La publicación, esta semana, de un artículo científico que reporta que la presencia de fosfano en la atmósfera venusina podría deberse a la existencia de vida microscópica generó gran revuelo e impacto mediático. Si bien es interesante y estimulante, el artículo no alcanza para acabar con nuestra incómoda soledad en el Sistema Solar.
De tamaño y masa similar a la de la Tierra, Venus, nuestro vecino más cercano para el lado del Sol, albergó por algún tiempo nuestras fantasías de un planeta habitado, aunque no albergara vida. Cubierto por una densa capa de nubes que desde 1609, cuando el astrónomo Galileo Galilei se fijó en él con ayuda óptica, viene frustrando a quienes quieren observar su superficie mediante telescopios, Venus dejó que a principios del siglo XX los humanos fantasearan con que esas nubes estaban mayormente formadas por agua y que, por tanto, el planeta era una especie de gran pantano húmedo rebosante de vegetación y, por qué no, insectos gigantes y hasta dinosaurios. Venus fue imaginado como un mundo parecido al Carbonífero terrestre, y la idea, propuesta incluso por un científico ganador de un premio Nobel en Química, no tardó en calar hondo en la cultura popular con el auge de la ciencia ficción y la pulp fiction, sirviendo incluso de inspiración para una saga de aventuras venusinas de Edgar Rice Burroughs, el creador de Tarzán.
Así como inspiró grandes obras de ficción, también sirvió de ejemplo para grandes lecciones de la ciencia. Luego de demostrarse mediante varias mediciones e incluso sondas americanas y rusas que aquel pantano húmedo era imposible y que la superficie del planeta está por encima de los 450°C, Venus igual tenía un mensaje importante para dar acerca de la vida en nuestro planeta. Dado que la temperatura que arrojaba no coincidía con lo que se conocía del planeta, varios astrónomos se dedicaron a pensar qué podría estar pasando allí. Y lo que pasaba ‒y pasa en Venus‒ es que sufre un efecto invernadero que hace del planeta algo más parecido a un infierno que a un paraíso de vida.
Entre quienes estudiaron el fenómeno estuvo el célebre divulgador y científico humanista Carl Sagan, quien en su libro ‒y serie televisiva‒ Cosmos puso a Venus como ejemplo de lo que nos espera de no detener la emisión de gases que producen ese efecto de calentamiento global. “El medioambiente de la superficie de Venus es una advertencia: algo desastroso puede ocurrirle a un planeta bastante parecido al nuestro”, decía en Cosmos hace 40 años, dejando en evidencia nuestra incomprensible inacción ante el problema.
Siendo Venus un infierno, la búsqueda de vida apuntó hacia otras partes del Sistema Solar, con Marte, donde podría haberla habido, y algunas lunas de Júpiter y otros gigantes gaseosos como los sitios más prometedores. De hecho, el propio Sagan, en su libro Un punto azul pálido, de 1994, describía a Venus como “un asfixiante infierno en continua ebullición”, y respecto de la búsqueda de vida allí decía que “nuestras esperanzas se han desvanecido por completo”, y agregaba: “La llamada de este mundo es hoy mucho más matizada que en las primeras etapas de la exploración, cuando casi todo era posible y nuestras nociones más románticas respecto de Venus podían todavía, por lo que sabíamos entonces, hacerse realidad”. Más recientemente, la búsqueda se extendió hacia los exoplanetas, mundos más allá de nuestro vecindario. Por ello la publicación del artículo “Gas fosfano en la cubierta de nubes de Venus”, en la revista Nature Astronomy el 14 de setiembre, fue todo un acontecimiento. Porque allí, entre tecnicismos, cálculos y descripción de calibraciones para detectar con radiotelescopios un gas en concentraciones bajísimas en un planeta que está a unos 40 millones de kilómetros, se coló la palabra “vida”.
Algo huele mal en Venus
El artículo, liderado por la astrónoma Jane Greaves y escrito también por otra científica que es clave para todo este asunto, la astrofísica molecular portuguesa Clara Sousa-Silva, da cuenta del trabajo que estas investigadoras y sus colegas vienen realizando desde hace años buscando trazas de gases que puedan servir como biomarcadores, es decir, gases cuya presencia pueda atribuirse a la consecuencia de alguna actividad biológica.
En concreto, el trabajo comunica que encontraron “la aparente presencia de gas fosfano (PH3) en la atmósfera de Venus, donde el fósforo debería estar en formas oxidadas”. Y si bien se armó revuelo sobre la posible presencia de vida, hay que destacar su manejo cauto de la información. Más allá de lo que puedan pensar a nivel personal, estas investigadoras y sus colegas consideran pertinente decir que la presencia de fosfano es “aparente”. ¿Y por qué lo dicen así? Porque saben que están trabajando con un gas que encontraron en muy pequeñas cantidades en las nubes de Venus y cuya presencia se detecta mediante variados análisis y tratamiento de señales obtenidas por radiotelescopios.
Si bien hicieron sus observaciones dos veces en dos observatorios distintos, la primera en junio de 2017 desde el telescopio James Clerk Maxwell ubicado en Miami y la segunda en marzo de 2019 desde ALMA, en pleno desierto de Atacama chileno, y demuestran estar convencidos de que hicieron bien las mediciones, no pueden descartar que en el proceso no pueda haber algún error. Más observaciones respaldarán o pondrán en entredicho lo que observaron, y en ello no hay nada de malo: así funciona la ciencia. De todas formas, como la señal que obtuvieron “no tiene otra identificación plausible”, informan que “se infiere PH3 atmosférico a cerca de 20 partes por mil millones de abundancia”. Partes por mil millones es una unidad para medir la concentración.
Lo maravilloso es que este artículo, que causó tanta repercusión por traer de nuevo la posibilidad de vida en un planeta vecino al nuestro, es posible gracias a un resultado encontrado casi por accidente. “Propusimos un experimento de ‘modelo de juguete’ que podría establecer límites de abundancia del orden de partes por mil millones en Venus, comparable a la producción de fosfano de algunos ecosistemas terrestres anaeróbicos”, dice el trabajo. Y ese experimento de “modelo de juguete”, cuyo objetivo era obtener “un punto de referencia para desarrollos futuros”, les arrojó un resultado más enriquecedor que sacar el Gordo de Fin de Año: “Inesperadamente, nuestras observaciones iniciales sugirieron una cantidad detectable de fosfano en Venus”.
Claro que decir que esto fue un accidente es como pensar que una persona que conduce a 320 kilómetros por hora por las calles de Montevideo no tiene ninguna responsabilidad si una columna u otro vehículo pone un punto final a sus días. ¿Por qué estaban intentando calibrar instrumentos para detectar fosfano? Porque desde hace décadas la portuguesa Sousa-Silva viene estudiando ese gas, que huele a pescado podrido y es altamente tóxico para quienes respiramos oxígeno, como un posible marcador de que en planetas distantes hay vida. De hecho, en el trabajo se señala que “recientemente se propuso que cualquier fosfano (PH3) detectado en la atmósfera de un planeta rocoso es un signo prometedor de vida”. Y ese “recientemente” se refiere al trabajo, publicado en enero con Sousa-Silva como primera autora, llamado “Fosfano como gas biomarcador en atmósferas de exoplanetas”.
El fosfano es un compuesto que forma como una pirámide de tres lados cuyo vértice superior ‒es una metáfora‒ tiene un átomo de fósforo y los otros tres un átomo de hidrógeno (de allí que su notación sea PH3, es decir, un fósforo, P, y tres hidrógenos, H3). En la tierra, debido a la acción del oxígeno, el gas fosfano se destruye rápidamente. Sin embargo, en nuestra atmósfera puede detectarse, debido a que hay un suministro constante de ese compuesto originado en dos fuentes: la industrial y la actividad de bacterias y microorganismos.
En la industria el fosfano se emplea para la fabricación de semiconductores y plásticos, retardadores de llamas y, dado que es altamente tóxico, es usado como “insecticida y raticida en la industria agrícola”, dice el trabajo de Sousa-Silva. Pero la astrofísica y sus colegas señalan que “se piensa que la mayor parte del fosfano atmosférico está vinculada con las emisiones relacionadas con actividad biológica”. ¿Y quiénes producen fosfano? Otras formas de vida que hay en este planeta que, en lugar de prosperar en ambientes ricos en oxígeno, lo hacen donde ese elemento no se encuentra: intestinos de varios animales, pantanos y vertederos. Por ejemplo, se ha reportado su producción en colonias de pingüinos, debido a la descomposición del guano por las bacterias del suelo antártico. Por ello, más allá de que el fosfano se pueda generar por procesos químicos que no involucran actividad biológica, en el trabajo sobre su detección en Venus dicen que “el rastro de PH3 en la atmósfera de la Tierra (partes por mil millones de abundancia a nivel mundial) está asociado de manera única con la actividad antropogénica o a la presencia microbiana: la vida produce este gas altamente reductor incluso en un ambiente oxidante general”.
El fosfano entonces podría ser un buen marcador de actividad biológica en ambientes donde su producción no pueda explicarse por otros procesos. Por eso estos investigadores, por “accidente”, estaban analizando formas de medirlo en Venus. Agreguemos una pequeña cuestión más para mostrar la complejidad que se abre cada vez que se avanza sobre cualquier tema: hasta el día de hoy la ciencia no sabe cómo ni por qué mecanismo las bacterias producen fosfano. Es decir: se constata su presencia asociada a procesos de descomposición llevados a cabo por bacterias en ambientes anóxicos ‒sin oxígeno‒, pero no sabemos cómo es que lo producen. ¿Es esto impedimento para buscar vida en otros planetas? Tal vez no: Souza-Silva reseña en su trabajo que de las 220.000 especies de moléculas de exclusivo origen biológico, se conoce experimentalmente la vía metabólica de sólo 2.720.
Pues bien: el trabajo publicado en Nature Astronomy reporta cómo estos investigadores encontraron trazas de fosfano en las nubes de Venus en cantidades que rondan las 20 partes por mil millones (me saltearé los detalles técnicos, pero si alguien quiere trabajar operando radiotelescopios, el artículo detalla bien cómo obtuvieron estas mediciones, de manera que se espera que estas observaciones puedan repetirse o ser refutadas por otros investigadores).
Para hacernos una idea de la cantidad ínfima de fosfano encontrada, el físico y divulgador Ernesto Blanco, al pedirle auxilio para entender algunos pasajes del artículo, señaló que por más que el fosfano tiene un olor repugnante, las concentraciones reportadas de 20 partes por mil millones serían indetectables para una nariz humana. Es más, son concentraciones tan bajas que están 45 veces por debajo de nuestro umbral de detección. Pero para que este hallazgo resulte aún más fascinante, si bien la nariz de los perros tiene 50 veces más receptores olfativos que la nuestra, esta cantidad de fosfano de las nubes de Venus es tan baja que es poco probable que un perro de olfato agudo la pudiera detectar. Y aun así, desde la tierra, analizando el espectro de ondas milimétricas, husmeamos en el planeta vecino. Encontrado el fosfano, ¿es la presencia de este gas apestoso señal inequívoca de actividad de vida en Venus?
Eliminando explicaciones
En el trabajo Greaves y colegas procedieron a analizar de dónde podría venir ese fosfano encontrado en las nubes de Venus, si habría algún proceso que no involucrara la presencia de vida para explicar las cantidades observadas. Porque, dado lo que se conoce del planeta vecino, dicen que “la presencia de incluso unas pocas partes por billón de fosfano es completamente inesperada para una atmósfera oxidada”. Y le dieron varias vueltas al asunto, para concluir, tras revistar “todos los escenarios que podrían crear fosfano de manera plausible”, que la presencia del gas pestilente “no se explica después de un estudio exhaustivo de la química en estado estacionario y las vías fotoquímicas”, y descartan rutas de producción en condiciones abióticas, es decir, sin vida, tanto en “la atmósfera, las nubes, la superficie y el subsuelo de Venus, o por descargas de rayos, volcanes o meteoritos”.
Con todas las explicaciones posibles excluidas, en la discusión de sus resultados los investigadores dicen con toda lógica que “si ningún proceso químico conocido puede explicar el PH3 dentro de la atmósfera superior de Venus, entonces debe ser producido por un proceso que antes no se consideraba plausible para las condiciones de Venus”. Y evitando más titulares gancheros ‒como el de este artículo‒, Greaves, Souza-Silva y sus colegas anduvieron con pies de plomo. Empleando un lenguaje a prueba de críticas, señalan que esta producción de fosfano podría deberse a una “fotoquímica o geoquímica desconocida, o posiblemente vida”. En el resumen del trabajo, que es lo que más se lee de un artículo científico, son un poco más osadas, y plantean: “Podría originarse a partir de una fotoquímica o geoquímica desconocida o, por analogía con la producción biológica de fosfano en la Tierra, de la presencia de vida”.
Presencia de vida. En Venus. Lo dice un artículo científico. La piedra está en el aire. Pocos se detienen a leer cuando las investigadoras dicen en el mismo artículo que incluso aunque nuevos datos confirmaran la presencia de fosfano en las cantidades encontradas, ya sea por nuevas observaciones de telescopios terrestres o incluso por medio de telescopios colocados en el espacio que permitan eliminar algunas interferencias en los datos, “enfatizamos que la detección de PH3 no es evidencia robusta de vida, sino solamente de una química anómala e inexplicada”. Sostienen que falta información, por ejemplo, acerca de la fotoquímica de las gotículas de las nubes venusinas ‒“es completamente desconocida” ‒, y que “las interrogantes sobre por qué los organismos hipotéticos de Venus podrían producir PH3 también son altamente especulativas”.
Nadie podría acusarlos de la bola de nieve generada si leyera que dicen que “hay problemas conceptuales sustanciales para la idea de vida en las nubes de Venus: el medioambiente es extremadamente deshidratante e hiperacídico. Sin embargo, hemos descartado muchas rutas químicas hacia PH3, y las más probables se quedan cortas en cuatro a ocho órdenes de magnitud”. Por todo esto, proponen que “para discriminar aún más entre procesos fotoquímicos y/o geológicos desconocidos como la fuente de PH3 de Venus, o para determinar si hay vida en las nubes de Venus, será importante el modelado y la experimentación”. Incluso van más lejos y puntualizan que “en última instancia, una solución podría provenir de volver a visitar Venus para mediciones in situ”.
Ideas descabelladas, ciencia enriquecida
La ciencia trabaja con hipótesis. Y si bien formularlas tiene algunas reglas, en el fondo una hipótesis es un acto de creación, una idea que por el momento sólo existe en la imaginación y sobre la que se trabajará para desacreditarla. Si tras un intenso bombardeo de evidencia, la hipótesis se mantiene, y explica mejor que otras no respaldadas por evidencia algún aspecto del mundo, tal vez pase a formar parte del conocimiento científico consensuado. Pero sin saltos al vacío, sin pensar lo que no se conoce, no hay ciencia que avance.
Hay quienes ante esta noticia desempolvaron un artículo especulativo del ya mencionado Sagan y afirmaron que esta observación respaldaba lo que él había propuesto hace más de 50 años. Pero la cosa no es tan así. Sagan y su colega Harold Morowitz publicaron una breve comunicación en Nature el 16 de setiembre de 1967 titulada “¿Vida en las nubes de Venus?”. Allí reconocían que “mientras las condiciones de la superficie de Venus hacen implausible la hipótesis de vida allí, las nubes de Venus son una historia distinta”. Afirman que el agua, el dióxido de carbono y la luz solar, “los prerrequisitos para la fotosíntesis”, son abundantes en la proximidad de las nubes, y sostienen que “si pequeñas cantidades de minerales se remueven desde la superficie hacia las nubes, no es difícil imaginar una biología autóctona en las nubes de Venus”. Luego añaden: “Lo que sigue es una de esas especulaciones”, y hablan de una especie de “vejiga voladora” para la cual calculan posibles tamaños, composiciones y otros detalles que luego desarrollaría Sagan con más precisión para la vida en Júpiter en su libro y serie Cosmos. En algunos medios se ha reportado que Sagan “predijo” la vida en Venus. Pero especular qué formas de vida podría haber en otros planetas no es una predicción, sino un ejercicio especulativo.
Pero aquí hay que hacer otro parate: que el fosfano se registrara en las nubes de Venus no quiere decir que se generara allí, de la misma manera que el dióxido de carbono que produce el calentamiento global de nuestro planeta no se genera en la atmósfera sino que allí se queda por varios cientos de años. El trabajo publicado en Nature Astronomy no sólo no afirma haber encontrado vida, sino menos aún que esa vida esté en las nubes de Venus. Dice, sí, que en la atmósfera de Venus encontraron un gas que no pueden explicar y que no puede descartarse un origen biológico como tampoco una explicación que excluya la existencia de vida.
Como ya señalamos, los investigadores se encontraron con sorpresa que había fosfano en Venus en 2017. Y a ellos también les dio por especular. La idea de que este gas les indica que hay vida les quedó rondando, y no es para menos. Tanto que algunos de ellos, Greaves incluida, publicaron en agosto de este año, antes de que saliera el artículo con los rastros de fosfano, un trabajo especulativo en la revista Astrobiology en el que sostienen que de haber vida en Venus estaría no sólo en las nubes de su atmósfera, sino dentro de las gotas y gotículas de esas nubes. Al aumentar el peso de las gotas, se precipitarían hacia zonas más calientes, entrando estos microorganismos hipotéticos en una especie de diapausa: se desecarían y quedarían latentes, esperando que vientos y movimientos convectivos los llevaran de nuevo a la zona donde hay gotas para así retomar su ciclo vital.
Ni Sagan ni Greaves hacen predicciones en estos artículos. Pero sus ejercicios intelectuales podrían servir para que, en caso de enviar una sonda, se haga énfasis en recolectar muestras a distintas alturas de las nubes y la atmósfera venusinas.
Reacciones
Para finalizar este recorrido por el artículo que hizo que se hable nuevamente de la posibilidad de que haya vida en Venus, recabamos las reacciones que ocasionó en dos astrónomos compatriotas que, por distintas razones, están muy relacionados con el tema.
Daniel Carrizo hizo su licenciatura en Biología y Oceanografía en la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República. Pero en 2001 se fue del país para hacer su doctorado en Química en Barcelona y desde entonces aquel océano con vida que le maravillaba se amplió: hoy investiga en astrobiología, la disciplina que estudia la vida en otros planetas. Desde España, donde trabaja en el Centro de Astrobiología del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial, no oculta su entusiasmo por comentar el trabajo acerca del fosfano de Venus, ya que, como dice, trabaja justamente con biomarcadores.
“Están midiendo un compuesto que está súper diluido en una atmósfera. Más allá del procesamiento de la señal, que siempre es necesario, creo en la medida”, dice Carrizo con un acento que deja en evidencia el tiempo que lleva en España. “Evidentemente han encontrado fosfano; de ahí a que eso esté indicando que hay vida en Venus, me parece que faltan aún un montón de cosas por probar. Ya lo decía Carl Sagan: afirmaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias”, señala, demostrando que es casi imposible hablar del tema sin mencionar a Sagan.
“Ese tipo de compuestos se puede producir también por un proceso geológico, pero la concentración que han encontrado en Venus no se explica por esos procesos”, dice Carrizo. Pero apunta que “en un sistema tan diferente, híper árido, con nubes formadas en 90% de ácido sulfúrico, puede haber reacciones químicas que nosotros no conocemos. También este fosfano puede ser producto de un bicho, por una forma de vida, pero no es que por tener fosfano ya se puede concluir lo otro. De hecho ellos tampoco dicen que hayan encontrado vida, la culpa la tienen los periodistas que le dan color, como siempre”.
Le digo que no pretendo defender corporativamente a los periodistas, pero que los investigadores saben que al hablar de “presencia de vida” generarán ese tipo de impacto. “Sí, claro a ellos les sirve que se hable del trabajo. Al descartar una explicación abiótica y hablar de esa posible evidencia de vida, creo que lo hacen porque quieren vender un poco”, reconoce el astrobiólogo. “Es un trabajo que llama la atención y que genera una nueva pregunta. Ahora hay que explicar de dónde viene esto, y eso va a generar un montón de cosas; seguro alguna misión va a tratar de ir a Venus, porque es algo interesante y porque está cerca, no se trata de un exoplaneta que implica 200 años de viaje”, aventura.
“Me encantaría poder tener una muestra y analizar los biomarcadores”, dice Carrizo, y le sigo el juego. ¿Cómo obtenemos esa muestra que desea? ¿De las nubes que están a 30 grados? “Lo ideal sería bombear aire y hacerlo pasar por un filtro, como los de agua. Todo lo que queda suspendido después lo extraemos en el laboratorio y analizamos las moléculas orgánicas que nos interesan”, responde. Ya saben, entonces, planificadores de misiones de muestreo a Venus: Carrizo con gusto trabajaría con esa muestra. “Seguro que me tendría que pegar con unos cuantos para que me la den”, dice entre risas.
Julio Fernández es un astrónomo que siempre será relacionado con haber tenido que ver, junto con su colega Gonzalo Tancredi, en dejar afuera a Plutón del grupo de planetas del Sistema Solar. Más allá de ser experto en cometas y objetos transneptunianos, de pertenecer a la Academia de Ciencias de Estados Unidos ‒además de a la Academia Nacional de Ciencias del Uruguay‒ y de haber sido decano de la Facultad de Ciencias, Fernández es también autor de un cautivador libro titulado Si existen, ¿dónde están?, que trata de “la continua fascinación del hombre por la vida extraterrestre”. Allí hace un repaso sobre lo que conocemos de nuestros planetas vecinos y más allá y, entre otras cosas, descarta la presencia posible de vida en Venus diciendo que “parece un planeta demasiado inhóspito para la vida o condiciones prebióticas”. ¿Acaso este artículo sobre el fosfano recién publicado le habrá hecho cambiar de parecer?
“Es una noticia curiosa. Si bien es interesante, estas cosas hay que tomarlas con cautela, no podemos estar seguros de que ese fosfano pueda tener un origen biológico”, dice Fernández con su hablar pausado que garantiza que cada palabra es sopesada. “Si bien se ha especulado con la posibilidad de que se desarrolla vida en medios gaseosos, no es lo que uno pensaría. Un medio gaseoso de por sí es un medio que no es demasiado estable, hay turbulencias y movimientos convectivos que hacen que no sea propicio para que se origine vida”.
Una vez más, aparece el creador de Cosmos. “Más allá de que Carl Sagan, por ejemplo, en su época especuló sobre que en la atmósfera de Júpiter se podrían dar las condiciones para que se desarrollara la vida, eso siempre es muy especulativo. Si bien pensamos que la vida tiene que tener un medio líquido asentado sobre una superficie, hay que estar abierto a sorpresas”, dice Fernández. Reconoce que “lo nuevo siempre es estimulante”, sin embargo, vuelve a recomendar cautela: “Está bien que se investigue y que se hagan nuevas hipótesis. Así es como opera la ciencia. Lo que han encontrado no es algo que nos permita decir que es obvio que en Venus hay vida. Hay que seguir buscando más pruebas”.
Ya que hablamos de especulación, no resisto preguntarle si, como hizo en su libro, en caso de que tuviera que apostar por un candidato en el Sistema Solar donde pudiera haber algún rastro de vida, se inclinaría ahora por Venus o seguiría prefiriendo a Marte. “Sigo pensando que hay que apostar en primer lugar a Marte. Venus puede haber sido interesante, tal vez miles de millones de años atrás tuvo un clima distinto al de ahora. Pero sería muy difícil encontrar evidencia de cómo pudo ser Venus en el pasado, y más aún, de dar con evidencia de una posible vida en esas condiciones”.
Seguiremos entonces atentos la pista del pestilente fosfano en la atmósfera venusina. Pero por ahora, seguimos tan faltos de pruebas de que no estamos solos en el universo como la semana pasada.
Artículo: “Phosphine gas in the cloud decks of Venus”
Publicación: Nature Astronomy (14 setiembre de 2020)
Autores: Jane Greaves, Anita Richards, William Bains, Paul Rimmer, Hideo Sagawa, David Clements, Sara Seager, Janusz Petkowski, Clara Sousa-Silva, Sukrit Ranjan, Emily Drabek-Maunder, Helen Fraser, Annabel Cartwright, Ingo Mueller-Wodarg, Zhuchang Zhan, Per Friberg, Iain Coulson, E’Lisa Lee, Jim Hoge
Artículo: “Phosphine as a Biosignature Gas in Exoplanet Atmospheres”
Publicación: Astrobiology vol. 20, nº 2 (enero de 2020)
Autores: Clara Sousa-Silva, Sara Seager, Sukrit Ranjan, Janusz Petkowski, Zhuchang Zhan, Renyu Hu, William Bains
Artículo: “Life in the Clouds of Venus?”
Publicación: Nature 215 (setiembre de 1967)
Autores: Harold Morowitz, Carl Sagan
Artículo: “The Venusian Lower Atmosphere Haze as a Depot for Desiccated Microbial Life: A Proposed Life Cycle for Persistence of the Venusian Aerial Biosphere”
Publicación: Astrobiology (agosto de 2020)
Autores: Sara Seager, Janusz Petkowski, Peter Gao, William Bains, Noelle Bryan, Sukrit Ranjan, Jane Greaves.