y ya tiene diez millones de años

El material encontrado en Arazatí, con sus dientes conservados en buen estado, les permitió a las paleontólogas sospechar que lo que tenían delante podía no ser lo que se pensaba. De hecho, en un trabajo previo, publicado en 2018, identificaron al cráneo como perteneciente al género Brachytherium. Si bien para ellas el material presentaba diferencias importantes, en ese entonces prefirieron andar con cautela: “No nos quisimos arriesgar tanto ahí porque en ese momento todavía no habíamos ido a ver la totalidad de los materiales depositados en las colecciones de Argentina”, confiesa Corona. Pero entonces Corona y Badín armaron la mochila y se encerraron en los museos de Buenos Aires y La Plata.

“Tuvimos la suerte de ir a Argentina y poder ver los materiales en vivo, de tenerlos en las manos. Eso también ayuda a poder identificar y diferenciar algunas especies de otras. Ya sabíamos que la morfología era bastante diferente, pero el ver el material con el que lo comparábamos ayudó a que nos diéramos cuenta de que realmente era un material distinto”, dice Badín. Las paleontólogas compararon nueve medidas de cráneo y ocho de dientes del fósil de Arazatí con los de 13 especies de proterotéridos depositadas en museos de Uruguay y Argentina. Y lo que tenían era distinto a todas.

“Cuando empezamos a ir al detalle, vimos que había diferencias. Y en esta familia, que es muy diversa, las especies están basadas en diferencias de las formas de los dientes, pues se consideran que son diferencias estructurales, de fondo, que sustentan que esas especies sean consideradas como tales”, explica Corona. “Analizando esas diferencias, la combinación de características que tiene el material es única. Así fue que surgieron este nuevo género y especie”.

A la hora de poner el nombre de una especie y de un género, uno tiene todas las libertades del mundo. Sin embargo, Corona y Badín fueron, si se quiere, muy técnicas: al nuevo proterotérido lo bautizaron Pseudobrachytherium breve. “Era bastante similar a Brachytherium, que fue la especie a la que lo asignamos en 2018, y por eso al género le pusimos Pseudobrachytherium, porque en un momento nos confundió”, dice Corona. Y el “breve” se debe a las características del molar 2. “Lo de breve tiene que ver con que un pequeño surco que separa dos cúspides de la muela es breve, corto o poco profundo. Ese surco en el Brachytherium es muy notorio, se puede ver bien, y en este es una cosita apenas marcada, y es algo que no hemos visto en ningún otro proterotérido”, detalla.

“El nombre vino un poco por mi lado, capaz con alguna sugerencia de Daniel Perea. Creo que el nombre tiene que basarse y destacar la morfología, que a cualquier otro investigador que quiera en algún momento consultar el material ya el nombre le esté diciendo algo, porque si no para mí carece un poco de sentido”, defiende Corona. Cuando le pregunto qué se siente haber nombrado un género y una especie nueva, se sonríe: “Es como un pequeño éxito, más que personal, para la ciencia. En lo personal, es como un broche de oro quizá para la tesis de doctorado. De todas formas, sabemos que hay mucho por hacer y que Ana se va a encargar de seguir en el tema”.

Quijada de Uruguayodon alius.

Quijada de Uruguayodon alius.

Dada la datación de los sedimentos de la Formación Camacho, donde apareció este cráneo, sabemos que el animal vivió hace diez millones de años. Sin embargo, decir cuándo la especie abandonó el planeta no es tan sencillo. “Hasta encontrar, con suerte, nuevos ejemplares de la misma especie, no podemos saber hasta cuándo vivió”, dice Badín. Pero a pesar de esta incertidumbre, el fósil tiene mucho más para decirnos. Pero para ello, como una persona con mucho dinero, necesita de un baño en oro.

¡Un fósil con dientes de oro!

Corona se había propuesto que su trabajo no se limitara únicamente al estudio de la morfología de los materiales de proterotéridos, y se enfocó también en su dieta. ¿Cómo hacer para saber la dieta de un animal que vivió hace millones de años?

“Hay varias formas de conocer la dieta de los animales”, dice Corona. “En algunos casos se puede trabajar con el análisis de isótopos estables, y con base en ellos determinar qué tipos de vegetales ingería el animal. Otra aproximación es ver la morfología de los dientes más a gran escala, ver cómo desgastó las coronas dentarias. Otra consiste en ver si las coronas de los dientes son altas o bajas, y entonces, por ejemplo el caballo, que es un gran pastador, tiene unos dientes con una corona muy prominente, muy larga, porque la va gastando continuamente debido a que el pasto es un material muy abrasivo. Un animal que no es pastador y que en su lugar es ramoneador, que come hojas y frutos, no necesita un diente así, entonces presenta coronas bajas, porque el diente no va a sufrir tanto desgaste”, complementa.

Sin embargo, para la determinación de la dieta de Pseudobrachytherium breve aplicaron otra técnica, a la que denominan microdesgaste. Al igual que un dentista cuando quiere sacarnos un poco de dinero, tomaron un molde de los dientes del fósil. Luego, como si el dentista quisiera sacarnos aun más dinero, llenaron esos moldes con resina bañada en oro. Tras este proceso, analizaron el diente bajo el microscopio electrónico buscando evidencias de desgaste que pudiera asociarse a la dieta del animal. Y lo que encontraron fue sorprendente: mediante esta técnica, que permite saber qué fue lo último que comió el animal antes de morir, la evidencia les decía que Pseudobrachytherium breve se alimentó de pasto. ¿Y por qué eso es sorprendente?

Primero, porque se suponía que los proterotéridos eran más bien animales ramoneadores de hojas. Y segundo porque, como ya dijo Corona, los animales ramoneadores tienen dientes con coronas más bajas, lo que se denomina braquiodoncia. Y Pseudobrachytherium breve tiene ese tipo de dientes. ¿Acaso este mamífero herbívoro se puso a comer pasto antes de morir para confundir a los paleontólogos del siglo XXI? “Hay evidencia encontrada, pero hasta que no tengamos más ejemplares para contrastar esto, la evidencia que tenemos del microscopio electrónico es simplemente un datito, que si bien es un aporte, nos indica que necesitamos más datos para ver si lo que observamos del microdesgaste era así”, afirma Corona. “Además estamos hablando de lo último que comió ese animal, en ese lugar y ese contexto particulares”, acota Badín.

“El animal comía lo que tenía disponible en el momento. Otra cosa es ver lo de la braquiodoncia, que ya es un efecto más a largo plazo que tiene que ver con cómo evolucionó todo el linaje del grupo que nos lleva a este organismo. Es como que estamos viendo el mismo problema pero a diferentes escalas, por lo que tenemos que unir toda esa información: lo que nos dice esa escala filogenética, eso que trae el linaje, con lo que nos dice el contexto paleontológico en el que el organismo estaba más lo que nos dice el microdesgaste, que es una escala más chiquita. Lo ideal sería que todo eso más o menos concordara, pero no siempre es así”, afirma Corona.

Foto: Federico Gutiérrez

Foto: Federico Gutiérrez

Lo cierto es que nuestro querido Pseudobrachytherium breve se dio una panzada de pasto antes de morir. Y eso que el grupo de animales al que pertenece, los proterotéridos, aparentemente eran ramoneadores de hojas y frutos. ¿Descubrieron Badín y Corona al proterotérido pastador primigenio de esta tierra? ¿Fue Pseudobrachytherium breve el primero en darse cuenta de que la riqueza de este país vendría por el lado de las pasturas? Las paleontólogas ríen tentadas por la idea. “No sé si tanto, pero sí nos sorprendió un poco encontrar eso de que fuera un animal pastador. Pero de nuevo, no hay que olvidar que estamos mirando un solo diente de un solo ejemplar en un contexto particular. Para hacer una generalización tenés que ver otros elementos que aún no tenemos”, dice Corona.

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Que Corona y sus colegas hayan hecho justicia con la memoria de Pseudobrachytherium breve, permitiendo que hoy su género y su especie sean reconocidos, no es un caso aislado. El año pasado, Andrea Corona, Daniel Perea y Martín Ubilla habían dado nombre a otro género y especie de proterotérido. A ese animal lo bautizaron Uruguayodon alius. Y nuevamente, su nombre refiere a características del fósil, en este caso, una mandíbula con molares encontrada en Punta de San Gregorio, cerca de Kiyú, también en San José.

Uruguayodon por Uruguay, obviamente, y odon hace referencia a los dientes, porque en esta familia en particular los dientes son básicamente la base de toda la taxonomía”, dice Corona. Una vez más, los dientes eran particulares: “Fui a las colecciones de Argentina y no encontré un diente ni parecido”, recuerda. Como el material tenía una combinación de caracteres única, que ameritaba definir un nuevo género y especie, lo bautizaron alius, que en latín significa justamente “diferente”, “distinto”.

Uruguayodon alius es mucho más reciente que Pseudobrachytherium breve: mientras el posible pastador tiene diez millones de años, su pariente Uruguayodon alius apenas tiene unos 100.000. La diferencia de edad entre ambos no implica diferencias evolutivas como para de decir que Uruguayodon era más evolucionado que Pseudobrachytherium: “La familia en sí es bastante conservadora en el tema de la dentición, no hay nada particular que te permita hablar de una tendencia evolutiva, ni siquiera lo de las coronas dentarias que hablábamos hoy. En un momento se creía que quizá el patrón, la tendencia evolutiva de la familia era pasar de bichos con coronas dentarias un poco más bajas, más ramoneadores, a otro de coronas altas, más pastadores, pero en realidad después se vio que no es una tendencia, que hay de todo”, explica Corona.

El caso de Uruguayodon es también la historia de una identidad confundida. “Este material se colectó allá por los años 60, y en 1975 se publicó un estudio preliminar con base en lo que se conocía en ese momento. Se pensó que pertenecía al Licaphrium, género que al día de hoy se considera que no es válido, lo que indica que hubo muchos avances en el conocimiento de esta familia en estas últimas décadas”, comenta Corona, quien además destaca que la tarea fue posible, en parte, gracias al trabajo de colegas argentinos, que en las últimas décadas han hecho una revisión de toda la familia, y en particular de la tesis con proterotéridos de Entre Ríos de Gabriela Schmidt, colega argentina que es coautora del artículo.

Ya que tenemos a dos proterotéridos nuevos para la ciencia, ambos descubiertos en San José, es tentador hacer comparaciones. Así que arrastro a las paleontólogas a ese juego. “Uruguayodon es un animal más grande, es un bicho que llamó un poco la atención por su tamaño. Estamos hablando que pesaría unos 50 kilos”, dice Corona, que adelanta que en breve saldrá un artículo en el que abordan el tema. “Sería como un ciervo bastante grande”, dice Ana. Hoy en nuestro país el ciervo más grande que existe es el venado de campo del que hablaba Darwin, cuyos machos pueden alcanzar los 45 kilos.

Los dientes de Uruguayodon breve. Foto Andrea Corona

Los dientes de Uruguayodon breve. Foto Andrea Corona

Por su parte, el Pseudobrachytherium breve era un mamífero mucho más pequeño. Si bien las investigadoras aún no han realizado la estimación de masa, ya que hablamos de ciervos nativos, nuestro pastador podría ser similar al ciervo autóctono actual más pequeño, el guazubirá (Mazama gouazoubira).

Uno podría pensar que al describir dos nuevos géneros y especies de mamíferos herbívoros podrían darse por satisfechas. Pero piensan continuar. “Voy a seguir con la filogenia y la morfología, tratando de definir de alguna manera los parentescos entre ellos”, dice Badín. Para ello, deberá ir nuevamente a los museos de La Plata y Buenos Aires, estudiar los materiales, tomar medidas y hacer anotaciones, llenar una matriz de datos y buscar auxilio en programas informáticos. Es que la paleontología no es una disciplina que excava y encuentra fósiles, sino la ciencia que excava en los fósiles para sacarles la mayor cantidad de información posible.

Corona, por su parte, piensa que al terminar el doctorado, en breve, pondrá un punto final en el estudio de estos proterotéridos. Pero no se irá muy lejos: “En un principio, muy ilusa yo, quería incluir a todo el orden de las litopternas en mi tesis de doctorado. Cuando empecé me di cuenta de que era inabordable, entonces ahora me queda abordar el grupo de las macrauquenias, que son otra familia del mismo orden”.

Corona se pondrá entonces a estudiar el registro de los macrauquénidos en Uruguay. Y seguro, al mirar con mayor detenimiento, y a la luz del avance de la paleontología sudamericana, surja alguna sorpresa. “Hay materiales interesantes, hay cráneos, hay fósiles que quedaron en las colecciones sin revisar exhaustivamente”, dice, y uno ya va reservando algunas páginas para contarles a lectores y lectoras de la diaria acerca de nuevas especies de mamíferos que pisaron esta tierra y que, gracias al trabajo de paleontólgos como Corona, Badín y sus colegas, siguen dando que hablar miles y miles de año después de que dejaron de respirar.

Artículo: “A new genus and species and additional reports of the South American native ungulates Proterotheriidae (Mammalia, Litopterna) in the Late Miocene of Uruguay”.
Publicación: Journal of South American Earth Sciences (N.º 102, 2020)
Autores: Andrea Corona, Ana Clara Badín, Daniel Perea, Martín Ubilla, Gabriela Inés Schmidt

Artículo: “A new genus of Proterotheriinae (Mammalia, Litopterna) from the Pleistocene of Uruguay”.
Publicación: Journal of Vertebrate Paleontology (2019)
Autores: Andrea Corona, Daniel Perea, Martín Ubilla.