La llegada de los seres humanos al continente y su posterior dispersión hasta habitarlo desde un extremo a otro es uno de los temas más polémicos de la antropología y la arqueología americanas. Si bien podría decirse que hay tres grandes hipótesis, algunas mejor respaldadas por la evidencia que otras, el tema también adquiere notoriedad cada vez que un equipo de arqueólogos u otros investigadores comunican la existencia de sitios de gran antigüedad que desafían los paradigmas.
Por ejemplo, este año tuvo bastante repercusión el trabajo de Cirpian Ardelean y sus colegas, publicado en Nature en julio, que les asignaba una gran antigüedad a herramientas encontradas en las cuevas Chiquihuite, de México, y que proponía “llevar atrás las fechas de la dispersión humana en la región, probablemente tan atrás como hace 33.000-31.000 años”. Inmediatamente varios medios publicaron, de buena fe, cosas como que los humanos llevaban en América prácticamente el doble del tiempo que se pensaba.
En Uruguay el paleontólogo Richard Fariña y sus colegas publicaron un artículo en 2014 en que comunicaban el hallazgo en el Arroyo del Vizcaíno, cerca de Sauce, Canelones, de fósiles de perezosos gigantes y otra megafauna con marcas que, según sostienen, fueron hechas por humanos mientras carneaban a los animales. Los fósiles del Vizcaíno tienen entre 27.000 y 30.000 años, por lo que si las marcas fueron hechas por seres humanos, habría que replantearse la fecha de llegada del Homo sapiens al continente (más aún si llegaron, como proponen todas las teorías, desde Asia, ingresando por el norte de América).
Tratando de superar las limitaciones impuestas al tratar de determinar la fecha del poblamiento de América del Sur a partir de hallazgos en un único sitio, los argentinos Luciano Prates, Gustavo Politis e Iván Pérez, los tres investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina, realizaron un extenso trabajo de análisis de la mayor cantidad de evidencia disponible con fechas confiables. Comunicaron sus resultados en el artículo “Rápida radiación de los humanos en Sudamérica luego del último máximo glaciar: un estudio basado en radiocarbono”, publicado en la revista PLoS ONE 15.
Lo que concluyen puede no resultar una gran sorpresa: por un lado, ya lo leyeron en el título de esta nota y por otro, de las tres hipótesis manejadas, sustenta a la menos extremista: no llegaron mucho antes de lo pensado, pero tampoco tanto después como para que la población explotara a un ritmo incongruente. Sorpresas aparte, el respaldo del estudio, la novedad del enfoque y su ánimo de superar los hallazgos puntuales le dan al tema una perspectiva integradora valiosa. Pero vayamos primero a conocer las tres ideas que se manejaban sobre el poblamiento.
Un debate entre tres modelos
Como bien recapitulan en el artículo Prates y sus colegas, el poblamiento de América es “un tema de investigación que lleva a los arqueólogos a un debate multidisciplinario”. También sostienen que a pesar de que en América del Sur la cantidad y calidad de la información sobre el tema “han aumentado exponencialmente en las últimas décadas”, la mayoría “de las preguntas centrales relacionadas con el momento de la llegada humana y los patrones temporales del proceso de colonización aún permanecen abiertas”. Pero más allá de que nadie tiene la palabra definitiva, la mayoría de los investigadores se mueven en torno a tres modelos de poblamiento.
El primero es el modelo de cronología corta. Quienes adhieren a esta visión sostienen que los humanos llegaron a América del Norte no mucho antes de hace 13.000 años, y a América del Sur no antes de hace 12.900. Como dice el artículo, los defensores de esta postura “consideran al ‘Complejo Clovis’ como la primera cultura arqueológica generalizada en América del Norte”. Como hemos visto en otras notas sobre el tema, las puntas de proyectiles Clovis, talladas en piedra, tienen una antigüedad de entre 13.400 y 12.900 años. Por eso a este modelo se lo conoce como “Clovis First”, y como dijo a la diaria el arqueólogo especializado en puntas de proyectiles Rafael Suárez, algunos estadounidenses han dicho “que las puntas Clovis son la primera patente norteamericana”.
Otros arqueólogos y antropólogos postulan lo que se conoce como el modelo de cronología intermedia, que propone que el poblamiento del continente norteamericano fue anterior a la tecnología Clovis pero, a su vez, posterior al Último Máximo Glacial, un evento que tuvo lugar entre 18.500 y 13.000 años atrás. La entrada de los humanos a América del Sur se habría dado poco después. A este modelo también se lo llama “Clovis Second”, porque presupone un poblamiento anterior a quienes establecieron la tecnología de hacer puntas Clovis.
Finalmente, está el modelo de cronología larga, que postula que los seres humanos entraron a América del Norte durante el Último Máximo Glacial o antes, y afirma que el poblamiento de América del Sur se habría dado hace 18.000 años o más. Nadie lo dice así, pero si hubiera que ponerle un nombre en referencia a la tecnología y la cultura Clovis, este sería el modelo “Clovis del montón”.
Como también señalan en el artículo publicado, en años recientes hubo aportes desde los estudios genéticos de las poblaciones, a través del análisis del ADN mitocondrial, que se hereda por vía materna, y también del cromosoma. Según afirman en el trabajo, estas evidencias genéticas parecen coincidir en que los humanos ingresaron a América desde Beringia hace unos 19.500 o 14.000 años, y a América del Sur hace unos 18.500 o 15.000.
Es en este contexto de tres modelos en disputa que la investigación de los argentinos Prates, Politis y Pérez intenta hacer un aporte, que, en lugar de sustentarse en la datación de un sitio arqueológico particular, busca determinar la llegada de los humanos a América del Sur reuniendo toda la evidencia disponible de sitios con dataciones confiables del continente y aplicando sobre ella un análisis estadístico riguroso que no teme pedir prestadas herramientas de otras disciplinas.
Una mirada integradora
“La mayoría de la gente que habla y discute sobre el tema lo hace porque encontró algún sitio de poblamiento. Pero la ciencia no funciona así. Que la gente sólo pueda hablar de determinadas cosas cuando se topa con hallazgos de este tipo, que son muy difíciles, no es del todo saludable”, dice Prates, antropólogo de la Universidad de La Plata, Argentina. Teniendo esto en mente, pero también que “el volumen de información en Sudamérica ya permite discutir cosas con fundamentos numéricos que le dan mayor solidez a las ideas”, su investigación se lanzó a integrar todo ese conocimiento ya generado.
Como dicen en el artículo, estos investigadores abordaron la cuestión del poblamiento humano de América del Sur y el crecimiento de la población “a la luz del análisis cuantitativo de una base de datos de radiocarbono de más de 1.600 fechas tempranas”. Para ser más concretos, utilizaron fechas obtenidas por la técnica de radiocarbono de 1.661 objetos, de los cuales 1.543 son materiales culturales o restos relacionados, es decir, herramientas de piedra, carbones, etcétera, y 118 son huesos y dientes humanos, recuperados en 454 sitios arqueológicos. No entraron en su análisis estadístico datos de varios sitios que no cumplían con determinados criterios, por ejemplo “muestras con evidencia débil de una asociación con la acción humana” o con “descripción pobre/ambigua del contexto arqueológico”, “fechas con mediciones radiométricas estadísticamente imprecisas (es decir, con errores mayores a 350 años)”.
Entre algunas de las fechas que no tuvieron en cuenta puede haber un punto controvertido, al menos para los directamente involucrados en defender la validez de sus propios hallazgos: “Aunque durante las últimas décadas varios sitios/niveles arqueológicos anteriores a 15.000 años antes del presente han sido considerados como presuntos candidatos para la evidencia más temprana de presencia humana en América del Sur, no se han incluido en nuestro análisis porque consideramos que no cumplen con los requisitos de validación estándar”. Entre los sitios que no fueron tomados en cuenta se encuentran varios de Piauí, en Brasil, como Boqueirão da Pedra Furada o Toca do Sítio do Meio; de Chile, como Monte Verde I y Chinchihuapi II; y también el Arroyo del Vizcaíno, de Uruguay. Sin embargo, adelantándose a la posible crítica de quienes fueron dejados por fuera del análisis, también corrieron los modelos incluyendo estos sitios para ver qué resultado daba (y de eso hablaremos más adelante).
“Uno no puede sostener la idea del poblamiento de todo un continente a partir de un único sitio que uno cree que es válido”.
Con todos los datos que consideraron válidos y confiables, realizaron un “análisis cuantitativo de fechas arqueológicas tempranas que hasta ahora no se ha implementado en el área”. Partieron de una idea totalmente lógica: “El proceso de colonización de un nuevo territorio implica un tiempo variable de baja densidad poblacional, y por tanto un tiempo variable de niveles excepcionalmente bajos de preservación/visibilidad en el registro arqueológico. Por lo tanto, se puede suponer razonablemente que el registro arqueológico documentado más antiguo se produce en algún momento posterior a la primera llegada real”. Por ello, buscaron “estimar un límite cronológico confiable y estadísticamente bien respaldado (no la fecha exacta) para la primera llegada humana”.
“Lo superador de esta visión es que este trabajo no está basado en ningún sitio puntual”, dice Prates. “En general la discusión de la antigüedad del poblamiento humano de América del Sur se da a partir de determinados hallazgos, de sitios que afirman tener determinada antigüedad. Pero uno no puede sostener la idea del poblamiento de todo un continente a partir de un sitio que uno cree que es válido”, reflexiona. “Lo numérico te permite trascender eso y es un poco lo que tratamos de hacer nosotros. Por eso también ensayamos los modelos, además de con los datos que consideramos válidos, también con datos que otros consideran válidos, como para poder discutir sobre bases más sólidas y no construir un castillo de naipes sobre una sola pata que, si la quitás, se derrumba todo”.
Echando mano a otras disciplinas
Lo que hicieron Prates y sus colegas fue tomar el registro arqueológico con dataciones como una serie de datos distribuidos a lo largo del tiempo. Como ya dijimos, el primer dato que aparece no será necesariamente el momento en que los humanos llegaron. ¿Cómo hacer para calcular entonces a partir de los datos existentes esa llegada de la que no hay datos en el registro? O como dicen ellos en el trabajo, “la pregunta es cuánto tiempo lleva característicamente la ocupación humana para volverse arqueológicamente detectable en un régimen típico de muestreo de campo”. Para ello Prates y sus colegas no tuvieron empacho en pedir prestada metodologías a sus colegas paleontólogos (por favor, no confundir jamás a un arqueólogo, que estudia evidencias de humanos y su cultura en el pasado, con un paleontólogo, que estudia evidencias de cualquier otro tipo de vida en el registro fósil, salvo que se pretenda ser víctima de una mirada de odio fulminante).
“Tomamos seis métodos conocidos de la paleontología y los adaptamos a nuestros objetivos. El principio es el mismo, ver cómo se dispersa hacia la desaparición un tipo de registro. No descubrimos nada, sólo vimos que era útil aplicar ese método de la paleontología y lo usamos para el poblamiento de Sudamérica”, explica Prates. “En paleontología una discusión muy importante es la extinción de especies. Entonces diseñaron esta herramienta para ver cuándo desapareció realmente una especie, que no es en el momento en que encuentran el último dato, sino que seguramente fue posterior a ese fósil encontrado. Nosotros lo usamos al revés: en lugar de ver la extinción hacia el presente, intentamos ver cuándo llegaron realmente los humanos”.
Tras estos análisis los investigadores obtuvieron una fecha estadísticamente confiable. Partiendo de las evidencias arqueológicas más confiables según su criterio, los sitios más antiguos de Sudamérica considerados fueron Huaca Prieta (Andes Centrales) y Monte Verde (Andes del Sur), en Chile, y Arroyo Seco 2 (Pampa), en Argentina, con antigüedades que van desde los 15.100 a los 14.000 años. Al hacer sus cálculos basados en el método paleontológico, dado que “se espera que la evidencia arqueológica más antigua sea más reciente que el tiempo real de la primera llegada humana”, estimaron que la llegada de los humanos estuvo en el rango de los 16.100 a 14.900 años en los Andes centrales, entre 17.300 y 15.100 en los Andes del Sur, entre 16.200 y 13.900 en el centro de Brasil, entre 14.400 y 13.000 en tierras bajas tropicales, entre 14.800 y 14.100 en las Pampas, entre 13.700 y 12.800 en los Andes del Norte, y entre 14.300 y 13.000 en la Patagonia. Son muchas fechas, pero no se preocupen, en el párrafo siguiente se simplifica.
“Si consideramos América del Sur como un todo, el límite cronológico inferior de la primera llegada, estadísticamente bien respaldado, se estimó entre 16.600 y 15.100 años antes del presente”, señalan en el trabajo. “La fecha media estimada para América del Sur es cercana a los 15.500 antes del presente y representa el momento más probable para la primera llegada humana”, resumen. Y sin ánimo de pelear con nadie, pero tratando de volver a los tres modelos, en la discusión señalan que estos resultados “están en desacuerdo con varias afirmaciones de una entrada de alta antigüedad basada en presuntos sitios de cronología larga de Brasil y Uruguay”.
“Decir que el poblamiento se produjo hace 15.500 0 16.000 años no es muy disruptivo, hay mucha gente que lo pensaba antes de manera intuitiva”, reconoce Prates. “Creo que lo interesante del trabajo es que lo muestra de manera, entre comillas, más sustentada y más creíble que simplemente decir que uno cree en determinado sitio porque le parece bueno, y por lo tanto, crear un fechado con base en esa cronología. Ese era el espíritu de incluir lo cuantitativo en esto, y aparte trabajar con todos los sitios al mismo tiempo, cosa que en general no se había hecho”.
Humanos dispersos
El trabajo no sólo se dedicó a establecer cuándo habrían ingresado los seres humanos a nuestro continente, sino que también analizó, con base en los mismos fechados de objetos y huesos, el crecimiento y dispersión de esa población. Porque aquí hay una cuestión que no puede desestimarse: si se propone que los humanos llegaron a un continente en determinado momento, y dado que las poblaciones humanas crecen a ritmo acelerado en condiciones favorables, ese crecimiento y dispersión debería también notarse en el registro arqueológico: más humanos en más partes deben necesariamente dejar más herramientas, más carbones, más basura y más huesos. Hacer este cálculo es de importancia, ya que como dicen, compararon sus resultados “con las expectativas de los principales modelos enfrentados que explican el poblamiento temprano de todas las Américas: Cronología corta, intermedia y larga”.
Al emplear métodos de análisis (usaron el método Monte Carlo de distribución de suma de probabilidades de fechados radiocarbónicos, que se ha sugerido que son “buenos estimadores del tamaño de la población o la densidad de población”) encontraron que después de que los humanos llegaron a nuestro continente “parecen haber ocupado, con relativa rapidez y con baja densidad de población, las principales regiones de América del Sur alrededor de 13.000 años antes del presente, desde los Andes centrales y el noreste de Brasil hasta la Patagonia”.
Luego la población habría comenzado a crecer aceleradamente, hasta que hubo un parate. “La población habría crecido hasta el final del estadio climático conocido como Enfriamiento Reverso Antártico –cerca del 12.500 antes del presente, en el momento de las principales extinciones de la megafauna–, cuando la tasa de aumento se desacelera, probablemente como resultado de los cambios ocurridos en el nicho trófico de humanos”, dice el artículo. La tasa de crecimiento se ralentiza entonces entre 12.500 y 11.700 años atrás, para luego volver a crecer entre 11.300 y 11.200 años atrás. Hace unos 11.000 años, “el crecimiento de la población se estabiliza y se observa un aumento gradual a largo plazo”.
Cabe destacar que los restos humanos (esqueletos propiamente dichos) recién se hacen abundantes hace unos 10.300 años. Sumando este hecho y las estimaciones de crecimiento poblacional, Prates afirma: “Nosotros vemos que en toda Sudamérica los esqueletos más viejos tienen unos 10.000 años. Y se hacen visibles entre 3.000 y 5.000 años después de que vemos una evidencia cultural. Esto es razonable porque los seres humanos generan un volumen de deshechos en su vida infinitamente mayor al volumen de sus propios huesos, de modo que es normal que nosotros encontremos más fácilmente restos culturales que restos humanos. Pero también es razonable esperar que los restos humanos sean visibles después de un tiempo sí o sí”.
De esta manera, la estimación estadística de la llegada de los humanos a Sudamérica hace unos 15.500 años es congruente con la ausencia de restos humanos de más antigüedad. “Nosotros planteamos que si hubo gente hace 25.000 años, ¿dónde están los esqueletos de esa gente? Si el arroyo del Vizcaíno fue ocupado hace 30.000 años, necesariamente esa población debió reproducirse mucho, porque los seres humanos son cosmopolitas y se reproducen mucho donde tienen espacio y recursos. ¿Dónde están los muertos de esas poblaciones? El primer esqueleto que aparece alrededor de ‘las Pampas’ (de Argentina, Uruguay y Brasil) tiene 10.300 años, lo que implica un vacío enorme de esqueletos”, afirma Prates. Y no es que tenga nada contra el trabajo en El Vizcaíno, sino que aclara que lo mismo se aplica para sitios de Brasil e incluso para otros como las resonadas cuevas en México.
“Creo que esa es una limitación de las más fuertes que enfrentan todos los sitios de alta antigüedad hoy de Sudamérica. Ya hay un volumen de información y trabajo arqueológico tal que implica que los esqueletos deberían aparecer, sobre todo porque la curva del crecimiento humano explota rápidamente”, reflexiona Prates. “Creo que la estadística y trabajar con gran volumen de información en paquete también nos muestra estas cosas”.
Modelo ganador
El trabajo de Prates, Politis y Pérez respalda entonces el modelo de la Cronología Intermedia: fija una entrada al continente sudamericano hace unos 15.500 años. En el artículo señalan que sus resultados coinciden “con la mayoría” de las cronologías obtenidas con técnicas de análisis de ADN, que postulan que los humanos “habrían llegado a América del Sur entre hace 18.500 y 15.000 años”.
También destacan que sus resultados “concuerdan con la heterogeneidad cultural observada de los primeros sitios sudamericanos”, y ejemplifican que el sitio Huaca Prieta, en los Andes centrales, se asocia “a una economía enfocada principalmente en los recursos de la costa”, mientras que “Monte Verde II, ubicado en los Andes del Sur (en un bosque lluvioso, templado y fresco), ha sido atribuido a cazadores-recolectores semisedentarios y económicamente generalistas”. A su vez, Arroyo Seco 2, en la Pampa argentina de praderas templadas, “fue interpretado como un campo de procesamiento de megamamíferos dentro de un patrón de alta movilidad”.
Sostienen que esta “diversidad tecnológica, económica y adaptativa reflejada en el registro arqueológico” no se lleva bien con la Cronología Corta, ya que, además de lo que indicó su análisis estadístico y poblacional, “sólo puede explicarse considerando una mayor profundidad cronológica de la presencia humana que la indicada por la señal arqueológica más antigua”. También señalan que el modelo de cronología “requeriría la suposición de una migración muy rápida y tasas de dispersión inicial extremadamente altas (e improbables) para que los humanos lleguen al extremo sur de América del Sur”, y que esto “no parece congruente con sitios confiables anteriores a Clovis de América del Sur, y con la diversidad tecnológica y económica en el registro arqueológico del continente sur hacia cerca del 12.900 antes del presente”.
Al respecto de la Cronología Larga, afirman que “si se hubiera producido una primera llegada antes de los 15.500 antes del presente, esta población temprana probablemente se habría extinguido, ya que la supuesta evidencia cultural antes de esta fecha muestra una discontinuidad sustancial (e inesperada) en la curva de densidad probabilística, y los restos humanos están completamente ausentes antes de 12.600 antes del presente”.
“El hecho de estar tan empecinados en que tenemos sitios viejos nos hace descuidar algo que para mí es fabuloso y ahora estamos trabajando con Iván Pérez, también autor de este trabajo, que es el tema de las puntas cola de pescado, que han trabajado Rafael Suárez y otros arqueólogos”, reflexiona Prates. “Todo hace pensar que hay que rediscutir la importancia de los seres humanos en las extinciones. Y el núcleo del problema está en Uruguay y la región pampeana”, dice con entusiasmo. Pero de eso hablaremos en el futuro. Hoy celebremos que sabemos, al menos estadísticamente, que ya llevamos unos 15.500 años en este continente.
Artículo: “Rapid radiation of humans in South America after the last glacial maximum: A radiocarbon-based study”
Publicación: PLoS ONE 15 (julio 2020)
Autores: Luciano Prates, Gustavo Politis, Iván Pérez.
Sobre las cuevas Chiquihuite de México
Este año han tenido mucha repercusión los supuestos hallazgos en las cuevas Chiquihuite, de México, de herramientas que llevarían al poblamiento de esa parte del continente hasta a unos 30.000 años en el pasado, lo que en muchos medios se divulgó como una fecha que prácticamente doblaría lo que pensábamos. Uno no es arqueólogo, pero le digo que al ver las supuestas herramientas que encontraron en las cuevas me quedan dudas.
“Tampoco es obvio para los arqueólogos que se trate de herramientas”, dice Prates. “Me han llamado para que opine sobre estos sitios. Hay una política de Nature de generar debate con estos sitios. Hace unos años publicaron un artículo sobre un sitio en California de 100.900 años, algo que, obviamente, quedó en la nada. Todos estos sitios se caracterizan por tener una sofisticación analítica fabulosa, hacen análisis de lo que sea, pero todo se sustenta en un único hecho, y es que asumen que las herramientas eran humanas. Si se pone en discusión sólo ese hecho, se cae todo el sitio”, reflexiona. Y luego comienza su análisis del hallazgo tan publicitado.
“Para mí hay algunas cosas que ese sitio de México no reúne. Por ejemplo, toda la materia prima es local, cuando sabemos que los seres humanos acarrean las rocas de distintos lugares. Ese mismo problema lo tienen en sitios en Brasil. Es muy raro que en una cueva ocupada durante 10.000 años todas las rocas que trabajaron estén sólo en la cueva y alrededores. O sea, empiezo a pensar que se puede haber generado naturalmente ahí. Segundo, es un ambiente muy dinámico y activo, con caída de rocas que se pueden fragmentar”.
Pero a Luciano Prates le gusta basarse en evidencia. Hace sus observaciones, pero también señala: “En arqueología todo puede pasar, tal vez me tenga que comer las palabras, pero todo me hace pensar que en unos años nadie se va a acordar del sitio de México, porque adolece de los mismos problemas que adolecen los sitios con cronología parecida en toda Sudamérica”.